A principios de año, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) presentaba su informe de síntesis, fruto de siete años de evaluaciones. Advertían que las temperaturas globales habían superado en 1,1 °C los niveles preindustriales y que el calentamiento ya estaba provocando cambios en el planeta que afectaban especialmente a los países más vulnerables.
Pero también lanzaban un mensaje de esperanza: aún tenemos opciones y los medios para actuar.
Parece que el mundo escucha cada vez más a los expertos. Prueba de ello es que en la cumbre del clima (la COP28) celebrada a principios de diciembre los países por primera vez acordaron “transitar” hacia el abandono de los combustibles fósiles. Aunque insuficiente, es un pacto histórico que marca el camino hacia una descarbonización que no va a ser sencilla.
Estos dos acontecimientos abren y cierran un 2023 que podemos despedir con la confirmación de que, al menos, la inacción climática ha dejado de estar en la agenda política. En estos doce meses hemos hablado del calentamiento global, pero también de otros asuntos relevantes que queremos recordar en este artículo resumen del año que termina.
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El esfuerzo que exige la descarbonización
Otros hitos reseñables de la COP28 fueron el lanzamiento del fondo de pérdidas y daños para compensar a los países más vulnerables al cambio climático y el primer balance global sobre las promesas fijadas en el marco del Acuerdo de París en 2015.
En la COP26, celebrada en noviembre de 2021, más de 120 países mejoraron sus objetivos de reducción de emisiones para 2030 y los principales emisores anunciaron o incluso adoptaron compromisos de transición hacia economías climáticamente neutras. Un reciente estudio concluye que esos compromisos podrían ser suficientes para no superar los 1,7–1,8 °C de calentamiento en este siglo, pero cumplirlos exige una descarbonización a una velocidad y escala sin precedentes.
Necesitamos acelerar la implantación de las renovables y mejorar la eficiencia energética, pero también frenar el consumo excesivo, reducir la distancia y número de viajes que hacemos (porque priorizar el tren no es suficiente), mejorar la normativa ambiental y aplicarla de manera efectiva y acabar con el desperdicio alimentario.
El impacto de las energías renovables
La transición energética, además, debe tener en cuenta los posibles efectos secundarios de las tecnologías que reemplazarán a los combustibles fósiles. Por ejemplo, la energía termosolar puede afectar a la calidad del agua y la eólica marina a los ecosistemas del océano.
Para fabricar placas solares, aerogeneradores y coches eléctricos se necesitan grandes cantidades de metales cuya extracción también genera emisiones de efecto invernadero. Las reservas de algunas de esas sustancias, como el níquel, el litio, el cobalto y el silicio, ni siquiera son suficientes para satisfacer la demanda mundial.
Una de las soluciones que va cobrando protagonismo es el reciclaje de nuestros residuos electrónicos. Y cuando los metales se extraen de la naturaleza, debe hacerse mediante prácticas de minería sostenible.
Así nos estamos adaptando
A la vez que avanzan las tecnologías para la transición lo hacen las medidas de adaptación. También este año hemos visto olas de incendios cada vez más agresivos y con patrones inusuales en buena parte del mundo frente a los que los expertos proponen soluciones basadas en la gestión forestal y desarrollan herramientas para predecirlos.
Las sequías, que en algunas regiones de España han batido récords de intensidad en 2023, nos obligan a tomar medidas para mejorar la gestión del agua y fomentar la reutilización. Al otro extremo, las lluvias intensas dejan patente la necesidad de rediseñar los actuales sistemas de drenaje urbano para lograr una gestión hidrológica sostenible y eficiente.
Las ciudades se están adaptando al calor habilitando edificios y zonas verdes como refugios climáticos accesibles para todos, aunque especialmente para las personas más vulnerables, durante todo el año. Algunos de ellos deberían estar, además, pensados específicamente para los turistas, que pasan muchas horas en condiciones de intenso calor, lluvia o frío.
En el mes de octubre, en las islas Canarias llegaron incluso a cerrar los colegios debido a las altas temperaturas. Además de establecer protocolos de actuación para estos casos, los centros educativos pueden instalar cubiertas o fachadas verdes en los edificios y plantar árboles en los patios para mantener fresco el ambiente.
La ciudad de los 15 minutos representa una de las apuestas más efectivas para integrar más naturaleza en el ecosistema urbano y promover la movilidad activa entre toda la población, incluidos los ancianos y los niños.
Los químicos que vertemos a la naturaleza
Este año también hemos tratado otro tema preocupante: la enorme cantidad de residuos que terminan en el medio ambiente. Por ejemplo, parte de los medicamentos que tomamos, y que las depuradoras no pueden eliminar, acaban en los ríos, las aguas subterráneas y los cultivos destinados a consumo humano.
Un estudio publicado en 2023 ha detectado la presencia de toneladas de microplásticos en la atmósfera de las ciudades españolas y otro trabajo concluía que el cambio climático va a aumentar el aporte de contaminantes metálicos de la ría de Huelva a los océanos.
Afortunadamente, la ciencia está trabajando para encontrar soluciones. Se ha visto que los microorganismos pueden actuar como una alternativa a los pesticidas químicos y que las plantas pueden ayudarnos a depurar las aguas y descontaminar el medio ambiente de residuos mineros y farmacéuticos.
Y desde los poderes públicos también se han dado algunos pasos. Este verano, la Unión Europea ha aprobado nuevas normas de etiquetado para reducir los residuos electrónicos que producimos y fomentar la reparación y el reciclaje.
Especies al borde de la extinción
Gracias al titánico trabajo de un equipo de investigadores, este año hemos conocido cómo han cambiado la flora y la vegetación de la península ibérica y las islas Baleares durante los últimos 66 millones de años a partir del análisis de fósiles.
Otro estudio nos enseñaba que los anfibios y reptiles prehistóricos nos dan pistas sobre el clima del pasado.
Nuestros antepasados paseaban entre manglares, baobabs, ficus, hipopótamos y rinocerontes. El enfriamiento global que experimentó el planeta durante los últimos 20 millones de años ha provocado que gran parte de aquellas especies desaparecieran. En los últimos milenios, sin embargo, la actividad humana ha sido la principal culpable del declive de muchos seres vivos.
La sobrepesca está llevando a las anguilas al borde de la extincióny la caza, la pérdida de masa forestal y el cambio climático amenazan gravemente la supervivencia del urogallo cantábrico. Muchas especies de primates en Brasil se encuentran también en peligro, poniendo en riesgo la reproducción de los árboles, y las últimas investigaciones alertan de un importante descenso de las poblaciones de insectos en todo el mundo.
En Euskadi, muchas aves han reducido su presencia durante los últimos 25 años, mientras que otras la han ampliado, en gran parte debido a las medidas de gestión que se han aplicado en muchos humedales. Una prueba de que es posible frenar la desaparición de especies poniendo en marcha planes de conservación.
En el caso de la alondra ricotí, arrinconada por la crisis climática y la urbanización, la ganadería extensiva puede ayudar: le proporciona alimento y el tipo de vegetación que necesita para vivir.
Despedimos un año en el que los expertos nos han advertido alto y claro de los problemas que el hombre está causando en el planeta. Pero en el que también nos han contado cómo, afortunadamente, se están dando pequeños pasos para reducir ese impacto y enmendarlo. ¿Un deseo para el 2024? Que esos esfuerzos se afiancen y crezcan hasta ser suficientes.
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