Embalses cerca de considerarse muertos, ríos con cauces secos, praderas teñidas de amarillo cuando siempre las recordamos verdes, son algunas de las evidencias de la sequía que padece Europa y que es consecuencia de un régimen de precipitaciones alejado del acostumbrado.
Son efectos, que ya son de difícil negación, que causan preocupación en la población pero que han sido anticipados por expertos en cambio climático.
Desgraciadamente, no van a ser los únicos. Cuando todavía no nos hemos olvidado del azote del Covid-19, aparece otra amenaza en forma de plagas.
En este contexto vamos a entender por plaga cualquier ser vivo que resulta perjudicial para otro ser vivo de interés para el ser humano.
Existen plagas de interés sanitario, como las que producen enfermedades humanas o animales con vectores como hongos e insectos, y plagas agrícolas que afectan las plantas cultivadas, así como las cosechas, ya sean frescas o almacenadas.
Así pues todo lo relativo a las plagas también se está viendo afectado por el cambio climático, con la consiguiente alteración para la fauna, la flora y los seres humanos.
Se ha estudiado que cuando es patente la falta de agua, los mosquitos, que son muy vulnerables a su ausencia, muestran una inusitada avidez para prevenir la deshidratación picando más para aumentar su suministro de sangre, circunstancia que, además de molesta, causa un incremento de enfermedades de carácter infeccioso.
Por otro lado, en los estanques, fuentes y piscinas de las ciudades comienzan a ser cada vez más frecuentes concentraciones de abejas y avispas que tratan de beber el agua estancada que no encuentran ya en la naturaleza.
Además, si no llueve, tampoco surgen flores y las abejas no pueden alimentarse de su néctar
Las abejas, fundamentales para el equilibrio ecológico, se ven muy afectados por los cambios bruscos en sus ecosistemas. La falta de lluvias atrae a sus colmenas a la varroa, un ácaro destructor que acaban con las colmenas. No sólo acaba con a sus miembros, sino que les produce enfermedades.
Por otra parte, ratas y cucarachas también modifican sus hábitos, abandonando sus lugares de cobijo en busca de la humedad, por lo que si nuestras casas no están en las buenas condiciones higiénicas se convertirán en su destino preferente.
Además, es necesario vigilar que quede agua estancada en las macetas o en algunas zonas de los jardines ya que pueden propiciar la aparición de algunos de estos vectores.
Con respecto a los cultivos, es evidente la necesidad de agua para alimentarse, crecer y desarrollarse, lo que puede verse afectada por el aumento de plagas que los debilitan y pueden incluso producir su desaparición.
El motivo es que el calor afecta al ciclo reproductivo de los insectos, aumentando sus puestas de huevos, ya que a más calor y menos humedad, mayor crecimiento de las larvas y mayor rapidez en su metamorfosis.
Según estudios recientes sobre los bosques de coníferas europeos, el 30% de los árboles del continente están afectados por alguna plaga forestal y al 6% les ha causado la muerte
La procesionaria del pino encuentra en estas condiciones meteorológicas un entorno apropiado para atacar a los pinos, acosados también por los escarabajos perforadores, invasores de las partes leñosas de las plantas.
Por supuesto, la madera de las casas también les resulta atractiva por lo que la recomendación es aumentar la ventilación y evitar, una vez más, pequeños focos de humedad.
Otros escarabajos, los barrenillos y sus larvas de gusano actúan también sobre madera, sin importar si está sana o enferma.
Plagas invasoras de nombres tan curiosos como los trips, la cochinilla o los tigres también proliferan con calor y ausencia de lluvias en el campo.
No nos podemos olvidar del ganado, que se ve afectado por la falta de agua en los cultivos y por las enfermedades transmitidas por los insectos.
Aunque la aplicación de productos insecticidas es una práctica habitual y efectiva (hasta la fecha), la falta de sostenibilidad de gran parte de los productos puede ser una fuente de problemas adicional, por lo que es necesario avanzar en el desarrollo de alternativas respetuosas con el entorno para combatir tanto las plagas conocidas como las venideras.
Según constatan informes de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura(FAO), los efectos del cambio climático favorecen la propagación de plagas cada vez más destructivas y amenazan la supervivencia de los cultivos y de los animales más importantes desde el punto de vista económico, situación que supone una amenaza creciente para la seguridad alimentaria y el medio ambiente.
Así, la dispersión y la intensidad de las plagas provocadas por el cambio climático amenazan la seguridad alimentaria en su conjunto, siendo las plagas invasoras también uno de los principales motores de la pérdida de biodiversidad.
Además del calor, el aumento de los niveles de CO2, gas de efecto invernadero (GEI) y causante del cambio climático, también podría afectar a las plagas indirectamente, ya que modifica la química de las plantas, su fisiología y el contenido nutricional.
En definitiva, la crisis climática que estamos viviendo está causando la modificación de las temperaturas, la humedad y los gases de la atmósfera, en especial acumulación de GEI, lo que favorece el crecimiento de hongos e insectos, alterando la interacción de flora y fauna y, por tanto, afectando a la sostenibilidad de nuestro estilo de vida.
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