30 de junio de 2021

Los riesgos de la energía eólica para los ecosistemas marino

 Ante el cambio climático, es urgente reducir las emisiones de gases causantes del efecto invernadero. Ello implica reducir el consumo energético y utilizar energías renovables como la eólica marina, señalada por la Unión Europea (UE) como un sector clave de la llamada “economía azul”. 

Para que Europa sea climáticamente neutra en 2050, se estima que la energía eólica marina debería aportar el 30 % de la demanda eléctrica de los Estados miembros. Esto conlleva un incremento de la capacidad eólica marina desde los 12 GW actuales hasta los 300 GW en 2050.

Para cumplir con estos objetivos, se han instalado parques eólicos offshore (alejados de la costa) en el mar del Norte y el Báltico. Su implementación ha requerido la evaluación del impacto ambiental sobre los ecosistemas, siguiendo estrictamente la normativa pautada por la UE. 

En el litoral español, donde las empresas tienen interés en promover parques eólicos marinos al calor de los fondos europeos Next Generation, deben realizarse, urgentemente, estudios científicamente robustos e independientes sobre sus impactos potenciales en base a las características ecológicas y socioeconómicas particulares. 

Únase y apueste por información basada en la evidencia.

Riesgos para los ecosistemas marinos

Tómese como ejemplo la costa mediterránea. El Mediterráneo es un mar semicerrado con gran biodiversidad y es ecológicamente muy frágil debido a las múltiples presiones humanas que experimenta. La instalación de parques eólicos constituye un nuevo riesgo para los ecosistemas mediterráneos. 

Los estudios realizados en los mares nórdicos, revisados durante el proyecto europeo Pharos4MPAs y el informe reciente de la IUCN, indican que las fases de construcción, operación y desmantelado de los parques eólicos marinos conllevan el riesgo de colisión de aves, mamíferos y tortugas marinas con las instalaciones. 

Estas infraestructuras también suponen otros problemas ambientales como los siguientes:

  • Contaminación acústica (causada por turbinas y el montaje de estructuras) para los mamíferos y otros animales marinos.

  • Contaminación por metales pesados procedentes de los ánodos de sacrificio.

  • Daño de los fondos marinos por las anclas y el tendido y despliegue de cables.

  • Destrucción o modificación de los hábitats y su biodiversidad.

  • Efectos dañinos de los campos electromagnéticos de los cables sobre los peces y otros recursos pesqueros

Es importante recordar que la mitad norte de la costa catalana alberga uno de los patrimonios de biodiversidad marina más importante de todo el Mediterráneo

Esquema de configuración de cables submarinos de un aerogenerador flotante. Fuente: Helenic Cables modificado por SENER.

El parque eólico marino Tramuntana

Por otro lado, el litoral español carece de una plataforma continental amplia (con algunas excepciones). Por eso muchas actividades humanas y espacios marinos protegidos se concentran en un espacio reducido. También se proyectan en esta franja cercana a la costa los parques eólicos marinos, pues más allá, las profundidades serían excesivas y no adecuadas para su anclaje. 

Un ejemplo es el recientemente propuesto parque eólico marino Tramuntana entre el cabo de Creus y el golfo de Roses (Costa Brava). Contempla la instalación de 65 turbinas con una potencia equivalente a casi el 90 % de la energía eléctrica requerida por la provincia de Girona. 

Ámbito del proyecto del parque eólico marino flotante Tramuntana.

La ubicación del parque Tramuntana (incluyendo los cables del transporte de electricidad hasta la estación terrestre) sería adyacente a un amplio abanico de zonas protegidas: una Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA Espacio Marino del Empordà), un Lugar de Importancia Comunitaria (LIC Sistema de Cañones Submarinos Occidentales del Golfo de León), dos reservas marinas (ZEPA, LIC y Zonas Especialmente Protegidas de Importancia para el Mediterráneo, ZEPIM Cap de Creus y El Montgrí-Les Medes-El Baix Ter), el Corredor de Migración de Cetáceos del Mediterráneo (declarado Área Marina Protegida por el Ministerio para la Transición Ecológica en 2018) y la zona Natura 2000 de la Bahía de Roses (zona marítima de los Aiguamolls del Empordà). 

En este contexto, se requiere el análisis exhaustivo de los potenciales daños ecosistémicos a gran escala –más allá de la zona ocupada por los aerogeneradores– en estas áreas ecológicamente frágiles. 

Además, los fenómenos meteorológicos extremos relacionados con el cambio climático (como el temporal Gloria en enero de 2020) pueden deteriorar las instalaciones y comportar peligros adicionales para el medio natural a más largo plazo. Tampoco hay que olvidar el creciente riesgo de accidentes (colisiones de barcos con las turbinas, riesgo de fuego en las turbinas, etc.) que pueden conllevar graves daños para las personas y el medio ambiente colindante.

Impacto en el paisaje y las costas

Por otro lado, a diferencia de los mares nórdicos, en muchas zonas del litoral español el paisaje es un elemento clave de identificación y vínculo tanto para la población local como para los millones de turistas que visitan nuestras costas a fin de obtener los beneficios que nos propicia el medio marino. 

El contacto con el mar es saludable, permite la realización de actividades recreativas, y constituye patrimonio natural y cultural. Por este motivo el impacto de los megaparques eólicos marinos en zonas como el cabo de Creus, el golfo de Roses y Montgrí-Illes Medes, con un paisaje valioso y un conjunto arqueológico y monumental único (Empúries), es preocupante.

Yacimiento arqueológico grecorromano de Empuries, en el Golfo de Roses, Cataluña, España. Shutterstock / JLJUSSEAU

Tampoco puede ignorarse que se requerirá el despliegue de grandes infraestructuras para el ensamblaje, construcción y mantenimiento de los grandes parques eólicos, con la consiguiente industrialización de los puertos y la costa adyacente. Es más, estos grandes parques eólicos pueden conllevar en el futuro la creación de plantas de producción de hidrógeno para almacenar la energía eólica producida. Esta industrialización de la costa constituye una presión adicional sobre el medio litoral y marino. 

Los interrogantes que generan proyectos como el Tramuntana nos han llevado a elaborar un manifiesto, apoyado por más de 100 científicos de más de 20 universidades, centros de investigación y otras instituciones científicas españolas solicitando a las Administraciones públicas que consideren, con rigor e independientemente de lo que estimen las empresas, los riesgos de los parques eólicos marinos para el medio ambiente y se reconsidere la estrategia eólica marina para adaptarla a las peculiaridades ecológicas y socioeconómicas de la costa española, con un estudio de proyectos alternativos y dimensionados. 

Se deben evaluar los impactos del parque eólico y de las infraestructuras asociadas, y su rol en el mix energético local, autonómico y estatal. Y todas las evaluaciones y análisis deben ser accesibles públicamente y trazables respecto a sus fuentes de financiación.

La naturaleza es nuestro escudo para evitar pandemias

 La naturaleza es parte de la solución a nuestros problemas con los virus y parece que estamos decididos a destruirla.

La biodiversidad es el mejor escudo ante futuras pandemias

Si protegemos la naturaleza y su biodiversidad, protegemos nuestra salud porque se reparte la carga de patógenos entre las distintas especies y entre los individuos de esas especies, atenuándose así los contagios.

No es, ni más ni menos, que evitar que en la carrera evolutiva participen solo patógenos y humanos, ya que cuantas más especies intermedien en la cadena de contagios el riesgo para la salud es menor.

Así, interponer especies entre los virus y el ser humano a modo de barrera es fundamental para que, de alguna forma, mientras esas especies intermedias actúen de cortafuegos, y el propio virus evolucione hacia formas menos letales para los animales.

Este es el mensaje que desde hace años viene divulgando Fernando Valladares y que en los últimos meses ha tomado especial relevancia debido a la pandemia del coronavirus Covid-19.

Valladares es licenciado en Ciencias Biológicas con premio extraordinario y doctor con el mismo galardón. Actualmente dirige el grupo de Ecología y Cambio Global del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid (España) y que depende del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

El núcleo de la investigación de Fernando Valladares aborda los impactos de los cambios climáticos en los ecosistemas terrestres

Un concepto importante que es preciso aclarar antes de proseguir es el de zoonosis, que consiste en una infección humana que tiene origen en un animal, mediada por un patógeno como puede ser una bacteria, un virus o un hongo.

Por ejemplo, si en una ciudad china se produce una zoonosis, la globalización hace potencialmente incontrolable ese brote, a no ser que se tomen medidas rápidas y drásticas para que no tenga consecuencias catastróficas a escala mundial.

Lo cierto es que virus y patógenos hay por todos lados y no es posible eliminarlos todos, de ahí que lo importante sea en qué cantidad existen, y si estamos aumentando las posibilidades de que entren en juego patógenos nuevos para los que nuestro sistema inmune no está preparado.

En este sentido, la biodiversidad nos protege permitiendo convivir en el Planeta a muchas especiesdistintas de animales que se establecen gran cantidad de interacciones que hacen que unas especies controlen a otras y regulen su población.

Si bien es difícil saber cuántos hospedadores hay para un  virus, lo que si sabemos es que, en un sistema rico en especies, ningún hospedador favorable para el virus va a sufrir una explosión demográfica, porque su población está controlada por las otras.

De ahí que, si desaparecen especies, se puede dar el caso de que una especie portadora empiece a aumentar demográficamente, lo que puede ser malo para el resto de especies, por ejemplo, para los humanos.

La alimentación basada en animales exóticos incrementa los casos de zoonosis

Otro concepto interesante es el de dilución de la carga vírica, determinado por el hecho de que, aunque existen muchas especies potencialmente portadoras del virus, no en todas éste se desarrolla igual de bien. En algunas, donde el virus va un poco peor, se produce el efecto cortafuegos que antes comentábamos.

Un ejemplo de esto es lo que ocurre con la enfermedad de Lyme, en este caso una bacteria, en la Costa Este de América del Norte.

Esta enfermedad la transmiten las garrapatas, pero para ello tienen que estar un tiempo chupándole la sangre a algún animal. Entre los que tenían esta bacteria, y por tanto se la pasaban a la garrapata (y ésta al humano), se encuentran las zarigüeyas y los ratones.

Pues bien: los ratones tienen una carga vírica (bacteriana, en este caso) muy alta, y las zarigüeyas muy baja. Cuando la biodiversidad está repartida entre ratones y zarigüeyas, la carga patógena media en las garrapatas que parasitan ambas especies es más baja que cuando desaparecen las zarigüeyas porque nos hemos cargado su hábitat natural.

Desde este momento, los ratones transmiten la enfermedad de Lyme de forma mucho más directa y efectiva. Es decir, nos hemos quedado sin dilución de la carga de patógenos, lo que provoca brotes con alta incidencia en humanos.

Además de los mecanismos anteriores que hemos visto que tiene la naturaleza para amortiguar la expansión de pandemias, también  la diversidad genética dentro de una misma especie favorece el desarrollo de mayor resistencia, pues ciertos individuos no sufren la enfermedad y son capaces de bloquear o reducir la transmisión del virus.

Consecuencia de esto es que podemos observar que hay personas que apenas sufren la enfermedadotras que enferman gravemente.

Sin embargo, ante el efecto protector de la naturalezala acción del ser humano puede desencadenar pandemias.

Esta acción nociva se concreta en cuestiones como la deforestación, la degradación natural y la destrucción de hábitats, que destruyen el equilibrio natural de especies que supone un efectivo control demográfico.

Es fácil darse cuenta, por tanto, que la mejor protección es la naturaleza, siendo nuestra mejor vacuna, que teniéndola ya a nuestro alcance, la estamos destruyendo 🙁

Entorno natural que rodea a los bosques: Río Jevero, Acebo, Cáceres, España

En lo relativo a la sostenibilidad, la desigualdad social propicia la sobreexplotación de ciertas regiones del Planeta, lo que, unido a la globalización abona el terreno para la llegada de pandemias¡Y nos tememos que la presente no va a ser la única!

La pobreza extrema promueve el consumo y comercio de animales salvajes que son reservorios naturales de muchos virus

Empobrecemos y simplificamos los ecosistemas, imponiendo solo las especies que nos interesan. Pero estos sistemas simplificados no cumplen bien con sus servicios ecosistémicos, y no nos protegen de una manera tan eficaz frente a la zoonosis.

El grave escenario actual nos puede servir de ensayo para abordar la crisis climática que tenemos en ciernes, siempre y cuando tomemos conciencia de las implicaciones económicas, sociales y psicológicas de los cambios que estamos provocan en el Planeta.

Quizás estemos a tiempo de darle la importancia que tiene la ciencia para prevenir las consecuencias de estos escenarios, y no dejar hueco a líderes políticos que desprecian la ciencia y actúan de manera egocéntrica sin conocer de lo que están hablando. ¡Sin decir nombres, seguro que conoces a unos cuantos!

Para terminar os dejamos con un vídeo de Fernando Valladares que nos urge a realizar una transformación profunda en nuestra relación con la Biosfera:

¿Hemos sido tan soberbios de pensar que destruir la biodiversidad no iba a tener consecuencias sobre nuestras vidas?

Y tú, ¿qué piensas? ¡nos interesa mucho tu opinión!


16 de junio de 2021

Los arrecifes de coral se mueren: estos son los planes de los científicos para salvarlos

 Los arrecifes de coral del mundo no solo son una fuente de belleza submarina; hacen mucho por el planeta.

Por ejemplo, protegen el litoral de los efectos de los huracanes. Se estima que 500 millones de personas ganan el sustento a partir de las poblaciones de peces y las oportunidades turísticas que ofrecen los arrecifes. Los animales diminutos que producen los arrecifes nos ofrecen esperanzas de nuevos medicamentos para tratar el cáncer y otras enfermedades.

Pese a su importancia, el calentamiento, la contaminación, la acidificación del océano, la sobrepesca y la destrucción física están acabando con los arrecifes de coral de todo el mundo. Los planes para salvarlos son tan creativos como variados; hace poco, se publicaron datos que demostraban que las áreas marinas protegidas pueden ayudar a salvar los arrecifes si se establecen en los lugares adecuados. La genética también se está convirtiendo en un área más amplia de la investigación coralina, ya que en el futuro se podrían restaurar los arrecifes con corales más tolerantes al calor.

Pero ahora, en el Día Mundial de los Océanos, celebrado el 8 de junio, los científicos advierten que estas estrategias, entre otras, podrían ayudar a ganar tiempo para los corales hasta que los líderes mundiales apliquen acciones agresivas contra el cambio climático.

Sin una mezcla de recortes de emisiones a largo plazo e innovación a corto plazo, existe un futuro no tan lejano en el que los arrecifes de corales tal y como los conocemos dejarán de existir, señala Anne Cohen, experta en corales de la Institución Oceanográfica Woods Hole de Massachusetts.

Parques bajo el mar

Muchos comparan los arrecifes con selvas submarinas, pero a diferencia de la frondosa base vegetal que compone un bosque, los corales son animales.  Los pólipos blandos que viven dentro de las partes duras de los corales son translúcidos y sus vivos colores se deben a las algas que viven en su interior.

Cuando los corales sufren estrés por las altas temperaturas o la contaminación, ponen fin a su relación simbiótica con estas algas y normalmente las expulsan y se blanquean, aunque un estudio reciente indica que algunos corales adoptan un color neón brillante cuando se sienten estresados. Los corales siguen vivos cuando se decoloran, pero están en peligro —básicamente, están inmunocomprometidos— y muchos acaban muriendo de hambre y adoptando un tono marrón oscuro.

Estos fenómenos de decoloración coralina se documentaron por primera vez en los años ochenta. El problema se intensificó en 2016, cuando un patrón meteorológico de El Niño —que trae aguas más cálidas al Pacífico— coincidió con un océano inusualmente cálido y mató un tercio de los corales de la Gran Barrera de Coral. Desde entonces, casi la mitad de los corales del famoso arrecife australiano han muerto en eventos de decoloración, lo que pone en peligro un paisaje submarino de 2400 kilómetros de largo.

Muchos científicos están buscando formas de proteger y quizá incluso revivir los corales. Una opción consiste en crear áreas marinas protegidas, que son como parques nacionales en el mar. Según los expertos, crear refugios marinos, donde se prohíbe la pesca, la minería y las actividades recreativas, mejora la salud y la resiliencia de los arrecifes.

Se estima que 4000 especies de peces y casi un 25 por ciento de los seres marinos dependen de los arrecifes de coral en algún momento de su existencia. Los peces mantienen a raya las algas que crecen en los corales y permiten que respiren y accedan a la luz solar. Aunque un AMP no proteja a los corales de las olas de calor, estas zonas naturales seguras pueden hacer que las pesquerías sean más sostenibles a largo plazo y los pescadores que faenan en AMP bien gestionadas suelen beneficiarse del «desbordamiento» de las poblaciones de peces sanas que pueblan las aguas circundantes.

En una charla celebrada el miércoles en la Institución Oceanográfica Woods Hole, la célebre bióloga marina Sylvia Earle promovió la idea de utilizar los parques marinos para proteger los corales, algo que hace mediante su organización Mission Blue.

«Los arrecifes que han estado protegidos y que aún no sido explotados por los impactos de la pesca sobreviven cuando los lugares cercanos no lo consiguen», afirma.

Una evaluación de 1800 arrecifes en 41 países publicada hace poco determinó que solo el cinco por ciento de los arrecifes podían proporcionar todos sus subproductos lucrativos, como las poblaciones de peces sanas y la biodiversidad. Para incrementar ese porcentaje habrá que colocar estratégicamente nuevas reservas marinas en zonas alejadas de los humanos. Esto no salvaría todos los arrecifes, pero sí garantizaría que más arrecifes funcionen al cien por cien de su potencial, no a solo una fracción, señala Alan Friedlander, científico jefe de la iniciativa Pristine Seas de National Geographic y ecólogo de la Universidad de Hawái que ayudó a crear la evaluación.

«Sin esta protección, cualquier mejora tecnológica correrá el mismo destino que los arrecifes naturales, ya que los factores de estrés no han disminuido», afirma.

Innovación al rescate (inmediato)

Además de estas reservas naturales, algunos conservacionistas están buscando métodos más prácticos. Un centro de investigación de los cayos de Florida está explorando una forma de selección natural para mantener los corales a flote.

El sistema de arrecifes de los cayos se ha visto muy afectado por el cambio climático y las enfermedades, lo que es particularmente duro porque esos corales sustentan caladeros con un valor estimado de 100 millones de dólares anuales. Asimismo, los corales de las costas de Florida están contaminados por la escorrentía agrícola y las aguas residuales.

El estrés adicional del calentamiento marino es como «el clavo proverbial en el ataúd», afirma Erinn Muller, directora científica del Centro Internacional Elizabeth Moore para la Investigación y la Restauración de los Arrecifes de Coral en el Laboratorio Marino Mote en Sarasota, Florida.

Para mantener el ecosistema silvestre con vida, Muller y su equipo están tomando muestras de los corales que han sobrevivido de forma natural a los estreses ambientales, criándolos y recolocándolos en el arrecife. En su criadero, el centro tiene en todo momento 46 000 corales que crecen en rejillas de plástico sumergidas. Hasta la fecha, el centro ha cultivado más de 70 000 corales de cinco especies diferentes en arrecifes afectados.

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«El fin último es quedarnos sin trabajo», afirma Muller.

En las Bahamas, Ross Cunning, biólogo de investigación en el Acuario Shedd de Chicago, se centra en los corales con genes robustos que podrían convertirlos en candidatos naturales para proyectos de restauración. Hace poco publicó un estudio sobre dos arrecifes bahameños, uno que pareció sobrevivir a una ola de calor intensa en 2015 y otro que no.

«Esto sienta las bases para averiguar qué genes son responsables de la tolerancia térmica», afirma Cunning. Añade que espera que identificar esos genes contribuya a criar algún día corales más tolerantes al calor.

En Massachusetts, la investigación de Cohen ha desvelado dos elementos fundamentales que parecen proteger los corales. El primero: las ondas internas bajo la superficie marina que llevan las corrientes más frescas a los corales afectados por el calor, lo que les proporciona una especie de aire acondicionado cuando suben las temperaturas. El segundo: la adaptación, un rasgo que parecen exhibir los corales de las cálidas lagunas costeras de Palaos.

«Nos hemos dado cuenta de que estos corales viven constantemente en un agua caliente por naturaleza», explica. De media, estas lagunas costeras sumergen el coral en un agua dos grados más cálida que el agua de fuera. «Creemos que el hecho de que puedan soportar estas temperaturas más elevadas está integrado en su genética y les permite afrontar las olas de calor».

También ha hallado evidencias de corales que han evolucionado más rápidamente en las dos últimas décadas para resistir el aumento acelerado de las temperaturas. La gran incógnita que están investigando los científicos, según Cohen, es si la cantidad de calor a la que pueden adaptarse los corales tiene un tope.

Cohen denomina estas regiones de corales adaptados «superarrecifes» y, como Friendlander, defiende el uso de reservas marinas para protegerlos.

Una carrera contra el calentamiento

Muller indica que su trabajo en los arrecifes floridanos puede impedir lo que describe como «extinción funcional», pero afirma que los arrecifes no se restaurarán por completo hasta que su ambiente se vuelva más hospitalario para su supervivencia.

Todos los científicos entrevistados para este artículo señalaron que la mitigación del cambio climático es la única solución sostenible a largo plazo para conservar y restaurar los arrecifes de coral. Pese los confinamientos globales y la caída pronunciada de las emisiones, el dióxido de carbono atmosférico alcanzó un máximo de récord en mayo.

Kristopher Karnauskas, científico atmosférico de la Universidad de Colorado en Boulder que hace poco publicó un estudio que investiga las causas del evento de 2016, explica que el calentamiento global «aumenta la temperatura de fondo», lo que agrava las olas de calor regulares y las hace más letales para los corales.

Los océanos absorben y almacenan el calor de forma muy eficiente; a medida que la Tierra se calienta, los océanos captan más del 90 por ciento del calor del planeta atrapado en la atmósfera por los gases de efecto invernadero generados por los humanos. Con todo, su capacidad de almacenamiento de calor no es ilimitada y, con el paso del tiempo, el calor excesivo pasa factura a los habitantes del mar.

En la historia evolutiva, los corales se remontan a hace 400 millones de años y con cada cambio de temperatura global en la Tierra los corales se han adaptado, pero no tan rápido como deben hoy en día.

«Lo sabemos porque ha habido seis grandes extinciones de arrecifes de coral en el pasado geológico, en las que básicamente fueron exterminados. Todas se han asociado al calor excesivo y la acidificación del océano», cuenta Cohen. «Los arrecifes de coral siempre se recuperan, pero tardan decenas de miles de años».

Ahora, con el aumento de las temperaturas impulsado por el cambio climático a un ritmo más rápido del que han podido adaptarse los corales de forma natural, «no tenemos tanto tiempo», advierte Cohen.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.