29 de mayo de 2022

El submarino nazi cargado con toneladas de mercurio que pone en riesgo el mar de Noruega

 

  • Redacción 
  • BBC News Mundo
submarino

FUENTE DE LA IMAGEN, KYSTVERKET / NORWEGIAN COASTAL ADMINISTRATION

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Las imágenes de sondas muestran que el U-864 está hundido a 150 metros en el fondo del mar.

9 de febrero de 1945, últimos meses de la Segunda Guerra Mundial. El submarino alemán U-864 navega la costa oeste de Noruega.

Va cargado de insumos para fabricar material bélico. Lleva plomo, acero y 65 toneladas de mercurio

Su misión, llamada Operación César, es llegar hasta Japón, país aliado, y entregarles esa materia prima para que fortalezcan su arsenal. 

Dentro viajan 73 personas, entre la tripulación y varios científicos que trabajaban para el régimen nazi, que van a transferir conocimiento a los japoneses.

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Pero la operación fracasó.

Un submarino británico, el HMS Venturer, logró interceptar al U-864 y lo impactó con un torpedo. Todos sus ocupantes murieron.

El ataque pasó a la historia como el único episodio de guerra en el que un submarino logra destruir a otro mientras ambos están sumergidos.

En 2003, 58 años después del ataque, la marina noruega halló los restos del U-864, a dos millas náuticas de la isla Fedje.

submarino

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El U-864 se rompió casi por la mitad.

Sus ruinas yacen en el fondo del mar a 150 metros de profundidad.

El submarino está roto en dos partes, proa y popa, y varios fragmentos de la nave reposan alrededor.

Un legado mortal

Hoy, más de 70 años después del siniestro, el submarino sigue siendo un tema de debate para las autoridades noruegas.

cápsula

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El submarino llevaba cápsulas llenas de mercurio.

La discusión se centra en cuál es la mejor manera de manejar el riesgo de contaminación que representa la carga de mercurio que está dentro del submarino y sus alrededores.

En los años siguientes al hallazgo, las autoridades noruegas condujeron estudios en los que hallaron concentraciones de mercurio mayores de lo normal en los alrededores del submarino.

En 2005, la Autoridad de Seguridad Alimentaria recomendó que los niños y las mujeres embarazadas no comieran comida de mar que viniera de esa zona.

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Un estudio del Instituto Nacional de Investigación sobre Nutrición y Comida de Mar, concluyó que los peces que se habían expuesto a los sedimentos del área del submarino, tenían niveles de mercurio cuatro veces más altos que los peces de otras zonas.

En 2014, la Administración Costera de Noruega concluyó que remover los restos de la nave y las piezas contaminadas alrededor de ella, harían que el material tóxico se esparciera.

Para evitar que el submarino se moviera durante los temblores bajo el agua, descargaron cerca de 100.00 metros cúbicos de arena y rocas para rellenar una pendiente sobre la que reposa la proa.

sedimento

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Los sedimentos alrededor del submarino están contaminados con mercurio.

Ahora, a mediados de octubre, las autoridades decidieron que recubrir el submarino sería la solución más segura y amigable con el medio ambiente.

Según un reciente comunicado del Ministerio de Transporte de Noruega, se instalará un cobertor que abarcará un área de 47.000 metros cuadrados, debajo del cual estará el submarino. Si todo sale bien, la cobertura debe estar lista en 2020.

Así, como un Chernóbil bajo el agua, Noruega busca tener bajo control una amenaza a la que un documental del director Marc Bresse se refiere como "un legado mortal" que podría desatar "uno de los peores desastres ecológicos del Mar del Norte".

Submarinos hundidos: un peligro atómico al acecho

 Por Carlos Toro | 12/02/2007 | Ecología social

Fuentes: 

  Junto a la costa suroccidental de Noruega, a unos 200 metros de profundidad, yace un submarino alemán hundido el 9 de febrero de 1945: el U-864. No es solamente un viejo casco oxidado, una dramática reliquia de la Segunda Guerra Mundial, sino un ataúd con 73 hombres ya inofensivos y… 70 toneladas de peligroso, […]

 

Junto a la costa suroccidental de Noruega, a unos 200 metros de profundidad, yace un submarino alemán hundido el 9 de febrero de 1945: el U-864. No es solamente un viejo casco oxidado, una dramática reliquia de la Segunda Guerra Mundial, sino un ataúd con 73 hombres ya inofensivos y… 70 toneladas de peligroso, incluso mortal, mercurio. 

Los contenedores del metal, sepultados bajo toneladas de roca, cemento y arena, presentan filtraciones. Los análisis de las aguas muestran elevados niveles de una contaminación química que hasta ahora sólo ha afectado a los peces que viven entre los restos del pecio. Pero, si bien la pesca en la zona está prohibida, el riesgo de transmisión a otros peces y a los seres humanos es indudable.

Se han estudiado diversas formas de atajar la amenaza. Una de ellas, sacar el barco a la superficie. Pero tratar de reflotar sus 2.400 toneladas se antoja demasiado arriesgado. Lo más probable es que la nave, tras los estudios que se están llevando a cabo, reciba nuevas y espesas capas de cemento que la sellen definitivamente. Pero entretanto…

El U-864, un lujo ya inútil en el curso tomado por la guerra, un submarino de última generación de los concebidos para las largas distancias hacia el Pacífico, nunca llegó a su destino: Japón. Hasta allí llevaba, aparte del mercurio, un valioso metal estratégico, algunos pertrechos bélicos tecnológicamente avanzados que los nazis traspasaban a sus aliados japoneses. En un combate famoso por sus características, tuvo el dudoso honor de convertirse en el primer submarino hundido por otro submarino: el HMS Venturer británico.

Los mares nórdicos constituyen un riesgo planetario. En sus profundidades reposan, amenazantes, numerosos fantasmas nucleares. Durante la Guerra Fría y los años inmediatamente posteriores, el Mar de Barents fue el Mar de los Submarinos. Por él salían al Atlántico, desde la colosal base de Murmansk, los sumergibles soviéticos de la poderosa Flota del Norte. Y en sus gélidas y oscuras aguas los esperaban sus colegas estadounidenses. Unos y otros se espiaban, se perseguían, se eludían, se estudiaban, jugaban una partida excitante que a ambos convenía. Adquiriendo una enorme experiencia mutua, ensayaban en un escenario real una posible confrontación futura. Ese juego supuso una de las características permanentes y militarmente apasionantes de la Guerra Fría y sus entresijos políticos y científicos.

En el fondo del Mar de Barents (y en sus cercanías) reposan para siempre varios gigantescos sarcófagos de acero con docenas de cadáveres en su interior y unos reactores nucleares con un temible contenido sin, prácticamente, fecha de caducidad.

Entre ellos se encontraría el famoso Kursk (K-141) si no hubiese sido reflotado. Pero allí, alarmantemente cerca del viejo U-864, sigue el K-159, un sumergible perteneciente a la clase Proyecto 627, denominada November por la OTAN, la primera nuclear operativa de la flota roja. Los November eran submarinos de ataque. Es decir, cazadores de otros submarinos y de unidades de superficie. Desplazaban 5.000 toneladas, medían 110 metros de eslora, navegaban en inmersión a 30 nudos por hora (55 km.) y disponían de una dotación de 110 hombres (24 de ellos oficiales).

Para los requisitos actuales eran demasiado ruidosos a causa de la forma de su casco y al modelo de reactor. Pero poseían, aparte de una gran velocidad, una enorme potencia de fuego con sus 10 tubos lanzatorpedos, ocho a proa y dos a popa. Habitualmente patrullaban con 20 proyectiles a bordo, seis de ellos con cabeza nuclear.

El ejemplar que inició la serie, el Leninskiy Komsomol (K-3), se hizo bastante célebre, especialmente en la URSS, por razones tecnológicas y propagandísticas, al convertirse en el primer submarino soviético en alcanzar el Polo Norte. No obstante, como no pocos de sus gemelos, sufrió dos graves accidentes en el reactor.

Defectos nocivos

Y es que los November, dados de baja en 1992, siempre tuvieron problemas de diversa índole e importancia. Se mostraron especialmente nocivos para sus tripulantes a causa de defectos inherentes al proyecto y deficientes sistemas de protección, por no hablar de un entrenamiento personal casi siempre insuficiente por apresurado.

El Kremlin tenía mucha prisa por botar y poner en servicio nuevos submarinos para apabullar cuantitativamente a su enemigo ideológico. Y, como era de esperar, algunos se perdieron trágicamente. Sus dotaciones llegaron a llamarlos, en un ejercicio de humor negro, fabricantes de viudas. El K-8 mató a 52 hombres. El K-27, a nueve. Respecto al K-11, accidentado en puerto a causa de un error en la recarga de combustible, no llegó a hacerse pública la información acerca de cuántos tripulantes se vieron afectados mortalmente por la radiación.

En la noche del 29 al 30 de agosto de 2003, tres años antes de que el arma submarina de la Armada soviética cumpliera 100 orgullosos años, el K-159 era remolcado sobre pontones a puerto para su desguace. Las desfavorables condiciones meteorológicas rompieron las amarras y el buque se fue a pique, a 238 metros de profundidad, arrastrando con él a nueve marinos. Sólo hubo un superviviente. No cundió un temor excesivo: al parecer, los reactores habían sido apagados en 1989. Pero nunca nadie puede estar seguro de qué hay allá abajo y en qué condiciones.


Amenaza de envenenamiento

Antonio Ruiz de Elvira 

Guerras civiles en Oriente Próximo, problemas de armas en el Cáucaso y demás lindezas de ese estilo son la tónica de la sección internacional un día cualquiera de enero de este año. El ser humano es un animal racional que deja de lado la racionalidad con una muy alta frecuencia. Una de estas estupideces fue, y es, el mantenimiento de flotas de submarinos nucleares tras la locura de los submarinos de diesel de las guerras anteriores. 

El ser humano, y en este caso, los rusos, llenaron de materiales radiactivos contenedores de acero que lanzaban a un mar de agua salada y altamente corrosiva sin el menor atisbo de beneficio para nadie. Uno de estos submarinos se hundió en 2003 cerca del Polo Norte, con todos los residuos nucleares en su interior. El submarino estaba roto, y el agua ha llegado a los contenedores de estos residuos.

Es cuestión de tiempo que los contenedores se abran en canal y la radiactividad de larga vida se disperse por el mar. La misma locura ocurrió en la II Guerra Mundial. Un submarino cargado con mercurio para detonadores de bombas, enviado por Alemania para su aliado el Japón, fue hundido en las aguas noruegas. El hierro está ya oxidado y es cuestión de tiempo que el mercurio, uno de los metales más venenosos, se disperse por el mar.

El problema de la estupidez humana es el siguiente: el ser humano cree en el dogma y la seguridad total, pero la realidad de la naturaleza es que esa seguridad no existe. Los materiales fabricados con el máximo cuidado, con las mejores técnicas, tienen siempre fallos estructurales.

No existe el acero inoxidable perfecto, ni los contenedores perfectos. Las moléculas de agua, y las moléculas que lleva disueltas el agua del mar, interaccionan constantemente con los átomos de hierro, de plomo o de cualquier otro material de las paredes de los contenedores. Un fallo de un único átomo (y en cualquier material hay un billón de billones de átomos) en la cristalización de la pared de un contenedor, un fallo de soldadura, permite a las moléculas disueltas empezar el proceso de corrosión que se va acelerando con el tiempo. Más o menos pronto las paredes de los contenedores se destruyen y los contenidos, mercurio, uranio, polonio y demás lindezas, salen a circular por el mar.

La única solución es encerrar esos submarinos hundidos en grandes contenedores, hoy herméticos, sacarlos a la superficie, y tratar el mercurio para hacerlo inocuo en alguna combinación química y almacenar los desechos radiactivos hasta que la Humanidad diseñe algún método para hacerlos inocuos. Esto, o vivir siempre con la amenaza de envenenamiento. Ésta es la realidad.

El peligro radiactivo de los submarinos rusos hundidos

 

Durante la Guerra Fría, la mayor fuente de orgullo militar soviético eran sus submarinos nucleares. Entre finales de los 50 y el año 1997, la Unión Soviética, y después Rusia, construyeron un total de 245 sumergibles con capacidad para armas atómicas, más que el resto de naciones juntas, a pesar de que los estadounidenses fueron los inventores. Sin embargo, esta proeza tecnológica tuvo un importante coste humano y sobre todo ambientalmiles de objetos radiactivos acabaron en el fondo del mar, fruto del hundimiento accidental de naves y la falta de previsión ecológica de las autoridades de la URSS.

A lo largo de varias décadas, el kilómetro cero de la actividad submarina rusa fue el puerto ártico de Murmansk, en cuyos alrededores se concentraban decenas de bases militares desde las que se gestionaba la marina nuclear y los rompehielos de la URSS. Y es precisamente en el Ártico donde se encuentran la mayoría de estos restos contaminados: según un estudio de viabilidad encargado de forma conjunta por la Comisión Europa y Rusia en 2019, hay unos 18.000 objetos radiactivos en el Océano Ártico, entre ellos 19 buques y 14 reactores, de los cuales 1.000 todavía tienen niveles elevados de radiación gamma.

En concreto, el 90% de este peligro latente está contenido en seis objetos que la corporación nuclear estatal rusa Rosatom ha asegurado que sacará del fondo del mar en la próxima décadasegún han anunciado varios medios locales. El primero de ellos será el submarino nuclear K-27, una nave que sufrió una avería en el reactor y fue hundida deliberadamente cerca del archipiélago de Nueva Zembla, la misma isla donde se probó la bomba de hidrógeno más potente que se haya fabricado. La idea es utilizar este rescate, previsto para comienzos de 2021, para probar nuevas técnicas de extracción de restos del fondo marino que luego serán usadas para eliminar el resto de objetos radiactivos hundidos.

Lo cierto es que nunca se ha llevado a cabo una limpieza nuclear de este calibre en alta mar. La recuperación de un submarino nuclear hundido a 75 metros de profundidad implicará duros trabajos de extracción en las gélidas aguas del Ártico, que solo son seguras para tales operaciones durante los tres o cuatro meses que dura el verano. Además, habrá que tener en cuenta que mover estos restos radiactivos puede ocasionar fugas de combustible que tendría terribles consecuencias para la fauna y flora de la zona.

Dos submarinos históricos

Como se ha indicado anteriormente, el primero de los submarinos nucleares que Rusia intentará recuperar es el K-27, conocido como el “pez de oro” por el alto coste de su fabricación. Este enorme buque de guerra tenía 118 metros de largo sufrió un accidente en el reactor cuando se encontraba en el mar de Bárents en 1968, lo que provocó la muerte inmediata de unos de los tripulantes y la penetración de altas dosis de radiación en otros ocho, que acabaría falleciendo en el hospital días después. Aunque el submarino fue inmediatamente retirado de la circulación, no fue hasta 1982 cuando la Marina decidió deshacerse de él rellenando el reactor con asfalto y hundiéndolo en el fondo del Ártico. Una patada hacia adelante que ahora intentan remediar las autoridades rusas.

El segundo submarino que quiere extraer Rosatom también tiene una larga historia detrás,que se detalla en este reportaje de la BBC. El K-159, un navío con 107 metros de eslora, tuvo más éxito que su dorado predecesor y estuvo activo entre 1963 y 1989. Sin embargo, una vez retirado de la circulación, se mantuvo el vetusto submarino en puerto durante más de una década. No fue hasta que ocurrió la tragedia del Kursk, un submarino que se hundió en 2000 con 118 tripulantes a bordo, que las autoridades rusas decidieron que era el momento de jubilar el K-159.

A pesar de que el pronóstico meteorológico no era bueno, en la mañana del 29 de agosto de 2003 llegó la tardía orden de remolcar el decrépito K-159 a una base cercana a Murmansk para su desmantelamiento. El submarino estaba conectado a cuatro pontones de 11 toneladas con cables para mantenerlo a flote durante la operación, pero éstos no resistieron el embate de los elementos y se rompieron en alta mar, haciendo que el submarino se hundiera. Ocho de sus nueve tripulantes perecieron ahogados ante la inacción de la Marina, que tardó demasiado en enviar una embarcación de rescate.

Sin embargo, ¿qué es lo que ha cambiado en la geoestrategia rusa para que, tantos años después, Rosatom lance un proyecto de esta envergadura para recuperar estos submarinos?

Una amenaza para el Ártico ruso

Desde 2013, el interés de Rusia por el Ártico ha sufrido un espectacular crecimiento. En apenas seis años, se han construido siete bases militares árticas y dos terminales de petroleros como parte de la Ruta del Mar del Norte, una vía marítima más corta a China que Putin ha prometido que tendrá 80 millones de toneladas de tráfico para 2025. Y el olvidado K-159 se encuentra justo debajo de ella.

Además, los barcos de pesca de Rusia y otros países vecinos como Noruega dependen del mar de Barents para su actividad, ya que es uno de los caladeros mundiales más importantes de bacalao y pescadilla. Para los pescadores, cualquier radiación que escape de los submarinos, por pequeña que sea, puede ser preocupante, ya que ésta tiende a concentrarse en los animales en la parte superior de la cadena alimentaria a través de la llamada “bioacumulación” y luego ser ingerida por los humanos.

Pero más allá de evitar costes económicos en materia comercial y pesquera, la eliminación por parte de Rusia de estos seis objetos radiactivos del fondo del mar busca reforzar la imagen del presidente, Vladimir Putin, como defensor del frágil entorno ártico. Si el líder ruso ya hizo toda una campaña de relaciones públicas en 2017 en torno a una operación para retirar 42.000 toneladas de chatarra del archipiélago de Franz Josef Land como parte de una “limpieza general del Ártico”, desde el año pasado Putin ha multiplicado sus apariciones ambientales.

Ártico
Estación meteorológica polar en la orilla del mar de Barents, en el Ártico ruso.

En poco menos de un año, Putin ha ordenado la limpieza de una de las centrales químicas soviéticas abandonadas más peligrosas y ha hablado sobre la preservación del medio ambiente en una conferencia anual para las naciones árticas. Y el mismo día de marzo de 2020 en que emitió su proyecto de decreto sobre los submarinos soviéticos hundidos, firmó una política ártica que enumera «la protección del medio ambiente ártico y las tierras nativas y los medios de vida tradicionales de los pueblos indígenas» como uno de los seis intereses nacionales en la región.

Sin embargo, estas políticas contrastan fuertemente con otras acciones de Putin en el Ártico, donde Rusia ha seguido construyendo nuevos rompehielos y ocho submarinos nucleares en los alrededores de Murmansk. De hecho, en 2019, se inauguró la única central nuclear flotante del mundo, una inquietante novedad que ha vuelto a convertir al Ártico en las aguas con mayor riesgo nuclear del planeta. Esto podría significar que la limpieza submarina sin precedentes que se va a producir en los próximos años fuera tan solo el preludio de lo que se necesitará para hacer frente a la nueva ola de poder nuclear en el Ártico

19 de mayo de 2022

las minas cerradas siguen emitiendo millones de toneladas de metano

 No, el refranero no siempre acierta. Lo está demostrando por desgracia el carbón. En España y el resto de Europa llevamos años aplicando medidas para desengancharnos del “oro negro” y reducir nuestras emisiones contaminantes. El problema es que, al menos en este caso, no funciona aquello de “muerto el perro, se acabó la rabia”. Las minas, incluso las finiquitadas y abandonadas, pueden suponer aún un quebradero de cabeza medioambiental durante décadas.

Aunque estén cerradas, sin grúas, operarios y palas excavadoras, en ocasiones las explotaciones mineras siguen liberando un gas con un impacto grave en la atmósfera: el metano. 

Adiós al carbón… Europa y España por extensión quieren dejar el carbón. Y si bien el proceso se ha visto marcado por factores como la guerra de Ucrania o la crisis energética de finales de 2021, lo cierto es que pasos se han dado en esa dirección para alcanzar el objetivo de cero emisiones netas de gases de efecto invernadero en 2050. En enero de 2019 España decía adiós a sus últimos 26 yacimientos y a mediados de 2020 iniciaba la desconexión de siete centrales térmicas. 

Medidas similares se han dado en otros países como Bélgica, Austria, Suecia, Portugal o Francia e incluso más allá, como Estados Unidos o China, donde el sector asegura que se clausuraron cerca de 2.800 minassolo entre 2012 y 2017. El objetivo en España y el conjunto de la Unión Europea es seguir avanzando hacia la descarbonización. Hasta hace unos años las centrales térmicas estaban detrás de alrededor del 15% de todos los gases de efecto invernadero generados en el país.

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…Pero no al metano. Anunciar su cierre, clavar un cartel prohibiendo el paso y plantar una valla en la pista de acceso quizás sea suficiente para considerar una mina liquidada. No para borrar su huella en el medio ambiente. Incluso “muertas”, las explotaciones abandonadas pueden seguir liberando metano (CH4), uno de los gases que amenazan con cambiar de forma drástica nuestro clima.

Mientras las minas están activas el gas se filtra a través de drenajes y sistemas de ventilación, pero una vez clausuradas no es extraño que el flujo se mantenga a través de respiraderos, tuberías, perforaciones o fisuras. La Agencia de Protección Medioambiental de EEUU (EPA) explica que entre las miles de minas abandonadas en su país ha identificado 400 que se considera "gaseosas". 

¿Es grave el problema? Los estudios desde luego invitan a tomárselo con seriedad. Según los cálculos de la agencia estadounidense, las fugas de CH4 asociadas con la minería del carbón y las explotaciones abandonadas representaban en 2019 alrededor del 8% de las emisiones globales de metano registradas en EEUU. "Fue el quinto sector emisor más grande", detalla. 

Los porcentajes de la EPA incluso podrían quedarse cortos. Gracias al uso de satélites en Australia han identificado una mina que emite el 20% de las emisiones de metano del conjunto del país. Curiosamente, la explotación aporta apenas el 1% de la producción nacional del "oro negro". 

Un impacto subestimado. Eso es al menos lo que ha concluido un grupo de expertos en la materia, entre los que se incluye la EPA. En marzo la agencia norteamericana y el Laboratorio del Noroeste del Pacífico, entre otras instituciones, publicaron un estudio que señala que las emisiones de metano de las minas de carbón son alrededor de un 20% más altas de lo que se creía inicialmente. 

¿Cómo es posible semejante desfase? En su análisis, presentado durante la reunión anual de la Unión Geofísica Estadounidense, se señalan dos grandes factores que deberíamos tener en cuenta: el CH4 que no se ha contabilizado hasta ahora y siguen liberando miles de minas abandonadas y el aumento del propio gas a medida que se alcanzan vetas de carbón cada vez más profundas. 

El metano, el enemigo discreto. Quizás no sea tan conocido como el dióxido de carbono, no genere tantas discusiones ni se cuele con la misma frecuencia en el debate medioambiental, pero el metano es clave en la lucha contra el calentamiento global. El Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) lo relaciona con entre el 30 y 50% del aumento de temperaturas en EEUU y Bruselas ya se ha fijado el objetivo de limitar un 30% las emisiones en una década.

"El metano en las minas representa un riesgo para la seguridad debido a su explosividad cuando se mezcla con el aire. También es un gas de efecto invernadero que supera en más de 25 veces la potencia del dióxido de carbono durante un período de 100 años", advierte la EPA

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Gráfico de United States Environmental Protection Agency (EPA) con las emisiones de metano por sectores en 2019 en EEUU. La minería del carbón y las explotaciones abandonadas representaron alrededor del 8 %. 

¿Un problema o una oportunidad? El refrán que sí parece haber acertado en esta ocasión es el que asegura que toda crisis esconde una oportunidad. ¿Podría aprovecharse ese metano liberado por las minas abandonadas para generar energía? ¿Y ayudaría eso a reducir la huella de CO2? ¿No es el metano, al fin y al cabo, el componente principal del gas natural? A nivel internacional hay iniciativas ya que exploran ese camino para sacar partido al metano de las minas cerradas.

En Francia la compañía Française de l´Energie (FDE) está capturando el CH4 que desprende una vieja explotación de Avion, al norte del país, para generar calor y electricidad. “No necesita ninguna instalación subterránea, simplemente sellar el antiguo cabezal del pozo, conectarlo a la tubería, filtrar el gas e inyectarlo en la red”, detalla el fundador de la empresa, Julian Moulin, a Bloomberg. 

Medidas similares se encuentran en otros puntos de Francia, Bélgica o Reino Unido. En Estados Unidos, EPA plantea también soluciones similares y recuerda el provecho que se puede sacar del CH4 para la generación de energía y calor o las ventas a sistemas de gasoductos. 

De villano a héroe. Quizás lo más interesante de iniciativas como la de FDE es que permiten reconvertir al metano de villano a héroe. En vez de actuar como gas de efecto invernadero, ayuda a obtener energía que generaría una importante huella de dióxido de carbono si se produjera por los métodos tradicionales. La compañía gala calcula que gracias a sus instalaciones de Béthune genera un suministro de gas que proporciona electricidad a 22.000 personas y los residentes han recortado su factura energética un 20% y su emisión de gases de efecto invernadero en un 35%.

Las autoridades estiman que si se echase mano de métodos tradicionales obtener la energía generada por FDE exigiría "abonar" una factura medioambiental de cerca de un millón de toneladas adicionales de CO2. Sacar partido del metano de las minas abandonadas a través de su canalización y filtrado contribuye además a resolver el problema de qué hacer con esas bolsas de CH4. Otras opciones, como inundar las explotaciones o sellarla, pueden conllevar riesgos importantes. 

Imágenes |  Malcolm Kratz (Flickr)Albert Hyseni (Unsplash) y EPA