El calentamiento global es inequívoco. La temperatura media anual del aire en superficie en el conjunto del planeta es hoy 1,2 ºC más elevada que en la segunda mitad del siglo XIX. Los datos más recientes muestran que el verano boreal de 2023 ha sido el período más cálido de la historia instrumental del planeta. El calentamiento es global, pero desigual, de manera que hay regiones con una tasa de aumento de la temperatura superior a la media. Este es el caso de la cuenca del Mediterráneo, que ya ha alcanzado los 1,5 ºC.
Especialmente susceptibles al calentamiento global y regional se muestran las ciudades mediterráneas, por el plus térmico de sus islas de calor urbanas. En horario nocturno, los centros de las ciudades suelen ser más cálidos que sus entornos. Son múltiples las causas del fenómeno: el tráfico rodado y otras combustiones, el alumbrado, el desprendimiento del calor almacenado por los materiales de construcción, la eficacia de los sistemas de drenaje, etc.
Aunque las ciudades no hayan crecido poblacionalmente, el exceso de calor es hoy mayor, por unas temperaturas más elevadas, en especial durante las olas de calor. También durante el día las temperaturas radiantes de los materiales de los edificios, las calles y las calzadas contribuyen al exceso de calor, que incide directamente en el ciudadano de a pie. Todo ello tiene una repercusión negativa en la salud humana, con aumento de la morbilidad y de la mortalidad. Y, sin llegar a ello, con una clara disminución del confort climático.
Medidas de las ciudades ante el calor
Ante los retos del cambio climático, las principales ciudades han desplegado acciones para contribuir a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y, en especial, para adaptarse a las nuevas condiciones climáticas con el objeto de proteger a sus ciudadanos.
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El reverdecimiento de la ciudad es una de las medidas más asumidas para rebajar el exceso de calor, así como el entoldado de algunas calles peatonales, y las limitaciones de acceso del vehículo particular al espacio central de la ciudad. Esto, además, mejora la calidad del aire, disminuye la contaminación acústica y tiene otros efectos beneficiosos para sus habitantes.
Con la vista puesta en el ciudadano ante el exceso de calor diurno, han surgido hace pocos años los llamados refugios climáticos. Se trata de espacios de libre acceso, cubiertos o al aire libre, que, sin perder su función original, ofrecen unas condiciones ambientales confortables, en particular agua y una temperatura agradable. De esta manera, pueden acoger y proteger a los residentes en el caso de calor (o frío) extremo.
Estos “oasis urbanos” son bibliotecas, centros cívicos, equipamientos culturales, etc., donde el ciudadano puede pasar las horas más calurosas de la jornada. También cumplen esta finalidad aquellos parques con sombra espesa y agua.
¿A quiénes están dirigidos los refugios climáticos?
La primera ciudad española que creó una red de refugios climáticos fue Barcelona, con más de 220 disponibles en el verano de 2023, a no más de 10 minutos caminando para un 90 % de la población.
Otras ciudades que cuentan con redes de refugios climáticos son Bilbao y Vitoria, y hay varias con proyectos o que los han comenzado de forma incipiente, como Sevilla, Valencia, Málaga o Murcia. En la vecina Portugal, Oporto reclama una red de refugios climáticos para todos los usuarios de la ciudad, tanto en verano como para las jornadas frías del invierno.
Los modelos de refugios climáticos implantados hasta el momento están dirigidos a la población residente más vulnerable (por edad, estado de salud o condiciones socioeconómicas) para paliar los efectos negativos del calor, reforzando su resiliencia. Pero los residentes no son los únicos usuarios de la ciudad, conviviendo con los visitantes especialmente durante los meses estivales.
Los turistas, especialmente vulnerables
Los visitantes se ven fuertemente afectados por las condiciones meteorológicas, que impactan cada vez más en sus expectativas y en su deseo de retorno y recomendación. Es habitual que pasen muchas horas caminando por la ciudad, y esta exposición los hace especialmente vulnerables y necesitados de alternativas en las zonas turísticas.
Aunque pueda defenderse que la ciudad bien acondicionada para los residentes lo será también para los turistas, cabe preguntarse si son necesarios unos refugios climático-turísticos, que presentarían algunas diferencias con los habituales.
Su ubicación ha de ser en la parte turística de la ciudad y han de estar pensados para visitas de corta duración. Los propios monumentos y museos podrían habilitar espacios para cumplir los requisitos de un refugio climático-turístico.
Su identificación debería facilitarse a través de los canales de información turística de cada destino (alojamientos, oficinas de información turística, aplicaciones, etc.). Esta debe ofrecerse en diferentes idiomas, junto a un plano de localización, y una explicación de los peligros que tiene para su salud una exposición continuada al sol y al ambiente muy caluroso. En destinos de sol y playa estos refugios climático-turísticos deben estar en las mismas zonas de arena o en los accesos, con diseños adaptados al entorno.
Este tipo de refugios son muy necesarios en España, donde los visitantes no siempre están habituados a los crecientes rigores de los veranos mediterráneos.
La provisión de refugios climático-turísticos en las ciudades debería incluirse en la planificación urbanística local, mediante mejoras y acondicionamiento del equipamiento y del espacio libre público, para lo que la inteligencia artificial comienza a ofrecer propuestas. No se trata de una recomendación, es una obligación que debe activar la administración, especialmente la local. Y no hay tiempo que perder.
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