20 de octubre de 2025

Tres cambios cruciales en el sistema alimentario para no devorar el planeta

 Desde nuestra época como cazadores y recolectores, hemos ido transformando el territorio para lograr obtener los alimentos que necesitamos para subsistir. Hemos talado bosques, roturado tierras, amansado aguas y desarrollado diversas sustancias y materiales con el fin de ir enmendando a una naturaleza revoltosa que se resistía a nuestro apetito. Así, desbordamos las previsiones de Malthus, quien supuso que seríamos incapaces de seguir el ritmo de crecimiento demográfico y que no habría suficientes alimentos para todos. 

Pero lo logramos. Tanto como para que en la actualidad haya la misma preocupación por la epidemia de obesidad que por las hambrunas. 

Diversas tecnologías han permitido producir, conservar y distribuir un flujo continuo de alimentos por casi todo el planeta. El coste ambiental ha sido demoledor: a la agricultura y la ganadería se le achacan buena parte de nuestro variado surtido de problemas medioambientales. 

Diferentes estudios calculan que el sistema alimentario global provoca el 26 % de gases de efecto invernadero, el 80 % de la deforestación y el 70 % del consumo de agua dulce, además de ser la mayor causa de pérdida de biodiversidad terrestre. A esto hay que sumar el impacto de las prácticas agrícolas no sostenibles, que erosionan y salinizan el suelo, agotan nutrientes y acuíferos y contaminan con agroquímicos ecosistemas terrestres y acuáticos

Ante este panorama, en un reciente estudio publicado en Nature, un equipo internacional de investigadores proponemos revisar el modelo actual de producción de alimentos para mitigar su enorme impacto en el planeta.

Así, sugerimos una serie de estrategias dirigidas a conservar y recuperar los ecosistemas terrestres con el fin, precisamente, de proteger nuestra seguridad alimentaria. Nos referimos a elementos esenciales como son el suelo, el agua y la biodiversidad, tres víctimas de los procesos de desertificación.

Una tubería de agua y dos invernaderos en un paisaje montañoso.



















El uso insostenible de los recursos hídricos en numerosas regiones áridas ha propiciado efímeros milagros económicos y una duradera inseguridad hídrica. Jaime Martínez ValderramaCC BY-NC-SA


1. Reducir el desperdicio alimentario

La primera propuesta es bastante obvia y consiste en no tirar a la basura lo que tanto trabajo, energía y recursos cuesta producir. Puede resultar sorprendente, pero casi un tercio de lo que producimos no nos lo comemos. Es más, en ocasiones estos alimentos ni siquiera llegan a los circuitos comerciales por dos razones. 

En primer lugar, la sobreproducción hace que el precio del producto sea inferior a su coste de producción y al agricultor no le merezca la pena recogerlo. La segunda razón es que los alimentos no sean lo suficientemente bonitos y homogéneos, lo que parece espantar a un consumidor más atento al aspecto que a los nutrientes. 

Reducir el desperdicio alimentario en un 75 % para 2050 podría liberar más de 13 millones de kilómetros cuadrados de tierra, lo que supone ahorrar recursos y dejar de emitir 102 gigatoneladas (102 000 millones de toneladas) de CO₂-eq.

Sandías abiertas sobre un terreno agrícola seco
















Sandías no cosechadas debido a su bajo precio pudriéndose bajo el sol (agosto de 2025). Juan Vázquez NavarroCC BY-NC-SA

2. Restaurar suelos degradados

Nuestra segunda propuesta es restaurar el 50 % de las tierras degradadas para 2050, con un enfoque particular en las áreas agrícolas. Con ello se podría recuperar la funcionalidad ecológica de 3 millones de kilómetros cuadrados de zonas agrícolas (con un potencial de mitigación de emisiones de 21 Gt CO₂-eq) y de casi otros 9 millones de km² de zonas naturales (con un potencial de mitigación de 128 Gt CO₂-eq). 

Esta restauración no solo impulsa la recuperación de la biodiversidad y la fijación de carbono en los ecosistemas, sino que también fortalece a las comunidades locales y a los pequeños agricultores al promover prácticas sostenibles de gestión de la tierra.

3. Aumentar el consumo de alimentos marinos

La tercera vía destaca el enorme potencial de los alimentos marinos obtenidos de forma responsable, que requieren muchos menos recursos. Sustituir el 70 % de la carne roja producida de manera insostenible y el 10 % de los vegetales por algas y sus derivados podría liberar 17,5 millones km² de tierra destinada a pastos, forraje y piensos (como ocurre con la soja y el maíz forrajero por ejemplo). Al mismo tiempo, se reduciría de forma significativa el impacto del sistema alimentario global: desde las emisiones de gases de efecto invernadero (145 Gt CO₂-eq) hasta la degradación de la tierra, la deforestación, el uso excesivo de agua y la pérdida de biodiversidad. 

Los peces pelágicos (aquellos que viven en el océano alejados de la costa), los salmónidos silvestres y los bivalvos de cultivo proporcionan más nutrientes con menos emisiones y una huella hídrica y química sintética casi nula en comparación con la mayoría de las fuentes de alimentos de origen animal terrestre.

Imagen aérea que muestra numerosos campos de cultivo
















La transformación del territorio para alimentarnos ha creado diversos tipos de degradación que amenazan nuestra seguridad alimentaria e hídrica. Recuperar los recursos degradados es esencial revertir esta tendencia. PNOA 2022, Instituto Geográfico Nacional, Fondo Español de Garantía Agraria, Comunidad Autónoma de Andalucía, Comunidad Autónoma de Extremadura y O.A. Centro Nacional de Información GeográficaCC BY

Tres convenciones que deben ir en una misma dirección

Nuestra propuesta pretende de esta manera abordar conjuntamente los objetivos de las tres Convenciones de Naciones Unidas surgidas de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro (1992) y dedicadas a los principales retos ambientales de la Tierra:

  • La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), enfocada en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y mitigar el cambio climático.

  • El Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB), orientado a la conservación de la biodiversidad.

  • La Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD), centrada en combatir la degradación de tierras áridas, semiáridas y subhúmedo secas, promoviendo prácticas de manejo sostenible del suelo y fomentando el desarrollo de comunidades afectadas.

A pesar de las claras interdependencias entre las tres convenciones y del papel central que desempeña la tierra para alcanzar sus objetivos, la mayor parte de la investigación sobre su implementación ha tratado los acuerdos de manera separada. En términos de inversiones financieras y de atención, los esfuerzos para combatir la degradación de la tierra son muy desiguales en el caso de los tres acuerdos. 

A raíz de las Conferencias de las Partes (COP) de las tres convenciones de Río, celebradas en el último trimestre de 2024, se han impulsado iniciativas conjuntas como el Trío de Río para promover soluciones integradas y sistémicas. 

Las COP mostraron un creciente interés en priorizar la tierra y su degradación, así como en reconocer el papel indispensable de los suelos y de la agricultura sostenible para resolver estas crisis. 

Sin embargo, los sistemas alimentarios aún no se han incorporado plenamente a los acuerdos intergubernamentales ni reciben la atención suficiente. Las estrategias se centran más en restaurar ecosistemas degradados mediante iniciativas emblemáticas como la Gran Muralla Verde o el Desafío de Bonn

Aprovechar el potencial de unos sistemas alimentarios sostenibles e integrados no solo ayudaría a alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible, sino que también permitiría a los países garantizar un derecho humano recientemente reconocido: el derecho a un medio ambiente limpio y saludable.

6 de octubre de 2025

¿Podemos atajar el problema de la contaminación por plásticos sin prescindir totalmente de ellos?

 Las propiedades del plástico, como su ligereza, resistencia y características aislantes, hacen de él la primera opción para numerosos usos, por lo que se ha convertido en un material omnipresente hoy en día. Sin embargo, es el origen de diversos problemas ambientales; por ejemplo, al ser ingerido por animales en el medio natural. Pero ¿cómo podemos abordar esta situación sin prescindir totalmente de él?

Microplásticos y componentes tóxicos

Generalmente, el plástico tarda cientos de años en degradarse, pero las condiciones ambientales hacen que se desmenuce formando pequeñas partículas denominadas microplásticos. Este material está compuesto por un polímero, normalmente inerte, y aditivos, como los pigmentos y los plastificantes, que sirven para mejorar sus propiedades, pero que suelen dificultar el reciclado.

Algunos de estos aditivos son tóxicos. En ese caso, la legislación puede limitarlos, como ha ocurrido con algunos ftalatos (plastificantes) para tetinas y chupetes en muchos países. No obstante, la presencia de algunos componentes debería controlarse más, como el bisfenol A, prohibido ya en la Unión Europea, pero solo si tiene contacto con alimentos. 

Aunque la mayoría de los plásticos provienen del gas natural y el petróleo, no son los principales responsables de su agotamiento, pues representan alrededor del 6 % del consumo

El peor problema provocado por los plásticos es que un gran porcentaje de ellos, desechados como residuos, terminan en el medio ambiente.

Con el plástico hemos topado

En España, la concienciación sobre la necesidad de reducir el uso de este material y reciclarlo es todavía insuficiente, al igual que la gestión. Los porcentajes de residuos de envases reciclados por material en 2023 (último año con datos disponibles del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico) fueron: 79,18 % del papel, 69,81 % del vidrio y 46,15 % del plástico. El informe sobre envases de plástico de un solo uso refleja un porcentaje todavía peor: 41,3 %, lejos del objetivo establecido del 70 %.

A nivel mundial y centrándonos en los plásticos, aunque hay diferencias entre las zonas, el problema es general: se estima que solo aproximadamente el 9 % del plástico producido es reciclado

La contaminación por este material no tiene fronteras, y gran parte de los residuos termina en los océanos. Alrededor del 80 % de la basura marina está compuesta de plástico. Un reciente estudio estima que hay unas 3 200 kilotoneladas flotando, e indica que llegan al mar unas 500 kilotoneladas de plásticos por año; casi la mitad tiene su origen en la pesca.

Acumulación en el océano

Desde hace años oímos hablar de la “isla de plástico”, una expresión que no se corresponde con la realidad. La existencia de una isla de plástico sólida sería, de hecho, ideal, pues facilitaría su recogida. 

Aunque no hay tal isla, sí se localizan grandes acumulaciones de basura en los cinco grandes sistemas de corrientes marinas (o giros océanicos) subtropicales, que se encuentran en el norte y sur del Atlántico, el océano Índico y el norte y sur del Pacífico. Se trata, sobre todo, de elevadas concentraciones de microplásticos que flotan suspendidos desde la superficie al fondo marino. 

Tras analizar datos de diversos estudios, entre ellos la Expedición Malaspina 2010, el investigador Carlos Duarte y otros colegas estimaron que la cantidad de plástico que flota en la superficie del océano solo representa el 1 % de todo el que hay en los mares. Por tanto, parece producirse una pérdida de plástico que puede deberse a su fragmentación, la precipitación en el fondo y la ingesta por parte de los seres vivos, entre otras causas.

Los plásticos llegan a los océanos por distintas vías y a causa de diferentes actores. Por tanto, se pueden poner en marcha cambios para evitarlo.

Un reciente estudio señala que más del 80 % de los residuos en el Ártico son de plástico, y su origen es la pesca. En otra publicación se estimó una pérdida anual del 2 % de los equipos de pesca en el mundo. No se pretende demonizar esa actividad, pero sí señalar un sector que podría actuar mejor, existiendo ya alguna normativa e iniciativas al respecto.

Otro trabajo señala que los diez ríos con cuencas más pobladas(como el Yangtsé, el Indo y el Amarillo) transportan más del 90 % de los plásticos que llegan al mar. Si bien deducimos una pésima gestión de la basura en esas zonas, no toda es generada allí. En 2018, China prohibió la importación de residuos plásticos porque los países desarrollados se los enviaban incluso con compuestos tóxicos, pero esa exportación sigue existiendo hacia otros países, como Tailandia, Vietnam, Malasia, etc. 



Las cifras anteriores muestran que realmente el problema no lo generan solo habitantes de una parte del mundo, como a veces se interpretó malintencionadamente, sino que todos tenemos cierta implicación. Y, por tanto, todos tenemos la posibilidad de hacer algo al respecto.

Erre que erre con las tres erres

De las tres erres (reutilizar, reducir, reciclar) de la regla de la ecología, fallamos mucho a la hora de reducir. Si bien ha aumentado la concienciación de la población, necesitamos normas que obliguen a la reducción del consumo de plástico. Sirvan de ejemplo normativas europeas como aquellas que limitan los envases y residuos de envases.

Asimismo, el reciclado, escasísimo, debe fomentarse con normas, ayudas y tasas. Una medida eficaz recién implantada por 19 países europeos es el sistema de depósito, devolución y retorno de botellas de plástico y latas de bebida

El 14 de agosto de 2025 finalizó un encuentro organizado por la ONU para conseguir el primer tratado de la historia contra la contaminación de los plásticos, que fracasó. No se acordó reducir la producción, y se dejó al arbitrio de los países controlar los aditivos peligrosos y facilitar el reciclaje con el diseño. 

Para que las erres hagan efecto a nivel mundial, además, se precisa educar, legislar, invertir y ayudar a las regiones menos avanzadas en gestión de residuos, porque el beneficio de reducir la contaminación por plásticos repercutirá en todos.