Aunque tendamos a confundir este término con los amantes de la ecología, los que van en bicicleta o los veganos, un ecociudadano es un ciudadano sumergido hasta el cuello en un ecosistema que determina su modo de vida.
No es cuestión de modas. Un ecociudadano está decidido a adoptar un estilo de vida sostenible y cambiar así su entorno cercano, el medio ambiente y el Planeta.
Este cambio tan profundo y retador depende, en gran medida, de sus conocimientos, de su buena voluntad y del sistema socioecológico en el que está inmerso.
Este último punto es crucial y viene descrito por 6 sistemas socioecológicos distintos, determinados por 5 umbrales o crisis, siempre desde el punto de vista del ecociudadano y de su posibilidad de practicar estilos de vida sostenibles.
Para ilustrar estos 6 sistemas nos vamos a basar en estudios realizados en España. Vamos a ello:
1. El punto de partida
Un examen a fotos tomadas en España en la década de los 50 del pasado siglo no muestra apenas ningún objeto que no existiera ya en tiempos de los romanos.
Al mismo tiempo, en Madrid, los coches eran una presencia habitual en las calles, miles de casas tenían teléfono y el aeropuerto mostraba gran actividad.
Pero Madrid y las ciudades grandes eran islas de intensificación en un gran mar alimentado por el calor del Sol y de algunos sacos de carbón. Con un autoabastecimiento de alimentos de un 90% y un consumo muy bajo de energía fósil.
Y la aspiración general, vivir en una casa con luz eléctrica y retrete, comer un buen filete y, en algún momento lejano, comprarse un coche.
2. La gran transformación (1962 – 1978)
Se puede definir esta estapa usando como indicador el consumo de petróleo, que pasó de 6 a 50 millones de toneladas entre 1960 y 1980, con lo que creció casi un orden de magnitud.
Se trató de un socioecosistema muy autoritario y férreamente centralizado, basado en la multiplicación de insumos y de bienes de consumo y completamente basado en la cantidad (de carne, leche, automóviles, energía eléctrica …), con ninguna atención a la calidad.
Las
externalidades (acumulación de residuos, contaminación) sencillamente se ignoraron. Los circuitos tradicionales de economía circular fueron destruidos, así como fueron seriamente dañados muchos sistemas de uso comunitario
(como el transporte público).
La huella ecológica se duplicó, pasando de un planeta a dos
La población pasó a
demandar el doble de los recursos que los
servicios ecosistémicos del país podían proporcionar.
3. Intensificación dirigida y con atención a la eficiencia (1979 – 1994)
La denominada Transición española mostró que la simple multiplicación de insumos y bienes era insostenible.
Se alcanzaron varios picos completamente inasumibles de concentración de contaminantes (SO2, residuos municipales sin tratar, aguas contaminadas) y se puso en marcha una batería de soluciones de urgencia(desulfurización de combustibles, plantas de tratamiento de residuos sólidos urbanos, depuradoras de aguas residuales …).
El discurso ambientalista internacional ya había cobrado carta de naturaleza: hitos importantes fueron la reunión de Estocolmo y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente de 1972, el primer informe ambiental oficial en España publicado en 1977, las primeras organizaciones ecologistas hacia 1975. El ambientalismo ya se considera moderno y adecuado.
De manera incipiente, se intenta
implicar al ciudadano en un tema completamente nuevo, que adquiere gran importancia tras las
crisis del petróleo de 1973 y 1979. Se trata del ahorro y la
eficiencia de energía.
Lo mismo pasa con el agua, a raíz de las terribles sequías de la primera mitad de las décadas de 1980 y 1990.
A finales de la década de 1980, se empieza a solicitar la colaboración ciudadana en la separación selectiva de residuos.
El modelo de crecimiento a ultranza no se discute, pero ahora se quiere organizar y dirigir con más eficiencia, y utilizar información basada en indicadores.
La huella ecológica siguió creciendo, avanzando a los dos planetas y medio
4. Intensificación centrada en los consumidores y en la calidad (1995 – 2007)
Se puede usar como buen resumen de esta etapa el crecimiento del consumo de gas natural, que se multiplicó por 5 entre 1995 y 2006 (el de petróleo solo aumentó en un 25%).
El modelo de crecimiento se considera razonable, y solamente se pide mejorar los estándares de calidad de vida (dotación de climatización, coche propio, consumo de alimentos de calidad).
Una lluvia de artículos de consumo de todas clases cae sobre los ciudadanos, con énfasis en los coches, cada vez más grandes, y en la electrónica, cada vez más sofisticada. Significativamente, el consumo de carne y leche toca techo hacia 1995 y comienza su largo descenso.
El
énfasis en la calidad favorece el crecimiento de alternativas de
energías renovables:
la eólica multiplica por 100 su producción entre 1995 y 2007.
La colaboración ciudadana ahora se demanda con profusión. Se hace a los ciudadanos responsables de solucionar los problemas ambientales que crea la intensificación: usando el coche con moderación, separando cuidadosamente los residuos, evitando comprar según que cosas, ahorrando energía …
La huella ecológica alcanza los tres planetas.
El discurso relacionado con el colapso de los ecosistemas emerge con el cambio de milenio. La acumulación de evidencias sobre el cambio climático, el declive de la biodiversidad y la sinergia entre crisis ambiental y pandemias globales, causan una inquietud social que finalmente alcanzará a los grupos sociales con más capacidad transformadora de futuro (por ejemplo jóvenes, instruidos y de clase media).
Entre tanto las instituciones inician un lento proceso de ensayo de alternativas. Este proceso hace que las experiencias singulares de tipo social y tecnológico terminen incorporadas a la corriente principal de la cultura.
5. Crisis y colapso del sistema (2008 – 2018)
El consumo eléctrico define bien esta etapa. Todavía en 2006 se superó en más de 4 puntos el del año anterior, más o menos en línea con lo habitual en las décadas anteriores.
Fue negativo entre 2008 y 2014, con un récord de -7,3% en 2010. Todos los indicadores de consumo se desplomaron, desde el consumo de gas natural y petróleo al de compra de coches y frigoríficos. La venta de automóviles cayó en un 60% entre 2006 y 2013.
La huella ecológica general y de las familias se contrajo marcadamente, en términos de consumo de energía, producción de residuos, kilómetros recorridos … Únicamente el consumo de alimentos se mantuvo, aunque desviado hacia las modalidades más baratas, como pueden ser las marcas blancas.
En paralelo, el país dio un gran paso hacia una energía sostenible: la contribución de las renovables al mix eléctrico pasó de menos de 20% a más del 40% entre 2007 y 2014.
Este proceso llegó incluso a plantear la
implicación directa de los ciudadanos, mediante la posibilidad del
autoconsumo por
instalación de placas fotovoltaicas en las cubiertas de los edificios.
El frenazo en seco de las primas a las renovables y el llamado
Impuesto al Sol detuvieron el prometedor crecimiento de estas energías.
La pobreza energética fue el gran símbolo de esta etapa socioecológica: una consecuencia del modelo de crecimiento ha sido la acentuación del abismo de la pobreza, con la inquina de que los pobres, teniendo una menor huella ecológica, son los que más sufren las consecuencias de la erosión del ambiente.
La disminución de los ingresos de las familias hizo que el pago de los recibos de la energía pasarán a ser inasumibles para muchas. En especial, el recibo de la electricidad concentró las quejas por el crecimiento imparable de su coste.
La huella ecológica disminuyó a menos de tres planetas y probablemente a más de dos.
6. ¿Transición ecológica? (2019 – …)
Una llamada recuperación del consumismo vuelve a elevar con cierta timidez las ventas de coches y electrodomésticos o el consumo de energía eléctrica. Incluso el consumo de petróleo parece mostrar cierta recuperación.
No obstante, el clima social y ambiental ha cambiado. Por parte del gobierno central, se han publicado planes para la descarbonización completa de la economía del país y los gobiernos locales están organizando su propia transición ecológica, por ejemplo expulsando al coche del centro de las ciudades.
El estilo de vida sostenible ha dejado de ser marginal y pertenece a la corriente principal, y surgen nuevas concepciones del concepto de lo que es vivir bien. El debate está entre el
lavado verde (greenwashing) o un cambio más profundo, que podría llegar incluso al
decrecimiento (no tener coche privado, ni eléctrico ni de combustión).
A esto se le suman muchos cambios de vida que ya no implican la mera colaboración ciudadana, sino cambios más agudos, como el veganismo, la vida simplificada, el rechazo de los plásticos, el fomento de la bicicleta …
Estos cambios apuntan también a la acción colectiva como vía para afrontar los retos que ni estado ni mercado están siendo capaces de afrontar.
La pregunta está en el aire: ¿estamos ya en plena transición ecológica? ¿podremos llegar en un plazo asumible a una huella ecológica sostenible de un planeta?
Y cuando estábamos concentrados en estas cuestiones, nos asola la pandemia global del Covid-19 🙁
Esta enorme crisis sanitaria y económica añade una gran dosis de incertidumbre a cualquier estimación de la evolución de los estilos de vida desde la sostenibilidad.
Ahora mismo nos movemos entre 2 opiniones mayoritarias: los que creen que la vida volverá inmediatamente a su intenso ritmo habitual, y los que apuestan por necesarios y grandes cambios en nuestro estilo de vida, que será más frugal y local.
¿Por cuál de estas líneas de pensamiento te inclinas tu?