En nuestra vida acomodada, urbana y desconectada de la naturaleza hay peligros que ya no existen. Por eso, cuando volvemos a interactuar con el medio salvaje ni se nos pasa por la imaginación que puede ser hostil. “Si eres una persona que vive en Nueva York, estás acostumbrado a dejar a tu hijo de tres o cuatro años en el parque, tan tranquilo, con los demás niños”, relata Vincenzo Penteriani, experto en ecología evolutiva. “Luego te vas a la Columbia Británica de vacaciones y haces lo mismo”, continúa, “dejas que juegue fuera mientras tú estás dentro preparando la comida, pero un puma o un oso negro americano se pueden acercar a la casa, porque en realidad están en su hábitat, y un niño pequeño es una presa fácil”. No es el guion de ningún de ninguna película de sobremesa. Aunque estadísticamente es un caso extremadamente raro, “esto ha pasado”, asegura.
Desde hace casi una década, Penteriani, investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), estudia las interacciones fatales de los animales carnívoros con el ser humano. A pesar de que las muertes por picaduras de insectos o de serpientes son mucho más numerosas, “resulta mucho más impactante que un puma te ataque y te coma”, afirma en declaraciones a Teknautas. Después de años analizando datos, este científico acaba de publicar en la revista PLOS Biology el estudio definitivo sobre esta cuestión. Junto a Giulia Bombieri, del Museo delle Scienze (Trento, Italia), firma un trabajo con aportaciones de expertos de todo el mundo que analiza pormenorizadamente este fenómeno en las últimas décadas. ¿Qué han encontrado?
El artículo recopila toda la información fiable, entre 1970 y 2019, sobre ataques documentados de 12 especies de carnívoros pertenecientes a tres familias: Ursidae (osos), Felidae (felinos) y Canidae (cánidos). Tras rastrear artículos científicos publicados y no publicados, noticias y páginas web, han identificado5.089 ataques que provocaron lesiones o muertes. En concreto, el 68% de los encontronazos con fauna salvaje registrados en este trabajo acabaron en heridas, mientras que en el 32% el incidente acabó con la muerte del ser humano atacado.
Estas cifras no incluyen todos los países, pero están representados casi todos los continentes (Europa casi en su totalidad, y varios estados de América, África y Asia). Los resultados tienen varias lecturas interesantes. Una de las más importantes es que a lo largo de este último medio siglo el número de eventos tiende a incrementarse. Sin embargo, lo hace de forma desigual: casi el 90% de los ataques ocurren en países de bajos ingresos y mientras las personas realizaban actividades relacionadas con trabajos de subsistencia, como la agricultura, la pesca o el pastoreo de ganado. ¿Qué factores explican todas estas tendencias?
Economía de subsistencia
Penteriani y sus colegas tienen claro que, en esta cuestión, hay dos mundos diferenciados. Los ataques en Europa y Norteamérica, aparte de ser mucho menos numerosos, están relacionados con actividades lúdicas: principalmente con el deporte en la naturaleza (senderismo, montañismo, carreras o incluso dar un simple paseo). Por el contrario, en África o en Asia “se combinan dos factores, la existencia de carnívoros que pueden considerar al ser humano una presa más y el hecho de que haya trabajadores en el campo en condiciones de riesgo, gente que tiene que exponerse porque su vida consiste en recoger frutos o cortar leña y que muchas veces tienen que ir solos”.
Así, la mayoría de los ataques fatales ocurren en países en vías de desarrollo donde hay poblaciones importantes de tigres y leones, los animales identificados como más problemáticos, según este estudio. No obstante, los cánidos salvajes (un grupo heterogéneo que incluye zorros, coyotes, chacales y lobos, entre otros) también pueden ser protagonistas de ataques depredadores. En cambio, los osos solo provocan problemas en situaciones en las que se ven vulnerables, por ejemplo, si son sorprendidos hurgando en la comida humana o perciben que sus cachorros están en peligro.
De todos modos, ¿por qué aumentan estos casos en las últimas décadas? Según los investigadores, es un fenómeno muy complejo y no hay patrones generales evidentes. Esta conclusión, que puede resultar decepcionante, en realidad es muy valiosa, porque “significa que cada situación tiene que ser analizada a nivel local”. La clave siempre está en el solapamiento de la actividad humana y el hábitat de estos animales. La explosión demográfica, que viven especialmente algunos países africanos y asiáticos, hace que los núcleos urbanos y sus habitantes invadan lugares que hasta hace décadas eran de dominio casi exclusivo de estos animales.
Además de aumentar la densidad poblacional humana, los entornos situados a las afueras de las ciudades van ganando terreno a la naturaleza. “Simplemente, es una cuestión de probabilidad, si aumenta la posibilidad de que se produzcan encuentros, automáticamente también aumentan los ataques”, afirma el investigador del CSIC. Por otra parte, en algunos sitios la conservación de grandes carnívoros ha mejorado en los últimos años y este factor hace que aumente su población, aunque los investigadores no consideran que este motivo sea especialmente relevante.
Los osos en España
En cambio, destacan que la mitad de los ataques de carnívoros se deben a imprudencias humanas, como ya exponían en un artículo publicado en 2016 en Scientific Reports, y se pueden evitar. “Muchos se deben a comportamientos equivocados de personas que ya han perdido este contacto con la naturaleza y no saben comportarse en zonas menos urbanas”, afirma el autor del trabajo. En este caso, el foco está puesto en los países desarrollados. Actividades como “acampar en el lugar equivocado o salir a correr de noche, al amanecer o al anochecer, coincidiendo con los ritmos de actividad más intensos de los carnívoros” pueden ser peligrosas en determinados entornos, sobre todo en Norteamérica, pero son fácilmente evitables.
Sin embargo, “en Europa no tenemos una fauna peligrosa”, apunta el experto. ¿Las excepciones? Se han registrado ataques de oso polar en Noruega, “pero son rarísimos”. ¿Y los osos pardos que habitan nuestro país? “En España se puede decir que el riesgo es nulo, porque la población mediterránea de oso ha sufrido una persecución tan fuerte que se han acostumbrado a vivir alejados de la presencia humana”, apunta. Aunque de vez en cuando se producen incursiones de osos en núcleos urbanos (recientemente, en Ponferrada), “son ejemplares relativamente tranquilos”.
Uno de los casos recientes más célebres de los últimos tiempos en nuestro país fue un ataque de oso a una mujer de 75 años en la aldea de Sonande, junto a Cangas del Narcea (Asturias) en mayo de 2021. Según los titulares de la prensa local, nada parecido había sucedido en los últimos 30 años. “En realidad fue un encontronazo, chocaron y el oso reaccionó de forma instintiva, le dio un zarpazo y, al tratarse de una persona mayor, le hizo daño”, explica Penteriani, que conoce bien un caso que resultó muy mediático.
Mientras que en el resto del mundo, el número de incidentes ha crecido, en España se mantienen (apenas se contabilizan una decena de casos en los últimos 50 años). Según los expertos, hay que tener en cuenta que ahora hay más osos que hace unas décadas, pero no hay más ataques. “En el pasado, sí había ataques relacionados con osos heridos en batidas de caza, porque cuando este animal está herido sí es peligroso”, comenta el investigador. No obstante, hay que tener en cuenta otras posibles situaciones, aunque poco probables. “El oso siempre te evita y se aleja, pero si tienes la mala suerte de encontrarte cerca de una hembra con cría, puede querer defenderla”, afirma. Aun así, en la mayoría de las ocasiones, el incidente se resuelve con una carga en la que ni siquiera hay contacto físico o es muy leve.
¿Y qué pasa con el lobo? “Tiene mala fama en todo el mundo, una imagen mucho más negativa que el oso, de auténtico depredador”, comenta. Sin embargo, de todos los animales incluidos en el análisis, “el lobo es el que menos ataca al ser humano”. Los casos son rarísimos y solo se ha registrado alguno en contextos de una situación climática extrema en Rusia y Norteamérica, con mucha nieve en invierno y sin comida. Otra cosa son los conflictos con el ganado, pero con respecto al ser humano en Europa no hay ninguna evidencia de que los lobos hayan intentado comer carne humana desde que en los siglos XVIII y XIX, plagados de guerras, tenían un comportamiento carroñero acudiendo a los campos de batalla para aprovecharse de los cadáveres.
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