Un equipo de investigadores ha hallado trazas de isótopos radiactivos procedentes del accidente nuclear
de Fukushima en atunes rojos cercanos a las costas de California. Aunque
parecen malas noticias, los niveles de radiación resultan demasiado bajos para
dañar a humanos o peces. Sin embargo, sí podrían ayudar a los conservacionistas
a rastrear las espe- cies amenazadas por la sobreexplotación y diseñar
programas para protegerlas.
La pasada primavera, Dan Madigan, estudiante de
doctora- do de la Universidad Stanford, y otros colaboradores hallaron trazas
de cesio 137 y cesio 134 en atunes rojos pescados en las proximidades de San
Diego. Lo más probable era que los peces hubiesen incorporado dichos isótopos a
su organismo tras in- gerir plancton o peces contaminados cerca de la costa
japonesa. Los científicos diseñaron un método para estudiar las migraciones del
atún a partir de la cantidad almacenada de isótopos radiactivos. El cesio 134
tiene un período de semidesintegración de 2,1 años; el cesio 137, de 30,1 años.
Así pues, verificaron si la proporción de cada isótopo presente en los peces
reflejaba el momento de su llegada a las costas californianas. En general, una
mayor abundancia del primero indicaría un tiempo de lle- gada más reciente.
Los resultados se mostraron conformes con lo que
los expertos ya sabían acerca de la especie. Los atunes rojos del Pacífico
desovan cerca de las costas de Japón. Las crías pasan allí su primer año de
vida y, después, o bien permanecen en la zona, o bien se dirigen hacia la costa
californiana para engordar antes
de aparearse. El equipo de Madigan halló que todos
los peces con una edad igual o inferior a 1,6 años habían migrado y que el
viaje desde Japón les habría llevado unos dos meses. Estos datos les
permitieron validar su método. Los resultados aparecieron publicados el pasado
mes de marzo en la revista Environmental Science & Technology.
La nueva técnica se muestra prometedora para
rastrear los patrones migratorios de otras especies del Pacífico, como
tiburones, ballenas y tortugas. Aunque los niveles de cesio 134 pronto serán
demasiado bajos para resultar útiles, el equipo de Madigan logró correlacionar
las tasas de radiactividad con la abundancia de otros isótopos estables, como
los de carbono y nitrógeno. Ello permitirá emplearlos a modo de indicadores.
«Uno de los métodos es finito, pero el otro no. Una vez que hemos establecido
una relación entre ambos, podremos usar el segundo en el futuro», explica Madigan.
—Marissa Fessenden
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