Para evitar la pérdida de la diversidad biológica, en concreto la de las plantas, los bancos de semillas se han consolidado como un refugio necesario para mantener las variedades y facilitar su adaptación al cambio climático.
Más de 7 millones de muestras de semillas se encuentran guardadas en unos 1.750 bancos repartidos por el mundo, en comparación con la decena de centros que había en la década de 1970.
“Para seguir produciendo los alimentos que necesitamos tenemos que mejorar nuestras variedades” en un momento en el que están cambiando el clima, las formas de producción o los gustos de los consumidores, comenta el experto de la FAO Francisco López.
Si tradicionalmente las personas han intercambiado semillas, la despoblación del campo, la industrialización de la agricultura y otros fenómenos modernos han complicado esta tarea.
El especialista del secretariado del tratado internacional de recursos fitogenéticos para la alimentación y la agricultura explica que, frente a la alarmante pérdida de diversidad, hace falta ir a los lugares de donde proceden esas variedades y buscar a sus parientes silvestres.
“Los bancos de germoplasma (semillas) tienen la misión de colectar, preservar y documentar ese material, poniendo los datos a disposición de todos”, detalla, al tiempo que recuerda que la mayor parte de su conservación la siguen haciendo los agricultores en el campo.
Lo que se busca ahora son “semillas todoterreno”, capaces de resistir plagas, la falta de agua o los suelos con alta concentración de sal.
Pero para lograr su adaptación primero hay que conservarlas. López recuerda que el trabajo “es muy complejo” e incluye la organización de misiones para colectar material sabiendo lo que ya se tiene guardado y comparándolo con otras colecciones con el objetivo de mapear la diversidad de un cultivo.
A veces la falta de recursos impide mantener las semillas en buen estado. Además de la financiación, son precisos los trabajos de duplicación del material vegetal que investigadores de todo el mundo llevan a cabo.
De hecho, los 135 países que hasta el momento han suscrito el tratado internacional de recursos fitogenéticos (en vigor desde 2004) se han comprometido a intercambiar las variedades de los 64 cultivos más importantes para la alimentación y la agricultura.
Así los científicos pueden solicitar material guardado en los bancos de semillas mediante un contrato estándar, lo que ha facilitado los 2,6 millones de transferencias de muestras realizadas desde enero de 2007, según datos de la FAO.
Dentro de ese sistema funciona como una excepción el centro de Svalbard, en Noruega.
En ese archipiélago próximo al Polo Norte, en una especie de búnker cavado bajo la superficie helada se halla el mayor banco de semillas del mundo, con más de 860.000 muestras.
En realidad, es una copia de seguridad del material enviado desde distintos bancos de semillas o países, que son los únicos que pueden recuperar lo que es de su propiedad.
El consejero de este centro Roland von Bothmer destaca a Efe por teléfono que Svalbard ofrece unas condiciones estables -entre ellas, un frío natural permanente- para el mantenimiento de las semillas, lejos de los fallos de electricidad, los problemas financieros, los fenómenos naturales extremos o los conflictos que asuelan otras partes del planeta.
Ante tales dificultades, Von Bothmer elogia el trabajo de los empleados del banco de semillas situado a las afueras de la ciudad siria de Alepo. Pese a la guerra, lograron sacar del país y trasladar a Svalbard alrededor del 90 % del material que tenían almacenado.
“Estamos preparados para enviarles el material cuando lo reclamen”, asegura.
Tres veces al año las puertas de Svalbard suelen abrirse para acoger el material nuevo, que queda registrado, etiquetado y guardado en cajas. Un largo viaje para muchas semillas, algunas de ellas únicas, que continúan siendo un tesoro de la naturaleza digno de ser conservado. EFE
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