La guerra en Ucrania está recibiendo, en los países de la Unión Europea, una intensa atención mediática que parece estar logrando una aceptación ciudadana mayoritaria de las medidas de apoyo al Gobierno de Kiev para que logre la victoria, expulse al ejército ruso y ejerza su derecho a integrarse en la Unión Europea y en la OTAN.
También la opinión ciudadana rusa parece apoyar mayoritariamente las acciones militares emprendidas por el Gobierno ruso. En ambos bandos, los responsables políticos defienden la necesidad de la victoria, apoyándose en hechos que parecen bien documentados.
Sin embargo, ¿en qué medida los relatos de apoyo a la guerra proporcionan un conocimiento veraz, basado en hechos ciertos? ¿Estamos condenados a apoyar esta guerra “hasta la victoria”, aunque ello esté provocando muertes, destrucción y obligue ya a posponer las medidas para hacer frente al cambio climático y demás problemas que configuran la actual situación de emergencia planetaria y amenazan nuestra supervivencia?
Algunos hechos preocupantes bien conocidos
Desde el inicio de la invasión el 24 de febrero de 2022, millones de ciudadanos ucranianos se han visto obligados a emigrar a otros países. Buena parte de las infraestructuras del país han sido destruidas. Ha habido torturas, violaciones y ejecuciones, acreditadas por comisiones de observación independientes. Y más de doscientos mil soldados y civiles ya han muerto o han sido heridos gravemente
Todos estos hechos están bien documentados y han sido ampliamente difundidos por medios de comunicación, politólogos y responsables políticos. Parece lógico, pues, que los gobiernos y la ciudadanía de los países europeos se muestren mayoritariamente a favor de apoyar a Ucrania, con armas y ayuda económica “hasta la victoria” sobre sus invasores; y que se rechace la búsqueda de una paz que suponga negociación con “los culpables”, en vez de su condena.
Todo parece claro: esta guerra ha estallado por la voluntad agresiva del Gobierno ruso y exige un apoyo incondicional a Ucrania, cuya victoria adquiere una prioridad que obliga a posponer otros objetivos que se consideraban imprescindibles y urgentes, como la transición energética para luchar contra el cambio climático.
De acuerdo con ello, para dejar de utilizar el gas y el petróleo ruso, se ha vuelto a autorizar el uso del carbón o la técnica del fracking, que contribuyen más gravemente al incremento del efecto invernadero y a la contaminación ambiental.
Y se aumentan los presupuestos militares a expensas de la lucha contra el hambre y demás Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Ello parece inevitable como respuesta al hecho cierto de una agresión militar de muy graves consecuencias, de la que se nos informa prolijamente. Sin embargo…
Otros hechos preocupantes que no deben ignorarse
Conviene recordar que el gobierno provisional ucraniano formado tras la revolución naranja dedicó su primera medida oficial, en febrero de 2014, a cambiar la ley de idiomas vigente, que reconocía la cooficialidad, junto al ucraniano, de las lenguas maternas de la población de diferentes regiones (húngaro, polaco y, muy particularmente, ruso), pasando a dejar el ucraniano como único idioma oficial.
Este cambio legal, que transgredía derechos lingüísticos fundamentales, provocó la repulsa ciudadana y grandes manifestaciones en las regiones de habla mayoritariamente rusa, en las cuales se organizaron referendos en favor, inicialmente, de la autonomía dentro de Ucrania.
Las autoridades de Kiev reaccionaron de forma violenta, reprimiendo con el ejército estas reivindicaciones. Hubo más de diez mil muertos en las regiones de Donetsk y Lugansk, pero Kiev no logró una victoria total para recuperar su autoridad sobre estas regiones.
También en Crimea se rechazaron las nuevas medidas, aunque en este caso no hubo violencia. En los años 60 del siglo XX, una reorganización de la estructura de la URSS transfirió Crimea a Ucrania por razones de vecindad geográfica, aunque su población de origen ucraniano era muy inferior a la rusa.
En 2014, como respuesta a la nueva política lingüística y autonómica, las mismas autoridades nombradas por Ucrania organizaron un referéndum que condujo a la independencia de Crimea y a solicitar seguidamente su reintegración en la República Federal Rusa, para contar con el apoyo de Moscú frente a las imposiciones ultranacionalistas del nuevo Gobierno de Kiev.
Por lo que respecta a las regiones de Donetsk y Lugansk, para poner fin a las muertes y destrucción provocadas por el conflicto entre el ejército de Kiev (asesorado por la OTAN) y el de las autoproclamadas repúblicas autónomas (apoyado por Moscú), tuvieron lugar en Minsk (Bielorrusia) negociaciones entre el Gobierno ucraniano y representantes de las dos repúblicas. Actuaron como garantes Francia y Alemania por parte de Kiev y Rusia por parte de Donetsk y Lugansk.
En septiembre de 2014 se alcanzaron unos acuerdos que garantizaban la permanencia de ambas repúblicas autónomas como parte de Ucrania, así como la recuperación de los derechos autonómicos que Kiev había arrebatado a sus poblaciones.
Estos acuerdos, lamentablemente, no fueron respetados: el ejército de Kiev lanzó una nueva ofensiva contra las repúblicas autónomas y fueron necesarias nuevas conversaciones que condujeron a los acuerdos Minsk II, firmados en febrero de 2015 y refrendados por Naciones Unidas.
Tampoco estos nuevos acuerdos fueron aplicados por Kiev, que se negó a organizar un referéndum para modificar la constitución de Ucrania en un sentido federal. Solo se mantuvo el alto el fuego, aunque con puntuales violaciones por parte de los ultranacionalistas ucranianos, según consta en los informes de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea). Estos hechos son, una vez más, ignorados sistemáticamente.
Hay muchos más hechos importantes que ni han sido mencionados por los medios de difusión ni tomados en consideración por los responsables políticos europeos. Por ejemplo, la Misión de Derechos Humanos de Naciones Unidas para Ucrania ha informado de graves violaciones a las garantías fundamentales por parte de las fuerzas rusas y ucranianas, pero los medios de comunicación sólo han dedicado atención, en general, a las acciones rusas.
Mención especial en esta historia tiene el comportamiento de EE. UU. y la OTAN, desde que, en 1990, aseguraran al presidente soviético Mikhail Gorbachov que la OTAN no se expandiría hacia sus fronteras, para lograr así que la URSS aceptara la reunificación alemana. Sin embargo, tras la desaparición de la Unión Soviética, la OTAN comenzó a expandirse hacia el este, aproximándose progresivamente a la República Federal Rusa.
Hechos como los que acabamos de mencionar no justifican, por supuesto, la invasión de Ucrania por el ejército ruso, pero tampoco son justificables, ni pueden ignorarse en el diseño de una paz durable.
¿Cómo poner fin a la guerra?
La respuesta a cómo lograr la paz ha de tener en cuenta que no es posible encontrar solución para un problema si se ignoran u olvidan sus posibles conexiones con otros problemas.
Esto es algo reiteradamente constatado en cualquier campo científico y, muy particularmente, en el de la problemática socioambiental que ha conducido a la actual situación de emergencia planetaria, marcada por el cambio climático, el agotamiento de recursos esenciales, la pobreza extrema de millones de seres humanos o la acelerada pérdida de biodiversidad y degradación de todos los ecosistemas.
Ninguno de dichos problemas puede ser resuelto aisladamente, pues están estrechamente vinculados y se potencian mutuamente. Por esta razón, la necesaria transición a sociedades sostenibles exige urgentes acciones coordinadas en el conjunto de los problemas, es decir, avances en todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
De manera similar, la paz en Ucrania no puede lograrse intentando solucionar únicamente el problema de la invasión por las tropas rusas: es necesario contemplar también la recuperación de los derechos lingüísticos y autonómicos de las regiones ucranianas que han sido desprovistas de los mismos; y son necesarios acuerdos que garanticen una seguridad compartida, tanto de Ucrania como de Rusia y del conjunto de los países europeos.
Estos problemas están vinculados y todos deben ser tomados en consideración conjuntamente. En caso contrario seguirán incrementándose las tensiones, las acciones que violan el derecho internacional y, muy particularmente, las carreras armamentistas. Ello nos remite a otra problemática, en la que conviene detenerse, que se ve afectada por la falta de una información veraz.
¿En qué medida está hoy avanzando la necesaria transición a la sostenibilidad?
El mismo año 2022 en que se inició la invasión rusa, se celebró en Egipto la Conferencia sobre Cambio climático COP27, alcanzándose acuerdos que reafirman el compromiso de limitar el aumento de la temperatura mundial a 1,5 ℃ por encima de los niveles preindustriales.
Y también ese mismo año se publicó el Informe anual sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que recoge los avances para alcanzarlos.
Pero esta aparente continuidad del proyecto de transición a la sostenibilidad se ha visto neutralizada por los efectos de la guerra de Ucrania, que ha exigido crecientes presupuestos militares, a expensas de los recursos necesarios en nutrición, sanidad, educación, cultura… impidiendo abordar, con la necesaria dedicación y urgencia, la solución de los graves problemas planetarios de degradación ambiental y social –como la inaplazable mitigación del cambio climático– e imposibilitando la consecución de los ODS.
Merece la pena, a este respecto, destacar la intervención del relator especial de la ONU sobre derechos humanos y medio ambiente, David R. Boid, en la Cumbre Estocolmo+50, celebrada con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente 2022. Boid señaló lo siguiente:
“La paz es un requisito previo indispensable para el desarrollo sostenible y el pleno disfrute de los derechos humanos, incluido el derecho a un medio ambiente limpio, sano y sostenible. Es imprescindible acabar con las guerras, garantizar la paz e iniciar los procesos de saneamiento y restauración tan pronto como sea humanamente posible”.
Sin embargo, los responsables políticos y los medios de comunicación parecen ignorar este requisito imprescindible y siguen hablando de transición a la sostenibilidad como algo ajeno a la continuidad de la guerra.
En esta y en todas las guerras, es necesario tomar en consideración toda la verdad, todos los hechos vinculados. Y su solución, una auténtica paz, no pasa por la victoria de una de las partes. Pasa por acuerdos basados en el reconocimiento de los derechos humanos –políticos, económicos, culturales, ambientales, incluido el derecho a la paz y a la seguridad– de las comunidades enfrentadas, sin olvidar a aquellas otras poblaciones afectadas directa o indirectamente, es decir, al conjunto de la humanidad.
En consecuencia, la comunidad científica y los movimientos ciudadanos debemos implicarnos decididamente en la tarea prioritaria de exigir que se tome en consideración toda la verdad. Exigir que se escuchen voces como la de Noam Chomsky(influyente pensador norteamericano de origen ucraniano), Jeffrey Sachs (asesor especial del secretario general de las Naciones Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible) y Federico Mayor Zaragoza (exdirector general de UNESCO y actual presidente de la Fundación Cultura de Paz).
Será posible, así, un alto el fuego que ponga fin a la escalada de muertes, destrucción y discursos belicistas, dando paso a la organización de negociaciones de paz que conduzcan a acuerdos de seguridad compartida, a la reconstrucción de las regiones destruidas y a retomar los esfuerzos para avanzar decidida y urgentemente en la necesaria transición planetaria a la sostenibilidad ambiental y social.
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