5 de mayo de 2021

Matemáticas para un mundo sostenible

 


Como consecuencia de la pandemia, por primera vez desde la Revolución Industrial la demanda de carbono no volverá a los niveles previos a la crisis. / Imagen: Unsplash

Los matemáticos ya se habían adelantado a esta proclama en 2013, año dedicado a las Matemáticas del Planeta Tierra por una iniciativa internacional de las sociedades y los institutos de investigación en matemáticas de Estados Unidos y Canadá, que recibieron el apoyo de la UNESCO, el Consejo Internacional de la Ciencia (ICSU) y la Unión Matemática Internacional (IMU) Y es que el papel de las matemáticas es esencial: ningún fenómeno que ocurra en nuestro planeta es ajeno a esta disciplina, ya que es el lenguaje de los modelos que permiten describirlos. Y es más, los principales desafíos con los que la humanidad enfrenta su futuro precisan de su concurrencia para garantizar el éxito. El cambio climático, el mantenimiento de la biodiversidad, el combate a la contaminación, el control de las epidemias, la sostenibilidad del mar, la prevención de desastres naturales (volcanes, terremotos, tsunamis) e inducidos (incendios), se rigen por ecuaciones. En definitiva, la sostenibilidad del planeta Tierra descansa en la ciencia matemática.

Nuestro planeta está sujeto a continuos cambios; tanto su interior, como la corteza terrestre, la atmósfera o la propia vida que sustenta, están sometidos a procesos dinámicos. La descripción de estos procesos requiere modelos matemáticos, la mayoría de una enorme complejidad. Desarrollar modelos cada vez más próximos a los procesos reales nos permite entenderlos, y en consecuencia, nos ayuda a anticiparlos y controlarlos o, en última instancia, a paliar en todo lo posible sus efectos.

BBVA Openmind hoja biomatematicas morfogenesis-Las biomatemáticas han permitido establecer los patrones mediante los cuales las hojas se distribuyen a lo largo de una planta en función de los ángulos de nacimiento de los tallos, tal y como explica un artículo de la Universidad de Tokio. / Imagen: Unsplash
Las biomatemáticas han permitido establecer los patrones mediante los cuales las hojas se distribuyen a lo largo de una planta en función de los ángulos de nacimiento de los tallos, tal y como explica un artículo de la Universidad de Tokio. / Imagen: Unsplash

Pero las matemáticas no sólo nos ayudan a comprender todos estos fenómenos de la naturaleza, sino que también sustentan gran parte de la actividad humana en el planeta. Las redes de transporte, las comunicaciones, la red de internet y las transacciones comerciales, son aplicaciones de la investigación operativa, la teoría de grafos, y la teoría de números.

Y, finalmente, podíamos referirnos a su papel clave en la educación; las matemáticas son, junto a la lengua, los dos pilares de cualquier sistema educativo.

Como vemos, muchas áreas del conocimiento relativas a nuestro planeta requieren matemáticas para su desarrollo. Los 17 ODS de la Agenda 2030 tienen mucho que ver con los temas de trabajo del programa Matemáticas del Planeta Tierra:

  • Un planeta para descubrir, dedicado a los océanos, la metereología y el clima, los procesos del manto terrestre, los recursos naturales, los sistemas solares.
  • Un planeta que sustenta la vida, que engloba temas como la ecología, la biodiversidad y la evolución.
  • Un planeta organizado por humanos, en el que se consideran los sistemas políticos, económicos, sociales y financieros; la organización del transporte y comunicación; la gestión de recursos; la energía.
  • Un planeta en riesgo, que incluye el cambio climático, el desarrollo sostenible; las epidemías; las especies invasivas; los desastres naturales.

Nuestra sociedad se está jugando en estos años críticos la sostenibilidad del planeta y las matemáticas están en el fondo de la cuestión. Podemos señalar tres grandes retos que los matemáticos deberíamos abordar con entusiasmo:

  • Fomentar la investigación matemática para identificar los grandes problemas y sus soluciones en relación con el planeta.
  • Animar a los educadores en todos los niveles educativos para que hagan conocer todos los temas relacionados.
  • Informar al público en general del papel esencial que las matemáticas tienen en este asunto.

Una de las grandes lecciones de la actual pandemia es la necesidad de los modelos matemáticos, que predicen la evolución de la infección; nos sirven además para optimizar los recursos mediante la investigación operativa; y la clave para conocer exactamente la eficacia de las vacunas es la estadística.

Las plataformas de ARNm son tan manejables y versátiles que permiten crear una vacuna en apenas semanas. Crédito: U.S. Secretary of Defense
Los modelos matemáticos predicen la evolución de la infección y ayudan a optimizar los recursos mediante la investigación operativa. Crédito: U.S. Secretary of Defense

La Agenda 2030 tiene que convertirse en el relevo de las Matemáticas del Planeta Tierra. Sería preciso organizar eventos de todo tipo: escuelas, congresos, ciclos de conferencias, publicaciones, concursos, etc. a todo lo largo y ancho de nuestro planeta, que pusieran en valor la necesidad de esta disciplina y que sirvieran de empuje para orientar la investigación matemática en esas direcciones.

Pensamos que la Agenda 2030 no ha calado todavía lo suficiente en el colectivo matemático, y es fundamental que la iniciativa repercute en sus actividades, y no solo en los matemáticos, sino en el resto de la comunidad científica, ya que los problemas planteados exigen una aproximación multidisciplinar.

Manuel de León

(Instituto de Ciencias Matemáticas-CSIC, Real Academia de Ciencias, Real Academia Canaria de Ciencias, Real Academia Galega de Ciencias)

Para los jóvenes activistas del clima, la pandemia es el momento decisivo para actuar

 De todo el trauma del último año, para la adolescente activista del clima Alexandria Villasenor hay un momento que destaca por ser el indicador de lo que le espera al planeta: ocurrió el verano pasado, cuando el humo tóxico de los incendios forestales se propagó sobre el norte de California al mismo tiempo que se imponía el confinamiento por el coronavirus.

«Los comercios no estaban abiertos ni permitían que entrara la gente porque no era seguro», afirma. «Pero fuera, el índice de calidad del aire era de más de 300, que tampoco era seguro. Me preguntaba: ¿qué mascarilla llevo para el humo de los incendios y la COVID? ¿Cómo puedo estar a salvo de ambos peligros?».

Villasenor, que tiene 15 años, ha estado hablando sobre la inquietud que siente por el futuro desde que la sequía y el calor intenso impulsados por el cambio climático hicieron que California ardiera como la yesca. Cree que vivirá su vida adulta en un mundo tan alterado por el cambio climático que será irreconocible y que esos cambios se habrán establecido en la Tierra antes de que alcance la edad legal para beberse una cerveza.

La llegada de un virus transmitido por el aire que ha matado a más de tres millones de personas en todo el mundo no ha hecho más que aumentar su preocupación, así que pasó parte del año pasado aprendiendo nuevas formas de afrontarlo. Empezó a hacer manualidades, plantar en el jardín y adoptó un gato. Pero como fundadora del grupo de educación climática Earth Uprising, también invirtió muchas horas en Zoom con otros activistas de clima para fortalecer el movimiento que empujó a millones de jóvenes a las calles en 2019. Dice que ahora están mejor preparados para salir en mayor número cuando la pandemia decaiga.

«Hemos aprovechado este tiempo para seleccionar y educar a nuevos activistas, preparar acciones y campañas, y trabajar en nuestra comunicación y tecnología», cuenta. «Saldremos de esta pandemia mucho más fuertes».

El año pasado, entrevisté a varios jóvenes activistas del clima para una edición especial del Día de la Tierra de la revista National Geographic que fue a la imprenta justo cuando arraigaba la pandemia. En las semanas previas al Día de la Tierra de 2021, contacté con ellos de nuevo para ver qué tal estaban.

Varios me dijeron que, si han aprendido algo de la pandemia, es que los líderes mundiales son capaces de responder a una crisis existencial. Los jóvenes activistas están más decididos que nunca a obligar a los líderes a responder a la crisis climática con la misma urgencia. Como la primera generación del mundo de nativos digitales, quizá también sean los mejor formados para impulsar su movimiento más allá.

«La COVID es el signo de puntuación en el mensaje que estos jóvenes han tratado de enviar acerca del cambio climático, que la Tierra está desequilibrada», afirma Lise Van Susteren, psiquiatra de Washington D.C. y cofundadora de la Climate Psychiatry Alliance, una organización que educa a colegas y al público sobre cambio climático y salud mental. «Este es el momento que antecede a la pregunta: ¿qué vamos a hacer ahora?».

Adaptarse a la nueva normalidad 

Al principio, los jóvenes activistas estaban tan frustrados como las generaciones anteriores por la forma en que la pandemia puso su vida patas arriba de manera abrupta.

En Pakistán, donde Rabab Ali (12) y su hermano, Ali Monis (8), han demandado al gobierno por el derecho a vivir en un medioambiente saludable, la vida cotidiana se paralizó hasta tal punto que leer se convirtió en la actividad que mantenía a su familia, cuenta Qazi Athar Ali, su padre y abogado medioambiental.

En otras partes del mundo, los activistas empezaron a trabajar por internet. En Ruanda, Ghislain Irakoze (21), que fundó Wastezon, una empresa que ha ayudado a enviar 460 millones de toneladas de residuos electrónicos a los recicladores, pasó gran parte del tiempo trabajando con autoridades de la Unión Europea y el Banco Africano de Desarrollo para expandir el negocio. También cuidó de un huerto, practicó ejercicio para mantener su energía y decidió hacer permanente un resultado de la vida digital: reducir los vuelos. En 2016, Irakoze tomó 26 vuelos para asistir a conferencias.

«Al adaptarme a las conferencias remotas en 2020, descubrí que puede ser posible reducir las emisiones de los vuelos», cuenta. 

Kehkashan Basu (20) se puso en cuarentena con sus padres en Toronto y consiguió mantener en funcionamiento la Green Hope Foundation, la organización sin ánimo de lucro que había fundado, en Bangladés y Liberia, donde los voluntarios en aldeas afectadas por la COVID distribuyeron mascarillas, jabón, filtros de agua, mantas y kits de higiene menstrual. La organización también instaló retretes en Bangladés y paneles solares en viviendas, un centro comunitario y una escuela en Liberia.

«Hicimos lo que pudimos para convertir los retos en oportunidades a cada paso», cuenta. «Me preocupaba cómo progresaría mi trabajo y el de la Green Hope Foundation, ya que nuestro trabajo es sobre el terreno. Después me di cuenta de que la tecnología era una herramienta que podíamos emplear para nuestro beneficio, para conectar con personas de todo el mundo y en países donde los confinamientos no eran tan estrictos, los miembros de la fundación pudieron salir y seguir trabajando en sus comunidades».

Felix Finkbeiner (23), fundador de la organización sin ánimo de lucro Plant-for-the-Planet, también se reorganizó cuando la pandemia lo obligó a cancelar eventos en Europa y a continuar sus estudios de forma virtual. Se trasladó a una aldea mexicana remota en la península de Yucatán para participar en el proyecto de plantación más reciente de su organización, que aspiraba a plantar 100 millones de árboles para 2030 en un bosque muy degradado por la tala. Finkbeiner, un joven explorador de National Geographic, también está colaborando con científicos para establecer experimentos de restauración forestal a gran escala.

Mayumi Sato (26), que es originalmente de Japón pero está comenzando sus estudios de doctorado en el Reino Unido, trabajó en varios programas de investigación que abordan otros problemas mundiales que la pandemia puso de relieve, como el racismo y los derechos humanos.

«No hace falta una pandemia para comprender los debates sobre Black Lives Matter o el racismo antiasiático, pero sí creo que la pandemia nos ha dado más tiempo para ser más conscientes de cómo, incluso en un mundo sin COVID, las personas de color han perdido sus vidas por la injusticia estructural cada día», afirma.

Motivos para ser optimistas

En muchos sentidos, la celebración del Día de la Tierra de 2021 ofrece una perspectiva mucho más prometedora del futuro que el año pasado. Ahora, el mundo ha visto los cielos azules sobre Delhi cuando desapareció el tráfico de la capital india. Estados Unidos se ha reincorporado al Acuerdo de París y el presidente Joe Biden aprovechó el Día de la Tierra para anunciar un plan ambicioso para reducir las emisiones de carbono un 50 por ciento para 2030.

Con todo, preguntar a estos activistas del clima si se sienten esperanzados por el futuro es la pregunta incorrecta, dicen. Rosie Mills (20), una activista del Reino Unido y estudiante de la Universidad de Glasgow en Escocia, se reserva su opinión hasta ver qué medidas concretos se toman.

«La verdad es que, en mi opinión, que Estados Unidos figure en el Acuerdo de París es lo mínimo que puede hacer como intento de esfuerzo global para combatir el cambio climático», dice. «Es bueno que un país tan grande haya dejado de trabajar en contra de las acciones climáticas, pero aún queda mucho que hacer».

Basu, una joven exploradora de National Geographic, ve una oportunidad en el gobierno de Biden que no existía con su predecesor, pero durante la pandemia ha aprendido una lección más relevante sobre liderazgo: «La pandemia ha reforzado mi creencia de que las mujeres son mejores lideresas», dice. «Los países que mejor se recuperaron de la COVID estaban liderados por mujeres».

Jamie Margolin (19), una de las fundadoras del grupo de activistas del clima Zero Hour y ahora estudiante de cine en la Universidad de Nueva York, dice que le preguntan constantemente si siente esperanza y optimismo. Aunque hay días en los que ve «rayos de esperanza», no cree que sea necesario que todo el mundo sea optimista.

«Estoy agotada y ya he pasado por mucho como para saber que la mejor forma de hacer reír al universo es hacer planes», dice. «No sé si siento esperanza por el futuro, pero me levanto cada día y realizo las acciones que puedo para que haya uno. Quizá parezca sombrío, pero es la verdad».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

EL DELICADO VÍNCULO ENTRE ECONOMÍA Y BIODIVERSIDAD

 

La actual crisis del coronavirus ha puesto sobre la mesa una cuestión que tanto ecologistas como economistas llevan años advirtiendo: la interdependencia entre economía y biodiversidad. La destrucción de la segunda, señalan los análisis, nos dejó expuestos ante la nueva enfermedad y ha acabado perjudicando a la economía. El próximo 17 de mayo se celebra la 15ª Reunión de las partes en el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) para revisar el avance de su Plan Estratégico para la Diversidad Biológica 2011-2020. Su objetivo es repasar el borrador preliminar del Marco Mundial de la Diversidad Biológica posterior a 2020. El texto pretende garantizar que la labor de conservación de la biodiversidad contribuya a «la nutrición, la seguridad alimentaria y los medios de vida de las personas, especialmente de las más vulnerables». El ámbito de la economía, que se ocupa del equilibrio entre desarrollo y conservación, tiene incluso sus propias siglas: TEEB (The Economics of Ecosystems and Biodiversity). Y no es ni un invento de Greenpeace ni Ecologistas en Acción: salió directo del G8 en 2007.

Ramón Pueyo: «Estamos hoy respecto a biodiversidad como estábamos en cambio climático hace dos décadas»

Heidi Wittmer y Augustin Berghöfer, del Centro de Investigación Medioambiental de Leipzig, y Pavan Sukhdev, del Centro de Monitorización de la Conservación Mundial de Cambridge, subrayan la interdependencia entre conservación y desarrollo económico, dos aspectos hoy inseparables. «Para aumentar el bienestar humano no basta con el crecimiento económico: necesitamos considerar igualmente los costes en términos del capital natural consumido para mantener ese crecimiento», resume Wittmer. La TEEB plantea, como señala el propio Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación de España, la necesidad de esa interdependencia: para mantener una economía en desarrollo es necesario un ecosistema bien conservado que permita que esta exista. La primera no puede darse sin la segunda, pero precisamente es una economía basada en la transición verde la que puede garantizar la sostenibilidad ambiental.

Desde de 2015, el Acuerdo de París ha aumentado la preocupación climática en el ámbito político y en el empresarial. En Europa, tanto la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, como el presidente galo, Emmanuel Macron, hicieron un llamamiento en el último Foro de Davos –llevado a cabo de manera virtual– a crear un acuerdo global para proteger la biodiversidad a la misma escala del de hace un lustro. La Unión pretende que se lleve a cabo esta negociación en la COP15 de biodiversidad que se celebra a finales de este año en China.

La crisis climática es ya un riesgo financiero, en este caso derivado del capital natural, que identifican tanto organizaciones transnacionales como Naciones Unidas como otras financieras del tipo de Credit Suisse. Esta última ha llegado incluso a emitir un informe junto a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) acerca del giro en las política de muchos inversores. La cantidad y calidad del capital natural es considerado por muchas entidades financieras como un valor a considerar.

La firma de servicios profesionales KPMG publicó el pasado diciembre su informe Reporting en información no financiera: recorriendo el camino, en el que se analiza, entre otros factores, si las compañías están incluyendo los riesgos ambientales en sus planificaciones a medio y largo plazo. El resultado es que, aunque una mayoría de ellas ya son conscientes del riesgo que supone la crisis climática para su actividad, muchas aún lo ven como algo difuso, sin tener claras sus estrategias. En dicho informe se recoge que el 64% de las compañías que publican información no financiera reconocen el cambio climático como un riesgo para el negocio. Lo hacen de diferentes formas, pero sobre todo, señalan desde KPMG, «con un bajo nivel de concreción incluyendo únicamente una descripción cualitativa al respecto».

Una destrucción significativa de la biodiversidad supondrá perder entre 125 y 140 billones de dólares al año

En lo que respecta al compromiso con la biodiversidad, según explica el socio responsable de Sostenibilidad y Buen Gobierno de KPMG España, Ramón Pueyo, «estamos hoy como estábamos en cambio climático hace dos décadas. Tan solo algunas compañías más expuestas o más comprometidas le están prestando la atención suficiente. Pero es una gota en el océano de la pérdida de biodiversidad». Sin embargo, también aclara que «son cada vez más las voces que piden que esta reciba la atención que merece considerando el riesgo que representa». De las cada vez más numerosas empresas que incluyen la protección de los ecosistemas en sus planes, muchas no la enmarcan como parte de su Responsabilidad Social Corporativa, sino como parte de su funcionamiento corriente. Esto –en parte–se debe a que las alteraciones en los ecosistemas, como sequías, erosión, pérdida de especies o contaminación del aire, tierra y agua tienen ya impactos financieros adversos identificables: descensos en los precios de la vivienda y acciones o mayor riesgo de default bancario. 

En nuestro país, a la espera de futuras decisiones amparadas por la nueva Ley de Cambio Climático y por las reformas europeas, hasta la fecha, el único antecedente de valoración económica de la biodiversidad a escala nacional fue el Proyecto VANE (Valoración de los Activos Naturales de España), encargado en 2005 por el Ministerio de Medio Ambiente. Fue un intento –a partir de las consideraciones de la economía ambiental desarrollada en los 90– de valorar económicamente el medio natural español desde una perspectiva microeconómica –valoración de impactos ambientales– y macroeconómica –cálculo de la riqueza de un territorio–. Pero por aquel entonces no se valoró exactamente el capital natural, sino las rentas generadas por los procesos ambientales –presuponiendo una situación de equilibrio entre la presión total de uso del activo y su capacidad de regeneración– y solo se integró el «valor de uso» de los activos naturales. Los resultados de este estudio fueron presentados cartográficamente para algunos servicios ecosistémicos, pero todavía no han sido publicados.

En este sentido, las compañías –y más las multinacionales– están tomando la delantera en medir el marco en el que se mueve su acción económica. El AXA Research Fund, el fondo para la investigación de AXA, publicó en 2020 la guía Biodiversidad en riesgo: preservar el mundo natural para nuestro futuro, que cuantifica por primera vez el impacto monetario que supondría para la economía global una pérdida significativa de la biodiversidad: entre 125 y 140 billones de dólares al año, según las estimaciones actuales. Algo  que en ese momento prepandemia equivalía a más de una vez y media el PIB mundial. En su momento, los economistas ambientalistas y ecologistas criticaron al TEEB por presuponer que el medio ambiente solo se salvaría si su conservación era más rentable que su destrucción. El giro en la mentalidad de los inversores actuales, respaldado no ya por la ONU sino por compañías financieras como Credit Suisse, no se queda en esa superficie y va más allá, ya que, como explica Pueyo: «si no revertimos la pérdida de biodiversidad no es que vayamos a enfrentarnos a un problema para sostener nuestro sistema productivo; el problema es que nos enfrentaremos a un problema para sostener nuestra civilización».

Los vertederos son una fuente de alimento para muchas aves: ¿qué pasará si los cerramos?

 Cada año se generan más de 2 000 millones de toneladas de basura en el mundo. De ellas, aproximadamente el 50 % son restos orgánicos procedentes del desperdicio de alimentos. El destino final de gran parte de esta basura son los vertederos a cielo abierto.

Este dato dibuja un escenario claramente dramático desde un punto de vista social y de sostenibilidad ambiental. Sin embargo, muchos animales han encontrado en los vertederos una fuente de alimentación realmente atractiva, que han sabido explotar casi a la perfección. 

Los vertederos son fuentes de alimento muy abundantes y predecibles: hay comida en el mismo sitio durante todo el año. Especies de aves oportunistas como las gaviotas, los córvidos o los milanos son asiduas a nuestros vertederos. 

Además, aves migratorias como las cigüeñas pueden usar los vertederos como lugares de parada y repostaje en sus viajes, sabiendo que siempre encontrarán alimento allí. De hecho, el aumento de la materia orgánica en vertederos durante las últimas décadas ha ocasionado que algunas especies hayan atenuado o incluso suprimido su comportamiento migratorio. Al existir comida todo el año, no han tenido tanta necesidad de migrar a zonas con climas más suaves.

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Una fuente de alimento fácil y 24 horas

Los restos orgánicos son fácilmente accesibles en el vertedero. No hace falta una gran inversión energética para obtenerlos. Esto los convierte en algo parecido a un supermercado gratuito abierto 24 horas. 

El resultado es que los animales que se alimentan en los vertederos suelen tener mejor condición corporal, pueden destinar más recursos a reproducirse y disponen de mayor cantidad de alimento y de manera más constante para alimentar a sus crías. Por consiguiente, tienen más descendientes que sus congéneres que no explotan estos recursos. También permite que individuos heridos o enfermos, que en condiciones normales no sobrevivirían, puedan no solo sobrevivir, sino reproducirse y sacar adelante su prole.

Más aún, para muchas especies animales en declive o amenazadas, como la cigüeña blanca, el buitre negro o el alimoche, los vertederos han supuesto, o suponen, el acceso asegurado a una fuente de alimento alternativa en algunas zonas. Este alimento puede ser crucial para muchos de ellos cuando presentan dificultades para acceder al alimento habitual o directamente se les ha privado de sus fuentes de alimentación tradicionales.

Venenos y enfermedades

Sin embargo, no todo son ventajas. En los vertederos el alimento se mezcla con metales, plásticos y otros compuestos tóxicos. Alimentos intactos en sus bandejas de plástico se juntan con otros podridos, generando la proliferación de bacterias y hongos. Por tanto, alimentarse en los vertederos también tiene sus riesgos. 

La “comida basura” se puede convertir en una trampa a corto y largo plazo debido a la intoxicación por plásticos y metales pesados, el desarrollo de infecciones y enfermedades o, incluso, la proliferación de heridas o amputaciones causadas por el contacto con materiales cortantes o punzantes. Estos peligros afectan tanto a los adultos que se alimentan allí como a sus crías, que son alimentadas con este recurso.

En un reciente estudio, hemos comprobado que, en el caso de la cigüeña blanca, un uso intenso del vertedero por parte de los padres incrementa la mortalidad de los descendientes tras la independencia. Seguramente se debe a los efectos nocivos a medio y largo plazo de la alimentación de los jóvenes con “comida basura”. 

Sin embargo, las aves que apenas visitan el vertedero tampoco lo tienen fácil. Estos individuos tienen más dificultades para sacar adelante a su progenie durante el periodo que están en el nido. Seguramente, porque les es más difícil encontrar alimento, pero la supervivencia de sus pollos en el futuro será más alta. 

La estrategia ideal para asegurar la descendencia es, por tanto, un uso moderado del vertedero. Complementar los recursos disponibles en la naturaleza con la alimentación en los vertederos cuando aquellos escasean permite que los adultos saquen adelante a más crías, mejorando su éxito reproductor y la supervivencia futura.

El futuro incierto de los vertederos

Además de la adecuada separación y procesamiento de los desperdicios orgánicos aprovechándolos para compostaje o producción energética, la actual política europea favorece la reducción de la generación de desperdicios alimenticios en todas las etapas: producción, consumo y desecho. 

La misma política incentiva también la transformación de los vertederos a cielo abierto en instalaciones cerradas para impedir el acceso de los animales, principalmente debido a su papel como potenciales dispersantes de enfermedades y en accidentes aéreos. A día de hoy, la gran disponibilidad de materia orgánica en vertederos que utilizan numerosas especies animales está desapareciendo conforme los vertederos se adaptan a la normativa.

Muchas especies animales disminuirán sus poblaciones, migrarán a zonas con vertederos todavía activos o cambiarán su tipo de alimentación, como ya se ha documentado en las gaviotas. Sin embargo, no queda tan claro que otras especies puedan hacer lo mismo, más aún cuando las áreas de alimentación tradicionales que utilizaban anteriormente han sido transformadas o han desparecido. ¿Qué ocurrirá con estas especies cuando no dispongan de los vertederos para cubrir sus requerimientos alimenticios?

Es una incógnita difícil de responder, por ello el seguimiento de las especies que se alimentan en los vertederos se convierte en un elemento crucial desde un punto de vista sanitario, ecológico y de conservación.

El MIT da los primeros pasos en la producción de madera cultivada en laboratorio

 

Imagen: Loregm – Depositphotos.

La madera cultivada en laboratorio podría ser una alternativa más eficiente y respetuosa con el medio ambiente, un proceso que podría revolucionar la industria maderera.

Un grupo de investigadores de la universidad estadounidense MIT son pioneros en el cultivo de madera a partir de células vegetales. El proceso es similar al de los científicos que cultivan carne a partir de células animales.

En primer lugar, se extraen células vivas de las hojas de una planta de zinnia y se colocan en una solución nutritiva que las anima a crecer y multiplicarse. A continuación, las células se trasladan a un gel con dos hormonas. Ajustando los niveles de esas hormonas, los investigadores pudieron controlar la producción de lignina en las células, que es lo que da a la madera su firmeza característica.

Cuando los investigadores del MIT examinaron las células al microscopio, observaron que habían usado el gel para formar estructuras rígidas similares a la madera. Esto no sólo demuestra la posibilidad de cultivar madera en un laboratorio, sino que muestra el potencial de moldearla en diferentes formas.

Las células vegetales son similares a las células madre en el sentido de que pueden convertirse en cualquier cosa si se les induce a ello.

Luis Fernando Velásquez-García.

Para lograr un impacto real, el siguiente paso es averiguar cómo se puede ampliar el proceso para producir madera de calidad comparable a la de los árboles y que sea económicamente viable.

La forma de obtener estos materiales no ha cambiado en siglos y es muy ineficiente. Esta es una oportunidad real de evitar toda esa ineficiencia.

Luis Fernando Velásquez-García.

También estamos por ver si el proceso de creación de su madera cultivada en laboratorio es realmente mejor para el medio ambiente que la tala, el tiempo lo dirá.