La científica mexicana Miriam San José nunca pensó vivir en un lugar tan emblemático para la biología como las Islas Galápagos, pero lleva casi cuatro años allí, trabajando con la Fundación Charles Darwin (FCD) para revivir el bosque de Scalesia cordata. El equipo de científicas al que pertenece ha recorrido largas distancias en busca de las diminutas semillas de este árbol endémico, al que protegen de de plantas invasoras y multiplican en un vivero. Gracias a estos esfuerzos, la Scalesia cordata está abandonando el camino hacia la extinción. Meses atrás, un hallazgo renovó sus esperanzas: con ayuda de un dron y un guardaparques localizaron nuevos ejemplares de esta especie, cuyas hojas recuerdan a un corazón.
Las Galápagos están a mil kilómetros del territorio continental de Ecuador. Su lejanía extrema con el resto del mundo dio lugar a una biodiversidad única. El 80% de las aves terrestres, el 97% de los reptiles y mamíferos terrestres y más del 30% de las plantas locales solo existen ahí. El conjunto de islas debe su nombre a la existencia de sus tortugas gigantes.
Sus peculiares fauna y flora son, sin embargo, vulnerables antes las actividades humanas. Más de la mitad de sus especies de plantas endémicas están clasificadas como amenazadas. En el caso de la S. cordata, explica la investigadora, queda 0.1% de los bosques originales que cubrían alrededor de 17,300 hectáreas.
Al sur de un puñado de islas
En el archipiélago de origen volcánico, famoso por ser un laboratorio viviente de la evolución, se encuentra el único sitio del mundo con Scalesia cordata: la isla Isabela. Es la más grande y una de las pocas habitadas. El 97% del conjunto insular es área protegida. En una pequeña fracción del 3% que está ocupado, se encuentra la Estación Científica que lleva el nombre del naturalista más famoso de todos los tiempos. Allí, la FCD custodia 135,000 especímenes en sus colecciones de historia natural.
Miriam San José, doctora en ciencias biológicas, cuenta que llegó a este remoto lugar “un poco por suerte.” Más que el azar, es su dedicación por la restauración ecológica lo que explica su presencia. Admite que la naturaleza en las islas es incomparable, mientras gira su teléfono para dejar al descubierto una ventana saturada de verdes tropicales durante nuestra llamada. Luego explica que la Estación Científica Charles Darwin, donde trabaja, está en la costa de Puerto Ayora, en Santa Cruz, la más poblada con cerca de 30,000 habitantes. Algunas islas, dice, son planas, con vegetación seca; otras tienen montañas con una mayor diversidad. “Trabajo en las áreas altas, donde el ambiente se vuelve más húmedo y crecen las Scalesias”.
La variedad que cuida, S. cordata, solo crece al sur de Isabela, entre los volcanes Sierra Negra y Cerro Azul, una isla con menos de 3,800 habitantes, pero con una importante población fluctuante debido a que la principal entrada económica de la región es el turismo. Durante el primer semestre de 2024, la Dirección del Parque Nacional Galápagos (DPNG) registró el ingreso de 142,473 visitantes.
Estos árboles crean microambientes que permiten el crecimiento de otras plantas. Crecen en zonas de garúa, como llaman ahí a la llovizna. Las S. cordata Captan el agua del ambiente y la distribuyen en el suelo. Además, dan refugio a los pinzones de Darwin, a los papamoscas y al pájaro brujo. Sus hojas secas, suspendidas de las ramas, atraen a insectos e invertebrados, lo que convierte al sistema en un sitio de forrajeo para las aves.
La planta que cuidan pertenece a un género exclusivo de Galápagos compuesto por 15 especies, la mayoría son arbustos y tres son árboles. La S. cordata puede alcanzar los 10 o 12 metros de altura. Al igual que el caparazón de las tortugas, las formas de sus hojas varía según la isla de origen: algunas lucen como lanzas, otras tienen pequeñas muescas irregulares.
Relato de un declive
Tres factores fragmentaron los densos bosques de Isabela. Primero, la instalación de asentamientos humanos en las zonas húmedas, que con el tiempo dieron lugar a una zona agrícola. Los primeros pobladores talaron estos árboles para usarlos en la construcción, lo que, junto al cambio de uso de suelo, redujo la abundancia de la especie. Luego, en las décadas de 1980 y 1990, incendios extensos al sur de Sierra Negra arrasaron con los bosques sobrantes. Después del fuego, las plantas nativas fueron desplazadas por especies invasoras como la guayaba (Psidium guajava) y la mora (Rubus niveus).
La fragilidad de las islas suele incrementarse con la introducción de especies. A menudo, estas llegan por accidente, como polizones en los barcos, pero también se llevan de forma intencional. Desde la llegada de la rata negra y el ratón doméstico en 1600, al menos 1,642 especies han ingresado al archipiélago, entre ellas cabras, hormigas de fuego, bacterias, hongos, virus y 820 especies de plantas. De estas últimas, unas 30 se han vuelto invasoras y alrededor de 50 tienen potencial de serlo. Esto significa que, mientras prosperan, alteran los ecosistemas locales y ponen en riesgo la biodiversidad nativa.
El 4% de las especies introducidas en Galápagos son invasoras, es decir, crean disputas desafortunadas para las endémicas. Las Scalesias compiten en desventaja porque crecen rápido, pero mueren pronto. Su vida corta vida se reduce a entre 15 y 20 años. Para sobrevivir, sus poblaciones dependen del recambio constante de individuos. Sin embargo, plantas invasoras como la mora o la Cedrela odorata forman un espeso sotobosque que bloque la luz solar e inhibe la germinación de las semillas de Scalesia. Además, la cedrela y la guayaba suelen vivir más que las Scalesias, “compiten con las nativas por recursos: espacio, luz, agua y nutrientes”. Incluso se ha comprobado que la Cedrela altera las rutas migratorias de las monumentales tortugas.
Desde 1959, la Fundación Charles Darwin realiza investigación y acciones de conservación en las islas. En la década de 1980, algunos de sus científicos estudiaron los bosques remanentes y protegieron uno en particular, ubicado en la zona agrícola de Isabela, llamado “El bosque de los niños” porque servía para actividades de educación ambiental. Tras la muerte del educador a cargo, Jacinto Gordillo, el lugar quedó abandonado, “ahora solo tiene plantas invasoras”, lamenta San José.
En 2002, Patricia Jaramillo, también investigadora de la FCD, y guardaparques de la DPNG contaron los ejemplares en Isabela y registraron 1,075. Después, en 2019, Anna Walentowitz, entonces estudiante de maestría, regresó a los lugares muestreados junto al guardaparques y solo hallaron 28. “Estos datos mostraron que si no hacíamos algo, la especie se iba a perder”. Entonces buscaron fondos para cambiar su historia.
Del ensayo a la esperanza
Los fondos llegaron en 2021, por parte del Keidanren Nature Conservation Fund (KNCF) y la Fondation Franklinia. Cuando Heinke Jäger, científica principal del proyecto, inició la misión, San José estaba recién desembarcada en Galápagos.
El equipo comenzó el trabajo en Cerro Grande, donde los guardaparques instalaron una cerca para proteger a las plántulas del pisoteo de gallinas y vacas salvajes. Además, establecieron cuadrantes para monitorear la vegetación y colocaron placas para registrar el crecimiento de las Scalesias. Llamó su atención no encontrar nuevas plántulas. “Fue preocupante, es como tener una ciudad donde toda la población es mayor y no tienen niños”. Al sur del volcán Sierra Negra hallaron muchas plantas invasoras y solo después de dos horas de caminata, encontraron pocas Scalesia cordata y nada de regeneración natural.
Así, el proyecto de rescate inició en colaboración con la Dirección del Parque Nacional Galápagos. En su primer viaje, el equipo colectó semillas de todos los sitios posibles, rehabilitaron el vivero e hicieron la primera siembra. "Pusimos semilla por semilla y las contamos para conocer la tasa de germinación”, cuenta San José. Después de un año de ensayo y error, aprendieron a cultivarlas e identificaron el mejor momento para acopiar semillas. Al segundo año, lograron cultivar 2,000 plantas.
A la par, implementaron una estrategia para controlar las plantas invasoras, un enfoque que Jäger y colegas estudiaron durante 10 años con otra especie de Scalesia, la pedunculata, en Santa Cruz. Desde 2014, compararon áreas donde combatían a las plantas invasoras con áreas donde no se hacía nada. “La remoción manual permite que la luz solar llegue al suelo, lo que fomenta la germinación de Scalesia”, detalla San José. Tras una década de investigación, Jäger reportó que en las parcelas intervenidas la cobertura de especies endémicas aumentó 37%, mientras que en las no tratadas disminuyó 65%. “Esta especie amenazada será llevada a la extinción local en la isla Santa Cruz en menos de 20 años, si las plantas invasoras no se eliminan a gran escala”,se lee en el artículo.
Uno de los elementos clave del éxito del proyecto con esta planta ha sido la inclusión de la comunidad local. En particular, la contratación de Pedro Gómez, originario de Isabela, quien como técnico de vivero y campo ha sido fundamental. Gómez y colegas de la DPNG trabajan en el vivero y en las áreas de control de plantas invasoras constantemente y difunden en su comunidad el valor de revivir el bosque. Así han contribuido a que las Scalesias salgan del olvido. Hoy en día, los habitantes las conocen e incluso desean sembrarlas en sus fincas. A esto se suman las iniciativas de educación ambiental con actividades como reforestación y visitas de estudiantes al vivero.
Después de tres años de trabajo en las Islas Galápagos, ya han documentado regeneración. Meses atrás, un hallazgo le inyectó esperanzas al equipo. “Se creía que solo quedaban unas 300, pero luego de que nuestro analista geoespacial, Paul León, realizara vuelos de dron guiados por guardaparques e isleños, dimos con nuevos ejemplares y dos nuevas poblaciones. Luego de mapear más de 500 hectáreas no hemos encontrado bosques, pero sí más árboles. De los 300 que se creía, ahora hay más de 3,000”.
Revivir un bosque es una tarea compleja. En el caso del que quieren salvar en Galápagos, el reto está en su baja tasa de germinación. “Es menor al 5 %, entonces toca colectar decenas de miles de semillas”, precisa San José. El plan, por ahora, es seguir la restauración hasta lograr poblaciones autosostenibles.
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