Último rinoceronte blanco del norte macho que quedaba en Kenia y que fue sacrificado tras agravarse su estado de salud.Dai Kurokawa / EFE
El rinoceronte blanco fue reintroducido en el Parque Nacional de Gonarezhou, ubicado al suroeste de Zimbabue, tras estar extinto durante casi un siglo en ese país y de que su último avistamiento en la zona haya sido confirmado en 1992. Según informaron este lunes medios locales, por medio de un comunicado de la asociación Gonarezhou Conservation Trust, el objetivo de la reintroducción fue "restaurar un elemento de la biodiversidad perdido hace mucho tiempo en el ecosistema, estableciendo al mismo tiempo una nueva metapoblación viable de rinoceronte blanco y creando un futuro para (ellos)".
La planificación comenzó en 2023, y se aprovechó la infraestructura desarrollada para la reintroducción del rinoceronte negro en 2021, bajo estudios de viabilidad para evaluar la idoneidad del hábitat de Gonarezhou, y concluyó con éxito entre abril y mayo de este año. De acuerdo con la asociación, los ejemplares utilizados se eligieron basándose en su composición social, edad y sexo, además de criterios como localización, posibilidad de inmovilización segura y transporte.
Los animales fueron inicialmente liberados en corrales de aclimatación y luego trasladados de forma definitiva al parque nacional, donde actualmente se los monitorea de forma intensiva. "Garantizar su protección y supervivencia a largo plazo seguirá siendo un objetivo clave mediante un monitoreo intensivo y continuo, la seguridad y la colaboración con los socios y el público", remarcaron en el comunicado.
Las reintroducciones comenzaron en la segunda mitad del siglo XX desde KwaZulu-Natal, Sudáfrica y a diferencia del rinoceronte negro, hasta la fecha no se ha registrado ningún intento de restablecer la especie de forma estable en Gonarezhou. Los registros aislados de los rinocerontes blancos datan hasta 1992, pero la última población viable en Gonarezhou es de principios del siglo XX, antes de que la especie se extinguiera por completo en Zimbabue.
La organización para la conservación de especies fue fundada por la Autoridad de Gestión de Parques y Vida Silvestre de Zimbabue y la Sociedad Zoológica de Frankfurt, y facilitada por el Gobierno de Zimbabue, a través de la Autoridad de Gestión de Parques y Vida Silvestre de Zimbabue, el Malilangwe Trust, entre otros donantes. Estas entidades brindaron apoyo logístico, técnico y científico, como expertos independientes, veterinarios, cuidadores de animales y pilotos, agregaron en el comunicado.
La Unión Europease propone "devolver el20% de los ecosistemas marinos de nuevo a la vida" para 2030, ha explicado este lunes la presidenta de la Comisión Europea,Ursula Von der Leyen, durante su presentación delPacto Europeo por los Océanos, que reúnetodas las políticas oceánicas de la UEbajo un mismo marco común, en elprimer día de la Cumbre de la ONU por los Océanos.
Tras un periodo de consultas, la Comisión Europea ha adoptado una estrategia global para proteger el océano, promover una economía azul sostenible y apoyar a las comunidades costeras. El pacto prioriza la restauración de hábitats marinos, aumentar y reforzar las áreas protegidas y la revisión de normas clave como la Estrategia Marina y la Ordenación del Espacio Marítimo. También busca impulsar la competitividad con nuevas estrategias industriales y portuarias, y plantea revisar la Política Pesquera Común en 2026 con una visión a largo plazo. Además, se proponeatraer a jóvenes hacia profesiones marinas sostenibles.
Asimismo, Von der Leyen ha avanzado que la UE invertirá 1.000 millones de euros en 50 proyectos en todo el mundo para apoyar la conservación de los océanos, la ciencia y la pesca sostenible. Entre otras cosas, la UE ayudará a promover la pesca sostenible en Tanzania, a regenerar los manglares y sus cadenas de suministro naturales en Guyana y a proteger los corales y las praderas marinas que sustentan el 20% de las poblaciones de peces mundiales. Asimismo, dedicará un tercio de esos 1.000 millones de euros a proyectos científicos y de investigación.
“Nuestros pescadores trabajan sin descanso para alimentarnos, día y noche, en todas las condiciones. Sin embargo, el clima extremo y la competencia desleal están llevando a demasiados de ellos a abandonar su actividad”, ha declarado, para anunciar medidas para apoyar a la pesca a pequeña escala. El pacto prevé combatir la pesca ilegal con un nuevo sistema digital obligatorio a partir de 2026 que controlará y verificará las capturas, y que hará más difícil falsificar datos.
El apoyo a comunidades costeras con estrategias específicas y crear reservas europeas de carbono azul son otros aspectos del pacto.
El pacto prevé combatir la pesca ilegal con un nuevo sistema digital obligatorio a partir de 2026 que controlará y verificará las capturas
No menos importante, esta iniciativa busca además reforzar la seguridad y la defensa marítima mediante una mayor cooperación entre las fuerzas navales de los países que integran la UE y entre guardacostas. Ello incluye establecer una inversión en una flota europea de drones para vigilancia marítima con IA.
Von der Leyen también ha defendido avanzar en el Tratado de Plásticosy la creación de grandes áreas marinas protegidas, y ha anunciado que la CE destinará 40 millones de euros para facilitar el control de la protección en aguas internacionales.
La UE prevé una inversión en una flota europea de drones para vigilancia marítima con IA
La Comisión Europea se propone aprobar una ley del océano, la Ocean Act, que servirá a partir de 2027 como marco único para aplicar los objetivos del Pacto y simplificar su ejecución. Para ello se creará una Junta de Alto Nivel para los Océanos, formada por representantes de distintos sectores marítimos, y un panel público de seguimiento que permitirá consultar en tiempo real los avances del Pacto.
El gemelo del océano
Impulsar la innovación y la observación del océano forma parte de la estrategia de la CE, que ha lanzado este lunes un gemelo digital del océano en Europa, una plataforma que mediante inteligencia artificial evalúa el impacto de las actividades que se llevan a cabo en el océano, así como de las políticas actuales y las posibles decisiones del futuro.
La comisión lo considera esencial para disponer de datos fiables para orientar la toma de decisiones y fomentar la cooperación internacional, ya que es de acceso público. Entre otras, la herramienta ofrece aplicaciones concretas como la deriva de la contaminación por plásticos y las proyecciones de riesgos en las costas. Desarrollada junto con el Instituto Marino de Flandes (VLIZ), la plataforma integra datos del servicio Copernicus, EMODnet y otras fuentes.
Francia emprenderá este mes de junio una misión para cartografiar y estudiar el estado de los más de 200.000 bidones con material radiactivo que varios países europeos hundieron en el fondo del mar. El objetivo: evaluar su impacto ambiental y estudiar si es viable recuperarlos.
Una práctica hoy impensable. Durante más de cuatro décadas, entre 1946 y 1990, la norma para varios países europeos era verter los residuos radiactivos de muy baja actividad en las profundidades oceánicas.
Más de 200.000 barriles cargados con guantes, materiales de laboratorio y muestras nucleares fueron hundidos en las llanuras abisales del Atlántico Nordeste, a más de 4.000 metros bajo la superficie del océano, una costumbre prohibida internacionalmente por la Convención de Londres de 1993.
Más vale tarde que nunca. Aunque buena parte de la radiactividad ha desaparecido gracias a la corta vida media de los isótopos cesio-134 o hierro-55, hasta ahora no ha habido un esfuerzo de nivel estatal para recuperarlos.
El Centro Nacional para la Investigación Científica de Francia (CNRS) se lanzará a alta mar a mediados de junio con la misión NODSSUM, que no tiene como objetivo inmediato la recuperación de los 200.000 barriles (una tarea de proporciones titánicas), sino un análisis exhaustivo de los contenedores, el comportamiento de los radionucleidos en el océano profundo y su interacción con los ecosistemas marinos para tomar una decisión sobre cuáles recuperar y cómo recuperarlos.
Un submarino robot y redes de pesca. El proyecto NODSSUM se desarrollará en dos grandes campañas. La primera fase será una misión de reconocimiento que zarpará el próximo 15 de junio y se extenderá hasta el 11 de julio. El protagonista será el robot autónomo submarino UlyX de la Flota Oceanográfica Francesa, capaz de descender hasta 6.000 metros.
En sus primeras inmersiones científicas, UlyX navegará a unos 70 metros sobre el lecho marino para cartografiar con un sónar de alta resolución la principal zona de vertido e identificar la ubicación de los barriles. Después, se aproximará hasta 10 metros para fotografiarlos. Esta fase también incluye la toma inicial de muestras de agua, sedimentos y fauna, pero sin acercarse directamente a los bidones. Los científicos usarán nasas para capturar peces y crustáceos con los que determinar el efecto de los residuos en la vida marina.
No se moverán los barriles hasta 2026. Aprovechando los datos recopilados en la primera fase, la segunda misión empleará un robot con brazos operado remotamente, Victor o Nautile, para observar directamente los barriles y tomar muestras a su alrededor para un análisis más detallado.
Estos datos serán los que se usen para determinar si son necesarias, y factibles, las operaciones de recuperación selectiva en el futuro. La seguridad será el eje de todo el proyecto, que incluye un robusto protocolo de radioprotección supervisado por el organismo de seguridad nuclear de Francia.
Además de enmendar los errores del pasado, la misión será una oportunidad única para medir las consecuencias a largo plazo de almacenar en el fondo del océano Atlántico cientos de miles de desechos radiactivos.
Algunos mensajes usan argumentos desinformadores sobre el dióxido de carbono para negar la crisis climática o restarle gravedad, diciendo que “únicamente” es el 0,04% de la atmósfera o que “es comida para plantas”
El dióxido de carbono es un gas clave en el efecto invernadero, un fenómeno necesario para la vida en la Tierra y el equilibrio térmico del planeta
Pero el aumento de su concentración en la atmósfera por la quema de combustibles fósiles aumenta este efecto invernadero provocando un cambio climático peligroso para la vida humana
Recientemente, están adquiriendo fuerza diferentes mensajes, argumentos o narrativas que utilizan datos sobre el dióxido de carbono (CO2), bien para negar la existencia de la crisis climática, bien para restarle importancia o evitar la aplicación de medidas que contribuyan a mitigarla.
Pero estos mensajes son desinformadores. El CO2 es un gas clave en el efecto invernadero, un proceso por el cual la Tierra guarda el calor que recibe del Sol, permitiendo la existencia de vida y el equilibrio térmico del planeta. Pero el aumento de su concentración en la atmósfera por la quema de combustibles fósiles y otras actividades humanas provoca un calentamiento global que está alterando los patrones climáticos mundiale
La narrativa de que el CO₂ ocupa únicamente el 0,04% de la atmósfera: equivale a más de 400 partes por millón, un gran aumento respecto a 1850 (cuando eran 284,7 ppm)
La concentración media de CO2 en la atmósfera fue de 418,53 partes por millón en 2022, lo que expresado en porcentaje sería el 0,041853%(0,04%). Pero centrarse sólo en el porcentaje es desinformador. Como explica a Maldita.es Andrés González, doctor en Química Orgánica y maldito que nos ha prestado sus superpoderes, “0,04% puede parecer un valor insignificante, prácticamente cero, que puede llevar a pensar al lector que los efectos derivados sean también despreciables”.
Lo importante para el clima no es cuánto porcentaje representa este gas dentro la atmósfera, sino cuánto ha aumentado su concentración en las últimas décadas. Porque aunque el CO2 pueda parecer una porción tan “pequeña” de la atmósfera, tiene efectos en el clima: retiene calor. González explica que expresar la concentración de CO2 en porcentaje o en partículas por millón es igualmente válido técnicamente, pero incide en quelo importante es “el aumento de su concentración en la atmósfera y cómo se vincula con la actividad humana”.
Por eso, al hablar de gases que representan una concentración muy pequeña (como el CO2) suelen emplearse las partes por millón (ppm) en lugar de los porcentajes. Rocío Alonso, ecotoxicóloga de la contaminación atmosférica en elCIEMAT y maldita que nos presta sus superpoderes, coincide en que usar porcentaje y ppm “es igualmente correcto” pero que depende en qué se quiera poner énfasis, “se puede usar una unidad u otra”. Por ejemplo, Alonso explica que con las ppm “es más fácil de entender” cuál es la tendencia en el cambio de concentraciones: “De 300 a 417 ppm que de 0,0300 a 0,0417%”.
La narrativa de que el CO₂ es necesario: es esencial para procesos naturales, pero su acumulación excesiva es un problema
El dióxido de carbono es un gas que participa en muchos procesos naturales, como la fotosíntesis de las plantas, la respiración celular o el efecto invernadero: el fenómeno que permite la vida en la Tierra al atrapar el calor que esta recibe del Sol. En este sentido, es indudable que el CO2 es un gas “necesario”. Pero esto no es incompatible con el hecho de que la acumulación excesiva de CO2y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera incrementa esa captura de calor alterando el sistema climático.
Llamar al CO2 gas “tóxico” o “contaminante” es una discusión semántica, no científica ni climática. Como decía a Maldita.es Fernando Follos, consultor ambiental, “el problema es que se está emitiendo un compuesto a la atmósfera —contaminante o no— que está generando una descompensación sin precedentes en su composición, y que nos está llevando a un calentamiento global que está generando un cambio en el clima”.
La narrativa de que el CO₂ es positivo al ser "comida para las plantas": aunque sea necesario para las plantas, su exceso y el cambio climático que produce también tienen efectos perjudiciales para ellas
Efectivamente, las plantas obtienen su alimento a través de la fotosíntesis, un proceso que transforma agua, luz solar, nutrientes y CO2 en materia orgánica (el tallo y las hojas de la planta) y oxígeno. Algunas narrativas recuerdan este dato para argumentar que el aumento de CO2 en la atmósfera no es preocupante, pues las plantas simplemente crecerán más. Esto no ocurre así.
Esta narrativa se concreta por ejemplo en el argumento que destaca que los invernaderos compran generadores de CO2 para duplicar el crecimiento de los cultivos. Para empezar, hay que tener en cuenta que, en los invernaderos el resto de condiciones de la fotosíntesis (agua, nutrientes, radiación, CO2, temperatura, etc.) están controladas y garantizadas, algo que no sucede al aire libre, como explicaba la ingeniera agrícola Isabel Hernández García a Maldita.es.
Pero sobre todo, hay que contar con los efectos que tiene el aumento del CO2 en el clima y, después, los efectos indirectos del clima en las plantas. Más CO2 en la atmósfera impulsa el calentamiento global: eleva la temperatura media del planeta, aumenta la frecuencia e intensidad defenómenos meteorológicos extremos como olas de calor, sequías o incendios forestales y acelera procesos de degradación del suelo como la desertificación. Estos efectos perjudican a las plantas: estrés hídrico, menor rendimiento de los cultivos, pérdida de cosechas, entre otros. Por tanto, un aumento excesivo de CO2 en el aire, como el que se ha producido desde 1850 no tiene en su conjunto beneficios para las plantas.
La narrativa de que no hay relación entre más CO₂ y subida de temperaturas: debido al efecto invernadero, si hay más dióxido de carbono aumenta la temperatura
El efecto invernadero, como hemos explicado anteriormente, permite que la Tierra guarde calor que recibe del sol y tenga un equilibrio térmico. Este efecto se sustenta en diferentes gases de efecto invernadero (como el CO2, pero también el metano o el óxido nitroso, entre otros) que son capaces de retener este calor. Si aumenta la cantidad de estos gases, el efecto invernadero se intensifica y la temperatura media del planeta, también.
Además, existe una estrecha correlación entre la concentración de CO2 en la atmósfera y la temperatura del planeta. La evidencia científica indica que en los últimos 800.000 años, los momentos más cálidos y más fríos del planeta han coincidido con épocas en que las concentraciones de CO2eran mayores y menores, respectivamente.
Línea roja: reconstrucción de la temperatura del aire en el Domo Fuji (Antártida) utilizando modelos de isótopos de Uemura et al. (2018). Línea azul: reconstrucción del CO2 atmosférico a partir del núcleo de hielo compuesto antártico de Bereiter et al. (2014). Período temporal: entre 800.000 a. C. y 1980. Obtenido de Carbon Brief.
Esta correlación no se nota tanto en periodos de tiempo relativamente cortos (años), pero sí es muy evidente a escalas temporales mayores (décadas). En los gráficos de abajo se puede observar la relación entre concentración de CO2 y anomalías de temperatura global, medido en una escala ‘corta’ (seis años) y ‘larga’ (44 años).
Escala temporal corta (arriba) y larga (abajo) de la correlación entre CO2 atmosférico (NOAA) y anomalía de temperatura global (GISS). Fuente de los gráficos: Skeptical Science.
La narrativa de que el CO₂ en la atmósfera ha ido disminuyendo progresivamente: es falso, la concentración actual de dióxido de carbono es la más alta de los últimos dos millones de años
La cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera ha aumentadoexponencialmente desde el siglo XVIII, inicio de la revolución industrial. Esto lo sabemos al comparar mediciones directas de CO2 en observatoriosen las últimas décadas con trabajos de paleoclimatología que estudian la concentración de este gas hace miles de años. Estos últimos analizan, por ejemplo, burbujas de CO2 atrapadas en capas de hielo y glaciares.
La media de CO2 en 2022fue de 418,53 partes por millón (ppm) según el Observatorio Mauna Loa, en Hawái (Estados Unidos), que es el centro que lleva más tiempo midiendo este gas de manera ininterrumpida, desde 1958. La de 2020, 414,21 ppm; la de 2002, 373,5 ppm. Los valores medios de cada año se pueden consultar en la base de datos de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA). Si nos vamos más atrás, los análisis de paleoclimatología observan que los niveles de CO2 en la atmósfera nunca han sido tan altos desde, al menos, los últimos 800.000 años. Incluso, según el informe de síntesis del IPCC de 2023, son las más altas en al menos los últimos dos millones de años.
CO2 atmosférico medido en el Observatorio Mauna Loa, donde se aprecia el aumento de la concentración de este gas desde el inicio de las mediciones (1958).Cantidad de CO2 atmosférico en los últimos 800.000 años. La línea naranja son reconstrucciones de niveles de dióxido de carbono de estudios de paleoclimatología. La línea roja representa las observaciones directas.
La narrativa de que en el pasado el nivel de CO₂ fue mayor que el actual: sí, y en al menos un caso coincidió con una extinción masiva de especies
Similar a la narrativa “el clima siempre ha cambiado”, la desinformación intenta buscar argumentos en el pasado para determinar si la atmósfera ha tenido concentraciones de CO2 tan elevadas como en la actualidad. Primero, hay que aclarar que las concentraciones de CO2 actuales han sido superiores a las de cualquier momento en nuestro planeta de los últimos dos millones de años, según el informe de síntesis del IPCC de 2023.
Sin embargo, si nos vamos más atrás, sí ha habido otros momentos en los que la atmósfera de nuestro planeta tenía más CO2 que ahora. En esta página de Skeptical Science, un portal dedicado a “ser escéptico sobre el escepticismo del calentamiento global”, recogen evidencias de épocas en las que la concentración de CO2 era mucho mayor que en la actualidad y desgranan cómo era el clima de la época.
Una que destacamos es la del Eoceno, hace 56 millones de años, cuando la concentración de dióxido de carbono alcanzaba los 1.500 ppm y las temperaturas eran 10 ºC más altas de media que las registradas en el siglo XX. También recoge evidencias de grandes emisiones ocurridas en ‘poco’ tiempo, como la del Pérmico-Triásico (hace 250 millones de años) cuando el CO2 saltó de los 420 ppm a los 2.500 ppm en unos 75.000 años, que coincidió con una extinción masiva de especies.
La narrativa de que la humanidad es responsable únicamente de un pequeño porcentaje ("3,6%") del CO₂ que se emite: actualmente hay 150% más dióxido de carbono en la atmósfera que antes de la revolución industrial
“El 3,6% del CO2 en la atmósfera es de origen humano”. Este porcentaje circula desde 2018 y está basado en una infografía supuestamente incluida en el informe del IPCC de 2007. Esta infografía describiría el ciclo global del carbono (intercambio constante de este elemento químico entre la atmósfera, la fauna, la flora, el agua y otros elementos) atribuyendo únicamente a los humanos un 3,6% de las emisiones anuales a través de la quema de combustibles fósiles y los cambios de uso del suelo.
Por un lado, esa narrativa no tiene en cuenta que los emisores naturales de CO2, como bosques y océanos, no sólo emiten sino que también absorben carbono, algo que las actividades humanas no pueden hacer al mismo nivel. Por otro, ignora que las actividades humanas han aumentado el CO2atmosférico en un 50% en menos de 200 años y que la cantidad de CO2actual es el 150% (1,5 veces más) de la que había en 1750, antes de la revolución industrial, según la NASA.
La narrativa de que los volcanes emiten más CO₂ que los humanos: cada año la actividad humana genera 60 veces más emisiones que los volcanes
Para relativizar y quitar importancia al impacto de la actividad humana sobre el cambio climático se usa la narrativa de que en realidad los volcanes emiten más dióxido de carbono que los humanos. Sin embargo, según la NOAA, la actividad humana genera 60 veces o más la cantidad de dióxido de carbono que liberan los volcanes del planeta cada año. Es posible que grandes erupciones, como la del Krakatoa en 1883 o Pinatubo en 1991, provoquen emisiones de CO2 similares a las humanas. Pero estas erupciones “duran apenas unas horas, frente a las emisiones humanas de CO2, que se mantienen constantes día tras otro”, explicó a Maldita.es Jorge Olcina, presidente de la Asociación Española de Geografía.
La narrativa de la responsabilidad de las emisiones de CO₂ de China e India: si contamos las emisiones acumuladas desde 1750, las de estos países suponen el 17% frente al 56% de EEUU y Europa
China, Estados Unidos e India son los tres países que más CO2 emiten en números absolutos: 11,5; 5 y 2,7 mil millones de toneladas en 2021, respectivamente. Representan el 31%, 13,8% y 7,5% de las emisiones de CO2 de todos los países del planeta, según Global Carbon Budget.
Una narrativa desinformadora apunta únicamente al primer y tercer país que más CO2 emiten, pero no tiene en cuenta otras cosas. En primer lugar, Estados Unidos y Europa suman el 55,87% de las emisiones acumuladas de CO2, esto es, contando no sólo lo emitido un año, sino el total acumulado entre 1750 y 2020, que es lo que empuja el aumento del efecto invernadero. India y China, por su parte, llegan al 17% de emisiones acumuladas desde el inicio de la era industrial. En segundo lugar, la narrativa obvia las emisiones de CO2 per cápita, en las que Estados Unidos (14,9 toneladas por habitante) y Canadá (14,3) casi doblan a China (8).
En este artículo han colaborado con sus superpoderes los malditos Andrés González, doctor en Química Orgánica, y Rocío Alonso, ecotoxicóloga de la contaminación atmosférica.