31 de julio de 2018

El agua y el fuego, dos extremos del cambio climático

Varios bomberos y voluntarios luchan contra las llamas en un incendio en Verori, cerca de Loutraki (Grecia).
Varios bomberos y voluntarios luchan contra las llamas en un incendio en Verori, cerca de Loutraki (Grecia).  EFE
En unos sitios se queman y en otros se ahogan. En unos sitios hay sequía y en otros inundaciones. Es normal, porque si hace más calor, se evapora más agua y en algún lugar tiene que descargar.
 El fuego. Hemos visto cómo Grecia ardía sin piedad. Hemos visto a gente calcinada que había muerto abrazándose. Hemos visto la desolación y la impotencia frente a una ola de incendios que avanzaba como bombas rodantes y que en solo dos días se llevó la vida de más de ochenta personas en la región de Atenas. No era un hecho aislado. La tragedia griega era el último de una cadena de episodios de calor extremo que comenzó a principios de julio en Escandinavia.
Hasta 52 incendios forestales quemaban simultáneamente el 21 de julio a lo largo de Suecia, algunos de ellos por encima de la línea que delimita el círculo polar ártico. Una ola de calor sin precedentes en Escandinavia había prendido unos bosques que creían inmunes al calor.
El mes de mayo había sido ya el más caluroso desde que se tienen registros. El 18 de julio la helada Laponia alcanzó los 33 °C y en Makkaur, en el círculo polar ártico, los termómetros registraban 25,2 °C… de noche. Algunos días de este mes de julio hacía más calor en el norte de Noruega que en Alicante.
También en la fría Siberia hubo incendios forestales cuyo humo llegó hasta Canadá y Estados Unidos. En algunos lugares, además de bosques, las altas temperaturas se cobraban vidas por golpes de calor y deshidratación. A principios de julio Canadá llegó a registrar ya más de 70 muertes. Dos semanas después era Japón la que sufría los rigores del calor extremo: 80 personas murieron y 22.000 tuvieron que ser hospitalizadas. En la zona de Kumayaga se alcanzó el récord de 41,1 °C.
El agua. En junio hubo inundaciones en Francia, Polonia, Austria, Grecia y Bulgaria. En julio, el agua hacía estragos en Asia. El 24 de julio se contabilizaban 27 muertos y decenas de desaparecidos en Son Tinh (Vietnam). Ocurría justo un mes después de que otra tormenta tropical se cobrara más de treinta muertos. En Laos la llegada de una enorme avenida causada por las intensas lluvias hizo ceder la presa de una central en construcción y 5.000 millones de metros cúbicos de agua se precipitaron sobre las poblaciones vecinas. Los muertos y desaparecidos se estiman por cientos.
Lo que ocurre encaja perfectamente con las previsiones que los expertos del panel científico de Naciones Unidas sobre Cambio Climático habían pronosticado: habrá más fenómenos extremos y serán más frecuentes. El tiempo no está loco. Lo hemos vuelto loco. Y ahora el loco tiempo mata más y con más frecuencia.
Pero el negacionismo sigue con su negociado, ajeno a toda esta muerte y este dolor. Y su negociado es negar la evidencia para crear confusión y evitar así que prosperen las medidas que deberían aplicarse para impedir que todo esto vaya a más. Cuando piensen en la economía, piensen también en los que han muerto abrasados o ahogados.

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