Publicado por Martín Sacristán
A medida que transcurrían los capítulos de la primera temporada de Star Trek (1966) las mangas de los uniformes de la tripulación iban acortando más y más. Le ocurría al capitán Kirk, a Spok, a la teniente Ujura, y a cualquiera de los personajes principales, como si ese futuro imaginado estuviera desarrollando una obsesión, no explicada, por la manga francesa. En cambio los personajes secundarios, o los que habían aparecido menos a menudo, lucían una longitud más normal. Y eso no es lógico, capitán.
La causa del problema, el terciopelo del vestuario y las normas del sindicato de actores que exigían lavados después de cada rodaje. Para solventar el problema el equipo de producción se fijó en un descubrimiento hecho apenas un año antes, la aramida. Fibra de plástico resistente al calor, hoy componente de uniformes de bomberos y chalecos antibalas. Sonaba futurista. ¡Plástico! Esa era la solución, prendas hechas con cualquiera de sus variedades, e incapaces de encoger. Eran los años sesenta, sí, y Star Trek se convirtió así, inadvertidamente, en un anticipo del futuro. Nuestro presente.
Hoy no solo vestimos plástico, ocupa casi cualquier aspecto de nuestra vida diaria, comunicaciones, alimentación, transporte, y un largo etcétera. Consecuencia de ello hay microplásticos en el agua que bebemos, en nuestra sangre y órganos internos, en el aire que respiramos y en los pulmones. Incluso se ha descubierto recientemente que viajan también en las nubes de tormenta, suspendidos por las corrientes de aire, y con colonias de microorganismos pegados a su superficie. Dispuestos a traernos alguna plaga desde el otro extremo del mundo.
Peor que eso. Ya sirven de medio de cultivo, como una placa de petri, para ciertos patógenos, que se concentran en las áreas marinas con más plástico. Enfermedades como la toxoplasmosis tienen ahora en los microplásticos ingeridos por los peces un medio de alcanzar a depredadores más grandes, y también a los humanos en las especies de pesca comercial.
Reciclar nunca fue la solución.
Los químicos de las petroleras Exxon Mobile, Chevron, Dow, Dupont, entre otras, advirtieron a los directivos de sus compañías que ese nuevo material, el plástico, no se podía reciclar. La respuesta para evitar que su daño ambiental se conociera fue un potente lobby en Washington, y en los noventa una millonaria campaña publicitaria internacional que nos convenció de que se solucionaría si lo reciclábamos: solo teníamos que buscar el símbolo que acompaña cada envase, botella, etcétera. Ese círculo de tres flechas. La historia de este engaño con origen en Estados Unidos está contada de forma excelente aquí, en inglés.
Cuando separas el plástico en tu basura y lo depositas en el contenedor amarillo tus desechos enfrentan otro problema. Reciclar este material es más caro que fabricarlo nuevo. Peor aún, se degrada con cada reciclado, así que solo permite hacerlo un par de veces. Por este motivo la mayor parte del plástico usado se entierra, se arroja al mar, o se quema. También lo exportamos, nuestro país como cualquier otra nación desarrollada.
Pues que algo se coma toda esta mierda.
En 2016 científicos japoneses descubrieron una bacteria que, al desarrollarse en un vertedero de plásticos, había elegido este material como su fuente de alimentación. Esta adaptación evolutiva ha tenido que producirse en los últimos setenta años, intervalo en que los humanos hemos puesto el PET en el medio ambiente.
En 2017 se halló un hongo capaz de digerir poliuretano. Antes, en 1995, se había identificado otro con la misma capacidad, que originalmente se alimentaba de hiedra. Y mucho antes, en 1975, todavía época de esplendor de las medias, se halló en balsas de aguas residuales de fábricas de nailon una cepa de flavobacterium que también comía ese derivado del petróleo. Las larvas del gusano de la harina, los tenebrios ahora empleados en alimentación del ganado y autorizados en la UE para consumo humano, pueden comer poliestireno. Las de la polilla de la cera, el polietileno. Y un hongo que se usa para elaborar camembert, y presente en el microbioma de nuestros intestinos, puede consumir policarbonato. Todos estos organismos han mutado o se han adaptado para comerse nuestros desechos.
La proliferación de organismos en la naturaleza capaces de alimentarse de plástico genera un peligro potencial. Que alguno de ellos prolifere tanto como para volverse una plaga y acabar destruyendo los plásticos que sí necesitamos a diario. El teléfono, el teclado del ordenador, y más grave aún, el recubrimiento de los cables eléctricos o las conducciones de agua. La mejor solución son las enzimas, moléculas que catalizan reacciones químicas: no se reproducen, ni proliferan como un organismo.
Hemos creado una enzima.
Varios grupos científicos llevan alrededor de quince años investigando cómo usar los organismos devoradores de plástico, o la base biológica con la que funcionan, para eliminar definitivamente los residuos. Algo habían conseguido, pero eran procesos lentos y por tanto poco efectivos. O solo actúan a determinadas temperaturas, lo que obliga a llevar el plástico a una planta, tratarlo, emplear energía… y encarecer extraordinariamente el proceso.
Pero este mes investigadores de la universidad de Texas han anunciado la creación de una nueva enzimabautizada por FAST-PETasa. El nombre no es casual, pues es la modificación biológica de una enzima natural, la PETasa. Esta tarda hasta cien años en degradar plásticos en la naturaleza, un proceso que a la fast le lleva días y hasta horas. Puede además actuar a temperatura ambiente, por lo que podría emplearse, potencialmente, en la limpieza de cualquier ecosistema.
El hallazgo no es solo interesante por eso, sino por el modo en que se ha logrado, con biólogos e ingenieros informáticos trabajando en común. Los cálculos de mutaciones que debería tener la PETasa para lograr sus objetivos rápidos fueron calculados mediante inteligencia artificial, concretamente machine learning. Acortando un proceso que de otro modo podría haber llevado décadas. Aplicar después la modificación genética a la enzima en laboratorio ha sido un proceso relativamente sencillo.
No es la primera vez que se hace un anuncio de una solución como esta. Hace dos años fue anunciada Pacman, otra enzima similar, resultado de combinar MHETasa y PETasa. Su problema, actuaba demasiado lentamente. Ahora solo nos queda por saber si la FAST-PETasa puede ser producida a gran escala y con un coste razonable, y tendríamos la solución a uno de los grandes problemas de nuestro tiempo.
La estadounidense tampoco es la única iniciativa científica y empresarial en el campo de las enzimas. En enero el Banco Europeo de Inversiones apoyó con un crédito a Carbios, empresa francesa focalizada en degradar el PET, pero con el objetivo de que el residuo generado sirva para generar de nuevo PET, este sí, 100% reciclado y reciclable, sin la degradación habitual que impide reutilizar el material más de un par de veces.
Moda ultrarrápida: y ahora, dame el doble de plástico.
Puede que la industria del envasado alimentario y de distribución comercial haya sido apenas un aperitivo, en cuanto a producción de residuos, para lo que se viene. Una de las empresas aún poco conocidas aquí, pero ya muy implantada en EE.UU. es Shein. Se hizo tan popular gracias al trabajo de influencers durante los confinamientos de la pandemia que hoy copa casi el 20% del mercado de la moda en el país. O sea, ha conquistado a 65 millones de personas en solo dos años.
Es ropa ultrabarata, de usar y tirar, ocho dólares por un vestido, doce por un bañador. A sus consumidores les da igual si las revistas de moda consideran esas prendas estilosas o a la moda. Si su generación las viste, y son de usar y tirar, les basta. Es el modo de consumo chino traído a Occidente, una evolución de la idea original de Zara, que en los noventa empezó a suministrar muy rápido los nuevos diseños a sus tiendas. Pero Shein es mucho más. Sin tiendas físicas y con diseñadores externos, autónomos o freelances, es capaz de poner seis mil modelos nuevos al mes en su web. Son ciento cincuenta países los que compran ya en su web. Más un veinte por ciento de productos que jamás se venden, ni en esta marca ni en ninguna otra de moda ultrarrápida, y son más basura.
Para ser tan barato, y producir tanto, todos sus tejidos son sintéticos, hechos de plásticos, contribuyendo al fenómeno de acumulación de residuos. Los últimos veinte años en Estados Unidos han sido espectaculares, duplicando el desecho respecto a los cincuenta años anteriores, desde que usamos este material. Pero aquí y en Europa no es muy distinto, el proceso es el mismo, solo tenemos menos volumen, y la moda europea también está hecha, cada vez más, de plástico.
Quizá en la UE haya llegado el final de las camisetas a dos euros, la Comisión tiene por objetivo que la moda en Europa sea climáticamente neutra hacia 2030. La estrategia para productos textiles sostenibles ha sido presentada este mes de abril.
Es eso, o usar terciopelo y manga francesa. Pero eso no es lógico, ¿verdad, señor Spock?
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