17 de abril de 2024

Bogotá inicia racionamiento de agua para 10 millones ante severa sequía y crisis hídrica

 

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Según expertos, el calentamiento global está intensificando el fenómeno de El Niño, llevando los embalses a niveles alarmantes. ¿Cómo podríamos combatir este alarmante problema?

Tl;dr

  • Bogotá inicia racionamiento de agua debido a la sequía.
  • La medida afectará a unos 10 millones de personas.
  • Los cortes de agua serán rotativos e indefinidos.
  • La grave sequía podría derivar en una crisis energética.

Una sequía amenaza a Bogotá

La capital de Colombia, Bogotá, enfrenta una grave sequía que amenaza con desencadenar una crisis energética. Tras el impacto de la crisis hídrica en Montevideo, Bogotá se ve ahora en la mira de la escasez de agua, iniciando un plan de racionamiento este jueves.

Impacto en la población

Esta medida, adoptada ante la disminución alarmante de los niveles de los embalses que proveen agua potable a la ciudad, afectará a cerca de 10 millones de personas que residen en Bogotá y municipios cercanos. Según Manuel Rodríguez Becerra, exministro de Ambiente colombiano, la sequía está causada por el fenómeno de El Niño, exacerbado por el cambio climático.

Un programa de cortes rotativos

Las autoridades han dividido la ciudad en nueve zonas, cada una de las cuales experimentará 24 horas de falta de suministro cada nueve días. La duración de este racionamiento es indefinida, y la Empresa de Agua y Acueducto local advierte que las interrupciones podrían incrementarse en el futuro, considerando incluso la posibilidad de sanciones para evitar el despilfarro.

Una crisis energética en el horizonte

El peligro no termina con la escasez de agua. Rodríguez Becerra alerta que la crisis podría desembocar en una crisis energética, ya que “el 70% de la energía del país la producen hidroeléctricas”. Las precipitaciones esperadas para fines de marzo no llegaron, y si las lluvias no llegan a fines de este mes, la situación podría empeorar.

Opinión editorial

Esta situación refleja la gravedad de los efectos del cambio climático en nuestras vidas. No es simplemente una cuestión de temperaturas más altas, sino de sequías devastadoras y crisis energéticas. Es esencial que los gobiernos y los ciudadanos tomen medidas para reducir su impacto y adaptarse a esta nueva realidad. El futuro de nuestra agua, y en última instancia de nuestra energía, depende de ello.

Simon Stiell -Secretario Ejecutivo de ONU Cambio Climático- : dos años para salvar el mundo (Discurso en Chatham House)

 Por su interés reproducimos en #CreadoresDeOpiniónVerde @cdoverde el discurso de Simon Stiell, secretario ejecutivo de ONU Cambio Climático, en Chatham House

Algunos de ustedes pensarán que el título del evento de hoy es demasiado dramático. Incluso melodramático.

Así que permítanme empezar explicando brevemente por qué los próximos dos años son esenciales para salvar nuestro planeta.

En primer lugar, sabemos lo que está en juego. Ya me han oído hablar del calor récord y de los daños masivos a las economías, y de que no hay lugar para medias tintas. Demos todo eso por sentado.

Segundo. Estamos al principio de una carrera que determinará quiénes serán los mayores ganadores de una nueva economía de energía limpia.

Y con el índice mundial de nivel de vida en constante cambio, las respuestas climáticas de cada país serán clave para subir o bajar en esta escala.

Tanto si prosperan como si apenas sobreviven.

En tercer lugar, muchos países sólo podrán poner en marcha nuevos y sólidos planes climáticos si este año se produce un salto cualitativo en la financiación de la lucha contra el cambio climático.

En cuarto lugar, se trata de cómo funciona el Acuerdo de París.

Al día de hoy, los planes climáticos nacionales - llamados Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional o NDC -  apenas lograrán reducir emisiones de aquí a 2030.

Aún tenemos la oportunidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero con una nueva generación de planes climáticos nacionales.  Pero necesitamos planes más sólidos, ahora.

Y aunque cada país debe presentar un nuevo plan, la realidad es que las emisiones del G20 representan alrededor del 80% de las emisiones mundiales.

Así pues, el liderazgo del G20 debe estar en el centro de la solución, como lo estuvo durante la gran crisis financiera. Fue entonces cuando el G20 alcanzó la mayoría de edad y demostró que las principales economías desarrolladas y en desarrollo pueden trabajar juntas para evitar catástrofes económicas mundiales.

En quinto y último lugar todas y todos los ciudadanos de todos los países tienen la oportunidad de formar parte de esta transición. Cada voz cuenta, este año y el próximo, necesitaremos cada una de esas voces más que nunca.

Consideremos por un momento lo que está en juego si hacemos que los próximos dos años cuenten de verdad.

Los nuevos y audaces planes nacionales sobre el clima serán el premio mayor para el empleo y un trampolín económico para impulsar a los países en esa escala mundial de niveles de vida.

Frente a las sequías que destruyen las cosechas, una acción climática mucho más audaz para frenar las emisiones y ayudar a las y los agricultores a adaptarse aumentará la seguridad alimentaria y reducirá el hambre.

Reducir la contaminación por combustibles fósiles supondrá una mejora en la salud y un enorme ahorro tanto para los gobiernos como para los hogares.

El potencial transformador de una acción climática audaz -junto con medidas para avanzar en la igualdad de género- es una de las formas más rápidas de dejar atrás el escenario inercial o “business as usual”.

Ningún ODS será posible si no se controla la crisis climática

A quienes afirman que el cambio climático es sólo una de las muchas prioridades, como acabar con la pobreza, acabar con el hambre, acabar con las pandemias o mejorar la educación, les digo que sencillamente ninguna de estas tareas cruciales -de hecho, ninguno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible- será posible a menos que controlemos la crisis climática.

De hecho, seguir como hasta ahora puede profundizar aún más las grandes desigualdades entre los países y comunidades más ricos y más pobres del mundo, mismas que los efectos incontrolados del cambio climático están agravando.

Estas desigualdades son criptonita para la acción climática mundial cooperativa, y cada economía, cada país y su población pagan el precio de ello.

Para empezar a curar este cáncer mundial de la desigualdad, tenemos que habilitar nuevas y audaces soluciones,  nuevos planes climáticos nacionales que protejan a las personas, fomenten el empleo e impulsen un crecimiento económico integrador. Y los necesitamos para principios del año que viene.

La próxima generación de planes nacionales del clima deben ser planes de inversión para unas economías sostenibles y fuertes.

Lo que nos lleva de nuevo a la importancia crucial de la financiación de la lucha contra el cambio climático.

Porque es difícil para cualquier gobierno invertir en energías renovables o resiliencia climática cuando las arcas del tesoro están vacías, los costes del servicio de la deuda han superado al gasto sanitario, es imposible obtener nuevos préstamos y los lobos de la pobreza están a la puerta.

Este año es esencial dar un salto cualitativo en la financiación de la lucha contra el cambio climático.

Cada día, ministerios de finanzas, directores generales, inversores y banqueros de desarrollo movilizan billones de dólares. Ha llegado el momento de pasar esos dólares de la energía y las infraestructuras del pasado hacia un futuro más limpio y resiliente.

Y garantizar que se beneficien los países más pobres y vulnerables.

Metas de la COP29

Este año, en la COP29 de Bakú, tenemos que acordar un nuevo objetivo para la financiación de la lucha contra el cambio climático que satisfaga las necesidades de los países en desarrollo. Pero no basta con acordar un objetivo. Necesitamos un nuevo acuerdo sobre financiación de la lucha contra el cambio climático entre los países desarrollados y los países en desarrollo.

Ese acuerdo debería tener cuatro componentes clave.

En primer lugar, más financiación en condiciones favorables. Especialmente para los países más pobres y vulnerables.

En segundo lugar, necesitamos nuevas fuentes de financiación internacional para el clima, como están trabajando el G20, la Organización Marítima Internacional y otros.

En tercer lugar -como han dejado claro Mia Mottley y William Ruto- debemos reformar los bancos de desarrollo para que trabajen mejor para los países en desarrollo, integrar el cambio climático en su toma de decisiones y construir un sistema financiero adecuado para el siglo XXI.

En cuarto lugar, aliviar la deuda de los países que más lo necesitan para que dispongan del espacio fiscal necesario para la inversión climática. Los países en desarrollo gastaron más de cuatrocientos mil millones de dólares en el servicio de la deuda el año pasado.

Los expertos han demostrado que, si hacemos todo esto juntos, podemos satisfacer las necesidades de los países en desarrollo, movilizando cientos de miles de millones de dólares.

La cooperación cada vez más estrecha entre las instituciones internacionales es más importante que nunca. Ofrezco la colaboración de ONU Cambio Climático allí donde pueda ayudar a obtener resultados más sólidos y rápidos en relación con el clima. Al Banco Mundial y al FMI en las próximas reuniones de primavera. Al G7, al G20 y a sus ministerios de finanzas. Juntos podemos hacer realidad este acuerdo.

Juntos debemos acelerar el ritmo. Las Reuniones de Primavera no son un ensayo general. Evitar una catástrofe económica provocada por el clima es un asunto esencial. No puede deslizarse entre las grietas de diferentes mandatos.

No podemos permitirnos un festival de conversaciones sin pasos claros hacia delante, cuando existe la oportunidad de avanzar realmente en cada parte del nuevo acuerdo de financiación para el clima que todas las naciones necesitan.

En las Reuniones de Primavera necesitamos una ronda de reposición ambiciosa para la Asociación Internacional de Fomento del Banco Mundial. De este modo, cientos de millones de personas podrían salir de la pobreza y aumentaría el acceso a la energía limpia, especialmente en África.

Los avances que se logren en Washington DC en la revisión de los requisitos de capital del Banco Mundial podrían liberar miles de millones más para préstamos en condiciones favorables sin pedir más dinero a los donantes.

Además, para ayudar a dar a los países el espacio fiscal que necesitan para la acción climática, el FMI puede ayudar a más países a hacer frente a las deudas agravadas por el cambio climático y la pandemia. Por ejemplo, haciendo un mayor uso del Fondo de Alivio para Contención de Catástrofes.

El trabajo del Banco Mundial sobre las Cláusulas de Deuda Resilientes al Clima -que permiten centrarse en la recuperación a los países que se enfrentan a tormentas más intensas - son otro paso bienvenido en la dirección correcta.  La elegibilidad debería ampliarse ahora más allá de los Estados pequeños e insulares a más países y más impactos climáticos.

El G7 también tiene un papel absolutamente crucial, este año presidido por Italia.

Los gobiernos del G7 son los principales accionistas del Banco Mundial y el FMI. En realidad, aportan tanto capital como dirección. Con su voz y voto, estas instituciones pueden hacer mucho más por utilizar todas las herramientas a su disposición para lograr impactos a gran escala sobre el terreno.

A todos los países del G7 les interesa adoptar medidas climáticas mucho más audaces dentro y fuera de sus fronteras, incluida la financiación de la lucha contra el cambio climático.

En primer lugar, porque un avance serio en la financiación de la lucha contra el cambio climático es un requisito previo para que los países en desarrollo elaboren nuevos y audaces planes nacionales de lucha contra el cambio climático, sin los cuales todas las economías, incluidas las del G7, se verán pronto sumidas en graves y permanentes conflictos.

En segundo lugar, porque el desarrollo de la resiliencia es igualmente urgente, para proteger las cadenas de suministro de las que dependen todas las economías. Acabamos de ver lo que las interrupciones de la cadena de suministro provocadas por la pandemia de covid han hecho a la inflación, a los hogares y las empresas. Pues bien, pueden apostar a que estas perturbaciones y efectos inflacionistas empeorarán drásticamente si no se adoptan medidas climáticas más audaces.

El mundo también necesita que el G20 esté a la altura de este momento.

Todos somos conscientes de los retos geopolíticos. No les resto importancia. Pero no pueden ser una excusa para la timidez, en medio de esta crisis que se agrava.

Seré sincero: culparse unos a otros no es estratégico.  Dejar de lado el clima no es la solución a una crisis que diezmará todas las economías del G20 y que ya ha empezado a hacer daño.

Así pues, la potencia financiera que el G20 desplegó durante la crisis financiera mundial debería volver a desplegarse y dirigirse directamente a frenar las emisiones desbocadas y a aumentar la resiliencia ahora.

Brasil, que también acoge la COP30, tiene un papel vital que desempeñar para poner en marcha la ambiciosa acción que necesitamos.

Me anima que el G20, bajo el liderazgo de Brasil, esté explorando formas de encontrar nueva financiación para el clima y el desarrollo. El propio Brasil también está probando nuevas formas de reducir los irrazonables costes de los préstamos para energías limpias que podrían funcionar para otros países en desarrollo.

En última instancia, no basta con invertir en energías limpias e infraestructuras resistentes sin medidas que también aceleren el declive de los combustibles fósiles. Un mayor progreso en la tarificación del carbono es esencial para reflejar la economía real de los combustibles fósiles, incluidos los enormes costes sanitarios y económicos de la contaminación por gases de efecto invernadero, que no deberían recaer sobre los gobiernos, los hogares y otras industrias.

Cuando digo que tenemos dos años para salvar el mundo, me pregunto: ¿quién tiene exactamente dos años para salvar el mundo?

La respuesta es cada persona de este planeta.

Cada vez son más las personas que desean una acción por el clima en todas las sociedades y espectros políticos, en gran parte porque están sintiendo los efectos de la crisis climática en su vida cotidiana y en sus presupuestos domésticos.Aumento de los costes del transporte propulsado por combustibles fósiles, de la calefacción y la refrigeración, de la energía, subida de los precios de los alimentos a medida que los desastres climáticos afectan la producción y las cadenas de suministro, por nombrar sólo algunos.

Una encuesta reciente de Gallup, realizada a 130.000 personas de 125 países, reveló que el 89% de los encuestados desea que los gobiernos adopten medidas más contundentes contra el cambio climático.

Sin embargo, con demasiada frecuencia vemos que la acción por el clima se escurre de las agendas de los gabinetes.

Hay una desconexión, porque en las salas de los hogares de todo el mundo, los impactos y costes climáticos están subiendo rápidamente en la lista de preocupaciones domésticas.

La única forma segura de conseguir que el clima ocupe un lugar prioritario en la agenda del gabinete es que un número suficiente de personas alce la voz.

Así que mi mensaje final de hoy es para la gente de todo el mundo.

Cada voz cuenta. Ahora, las de ustedes son más importantes que nunca.

Si quieren una acción climática más audaz, ahora es el momento de hacer valer su voz.

Gracias.

Simon Stiell, Secretario Ejecutivo, ONU Cambio Climático

El conocimiento de los mares, asignatura pendiente del Decenio del Océano

 Barcelona, 10 abr (EFE).- La falta de conocimiento sobre las profundidades de los mares o sobre el alcance real de los efectos de la contaminación, así como la carencia de infraestructuras para la observación y la predicción del comportamiento de las aguas, son algunos de los retos pendientes del Decenio del Océano.

Este decenio, que comenzó en 2021 y acaba en el 2030, es fruto de análisis por parte de 1.500 expertos reunidos desde este miércoles y hasta el viernes en el Centro de Convenciones Internacional de Barcelona (CCIB).

El Decenio del Océano, promovido por la Unesco, trabaja para la consecución del Objetivo de Desarrollo Sostenible número 14 de la Agenda 2030, que contempla la conservación y utilización de forma sostenible de los océanos, mares y los recursos marinos, así como el establecimiento de prioridades para su futuro.

Para ello, se han marcado 10 metas: vencer la contaminación marina; proteger y restaurar los ecosistemas; alimentar de forma sostenible a la población mundial; desarrollar una economía oceánica sostenible; desbloquear soluciones al cambio climático y aumentar la resistencia a los peligros oceánicos.

El secretario de la Comisión Oceanográfica Intergubernamental de la Unesco, Vidar Helgesen, ha hecho un balance de los primeros años del Decenio, en los que considera que se ha logrado ya algunos éxitos.

Entre ellos, se ha impulsado un movimiento global que ha unido a gobiernos, científicos, industrias y filántropos, al tiempo que ha aumentado la consciencia sobre el papel de la ciencia oceánica en un desarrollo sostenible.

También se ha avanzado en el reconocimiento del conocimiento tradicional de las poblaciones indígenas que viven del mar, especialmente en islas de Oceanía, para incorporarla en la literatura científica.

En total, se han desplegado 52 programas para afrontar las 10 metas del Decenio, con la implicación de 62 países, al tiempo que se ha avanzado en una red de coordinación regional y nacional con 12 centros colaboradores de la Unesco.

Pese a los avances, "también hay retos pendientes" hasta 2030, ha advertido Helgesen, que ha citado por ejemplo los carencias en el conocimiento del fondo del mar -donde por ejemplo aún quedan numerosas especies por descubrir- y la afectación de la contaminación en el propio mar, en la salud humana y en la regulación climática.

También faltan acciones políticas más concretas a nivel global, nacional y regional basadas en la evidencia científica, y una mayor inversión en infraestructuras que permiten observar, registrar y predecir el comportamiento del mar.

"Tenemos que observar el océano tal como es, teniendo en cuenta que va cambiando, así que también debemos ir mirando cómo cambia", ha subrayado Helgesen.

El diplomático noruego ha resaltado que los gobernantes y la industria deben colaborar para "identificar las ideas transformadoras de la ciencia en las que hay que fijarse para tomar las mejores decisiones" en la protección de los mares.

Algo que ha confiado que quede plasmado en la "declaración de Barcelona", que se espera que salga de la reunión de tres días y que sirva para guiar la colaboración entre gobernantes, ciencia, ONG y sector privado en retos como la contaminación, el estudio del océano, la economía azul, la crisis climática y la biodiversidad.

Por su parte, el enviado especial para los Océanos de Naciones Unidas, Peter Thomson, ha destacado que el conocimiento sobre los mares de hoy en día "no basta" y ha reconocido que resulta "imposible" tomar decisiones sobre políticas de futuro bien informadas, precisamente por la falta de datos, pese a la urgencia de la crisis climática.

"Esta realidad es pésima para el futuro y crea una inquietud enorme; debemos plantarle cara a la realidad para evitar que la temperatura del agua de los océanos suba en los próximos años hasta 3 grados, lo que sería inhabitable y traería consigo multitud de consecuencias negativas para todos", ha aseverado este diplomático, oriundo de la islas Fiyi.

En la primera jornada de la Conferencia, han participado diferentes representantes de comunidades indígenas, como los maoríes, que han reivindicado la necesidad de reconocer su conocimiento popular del océano y de la navegación tradicional, y de preservar los ecosistemas marinos de los que depende su subsistencia. EFE
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Que los árboles no nos impidan ver el bosque

Vivimos épocas de urgencia climática, de necesidad de encontrar soluciones rápidas para ayudar a mitigar el cambio climático. En este contexto, los bosques son uno de los activos más importantes, ya que son grandes sumideros del dióxido de carbono emitido por actividades antrópicas y desempeñan también un papel central en la regulación del clima, sin olvidar que albergan una parte importante de la biodiversidad del planeta.

Aunque la percepción que tanto la comunidad científica como la opinión pública tienen sobre los bosques y su papel en la lucha contra el cambio climático es, en general, muy positiva, una sombra de duda parece crecer alrededor de los bosques como aliados frente al cambio climático. 

Esta incertidumbre se debe, en parte, a que las grandes corporaciones (energéticas, aéreas, etc.), apoyadas tanto en estudios científicos poco acertados como en el emergente mercado del carbono, han adoptado la plantación de árboles (y por tanto a los bosques) como una estrategia de marketing muy eficaz para justificar sus emisiones y demostrar que las están compensando

Plantar árboles se ha convertido en una herramienta de greenwashing que tiene que ver sobre todo con criterios económicos y no ecológicos. Esto no sólo ha desencadenando olas crecientes de críticas en el mundo de la ciencia, sino que puede crear una imagen muy negativa del bosque como un aliado de los poderes económicos más que de nuestra lucha contra el cambio climático. 

¿Qué entendemos por “bosque”?

Una gran parte de este uso sesgado de la información se debe a que desde la ciencia no hemos sido capaces de actualizar las definiciones de lo que entendemos por “bosque” de una manera acorde a los cambios en sus usos y los servicios que nos proveen. 

Históricamente, el servicio más importante que los bosques han dado a las sociedades humanas ha sido la madera. Este legado hace que en la actualidad todavía hablemos de “bosque” para referirnos a cualquier tipo de superficie arbolada con una densidad mínima de árboles de cierta altura, independientemente de su composición florística, de la biodiversidad que alberga, de su valor ecológico o de su capacidad de proveer servicios ecosistémicos como los de mitigación del cambio climático. Tan solo se valoran por la madera que alberga. 

Así, la definición de bosque por diferentes países (por ejemplo, en la UE) u organismos internacionales como la FAO se basa únicamente en la densidad de arbolado. Las publicaciones científicas no se quedan atrás y en muchos casos vemos que la palabra “bosque” se usa para equiparar todo tipo de ecosistemas con una determinada densidad de árboles. 

Se puede encontrar literatura científica sugiriendo que los bosques son vulnerables el cambio climático, voces de científicos expertos culpando a la expansión de los bosques como causa del aumento de incendios y titulares de prensa que sugieren que los árboles, sin más especificaciones, son muy vulnerables a las sequías

Toda esta información crea, sin quererlo y sin mala intención, una imagen negativa de los bosques como ecosistemas frágiles, o como ecosistemas que pueden llegar a ser un problema más que una solución. 

La definición actual de bosque debe revisarse

Todo esto es, obviamente, fruto de una simplificación excesiva de una realidad más compleja. La realidad es que no todo lo que llamamos “bosque” es lo mismo, ya que este término, tal y como lo usamos, equipara superficies arboladas de muy diferente valor ecológico y muy diferente capacidad de mitigación del cambio climático.

Es importante distinguir y especificar que, por ejemplo, los bosques de especies nativas son ecosistemas de enorme capacidad de mitigación, mucho más diversos y resilientes a cualquier tipo de perturbación (como incendios, sequías o brotes) que, por ejemplo, plantaciones monoespecíficas comerciales. 

Gráfico que representa las diferencias en resiliencia a perturbaciones y biodiversidad o captura de carbono de los bosques.

















No todo lo que llamamos ‘bosque’ tiene la misma capacidad de responder a las perturbaciones climáticas o antrópicas, y no todo lo que llamamos ´bosque´ alberga la misma biodiversidad o tiene la misma capacidad de capturar carbono. Jorge CurielCC BY-NC-SA

No tiene el mismo valor ecológico ni la misma resiliencia al cambio climático un bosque con alta diversidad que un bosque monoespecífico. Y no tiene la misma inflamabilidad un bosque maduro que un monocultivo de eucalipto o que un campo agrícola donde proliferen árboles al ser abandonado. 

Por eso deberíamos revisar la definición de bosque y adaptarla al contexto histórico en el que vivimos, en el que no solo esperamos del bosque su madera, sino que valoramos su biodiversidad o su potencial para mitigar el cambio climático. 

Convendría definir los bosques no solo en base a la densidad de árboles sino a su composición y la biodiversidad que albergan, a su valor ecológico, a su resiliencia potencial al cambio climático (y al cambio global) y a su potencial de mitigación. Si no lo hacemos, podemos tomar decisiones de las que nos arrepintamos en el futuro. 

Otra consecuencia de las guerras: la propagación de especies invasoras

 La pérdida de vidas humanas y el sufrimiento son, indudablemente, las peores consecuencias de cualquier conflicto bélico. Otros impactos de las guerras, como las crisis económicas, prolongan e intensifican esos efectos.

Algunos de esos impactos están aún muy poco estudiados y, sin embargo, pueden contribuir significativamente a empeorar las consecuencias de las contiendas. Ese sería el caso de las invasiones biológicas, un fenómeno que puede verse alentadopor los conflictos armados.

Las especies exóticas invasoras pueden socavar seriamente el funcionamiento de los ecosistemas, la economía y la salud humanas, lo que dificulta la recuperación de las sociedades afectadas por la guerra. Las actividades humanas realizadas durante los preparativos para el conflicto, el conflicto en sí y el periodo de posguerra catalizan la introducción, establecimiento y propagación de estas especies.

Polizonas de cargamentos

Un fenómeno habitual en las guerras es el movimiento masivo de personas, cargamentos de suministros y material militar (armas, munición, vehículos) que pueden contener especies exóticas o sus propágulos

Esa fue probablemente la vía de entrada en varios países europeos del escarabajo de la patata (Leptinotarsa decemlineata) durante la Primera Guerra Mundial, una peligrosa plaga para los cultivos de solanáceas. Originario de México, este insecto viajó como polizón en un cargamento de alimentos procedente de Estados Unidos hacia Burdeos (Francia), desde donde se expandió a otras naciones europeas.

La serpiente arborícola marrón (Boiga irregularis), nativa de varias islas de Melanesia occidental, fue introducida en torno a 1949 en la isla de Guam mediante el transporte de equipamiento militar, donde ha diezmado gravemente las poblaciones de aves, reptiles y anfibios.

Boiga irregularis en una rama

















Serpiente arborícola marrón (Boiga irregularis). Gordon H. Rodda/Wikimedia Commons

Durante la Segunda Guerra Mundial, Pearl Harbor se convirtió en un hervidero de especies marinas exóticas introducidas inadvertidamente con la ayuda de los navíos que entraban y salían constantemente de la base naval.

Otro ejemplo paradigmático es el de la flora castrense, un conjunto de especies vegetales exóticas que se propagaron por el frente alpino entre Austria e Italia durante la Primera Guerra Mundial procedentes de regiones mediterráneas y centroeuropeas. Las semillas de estas especies se dispersaron adheridas a los uniformes de los soldados y, sobre todo, en los numerosos cargamentos de forraje destinados a servir de alimento a los animales de carga.

Especies invasoras como armas biológicas

Los ejemplos anteriores involucran a especies exóticas que fueron introducidas accidentalmente. No obstante, muchas otras protagonizaron introducciones deliberadas con diversos objetivos. 

Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial se utilizaron plantas exóticas para camuflar instalaciones militares en el Pacífico. El ejército japonés plantó Leucaena leucocephala, un arbusto de América Central, en las islas Ogasawara y lo mismo hicieron las tropas norteamericanas con el arbusto europeo Ulex europaeus en el estrecho de Puget.

El teatro del Pacífico también presenció la introducción deliberada del pez norteamericano gambusia (Gambusia spp.) por parte del ejército estadounidense para reducir las poblaciones de mosquitos. 

Ya en la posguerra, la herbácea africana Cynodon dactylon se introdujo en varias islas del Pacífico para restaurar la cubierta vegetal. Gracias a estas acciones, muchas de estas especies exóticas se han expandido ampliamente hasta convertirse en problemáticos invasores.

Aun con todo, el uso más condenable de las especies invasoras ha sido como armas biológicas, ya sea para perjudicar al ejército o población de la nación enemiga o para socavar la economía atacando a la agricultura y la ganadería.

Por ejemplo, según la crónica de Gabriel de Mussi, cuestionada actualmente por algunos autores, en 1346 la horda mongola catapultó cadáveres infectados con Yersinia pestis, la bacteria causante de la peste negra, hacia el interior de la colonia genovesa de Caffa, desatando una grave epidemia que los supervivientes propagaron al huir hacia Europa. 

Siglos después, en 1763, el ejército británico utilizaría mantas contaminadas con el virus de la viruela contra los indios Delaware.

Escarabajo de la patata

















Escarabajo de la patata (Leptinotarsa decemlineata) Scott Bauer/Wikimedia Commons

Durante la Segunda Guerra Mundial, Francia y Alemania desarrollaron programas secretos para devastar los cultivos de sus enemigos esparciendo escarabajos de la patata. 

Posteriormente, los hongos exóticos serían los protagonistas durante la Guerra Fría. Estados Unidos llegó a almacenar unos 30 000 kg de esporas de la roya negra del cereal (Puccinia graminis f.sp. tritici) para arruinar los campos de trigo de la URSS, aunque no llegó a utilizarlas. Con un objetivo similar, Irak trató de convertir en armas los hongos del género Tilletia sp. y Aspergillus sp. para emplearlos contra Irán.

Colonizadoras de ruinas

Las guerras también generan perturbaciones significativas en el entorno que facilitan el establecimiento de especies exóticas, tales como cambios en el uso del suelo, degradación de los ecosistemas y desplazamiento de las especies nativas.

Lilo de verano en flor con mariposa
















Lilo de verano (Buddleja davidii). Ввласенко/Wikimedia Commons

Por ejemplo, parte de la flora castrense de los Alpes que ha sobrevivido hasta nuestros días muestra una distribuciónasociada a zonas donde antes había un cuartel o líneas de teleférico que transportaban forraje. Asimismo, el lilo de verano(Buddleja davidii), un arbusto del Tíbet y China cultivado extensamente con fines ornamentales, invadió exitosamente los cráteres y las ruinas dejadas por los devastadores bombardeos de la Luftwaffe en Londres.

La escasa regularización de los conflictos bélicos los convierte en importantes vías de introducción y propagación de especies exóticas invasoras, las cuales pueden amplificar los devastadores impactos de las guerras. Establecer protocolos coordinados y revisados regularmente de inspección y desinfección del personal y equipamiento militar, así como prohibir el uso de armamento biológico, contribuiría a mitigar el riesgo de invasiones biológicas asociado a las guerras.