Los jóvenes españoles sueñan con ser como Greta Thunberg. Pero cuando les toca jugársela por el medio ambiente como la activista sueca miran para otro lado. Al menos eso parece a la luz del informe «Jóvenes y medio ambiente» elaborado por el Observatorio de la Juventud de la Fundación SM, un estudio que ha recabado qué piensan y cómo actúan 1.500 personas de entre 15 y 29 años.
El 86,2% de los encuestados asegura estar muy preocupado por el calentamiento global. Y hasta un 87,5% se ven alarmados por la pobreza, el hambre y la escasez de agua que arrastra la actual crisis climática. Sin embargo, solo a un 12,3% le condiciona comprar moda, alimentos o tecnología que sea ecológica y tenga un bajo impacto ambiental. O dicho de otra manera, la generación actual no parece dispuesta a introducir cambios radicales en sus estilos de vida con el fin de reducir, por ejemplo, la huella de carbono.
Incoherencias vitales
«Hay no pocas incoherencias en las actitudes del informe», sentenciaba ayer Airana Pérez Coutado, una de las coordinadoras del estudio, durante su presentación en el Real Jardín Botánico de Madrid. En esta misma línea se manifestaba el sociólogo Juan María González-Anleo Sánchez, que subraya cómo «con los niveles de preocupación que manifiestan en las respuestas podríamos hablar de una histeria colectiva con respecto al tema». Pero quizá más que estas contradicciones entre lo que piensan y lo que hacen es la ignorancia real que arrastran. De hecho, González-Anleo habla de «una ilusión de conocimiento», esto es, consideran que saben sobre ecología, pero a la hora de la verdad tienen lagunas más que significativas. Así interpreta el hecho de que uno de cada tres jóvenes piensa que no hay que preocuparse por el cambio climático, porque están convencidos de que se podría colonizar otro planeta.
«Vemos como nuestros jóvenes siguen creencias basadas en conocimientos no fiables», alertó González Anleo. En este contexto también se enmarcaría el hecho de que el 40,5% estaría de acuerdo en que el problema medioambiental se esté exagerando y la mitad de los participantes en el informe creen que todavía nos queda mucho tiempo para actuar con este tema.
Por ello, tanto González-Anleo como Pérez comparten la necesidad de una mayor y mejor educación para sensibilizar a esta generación, una apuesta que consideran que debería implicar incluso introducir una asignatura sobre el cuidado del medioambiente, más allá de contenidos transversales en otras materias escolares.
Perfiles varios
En cualquier caso, con este punto de partida, Pérez Coutado habla de una realidad diversa que le lleva a dibujar, a partir de los datos del informe, hasta tres perfiles de jóvenes: concienciados, negacionistas y apáticos. Los concienciados sería aquellos «realmente preocupados e informados» por el medio ambiente que «plasman en conductas de consumo y con un perfil de activismo potente».
En el otro extremo, se encontrarían los negacionistas que están convencidos de «que la naturaleza está al servicio del ser humano y son consumistas orgullosos que no tienen problema alguno de conciencia, que coincide con un perfil de estudios bajos y situados en la extrema derecha».
Por último, la socióloga también detecta al grupo de los apáticos, que mantienen «una actitud derrotista» ante la crisis ecológica, se ven atrapados en la dinámica consumista y no encuentran herramientas ni vías para canalizar una posible acción colectiva. «Con las técnicas aplicadas, no podemos decir qué porcentaje corresponde a los concienciados, los apáticos o los negacionistas», precisa Pérez Coutado. Eso sí, aclara que alrededor de un 30% de los jóvenes dice tener un perfil activista. «Los concienciados no son solo de boquilla», apostilla.
A la luz de todos estos datos, el vicepresidente de la Fundación SM, Lander Gaztelumendi, expuso en el acto que «en un momento tan delicado del mundo en el que se percibe que el planeta parecer no poder más, los jóvenes abogan por promover más información y formación por temas ambientales, endurecer las leyes y cambiar la forma en que consumimos todos». A partir de las conclusiones del estudio, el religioso marianista planteó la necesidad de «educar en la competencia ecosocial, formar ciudadanos globales con una profunda sensibilidad ecológica y a aumentar el sentimiento de autoeficacia: podemos conseguir las cosas».
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