Era un agradable día de verano en las aguas de la costa de Guanacaste (Costa Rica) cuando la bióloga marina Christine Figgener grabó el desgarrador vídeo que desencadenó el movimiento para prohibir las pajitas de plástico.
Mientras recogían datos sobre las tortugas golfinas, ella y sus colegas subían sistemáticamente a las criaturas a su barco para examinarlas. Al inspeccionar una tortuga marina el 10 de agosto de 2015, descubrieron que tenía algo extraño alojado en la nariz. Al principio, Figgener y los demás científicos especularon con la posibilidad de que se tratara de un percebe o un gusano tubícola. Pero cuando vieron el objeto en toda su longitud y la tortuga se agitó incómoda, se dieron cuenta de que no era nada orgánico, sino una pajita de plástico.
"Fue alucinante", recuerda Figgener. Y aunque la pajita incrustada tan profundamente en la fosa nasal de la criatura era angustiosa, señala que la penetración de los plásticos en la vida marina no era nada nuevo: "Como investigadores, siempre hemos sabido que el plástico es un problema".
La producción de plástico experimentó un aumento explosivo, pasando de dos millones de toneladas producidas en 1950 a más de 290 millones de toneladas en 2023, y a finales de la década de 1950 ya había numerosos registros científicos de tortugas marinas que ingerían bolsas de plástico. Pero no fue hasta que el vídeo de Figgener y otras imágenes virales de vida marina enredada en plástico proliferaron por Internet que el uso del plástico, y las pajitas en particular, provocaron una protesta pública.
A lo largo de la década de 2010, las tendencias antipajitas y de cero residuos arrasaron en Internet, dando nacimiento al famoso "tarro de residuos". Vivir libre de plástico fue al mismo tiempo una estética de moda, un eslogan de marketing para las empresas y un movimiento político: más de 20 ciudades de Estados Unidos establecieron estrictas regulaciones en torno a las pajitas de plástico. También en España, donde la ley más contundente en este sentido es de muy reciente creación: ha quedado terminantemente prohibida la distribución gratuita de envases no reutilizables, así como la venta de artículos de plástico de un solo uso desde el 1 de enero de 2023.
Pero, ¿ha supuesto este movimiento un cambio para el medio ambiente o simplemente nos ha distraído?
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¿Fue un movimiento erróneo desde el principio?
En 2015, Kathryn Kellogg, autora de 101 Ways To Go Zero Waste [101 maneras de volverse residuos cero], comenzó su viaje de cero residuos para ahorrar algo de dinero y vivir un estilo de vida más saludable. La idea de mantener un tarro de basura la obligó como un desafío divertido. Para rendir cuentas, empezó a compartir su viaje en Internet.
Sin embargo, a lo largo de los dos años en los que mantuvo un tarro de basura, Kellogg y la comunidad de residuos cero empezaron a darse cuenta de los graves defectos del movimiento. Un estilo de vida perfectamente cero residuos empezó a parecer poco práctico y lento. Muchos se sentían desanimados por no ser capaces de cumplir las normas de un estilo de vida "residuo cero" y observaban que todo este esfuerzo individual no servía de mucho para detener la avalancha de nuevos plásticos de un solo uso que entraban cada día en el flujo de residuos.
"Viviendo en San Francisco, había muchas cosas disponibles sin envases, pero eso no se traduce necesariamente en muchas otras zonas del país", dice Kellogg; "y es imposible ser completamente cero residuos, porque no vivimos en una sociedad construida de esa manera".
El movimiento también se apoyaba mucho en el consumismo. Por cada tarro en el que uno podía meter su basura, había otro estéticamente más agradable que se podía comprar a una marca "Residuo Cero". Por cada paso que una persona podía dar hacia el "residuo cero", había un artículo que "necesitaba" comprar para conseguirlo. En lugar de llamar la atención sobre trabajar con lo que ya tenemos, y simplemente comprar menos, se seguía basando en producir y enviar más "cosas".
Figgener teme que el público también se haya centrado demasiado en demonizar las pajitas, en lugar de considerar la producción de plástico en sí como el problema.
Aunque las pajitas de plástico son sin duda perjudiciales para muchas especies, sólo representan el 0,025% de los ocho millones de toneladas de plástico que llegan al océano cada año, lo que equivale a la entrada de dos camiones de basura cada minuto.
"Las pajitas son un porcentaje tan pequeño de todo el plástico de un solo uso que utilizamos", afirma. "Para las empresas, prohibirlas se convirtió en algo que podían hacer para apaciguar a las masas. Se deshicieron de las pajitas, pero no abordaron el resto del plástico de la cadena de suministro que estamos creando".
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Cómo la pandemia cambió la narrativa
En medio de la pandemia de COVID-19, el sentimiento en torno al movimiento de cero residuos empezó a evolucionar.
"El movimiento se había centrado tanto en la responsabilidad individual, que desde luego es muy importante, pero la conversación se desplazó más hacia: '¿Cómo pueden las empresas apoyarnos mejor, cómo puede la política apoyarnos mejor?", dice Kellogg.
Por aquel entonces, Leah Thomas, autora y educadora medioambiental, empezó a señalarcómo el movimiento de cero residuos había excluido a comunidades enteras.
"Se culpaba o avergonzaba a muchas personas de bajos ingresos y de color por no poder participar en el movimiento, porque se consideraba algo caro", afirma Thomas.
Thomas señaló que, sin un planteamiento integrador, las prohibiciones podrían perjudicar inadvertidamente a quienes ya se encuentran entre los más vulnerables de la sociedad, como las personas que necesitan pajitas de plástico para comer y beber. Los cierres de la COVID fueron un claro recordatorio de ello, afirma, al demostrar que en los hospitales, por ejemplo, determinados artículos de un solo uso pueden ser esenciales.
"A veces no se tiene en cuenta que las personas viven en sistemas imperfectos y que deberían tener un poco de consideración", añade Thomas.
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Reducir el plástico de arriba abajo
A medida que el movimiento "residuo cero" perdía brillo, más organizaciones empezaron a impulsar políticas que facilitaran a los ciudadanos la reducción del consumo de plástico.
Beyond Plastics, un proyecto nacional que se lanzó en Estados Unidos en 2019, es una organización sin fines de lucro que impulsa políticas nacionales para frenar la contaminación por plástico. La organización tiene más de 100 delegaciones en todo el país que también presionan por el cambio de políticas a nivel local y estatal.
En particular, su defensa no impulsa el reciclaje.
Sólo entre el 5% y el 6% de los residuos plásticos postconsumo de Estados Unidos son reciclables, y la generación per cápita de residuos plásticos ha aumentado un 263% desde 1980. Thomas señala que el uso de plástico en EE. UU., incluso cuando se recicla, también ha perjudicado a otros países. Millones de toneladas de residuos plásticos, a menudo recogidos en plantas de reciclaje, se envían a países de más pobres que carecen de infraestructuras para evitar la contaminación causada por el plástico que entra en las vías fluviales o se incinera.
"Lo más importante que hay que tener en cuenta es que el problema de la contaminación por plástico no va a desaparecer sin reducción: vamos a tener que reducir la producción y el uso de plástico innecesario de un solo uso", afirma Melissa Valliant, directora de comunicación de Beyond Plastics. En cambio, la organización quiere que los ciudadanos aboguen y voten por políticas que frenen la producción de plástico.
En febrero, Oceana publicó los resultados de una encuesta que mostraba que el 83% de los votantes estadounidenses están preocupados por los productos de plástico de un solo uso, y el 84% de los votantes estadounidenses apoyan que se exija a las empresas que reduzcan los envases de plástico de un solo uso.
A diferencia de España, dentro de los países del G20, Estados Unidos es sólo uno de los cuatroque aún no ha impuesto una prohibición nacional de los plásticos de un solo uso. Un informe reciente señalaba que se necesita una reducción del 75% de los plásticos para limitar el calentamiento global a 1,5 ºC, y que EE. UU. genera muchos más residuos plásticos que cualquier otro país, produciendo aproximadamente 130 kilos de plástico por persona y año.
Aunque EE. UU. no ha establecido una prohibición del plástico de un solo uso a nivel federal, la responsabilidad ha sido asumida por algunas ciudades y estados que han impulsado sus propias políticas para intentar limitar la contaminación por plástico. California, Connecticut, Delaware, Hawái, Maine, Nueva York, Oregón y Vermont han prohibido las bolsas de plástico. Desde que California implantó la prohibición en 2014, el estado experimentó una reducción del 70% en el uso de bolsas de plástico.
Aunque defectuoso, los ecologistas dicen que el movimiento de zero waste ayudó a que la amenaza ambiental del plástico se convirtiera en un tema relevante.
"En muchos sentidos, las prohibiciones de las pajitas fueron buenos peldaños, y ahora la gente es capaz de profundizar y saber que el problema es mucho mayor", dice Christine Figgener; "no se trata sólo de salvar a las tortugas marinas, sino de salvar la base de la vida de nuestra propia especie. Necesitamos aire y agua limpios en nuestro propio hábitat y ecosistema. Si no entendemos eso, nada cambiará".
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