19 de mayo de 2022

El urogallo, el sisón y la alondra ricotí, en peligro de extinción

 

Listado y Catálogo de especies amenazadas

Así lo indica el proyecto de orden elaborado por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco) cuyo plazo de participación pública expira este viernes, y que modificará el anexo del Real Decreto 139/2011 referido al Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial y al Catálogo Español de Especies Amenazadas.

En relación con el urogallo, se modifica el estatus previo de las dos poblaciones existentes en España, la cántabra y la pirenaica, que ahora pasarán a estar bajo la misma categoría de amenaza, ya que, de acuerdo con los datos del Libro rojo de las aves de España, apenas quedan unos 400 ejemplares, por lo que se encuentra «en riesgo máximo de desaparición».

En cuanto a la alondra ricotí, sus poblaciones están experimentando «severas tendencias regresivas» por los cambios en el uso del suelo y el abandono de áreas agrícolas marginales mientras que la vulnerabilidad del sisón también ha aumentado por las transformaciones de los ecosistemas agrarios europeos.

También cambiará la consideración de dos plantas, la esparraguera del Mar Menor (Aparagus macrorhizus) y la Androsela riojana (Androsace rioxana) que pasan igualmente a ser consideradas «en peligro de extinción», mientras que un reptil, el galápago europeo (Emys orbicularis), adquirirá la categoría de «vulnerable».

Catálogo de especies invasoras 

La misma orden aprovechará para cambiar otro anexo, el del Real Decreto 630/2013, con el fin de incluir en el Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras una planta, el mioporo (Myoporum laetum), y varios animales invertebrados: el picudo de las palmeras (Diocalandra frumenti), la hormiga roja de fuego (Solenopsis invicta), la hormiga faraón (Monomorium pharaonis) y la hormiga loca (Nylanderia jaegerskioeldi).

Esta modificación también señalará y añadirá como especies invasoras a varios vertebrados: el pez Paramisgurnus dabryanus y todas las mangostas y suricatos de la familia Herpestidae a excepción del meloncillo (Herpestes ichneumon).

La orden recuerda que tanto el Listado y el Catálogo de especies amenazadas como el Catálogo de especies invasoras son «herramientas dinámicas sujetas a actualización permanente» que depende de las propuestas recibidas por diversas instituciones.

Así, los cambios en la lista de especies amenazadas han sido a sugerencia de la Comunidad Autónoma de La Rioja, la Universidad Autónoma de Madrid, la Universidad de Valencia, la Fundación para la Conservación del Quebrantahuesos, la Asociación Herpetológica Española, la Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono de Cartagena y la Sociedad Española de Ornitología.

Para la ampliación de la lista de invasoras, las recomendaciones las han remitido las CCAA de Baleares, Canarias y Cataluña, además de la Asociación Ibérica de Mirmecología.

La tramitación de las distintas propuestas ha recibido la aprobación de la Comisión Estatal para el Patrimonio Natural y la Biodiversidad. EFEverde

Estudiar el potencial de los bosques tropicales para mitigar del cambio climático, un trabajo tan esencial como precario

 En ninguna parte la naturaleza está más llena de vida que en los bosques tropicales. Refugio de más de la mitad de todas las especies de plantas y animales del mundo, los bosques cercanos al ecuador han sustentado a recolectores y agricultores desde los primeros días de la humanidad. 

Hoy en día, sostienen gran parte de nuestra dieta globalizada y tienen un gran potencial para la medicina actual y futura. Los bosques tropicales que quedan almacenan miles de millones de toneladas de dióxido de carbono cada año, proporcionando la mejor solución natural para luchar contra el cambio climático. No existe un camino posible hacia las cero emisiones netas en el que se ignoren las tierras tropicales.

Para ayudar a limitar el calentamiento global a mucho menos de los 2 °C, los países piden desesperadamente datos sobre la cantidad de carbono que estos bosques pueden almacenar. La mejor manera de estudiarlos es a través de mediciones a largo plazo tomadas en parcelas cuidadosamente definidas en el terreno, árbol por árbol, año tras año. Estas parcelas nos dicen qué especies están presentes y necesitan ayuda, qué bosques almacenan la mayor cantidad de carbono y crecen más rápido y qué árboles destacan por resistir el calor y producir madera.

Lejos de los laboratorios y las capitales donde se estudian y legislan estos bosques, los investigadores afincados en los trópicos recogen los datos que constituyen la base de nuestro conocimiento sobre estos ecosistemas vitales. Podría pensarse que hacer que todos los datos recopilados sean de libre acceso es igualitario. Pero para las personas que registran las especies y el carbono de los bosques tropicales, ofrecer los frutos de su duro trabajo sin una inversión justa no reduciría las desigualdades, las aumentaría


 

Esto se debe a que quienes recopilan los datos en los bosques tropicales están en desventaja en comparación con los investigadores y los encargados de formular políticas que utilizan estos datos. Aquellos que trabajan sobre el terreno a menudo arriesgan sus vidas al hacer las mediciones que logran expandir el conocimiento mundial de uno de nuestros mejores baluartes contra el cambio climático y el mayor depósito de biodiversidad mundial. Por su trabajo, reciben poca protección y escasa compensación.

Valorar a estos trabajadores es fundamental para aprovechar al máximo lo que la naturaleza puede ofrecer para hacer frente a la pérdida de biodiversidad y la crisis climática. Por ejemplo, los bosques tropicales tienen una capacidad sin igual para absorber carbono de la atmósfera. Pero sin el trabajo de la gente que los estudia, la gran contribución de los bosques tropicales para frenar el cambio climático se pasará por alto, se subestimará y se pagará de manera inadecuada.

Hoy en día, 25 investigadores destacados en la ciencia de los bosques tropicales de África, Asia, Europa, América del Norte y del Sur exigen el fin de la explotación que socava la sostenibilidad de los bosques.

Precario, peligroso y sin fondos suficientes

Medir la biodiversidad y el carbono de una sola hectárea de bosque amazónico –lo que mide un campo de fútbol– requiere medir e identificar hasta diez veces el número de especies de árboles presentes en los 24 millones de hectáreas del Reino Unido. La habilidad, los riesgos y los costos involucrados en la recopilación de esta información son ignorados por aquellos que la esperan de forma gratuita.

Dos mapas del mundo coloreados por separado para indicar el PIB nacional y el área de bosque tropical.



























Cómo (a) el PIB per cápita nacional promedio de 2008–2018 se compara con (b) el área de bosque tropical. Lima et al. (2022)Author provided

Aquellos que trabajan sobre el terreno arriesgan sus vidas para medir e identificar árboles tropicales lejanos. Muchos se enfrentan a la amenaza de secuestro y asesinato, sin mencionar los peligros naturales, como las mordeduras de serpientes, ataques de elefantes, inundaciones e incendios. Sin olvidar la posibilidad de sufrir enfermedades infecciosas como la malaria y la fiebre tifoidea, así como el transporte en condiciones precarias y el riesgo de violencia de género. 

Además, estos profesionales pueden quedarse sin trabajo tan pronto como se recopilen los datos. ¿Cuántos de los que utilizan sus resultados para calibrar instrumentos satelitales o escribir informes de alto nivel, como el reciente informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, se enfrentan a condiciones similares?

Medir cuánto carbono secuestran los bosques tropicales vírgenes cuesta alrededor de 7 millones de dólares al año. Esta cifra supera las pequeñas donaciones proporcionadas por un puñado de organizaciones benéficas y consejos de investigación. Puesto que la inversión en investigación de campo es tan limitada, las naciones tropicales no saben cómo está afectando el cambio climático a sus propios bosques. No les es posible decir qué bosques están frenando el cambio climático y carecen del poder de negociación para recaudar la financiación necesaria para protegerlos.

Mientras tanto, los Estados Unidos gastan más de 90 millones de dólares al año en su inventario forestal nacional. Los países ricos tienen una buena comprensión de los balances de carbono de sus bosques y no tienen problema en demostrar al mundo la contribución que hacen sus bosques para frenar el cambio climático.

Un trato justo para los que trabajan sobre el terreno

Un nuevo enfoque debería poner las necesidades de aquellos que recolectan los datos in situ en primer lugar y exigir que aquellos que se benefician de sus esfuerzos aporten fondos y otro tipo de apoyo. La colaboración equitativa debería ser el objetivo de los financiadores, productores y usuarios de la ciencia forestal tropical.

Estudiantes se reúnen con una cinta métrica alrededor del tronco de un árbol.




















El botánico Moses Sainge instruye a estudiantes universitarios en la recolección de datos, Sierra Leona. Moses N. SaingeAuthor provided

Para que esto suceda, la financiación de la investigación debe cubrir no solo los costos de adquisición de datos, sino también los de formación continua de los trabajadores forestales en el campo, y a la vez ofrecer un trabajo estable y seguro para estos. Después del trabajo de campo, debe haber financiación para las labores de seleccionar, gestionar y compartir la información. Y no hay que olvidar la importancia de la participación de las comunidades locales: a menudo son propietarias de los bosques y necesitan oportunidades económicas.

Los autores y las revistas que publican estudios científicos sobre los bosques tropicales podrían ayudar incluyendo siempre a las personas que recopilan los datos como coautores en los estudios científicos, así como publicar en sus correspondientes idiomas, en lugar de asumir que el inglés es suficiente.

Eventualmente todos podríamos beneficiarnos del intercambio abierto de datos. Al fin y al cabo, el árbol del conocimiento da muchos frutos. Pero a menos que cuidemos de sus raíces, tendremos pocos frutos que recoger.

Cómo restaurar el ciclo natural del agua en las ciudades del siglo XXI

 La gestión tradicional del agua en las ciudades consiste en tratar el agua de lluvia como si fuese residual. Por lo tanto, generalmente no se aprovecha. Sin embargo, las ciudades actuales y las del futuro se enfrentan a retos importantes que ponen en entredicho este sistema de gestión en el que el agua es un residuo y no un bien preciado. 

Los retos del siglo XXI

El primer problema al que nos enfrentamos es la creciente migración de la población desde las áreas rurales hacia la ciudad. 

Según el departamento de de Economía y Asuntos Sociales de Naciones Unidas, en la actualidad en las ciudades reside un 55 % de la población del planeta y se cree que en 2050 este porcentaje se incrementará hasta el 68 %

Estos porcentajes aumentan hasta el 75 % y el 80 %, respectivamente, cuando hablamos de Europa.

El crecimiento de las ciudades trae consigo la transformación de grandes áreas de suelo permeable en impermeable. Esta reducción en la permeabilidad del suelo se traduce en un aumento de la escorrentía durante los eventos de lluvia y en un mayor riesgo de inundaciones durante los episodios torrenciales. 

Por otro lado, el cambio climático está aumentando la frecuencia y la intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos como las lluvias torrenciales o las sequías prolongadas. 

El primer factor produce un aumento de la escorrentía. El segundo, una mayor acumulación de contaminantes durante los periodos secos, los cuales son arrastrados hasta las estaciones de depuración de aguas residuales e incrementan los costes del proceso. 

Finalmente, hay que considerar que la ausencia de agua en los entornos urbanos produce lo que se denomina isla de calor. De hecho, se sabe que la temperatura media anual del aire de una ciudad de 1 millón de habitantes puede ser entre 1 y 3 ⁰C más cálida que la de su entorno. 

Esta diferencia puede llegar a ser de hasta 12 ⁰C por la noche. 

El cambio de paradigma

Estos problemas han forzado un cambio de paradigma en la gestión del agua en las ciudades. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible propuestos por la ONU en 2015 proponen modelos de ciudades sostenibles y resilientes que sean capaces de, en la medida de lo posible, restaurar el ciclo natural del agua en los entornos urbanos.

Los Sistemas Urbanos de Drenaje Sostenible (SUDS) son las nuevas infraestructuras que nos permiten abordar estos problemas. Permiten que la respuesta hidrológica de un zona urbanizada sea lo más parecida posible a la que tenía en su estado natural. 

El Ministerio español para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico define estos sistemas como “elementos superficiales, permeables, preferiblemente vegetados, integrantes de la estructura urbana-hidrológica-paisajística y previos al sistema de saneamiento”.

Estas infraestructuras están destinadas a infiltrar el agua de lluvia en el terreno, a la vez que la retienen y la transportan, de modo que disminuyan el volumen de escorrentía superficial y restauren la calidad del agua mediante la retención de cierta cantidad de contaminantes. 

En el caso de aquellos que almacenan agua en superficie, pueden también refrescar el ambiente y generar nuevos espacios verdes para el disfrute de la ciudadanía.

Sistemas Urbanos de Drenaje Sostenible (SUDS). Kevin Robert Perry

















Tipos de sistemas urbanos de drenaje sostenible

Existe una gran variedad de estos sistemas, por lo que la elección del más adecuado se debe estudiar cuidadosamente teniendo en cuenta las particularidades de cada zona. 

Para controlar el agua en origen pueden emplearse las cubiertas vegetales o algún tipo de pavimento permeable. 

Para la ralentización y la conducción del agua suelen emplearse los drenes filtrantes, en sus muchas variantes, o las cunetas verdes. 

Para el almacenamiento del agua se prefieren las balsas de detención o los humedales artificiales. 

Para infiltrar el agua en el terreno se utilizan las células de biorretención o los pozos de infiltración. Estos sistemas están sujetos a mejoras técnicas continuas para aumentar su eficacia de forma más económica. 

Las celdillas de poliprolpileno reciclado que se utilizan como pavimento permeable son un claro ejemplo de ello. Estas estructuras están formadas por un conjunto de cubos huecos semejantes a un panal de abejas que actúan de filtro para la lluvia mediante la interacción entre el agua, suelo, vegetación, aire y microorganismos que simulan un suelo de un ecosistema natural. 

Celdillas de Polipropileno para pavimento permeable en Toledo y Calatrava.













Hacia un nuevo tipo de ciudad

Debemos saber que es posible transformar nuestras ciudades en espacios saludables, sostenibles y resilientes. La capacidad de las ciudades para adaptarse, resistir, asimilar y recuperarse de los efectos de las inundaciones, de la contaminación y del aumento de las temperaturas en un contexto de cambio global es vital para nuestra propia supervivencia.

Los ciudadanos debemos exigir que nuestros representantes y gestores caminen en esta dirección. Este camino incluye la adaptación de las instalaciones ya existentes, la implantación de sistemas urbanos de drenaje sostenible en los nuevos proyectos de urbanismo y el apoyo a la investigación en infraestructuras verdes. 

Muchas ciudades, tanto españolas como europeas ya han emprendido con éxito ese camino.


Los alumnos de Mecánica de fluidos y Máquinas Hidráulicas de Ingeniería de Diseño Mecánico Mario Serrano Sandúa y Diego Ilarri Pérez han colaborado en la elaboración de este artículo.