"Pero el hombre blanco jamás adivinaba lo que el piel roja sentía,
veía y oía. El hombre blanco había traído la muerte y la desolación a este
lugar. Los blancos talaban árboles antiguos y sabios, que podían contar muchas
cosas. Derribaban jóvenes retoños con muchas vidas por delante. Y los blancos
jamás preguntaban: «¿Te gustaría ser un albergue para mí y mi tribu?» Hachar,
cortar, talar y quemar. Así se comportaba el hombre blanco. Tomaban del bosque,
tomaban de la tierra, tomaban del río, pero no devolvían nada. Los blancos
mataban animales que no necesitaban, animales que no habían hecho ningún daño;
pero si algún oso se despertaba con frío durante el invierno y se llevaba
siquiera un lechón, los blancos lo perseguían y lo mataban en venganza. Jamás
sentían el equilibrio de la tierra.
¡Cómo no iba la tierra a odiar al hombre blanco! Con razón todas
las cosas naturales de la tierra se rebelaban a su paso: bajo sus pies,
crujían; se inclinaban del modo incorrecto; le gritaban al indio «por aquí
anduvo el enemigo; por aquí pasó el intruso, por estos arbustos, por esta
colina». Los hombres blancos decían en broma que un indio era capaz de rastrear
a un hombre a través de las aguas, y reían como si no pudiera ser cierto. Pero
lo era, pues cuando un blanco cruzaba un lago o un río, a su paso dejaba sobre
las aguas una estela de burbujas, espuma y oleaje".
Nacho Padró
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