Hace 30 años, mientras el Medio Oeste de Estados Unidos se asfixiaba por una sequía y las temperaturas de la Costa Este superaban los 38 grados centígrados, declaré ante el Senado norteamericano, como experto científico de la NASA, sobre el cambio climático. Dije que el calentamiento global que estábamos experimentando se salía de los márgenes de variación normales y podía atribuirse, sin temor a equivocarse, a las consecuencias de la actividad humana; en particular, a la liberación en la atmósfera de dióxido de carbono y otros gases propensos a retener el calor. “Ya es hora de que nos dejemos de tanta palabrería y digamos que existen sólidas pruebas de la presencia del efecto invernadero”, afirmé.
Este mensaje claro y contundente sobre los peligros de las emisiones de carbono tuvo eco. Al día siguiente, ocupó los titulares de los periódicos de todo el país. Y la teoría se tradujo, a una velocidad notable, en actuaciones políticas. Cuatro años después, casi todos los países, incluido Estados Unidos, firmaron en Río de Janeiro un convenio en el que se acordó que el mundo debía evitar la injerencia de origen humano en el clima.
Por desgracia, el seguimiento de Río se plasmó principalmente en el Protocolo de Kioto y el Acuerdo de París, dos pactos precarios e ilusos, basados en la esperanza de que los países elaborasen planes para reducir las emisiones y los llevaran a la práctica. La realidad es que los países, en su mayoría, no persiguen más que su propio interés, y las emisiones de carbono continúan aumentando en todo el mundo.
No hay que ser genios para comprenderlo. Mientras los combustibles fósiles sean baratos, seguirán utilizándose, y las emisiones serán muy elevadas. El uso de combustibles fósiles solo disminuirá si en el precio se incluyen los costes sociales de la contaminación y el cambio climático. La forma más sencilla y eficaz de hacerlo es cobrar a las compañías productoras de combustible y recaudar una tasa de carbono, que sea cada vez mayor, en las explotaciones nacionales y los puertos de entrada de las importaciones.
La idea de que las energías renovables y las baterías van a bastar para suministrar toda esa energía es absurda
Los economistas están de acuerdo: si se distribuye el 100% de esa tasa de manera uniforme entre la población, se estimulará la economía, el PIB subirá y se crearán millones de puestos de trabajo. Nuestras infraestructuras energéticas se modernizarán e incorporarán energías limpias y más eficiencia. Esta tasa funcionaría mucho mejor que los programas de comercio de derechos de emisión propuestos por los políticos, que han sido inútiles, y además se puede aplicar de forma inmediata y casi a escala mundial, mediante la imposición de aranceles aduaneros sobre los productos de países que no la tengan, basándose en el contenido habitual de derivados fósiles que tienen esos productos. Esos aranceles serán un buen incentivo para que casi todos los países prefieran tener sus propias tasas.
Por el contrario, el método de los derechos de emisión implica la tarea casi imposible de negociar 190 límites, para todos los países del mundo. Algunos Gobiernos pueden mantener la tasa de carbono como impuesto, pero además, en las democracias, para contar con el apoyo ciudadano, es necesaria una distribución totalmente uniforme de ese dinero.
La tasa del carbono es crucial, pero no es suficiente. Países como India y China necesitan enormes cantidades de energía para mejorar su nivel de vida. La idea de que las energías renovables y las baterías van a bastar para suministrar toda esa energía es absurda, por la inmensa contaminación ambiental que causarían la extracción y el desecho de materiales, en el caso de que toda la energía procediera de esas dos fuentes. Peor aún, engañar a la población con la fantasía de que existen las energías totalmente renovables hace que, en realidad, los combustibles fósiles sigan dominando el mercado energético y el cambio climático se agrave.
Estados Unidos y Europa han quemado la mayor parte del carbono mundial que nos podemos permitir quemar. Por consiguiente, tenemos una obligación moral con el mundo en desarrollo y un problema práctico, porque todos vivimos en el mismo planeta.
James Hansen, director retirado del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA, dirige el programa de Ciencia del Clima, Concienciación y Soluciones en el Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia.
El plástico está impregnado en la vida y la rutina de las personas de una manera compleja que a menudo pasa desapercibida. La mitad de todo plástico producido en el mundo se utiliza una sola vez antes de ser descartado y por tratarse de uno de los materiales más duraderos producidos por el ser humano, este plástico puede quedar hasta 400 años en la naturaleza hasta descomponerse totalmente.
Muchas veces siquiera somos conscientes hoy la ropa tiene plástico, las toallitas para bebe son de plástico, los tampones femeninos, las toallitas higiénicas, los pañales y así casi todo los que producimos tiene algo de plástico, ya sea en su interior o en el envasado.
Lamentablemente para la industria el plástico es fácil y barato de usar para un sinfín de cosas, es por eso que nosotros como consumidores tenemos que hacerles saber que no queremos más plástico, si esperamos por los políticos puede pasar mucho tiempo ya que como sabemos los intereses económicos siempre van por delante de la vida humana y del planeta.
Todos ya somos concientes del tema del plástico en los océanos, las islas y como afecta a la vida marina, ahora sabemos que el plástico esta en nuestra comida y en nuestra agua, ¿no crees que es hora de parar esta locura?.
Es por eso que esta lista debe ser un mantra, repetida compartida y aplicado por todos para tratar de hacer un cambio realmente positivo en este mundo.
Vasos desechables.
Con lo simple que es usar una taza para el café o el té, todo aquello desechable o descartable debería directamente prohibirse los plásticos de un solo uso son lo que más esta contaminando el planeta ahora mismo. Probemos tomar nuestro café sin azúcar, es más rico y más sano y no usaremos una cuchara de plástico por ejemplo, llevemos una taza de acero en el bolso o mochila, en fin ser creativos y buscar formas de prescindir de estos plásticos hay muchas forma.
Cosas de plástico, cuando hay la opción de papel.
Opte por productos envasados en papel a los ofrecidos en envases plásticos. Huevos en bandejas de papel, papel higiénico envueltos en papel, productos envasados en cajas en lugar de bolsas plásticas, por ejemplo. El papel es mucho más sostenible viene de fuentes renovables y es totalmente biodegradable.
Pajitas, cañas, bombillas o papotes.
Sólo en los Estados Unidos, más de 500 millones de pajitas de plásticos se utilizan diariamente. Un trozo de plástico mucha veces innecesario y utilizado una sola vez, una vez deshechado se queda 400 años por ahí, este tipo de plástico ademas al ser muy pequeños y livianos son los que más contaminan y más posibilidades tiene de quedar por ahí, afectando además la vida de los demás habitantes del planeta.
Existen muchas opciones, la primera no usarlas, podemos se que parece que no pero los humanos vivimos sin esto millones de años, sino hay de madera, bamboo, metal y papel solo es cuestión de buscar un poco.
Productos envasados.
Opte por productos que no vienen en envases plásticos. Por supuesto que no estamos hablando de exclusión total, ya que buena parte de los productos a la venta todavía vienen envasados en plástico. Una de las cosas que más hago es buscar sitios que venden al granel, donde incluso uno puede ir con sus propios envases y rellenarlos.
Cosas como la fruta o la verdura si están envasadas no las compro y voy a otro sitio donde no lo estén, en vez de ir a un super ir al mercado solo con esto ya se reduce mucho el plástico.
Bolsas de plástico.
Mi abuela uso la misma bolsa durante 30 años, era una bolsa tejida de plástico pero que en sus sabias manos duro 30 años, ademas del carro de la compra su otro fiel aliado. Las bolsas de plástico es otro innecesario y además es de los plásticos que más contaminan sino el que más, los bioplásticos tampoco son solución debemos dejarnos de tonterías y dejar de ser tan vagos, salir con tu propia bolsa de tela, de yute, de rafia o de lo que sea de casa no es difícil, es solo una cuestión de adquirir el habito.
Embalajes plásticos (en casa).
En lugar de los potes plásticos, opte por potes de vidrio, recipientes de comida de vidrio, recipientes de comida de acero inoxidable. La cerámica y la madera también son grande aliados sobre todo en la cocina, no se a quién se lo ocurrió por ejemplo que una tabla de cortar de plástico era buena idea, si miramos con aumento cuando estemos por ejemplo cortando nuestra verduras sobre esta pequeños trozos de plastico terminan en nuestra comida y estómagos, ¿una locura, verdad?
Utensilios desechables.
En lugar de comprar vasos de plástico, platos y cubiertos para todas las fiestas, piense en invertir en un “conjunto de fiestas” de vasos, platos de cerámica y cubiertos de segunda mano que usted puede guardar para utilizar cuando sea necesario.
También existen opciones de papel o de metal, el tema es siempre estar atentos y pensar como podemos hacerlo sin plástico, querer es poder.
Botellas de agua.
Además de pagar entre un 500% a uno 5000% más por el agua, las botellas son otros de los contaminantes más extendidos y otra vez algo innecesario, hace tan solo 50 años no existían y la gente no moría de sed.
Puede usar tus propias botellas reutilizables de plásticos duros sin bpa, de acero, de aluminio y hasta de vidrio. En España es muy común la existencia de fuentes publicas, úsalas.
Existen incluso botellas reutilizables con sistema de filtración para mejorar la calidad del agua quitando un poco del cloro y otros elementos indeseables.
La guerra contra el plástico tiene que ser algo de todos, o el plástico nos matara!!
Agencia SINC -Beatriz de Vera- Parecen enormes alfombras desparramadas sobre las montañas. Algunas se hunden en el lago, mostrando un alto frente de hielo que hace siglos cayó en forma de nieve. Pese a su apariencia compacta, el interior de los glaciaresestá repleto de ríos y grietas que crujen en un sinfín de pequeños desprendimientos.
Si se miran de cerca, es frecuente ver cómo se despega un témpano y cae al agua. El espectáculo es estruendoso, pero es normal que el frente de los glaciares pierda masa debido a las temperaturas, a las fricciones internas y a su movimiento. El problema es que no se recuperan, algo que pasa en la mayoría de los campos de hielo del planeta.
El glaciar Perito Moreno se mantiene en equilibrio desde 1917, año en el que comienzan los registros. Esto significa que todo el hielo que se traga el lago Argentino vuelve a él con la nieve que cae en Campo de Hielo Patagónico Sur (CHPS), donde nace.
Para ver sus dos caras son necesarias, al menos, cuatro horas por sus pasarelas. El glaciar avanza unos 30 cm (su velocidad es de dos metros por día), pero el ojo es incapaz de percibir el movimiento de esta mole de 4 kilómetros de frente y 257 km2, equivalente a la capital federal de Buenos Aires o a más de dos veces la ciudad de Barcelona.
Su localización lo hace accesible y seguro de visitar. Uno de los espectáculos más acongojantes de la naturaleza es la formación y ruptura de su dique. Cada cierto tiempo, una lengua de hielo alcanza la orilla más cercana del lago, la península de Magallanes, aislando a la parte que recibe el nombre de brazo Rico. En ese momento empieza una lucha entre dos fuerzas: el glaciar que avanza y el agua que presiona el dique.
La lucha dura unos meses hasta que por fin el agua vence y consigue fisurar el hielo, formando un puente que atrae a miles de turistas. Si hay suerte, se puede contemplar su destrucción, algo que sucedió la noche del pasado 13 de marzo cuando nadie miraba.
“Este comportamiento es único en el mundo y no se puede predecir. El primer registro de ruptura del glaciar fue en 1917. Durante las últimas décadas, el fenómeno se ha dado cada dos o cuatro años, una frecuencia similar a la de principios del siglo XX. Sin embargo, antes de 2004, había estado 16 años sin romper”, explica Matilde Oviedos, portavoz del Parque Nacional de los Glaciares.
Como resultado del deshielo se originan dos grandes lagos: Argentino y Viedma, que abastecen de agua la zona a través del río Santa Cruz. Sin embargo, el avance de los glaciares no siempre es sinónimo de crecimiento. Luciano Benacchi, director del Glaciarum, el museo del hielo que funciona como centro de interpretación y visitantes del parque, explica: “Los glaciares se forman por nieve que sobrevive al verano y se va a acumulando con los años. Además de crecer, se mueven hacia adelante y hacia abajo, como una cinta transportadora. Los de la Patagonia son templados, su zona más profunda siempre está en el punto de fusión y en su base hay agua que actúa como lubricante”.
Gigantes que dan un paso atrás
Perito Moreno forma parte de la resistencia. De los 48 glaciares importantes que se encuentran dentro del CHPS, el manto de hielo más grande del mundo después de la Antártida, solo hay uno más en equilibrio, el Spegazzini, también en Argentina, y otro que presenta un ligero crecimiento, el Pío XI, en Chile.
Del resto se dice que están en retroceso. A Oviedos no le parece correcto este término: “Un glaciar avanza por la fuerza de la gravedad, así que no puede retroceder, lo que hace es perder masa de su frente: no se trata de un movimiento sino de una pérdida”.
A estas alturas, la comunidad científica señala sin dudar al cambio climático como el culpable del derretimiento. Incluso la estabilidad aparente del Perito podría no ser tan idílica: “El primer rompimiento se produjo en 1917, pero el mayor evento fue en 1936. Los árboles que murieron en el brazo Rico por efecto del endicamiento tenían 250 años, lo cual demostró que estos avances del Perito Moreno comenzaron en el siglo XX y no se habían observado al menos desde el año 1650”, observa Pierre Pitte, investigador del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA).
No solo se pierde hielo por los extremos de los glaciares, también bajo el agua. Un estudio de 2017 liderado por Pedro Svarka, director científico del Glaciarium, aseguraba que las pérdidas subacuáticas superaban a las debidas a los desprendimientos.
En total, el hielo de la Patagonia ha perdido 1.000 km2 de superficie en unos 60 años. Los expertos se lamentan de que a la glaciología en esta zona le faltan apoyos. Según Benacchi, la falta de fondos para investigación, unida a la despoblación de la región, hace que se trate de un terreno pobremente explorado en comparación con Europa.
“Nos hacen falta estaciones meteorológicas que recojan datos durante varias décadas para llegar a ser fiables. Aquí solo hay una que lleva en pie 22 años, sus datos aún no tienen el rigor suficiente”. Andrés Rivera, glaciólogo de Chile, señala que “es necesario robustecer las bases de datos y la investigación científica. Tenemos lagunas de información que nos impiden predecir el comportamiento futuro de los glaciares de forma precisa”.
Con este fin, el IANIGLA ha dado forma a un exhaustivo inventario de glaciares con datos sobre más de 16.000 cuerpos de hielo. “Mientras que otros países conocen sus glaciares hace varias décadas, nosotros recién en 2018 podemos decir cuántos tenemos y dónde. Necesitamos invertir más para conocer los recursos de nuestra Cordillera”, afirma Pitte.
Sequía, inundaciones y cambios
Mientras los recursos llegan, algunas consecuencias del deshielo se hacen evidentes. “Todas las predicciones ya se han superado. En en la Patagonia ya se han notado cambios en el régimen de precipitaciones, que disminuyen en el norte y aumentan en el sur. Esto altera el cauce de los ríos y provoca que zonas más septentrionales, donde la agricultura desempeña un papel importante, sufran por las sequías”, observa Bernacchi.
Los glaciares abastecen a las regiones de agua para beber y para la agricultura. “Hay comunidades que dependen del deshielo durante las épocas de sequía. Se espera que el cambio climático aumente los eventos climáticos extremos: más inundaciones y más sequía. Irónicamente, estos pueden ocurrir a la vez en lugares muy cercanos”, explica Twila Moon, del Centro Nacional de Datos de Nieve y Hielo de Estados Unidos.
El retroceso acelerado de glaciares libera terreno que tarda en ser colonizado por la vegetación, un terreno inestable, sujeto a deslizamientos y avalanchas, lo que genera riesgo de crecidas de origen glaciar (que se conocen como GLOF, por sus siglas en inglés).
En Argentina ya se han observado estos eventos. En mayo de 2009, un aluvión rompió la morena del glaciar Ventisquero Negro en el monte Tronador, Río Negro. La crecida destruyó el puente de acceso a Pampa Linda dejando incomunicada a la comunidad local por varios meses. Del lado chileno, Rivera relata otra colección de desastres, desde los flujos de escombros rápidos de barro y hielo que descendieron desde el volcán Yates en 1965 hasta el evento aluvional que afectó a la villa Santa Lucía en 2017.
La desaparición de agua dulce eleva el nivel del mar. “Si todos los glaciares continentales, sin contar los polos, se derritieran, el aumento sería de un metro; sumándole la sabana de hielo de Groenlandia, siete metros; y si sumamos la Antártida, entre 50 y 70 metros”, dice el director del Glaciarium, a lo que Moon añade: “Gran parte de la población mundial vive en las costas y gran parte de nuestra infraestructura económica también está allí”.
Otra de las responsabilidades de los glaciares es el mantenimiento de las corrientes oceánicas. En los polos helados, el agua se enfría y se hunde, impulsando la cinta transportadora oceánica global. Su complejo equilibrio se ve amenazado con las enormes cantidades de agua glaciar que caen.
Negación y medidas insuficientes
Para Andrés Rivera, “el proceso de cambio climático es global, no local, por lo tanto, medidas paliativas locales no podrán detenerlo. A largo plazo, solo una reducción global de emisiones puede detener sus efectos con un tiempo de respuesta de varias décadas”.
El compromiso global para frenar el aumento de las temperaturas se plasmó en 2016 en el acuerdo de París, firmado por 174 países y la Unión Europea. El primer gran palo que se llevó fue la decisión de Donald Trump de retirar la firma de Estados Unidos, segundo país en emisiones de CO2, después de China.
El desprecio medioambiental del gobierno estadounidense ha resultado en la elección de un negacionista del cambio climáticoal frente de la NASA, una institución que ha invertido esfuerzos en observar los efectos del calentamiento global. El programa Ice Bridge de la agencia ha sido crucial para monitorizar los hielos de la Antártida y comprender su dinámica.
Los daños en los glaciares son irreversibles, pero aún se puede hacer algo. “Si cambiamos ya nuestra forma de comportarnos con el medio ambiente, estaremos a tiempo de paliar la pérdida”, concluye Moon.
Un estudio elaborado por una profesora del MIT concluye que las leyes anticontaminación establecidas por el gobierno chino están teniendo efectos desiguales entre regiones. Así, la política no está siendo suficiente y hay que "remodelar el conocimiento de las empresas sobre responsabilidad ambiental"
por Anónimo | traducido por Ana Milutinovic
27 Agosto, 2018
El gobierno chino ha implementado medidas para limpiar la contaminación atmosférica que ha sofocado a sus ciudades durante décadas. ¿Resultan efectivas? Un estudio cuya coautora es una profesora del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) demuestra que una ley contra la polución funciona, pero de manera desigual.
La investigación analiza una ley china, vigente desde 2014, que exige que las centrales eléctricas de carbón reduzcan significativamente las emisiones de dióxido de azufre, un contaminante asociado con enfermedades respiratorias. En general, la concentración de estas emisiones en las centrales de carbón disminuyó en un 13,9 %. Sin embargo, la ley también exigía una mayor reducción de emisiones en las regiones más contaminadas y más pobladas, y en esas regiones "clave" es precisamente donde las plantas han cumplido menos. Solo el 50 % aseguró que había cumplido con la nueva normativa, y los datos remotos, a diferencia de las lecturas suministradas por las propias centrales, sugieren que los resultados son incluso peores.
"En las regiones clave encontramos la correlación más baja entre los datos del dióxido de azufre enviados desde las centrales y las medidas independientes desde los satélites", dice Valerie Karplus, profesora adjunta en la Escuela de Administración y Dirección de Empresas Sloan del MIT (Massachusetts, EE. UU.) y coautora del documento que detalla los resultados. El estudio incluye las centrales de carbón cerca de lugares tan poblados y económicamente prósperos como Beijing o Shanghái.
Para llevar a cabo este trabajo, Karplus y sus colegas de la Universidad de Colorado y la Universidad de Columbia (ambas en EE. UU.) analizaron datos de dióxido de azufre recogidos por 256 centrales eléctricas en cuatro provincias utilizando sistemas de seguimiento continuo de emisiones (CEMS, por sus siglas en inglés), sistemas de sensores que capturan concentraciones de contaminación en los gases residuales emitidos por las centrales eléctricas. Compararon esos datos con los datos de satélites de la NASA que miden de forma remota las concentraciones de dióxido de azufre a nivel mundial y con precisión geográfica.
Los datos de los dos sistemas de control casi coincidieron en las regiones "no claves", donde la concentración máxima permitida de dióxido de azufre se redujo de 400 a 200 miligramos por metro cúbico. Pero en las regiones clave, donde el límite era de 50 miligramos por metro cúbico, la investigación no encontró ninguna evidencia de correlación.
Esas normas más rígidas habrán resultado más difíciles de cumplir para las centrales eléctricas. Como señalaron los investigadores en este estudio, publicado en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias, "nuevos criterios más estrictos y la presión para cumplirlos pueden haber creado motivos para que los gerentes de las centrales eléctricas falsifiquen u omitan selectivamente los datos de concentración".
El hecho de que China no solo utilice, sino que comparta datos del CEMS es "un signo de progreso real en la gestión ambiental", afirma Karplus. Pero los datos de los satélites también resultan vitales para un control preciso, y no dependen de las acciones que las centrales eléctricas puedan realizar para influir en los resultados, como los informes incompletos o la manipulación de los sensores. "Los gobiernos pueden y deben usar los datos de la teledetección como una forma de proporcionar un control independiente sobre los números que reciben de los emisores sujetos a una política en particular", comenta. "Los datos de los satélites podrían ayudar a apoyar las ambiciones del gobierno central para frenar la contaminación del aire".
El endurecimiento de las normativas de polución es necesario, pero no suficiente para lograr reducciones duraderas en la contaminación, sostiene Karplus: "La política ambiental no existe en el vacío. Requiere remodelar el conocimiento predominante de las empresas sobre la responsabilidad ambiental y establecer sistemas creíbles de informes. En China, todavía queda un largo camino por recorrer, pero el reciente progreso resulta muy prometedor ".
Danubio, solo los más viejos del lugar saben lo que era patinar sobre el río helado todos los inviernos. Desde hace casi 200 años, el pueblo lleva un registro anual en el que se anota el día en que el caudal se congela, los que dura el hielo y cuándo empieza a romperse. Hasta 1960, casi todos los años el Danubio se helaba en su parte baja. Desde entonces, solo lo ha hecho cinco veces, dos de ellas en lo que va de este siglo. La causa parece ser el cambio climático, la misma que está provocando que las grandes masas heladas del planeta (ya sean perennes o estacionales) se estén derritiendo a un ritmo no visto en milenios.
“Cuando los científicos del clima hablan del hielo y el calentamiento global, muchos piensan en la capa de hielo de Groenlandia o el hielo marino del océano Ártico. La mayoría no se da cuenta de que la cantidad de hielo invernal en los mares y ríos de Europa es un indicador del cambio climático igual de relevante”, explica la investigadora climática del Instituto Alfred Wegener para la Investigación Polar y Marina (Alemania), Monica Ionita, que ha estudiado la evolución de las heladas en el curso del segundo río más largo de Europa.
Antes se solía helar en diciembre y duraba así hasta marzo, con una media de 27 días helado (los años sin hielo rebajan la aritmética). Pero desde mediados del siglo XX la temperatura promedio ha subido 1,5 grados, impidiendo que cuaje y que en Tulcea vuelvan a patinar.
El aumento de la temperatura está también detrás del deshielo ártico. Pero en esta región del planeta el calentamiento es más acusado: se produce un fenómeno conocido como amplificación ártica. Simplificando, el calentamiento es aquí comparativamente mayor (hasta tres veces) que en el resto del hemisferio norte. El hielo derretido expone amplias zonas de aguas abiertas que absorben un extra de radiación solar. En paralelo, al haber menos hielo, éste refleja menor porción de radiación, lo que acaba retroalimentando el proceso. La consecuencia más reciente la han observado los satélites de la NASA. Los inviernos de 2015, 2016, 2017 y este pasado, la porción helada del océano Ártico ha sido la menor desde que hay satélites.
Desde finales del siglo XIX, el nivel medio de los mares se ha elevado 20 centímetros
El Ártico sigue un patrón estacional: el avance del hielo se inicia al final del verano, en septiembre, y llega a su máximo en marzo o abril, cuando poco a poco vuelve a su mínimo. Este año, la extensión máxima fue 1,16 millones de kilómetros cuadrados menor que la media del periodo 1981-2010. “La capa de hielo marino del Ártico continúa en una tendencia decreciente, algo que está relacionado con el proceso de calentamiento del Ártico”, dice en una nota la investigadora climática de la NASA, Claire Parkinson. “El calentamiento significa que se formará menos hielo y se derretirá más, pero también, al haber menos, se refleja menos radiación solar incidente y esto contribuye al calentamiento”, añade.
La profesora de modelado y observación polar del University College de Londres Julienne Stroeve ha aprovechado sus vacaciones para navegar por el Ártico a bordo de un rompehielos. “Creo que veremos un océano Ártico libre de hielo a lo largo de nuestras vidas. Lo más probable es que suceda antes de mediados de siglo”, escribe en un correo enviado desde el barco. Pero, contra la creencia popular, toda esta inmensa masa de hielo derretido apenas afectará al nivel del mar, al menos directamente. La misma cantidad de agua en estado sólido tiene más volumen que en estado líquido. Pero sí elevará indirectamente las aguas. Es lo que realmente temen los científicos.
“La pérdida de hielo marino afecta al conjunto de nuestro sistema climático ya que, al retirar el hielo, el océano absorbe la energía del Sol que antes reflejaba el brillante hielo marino. Esto hace que el Ártico se caliente más rápido, lo que tendrá un impacto indirecto en el nivel del mar al aumentar el deshielo de la capa helada de Groenlandia y otros glaciares menores”, explica Stroeve. Y en Groenlandia, la segunda acumulación de hielo terrestre más grande tras la Antártida, hay tanto como para subir el nivel del mar hasta ocho metros si se derritiera por completo. Desde finales del siglo XIX, cuando empezaron a dispararse las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero (GEI), el nivel medio de los mares se ha elevado 20 centímetros.
Si el capitán de la Marina Real británica sir John Franklin hubiese buscado hoy el paso del Noroeste que lleva del Atlántico al Pacífico por encima de Canadá, lo habría encontrado. En 1845, partían de Inglaterra el HMS Erebus y el HMS Terror,dos de los mejores navíos del imperio. Tenían la misión de encontrar el ansiado paso en un tiempo en el que solo estaba el estrecho de Magallanes en el sur. Nunca lo encontraron. Como dramatiza una reciente serie de televisión, Franklin y su tripulación sólo hallaron hielo y más hielo hasta morir. Desde hace décadas no han dejado de aumentar los días que está abierto el paso y lo mismo sucede con el otro, el paso del Norte, sobre toda la costa septentrional de Rusia. Algunos estudios sostienen que, para finales de siglo, ambas rutas podrán mantenerse abiertas todo el año.
La apertura del canal de Panamá relativizó la importancia que tenía el paso del Noroeste en tiempos de Franklin. Pero no así la del paso del Norte: entre dos de los puertos europeos más importantes, los de Hamburgo y Róterdam, y las ciudades industriales de la costa de China o Japón hay 11.000 millas náuticas (20.000 kilómetros) por el canal de Suez. Por el norte, bordeando Rusia, la ruta se acorta hasta las 6.500 millas (12.500 kilómetros). Todo esto explica que organizaciones como el Instituto Ártico estimen una explosión del tráfico marítimo ya en este siglo. Y también explica parte de la geopolítica que países ribereños, como Canadá, Rusia, Noruega o EE UU, están desplegando en los últimos años.
La ganancia de unos, el comercio, la minería, el petróleo…, será la pérdida de otros. Un reciente estudio sobre el impacto futuro de la apertura de estos pasos a los barcos muestra que la mayoría de los mamíferos marinos del Ártico, en especial los narvales, las ballenas boreales y las belugas, verán reducidas sus poblaciones. En cuanto a los osos polares, el deshielo ya se está encargando de ellos por medio de otros procesos que les complican la caza y la movilidad en un medio cada vez más líquido. Muchos de los 26.000 osos que quedan sobreviven por encima de sus posibilidades. La incapacidad creciente de capturar focas, la principal porción de su dieta, los está empujando a buscar carroña de carcasas de cetáceos o atacar nidos de gaviotas.
Organizaciones como el Instituto Ártico estiman una explosión del tráfico marítimo ya en este siglo
En el otro extremo del planeta, en la Antártida, también se ha acabado la tranquilidad. Hasta no hace mucho la extensión de su hielo marino no dejaba de crecer mientras el acumulado sobre el continente se mantenía relativamente estable. En un continente tan inmenso (27,7 veces la extensión de España o 7 la de México) la dinámica es mucho más compleja que la del Ártico. En realidad hay tres grandes regiones antárticas: la península antártica, la más al oeste, la Antártida Occidental y la Oriental, que, desde un punto de vista geológico, bien podrían ser dos continentes diferentes. Hasta ahora, infinidad de estudios habían mostrado que las dos primeras perdían hielo de forma acelerada y algunos consideran que el proceso es irreversible. Sin embargo, la parte oriental, la más grande y la que por sí sola podría hacer que el nivel del mar se elevara en torno a 50 metros, seguía ganando hielo y, por tanto, tirando a la baja el nivel del mar. Eso ya se ha acabado.
En junio pasado, 84 científicos de 44 organizaciones publicaron un estudio en Nature que confirma que la Antártida también está perdiendo más hielo del que gana. El trabajo estima que el deshielo antártico ha elevado el nivel del mar en 7,6 milímetros desde 1992. “Unos pocos milímetros al año pueden sumar un metro en 100 años”, recuerda la investigadora de la Universidad Técnica de Dinamarca y coautora de esta investigación, Valentina Barletta. “Muchas populosas ciudades costeras están ahora al nivel del mar y una subida de un metro dejará la planta de muchos edificios bajo el agua”.
Un informe del Centro Oceanográfico Nacional de Reino Unido aportaba en julio una cifra del coste del deshielo: 14 billones de dólares para 2100. La causa inmediata será el aumento de las inundaciones marinas, el impacto de las tormentas costeras o los tsunamis. La lógica de este agravamiento casi de película catastrófica es que no hace falta que las aguas suban una decena de metros. Con dos o tres metros de elevación, cualquier evento extremo que hasta ahora tenía consecuencias menores, en unos años las tendrá mayores. Para que no se cumpla esa abultada cifra, según los autores del estudio, habría que reducir las emisiones hasta lograr que la temperatura media global no subiera más de dos grados respecto a los niveles preindustriales.
El problema es que, aunque se empezaran a reducir las emisiones mañana mismo, el nivel del mar seguirá subiendo ya que los GEI acumulados en la atmósfera desde que empezamos a quemar el carbón al inicio de la Revolución Industrial seguirán calentando el planeta al menos hasta 2300, según un reciente estudio sobre el futuro de la subida de las aguas. El investigador del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático y coautor de esta investigación, Mathias Rangel, recuerda: “La gran distancia temporal [entre causas y consecuencias] es una de las características que hacen que el cambio climático sea un problema perverso. Las generaciones que se benefician de la combustión barata del carbón no serán los que paguen el precio”.