Es prácticamente imposible soslayar en cualquier conversación la importancia del ejercicio físico, de descansar bien, de combatir el estrés y sobre todo, de comer bien. Estamos informados sobre casi todo, ¿pero qué es exactamente comer bien?
Una serie de términos han empezado a imponerse y a confundirse entre sí: comer sano, natural, evitar los transgénicos y los químicos, optar por productos provenientes de agricultura ecológica, etc.
Pero hay una realidad que hace replantear el verdadero beneficio de estos hábitos. «La esperanza de vida en España ha aumentado durante todo el siglo XX y ha seguido en el XXI y cada vez hay mayor seguridad alimentaria. A la vez, solo un 10 por ciento de la población consume productos ecológicos, a lo que se suma que, pese a que los transgénicos están prohibidos en Europa, se importan 70 variedades transgénicas y el 9% del PIB de Argentina proviene de la agricultura, que es mayoritariamente maíz y soja transgénicas que llega a Europa para alimentar animales que luego consumimos», señala J.M Mulet, profesor de Biotecnología de la Universidad Politécnica de Valencia y autor del libro «Comer sin miedo».
«Está claro que en el aumento de la esperanza de vida intervienen otros factores, pero decir que la comida es peor o que nos envenena porque es transgénica o porque no proviene de producción ecológica no es cierto», sentencia.
Mulet desmonta en su libro una serie de mitos que empiezan con la elemental y muy usada frase de «comer productos naturales». «Natural es todo lo que se coge de la naturaleza, y siguiendo esta definición nada es natural porque todo es cultivado o domesticado, desde una mazorca de maíz pasando por un cerdo o una vaca. Cuando vas a un supermercado y ves una etiqueta que dice: "natural" no hay problemas porque legalmente no hay exigencias, pero la realidad es que nada es natural puesto que interviene siempre la mano del hombre», explica Mulet.
¿Lo que viene de la naturaleza es mejor?
Mulet arremete contra la agricultura ecológica y la llama «marca comercial». «Es un mito que sea mejor para la salud o el medio ambiente. Cuando hablamos de productos ecológicos hay que tener cuidado con el etiquetado puesto que en este caso sí hay una legislación. Existe una lista de pesticidas y fertilizantes que se pueden usar y otros que no. La pregunta es si lo que proviene de la naturaleza siempre es mejor. Y la respuesta es no. Se usan muchos pesticidas naturales que son tóxicos. Por poner un ejemplo, el cobre para control de hongos o la rotenona, una sustancia de origen vegetal utilizada como insecticida que no se emplea desde 2007 por su toxicididad».
«La pregunta es si lo que proviene de la naturaleza es mejor»En resumen, bajo las normas de la agricultura ecológica no se pueden utilizarse ferlizantes, insecticidas, pesticidas o abonos sintéticos sino que tienen que ser de origen animal y ello, desde un punto de vista científico, es una aberración, señala el autor del libro. «En ciencias sabemos que las propiedades de cualquier compuesto dependen de su composición y no de su origen. Por ejemplo, cuando tienes que fertilizar en la agricultura ecológica se usa estiércol en vez de fertilizantes nitrogenados pero en ambos casos estás aportando nitrógeno, con el problema de que el estiércol puede estar contaminado por Escherichia coli. El hecho de venir de la naturaleza no es mejor, hay moleculas sintéticas que son muy útiles y hay otras naturales que son muy contaminantes y viceversa», concluye.
Sin beneficios para la salud
Mulet señala que según todos los estudios que se han hecho respecto a los productos obtenidos a través de agricultura ecológica o tradicional demuestran que las propiedades finales (nutricionales y de salud) son muy similares. «Al final, la genética es la misma y la variación es mínima, la única diferencia es que la ecológica te cuesta cuatro euros más».
«Los fertilizantes naturales no cuidan el ambiente»La otra «pega» que Mulet le encuentra a la agricultura ecológica es que tampoco cuida el medio ambiente. «Un fertilizante natural (estiércol) tiene que salir de una vaca, un animal al que le has dado de comer productos agrícolas. Se ha calculado que si en toda la producción agrícola se usaran fertilizantes de origen animal necesitaríamos 14 mil millones de vacas, algo así como dos vacas por cada habitante del planeta, que tienen que comer y que producen gases de efecto invernadero….».
Algo parecido sucede en el caso de los insecticidas. «Hay pocos insecticidas autorizados. El natural es el spinosad, que se obtiene de una bacteria. «El problema es que es muy caro y poco específico, mata a cualquier bicho y para las abejas e insectos polinizadores es terrible. Por eso, hay plantas transgénicas que producen su propio insecticida y que no están permitidos en la producción ecológica pero que son tóxicos solo para insectos determinados por lo que medioambientalmente son más beneficiosos».
Buena publicidad
El alto precio de los productos ecológicos se explica porque «se usan métodos menos eficientes, la producción es baja y el precio sube. «La agricultura ecológica no es mala y hay que reconocer que tiene muy buena publicidad. La realidad es que si hay un estudio que defiende que es buena, luego hay 20 que dicen que es peor o igual que la convencional. Me parece bien que exista pero está mal que la publiciten en base a propiedades que no tienen. Dicen que es más sana y no es cierto».
El miedo a los transgénicos
Otro de los miedos del europeo medio son los transgénicos. «Un transgénico es un organismo en cuyo genoma se ha insertado un trozo de ADN de otro organismo de forma artificial. En Europa no se permite su siembra simplemente por motivos polítcos pero es hipócrita porque los importamos y los usamos para casi todo».
«El transgénico tiene que superar muchos controles y en 20 años no se ha podido demostrar un efecto nocivo, nadie puede decir que ha provocado problemas de salud y o de medio ambiente. Estamos con el mismo problema que la agricultura ecológica. Hay motivos políticos pero no científicos ni éticos, porque además, lo hacemos por otros medios: cruce, irrigación, mutación...»
Monsanto y Greenpeace
Pero la principal causa de su prohibición en Europa es histórica. «Esta tecnología la descubrió una universidad europea y una empresa norteamericana (Monsanto) que la tenía lista para salir al mercado. Pero en Europa ninguna empresa quiso apostar por la investigación que se estaba haciendo en las universidades. Cuando Monsanto tuvo la primera planta lista, las empresas euroepas vieron que no podían competir y como no pueden impedir comerciar, optaron por la prohibición. Y los ecologistas, claro, se subieron al carro pero no se dieron cuenta de que le hicieron un gran favor a Monsanto. Si yo fuera directivo de la empresa le daba dos besos a la gente de Greenpeace. De hecho, ahora que las leyes son tan estrictas y las empresas europeas no pueden competir se van a Estados Unidos. Es el caso de BASF, la compañía química cuya división de genética de plantas se marchó a América. Incluso, el Instituto de Agricultura Sostenible - CSIC de Córdoba desarrolló trigo transgénico apto para celíacos pero los derechos los compró una empresa americana porque ninguna europea lo podía hacer».
«Mejor conservante en mano que salmonela volando»
Con este titular Mulet critica el miedo de la gente a la química. «Hay miedo a las etiquetas que tienen muchas "E" (E-300; E-150d; etc.). Pero los aditivios y conservantes son lo más controlado y calculado que hay, lo que realmente debe preocuparnos es la cantidad de azúcar y grasa que tiene un alimento. Por poner un ejemplo, una lata de refresco tiene el equivalente a casi 6 sobres de azúcar (cada sobre contiene 6 gramos, con lo cual estaríamos consumiendo casi 36 gramos). Los conservantes son buenos, evidentemente, prefiero comerme un embutido o una lata de conservas en buenas condiciones que morir por botulismo», ironiza Mulet.
JGS
ABC.es
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