Uno de los efectos más notable del calentamiento global que estamos experimentando es la pérdida de hielo marino que acontece en el hemisferio norte, concretamente en el Ártico. Las observaciones por satélite indican que la extensión de hielo marino en septiembre (cuando se alcanza el mínimo anual) ha decrecido aproximadamente un 13% por década en los últimos 40 años, si bien es cierto que con una alta variabilidad interanual. Además, es uno de los fenómenos que más interés y debate suscitan debido a los potenciales impactos que puede tener sobre la dinámica atmosférica y por tanto, sobre el clima de la Tierra, así como por su complejidad.
La complicada relación entre el deshielo del Ártico y el comportamiento de la atmósfera ha copado titulares durante los últimos años en los medios de comunicación. Sin embargo, si bien existe una hipótesis que se creía robusta y que ha calado en profundidad en el ámbito divulgativo, en los últimos tiempos la evidencia científica parece estar cambiando.
Concretamente, estamos hablando sobre cómo afecta el deshielo al chorro extratropical, una corriente de fuertes vientos que navegan en la alta troposfera (unos 9.000 metros de altura) alrededor del Polo formando ondas, llamadas Ondas de Rossby. El comportamiento de esta corriente tiene consecuencias directas en el tiempo diario que nos afecta. Un carácter muy ondulado provoca una mayor ocurrencia de fenómenos extremos en latitudes medias (olas de frío/calor, inundaciones, etc.), mientras que un comportamiento más lineal o zonal tiende a provocar una meteorología más acorde al clima normal.
A este respecto, el rápido deshielo del Ártico lleva a un efecto conocido como la Amplificación Ártica (AA), es decir, un calentamiento anómalo de las regiones polares del hemisferio norte. A su vez, esto provoca un suavizado en la diferencia o gradiente de temperaturas superficiales entre las zonas polares y las tropicales, lo cual afecta al comportamiento del chorro extratropical, adquiriendo un carácter más ondulado.
La idea de que la Amplificación Ártica pueda estar afectando a los patrones de la circulación atmosférica cobró importancia en 2012 gracias a la científica Jennifer Francis, después de que algunas zonas de latitudes medias estuvieran experimentando una serie de inviernos extremadamente fríos, a pesar del calentamiento global. Según dicha teoría, ese vínculo debería haberse afianzado en los siguientes años. Sin embargo, desde entonces, el deshielo en el Ártico y la Amplificación Ártica han continuado su curso, pero ello no ha repercutido en la continuación de un comportamiento más ondulado del chorro extratropical, ni en la sucesión de inviernos más fríos, especialmente en Eurasia. Por tanto, la conexión vista entre 1980 y 2010 parece haber perdido robustez en los últimos años. No porque no exista, sino porque hay otros fenómenos distintos al deshielo que pueden estar influyendo.
Hace falta un periodo más largo de datos e investigaciones para tener una idea más clara de lo que pueda estar sucediendo. Por ejemplo, esta conexión puede estar siendo alterada por otros fenómenos como la expansión de los trópicos, que también puede modificar el comportamiento del chorro extratropical.
Por otro lado, aparte de lo que ocurre en la atmósfera, existe también una influencia del calentamiento global y el deshielo del Ártico en el océano, que ha cobrado especial interés en las últimas semanas. Las corrientes oceánicas pueden verse afectadas por estos fenómenos al cambiar los patrones de salinidad y temperatura, influyendo en la circulación termohalina, que tiene relación con la circulación oceánica a gran escala. La rama de esta circulación en el Atlántico Norte, llamada AMOC (del inglés, Atlantic Meridional Overturning Circulation), parece estar ralentizándose de forma abrupta en el pasado siglo, llevándola a su estado más débil en el último milenio.
Esta circulación juega un papel muy importante en el sistema climático de la Tierra ya que transporta calor desde el Atlántico tropical hasta latitudes más altas. Está relacionada con la famosa corriente del Golfo, a la que se le ha atribuido (no del todo cierto) la causa de que Europa disfrute de un clima más cálido que Estados Unidos al otro lado del Atlántico. Decimos no del todo cierto porque se ha demostrado que otros factores atmosféricos también influyen en dichas diferencias. En cualquier caso, un debilitamiento o paralización de la AMOC sí que puede llevar a graves cambios extremos en el clima de la Tierra, especialmente en Europa, lo cual es otro fenómeno digno de seguir su evolución con preocupación. De hecho, está considerado como uno de los puntos de inflexión en el sistema climático; su ralentización puede llevarnos a terrenos inexplorados en el funcionamiento del sistema climático.
No podemos terminar sin mencionar la vinculación del temporal Filomena —que azotó buena parte del país el pasado mes de enero— con el comportamiento del vórtice polar estratosférico y el chorro extratropical. Esta relación quedaría fuera del contexto del deshielo ya que existen también otros fenómenos que pueden perturbar el comportamiento del vórtice polar, como son los calentamientos súbitos estratosféricos, y que de momento no se ha encontrado un cambio en la tendencia de éstos con el calentamiento global. Para intentar vincular el temporal Filomena con el calentamiento global, así como con estas perturbaciones en el vórtice polar, hacen falta estudios rigurosos. Posiblemente, exista una relación, pero una mayor inversión en España en estudios de atribución del cambio climático es necesaria para poder resolver estas preguntas adecuadamente, como ya se empieza a hacer en otros países y de forma incluso operativa.
Juan Jesús González es investigador Juan de la Cierva en ciclones, dinámica atmosférica y cambio climático en la Facultad de Físicas de la Universidad Complutense.
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