El 10% más rico de la población ha contribuido 6.5 veces más al calentamiento global que el promedio mundial, provocando sequías y olas de calor extremas en las regiones más vulnerables del planeta. Esta es la conclusión de una reciente investigación que establece nuevas conexiones entre la desigualdad de emisiones según el nivel de ingresos y la injusticia climática.
El estudio fue realizado por un equipo multidisciplinario de especialistas del Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados de Laxenburg (IIASA), el Instituto de Ciencias Atmosféricas y Climáticas de Zúrich, la Universidad Humboldt de Berlín y la Universidad de Melbourne.
Los investigadores aplicaron un enfoque de atribución contrafactual basado en simulaciones climáticas. Estos modelos les permitieron traducir las trayectorias de emisiones en datos sobre temperatura, precipitaciones y sequías; asociarlas con grupos geográficos segmentados por ingresos, y estimar su influencia en eventos climáticos extremos específicos.
Los hallazgos indican que, en 2020, la temperatura media global fue 0.61 °C superior a la de 1990. Aproximadamente el 65% de ese aumento se puede atribuir a las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por el 10% más acaudalado del planeta, cuyos ingresos anuales superan los 122,100 dólares.
La responsabilidad climática es aún más desproporcionada entre los sectores con mayor acumulación de riqueza. El 1% y el 0.1% más rico han contribuido 20 y 76 veces más, respectivamente, al calentamiento global que el promedio mundial. Además, estos dos grupos influyeron 7 y 25 veces más, respectivamente, en la frecuencia de meses extremadamente calurosos en comparación con la era preindustrial.
“Nuestro estudio demuestra que los impactos extremos del clima no son simplemente consecuencia de emisiones globales abstractas. Podemos rastrearlos directamente hasta nuestro estilo de vida y nuestras decisiones de inversión, las cuales están estrechamente ligadas a la riqueza”, explica Sarah Schöngart, investigadora del Instituto de Ciencias Atmosféricas y Climáticas de Zúrich y autora principal del estudio.
Los más ricos exportan calor a las regiones más vulnerables
El trabajo, publicado en la revista Nature Climate Change, también identifica notables efectos transfronterizos. Destaca que el 10% más rico de la población de Estados Unidos y China ha impulsado un aumento en las temperaturas extremas en regiones particularmente vulnerables como la Amazonia, el sudeste de Asia y el sur de África.
Carl-Friedrich Schleussner, líder del Grupo de Investigación Integrada sobre Impactos Climáticos del IIASA, sostiene que "si todos hubiéramos emitido como el 50% más pobre de la población mundial, el calentamiento adicional desde 1990 habría sido mínimo. Corregir este desequilibrio es esencial para lograr una acción climática equitativa y efectiva”.
El análisis subraya que las inversiones financieras provenientes de las regiones más ricas, más allá del consumo individual, son responsables de una fracción significativa de los impactos climáticos globales identificados. Los autores hacen hincapié en el papel del metano como agente clave del calentamiento a corto plazo, y proponen el diseño de políticas que redirijan los flujos financieros y establezcan impuestos globales sobre el patrimonio de los más adinerados, como medida para reducir la desigualdad en la responsabilidad climática. Consideran que estos resultados deben formar parte de los debates sobre justicia ambiental, financiamiento para pérdidas y daños, y estrategias de adaptación.
"Este no es un debate académico: hablamos de los impactos tangibles de la actual crisis climática. Una política ambiental que no reconozca la enorme responsabilidad de los sectores más ricos corre el riesgo de ignorar uno de los mecanismos más eficaces para limitar los daños futuros”, enfatiza Schleussner.
En el marco del Acuerdo de París, las economías más desarrolladas de las Naciones Unidas se comprometieron a movilizar 100,000 millones de dólares anuales a partir de 2020, con el fin de apoyar a las regiones más expuestas en su adaptación al cambio climático. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), dicho objetivo se alcanzó por primera vez en 2022, con una aportación conjunta de 115,900 millones de dólares.
Garantizar el cumplimiento de ese compromiso se torna cada vez más difícil, ya que varias potencias económicas han recortado o expresado su negativa a destinar recursos para asistir a los países más pobres frente al colapso ambiental y mitigar sus consecuencias más graves.
En tiempos recientes, el gobierno de Donald Trump ordenó la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París, argumentando que el tratado beneficiaba a “países que no necesitan ni merecen el apoyo financiero del pueblo estadounidense”.
Francisco Estrada, coordinador del Programa de Investigación en Cambio Climático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), advierte que esta postura representa un freno a las negociaciones internacionales y limita el aprovechamiento efectivo de los fondos destinados a enfrentar la emergencia climática.
“Europa ha invertido sumas considerables en la reducción de emisiones, pero si Estados Unidos deja de aportar capital, cada euro invertido en mitigación tiene un menor impacto. Esto podría desincentivar nuevas inversiones y generar disputas legales, ya que hay mucho dinero involucrado en la transición energética”, afirma.
Joeri Rogelj, director de investigación del Instituto Grantham sobre Cambio Climático y Medio Ambiente del Imperial College de Londres, declaró al portal Science Media Centre España (SMC)que “la urgencia de actuar tiene ahora más sentido que nunca. Los gobiernos pueden construir economías resilientes adoptando medidas más firmes y decisivas para acelerar la transición hacia energías limpias”.
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