Atracción fatal. Belleza y muerte justo cuando la vida comienza. Cuando nacen, los bebés foca miden unos 85 centímetros, pesan 11 kilos y son de un color amarillento. En sólo tres días se convierten en una especie de esponjosos y blanquísimos peluches. Ahí está el peligro. Les cubre una piel muy tentadora para la peletería; piel que, además, sólo dura dos semanas. Por eso el estacazo mortal en la cabeza hay que dárselo a estos animales cuando son unos bebés. Después su manto deja de ser blanco y valioso.
Las crías de las focas del Ártico (Phoca groenlandica) son amamantadas por sus madres sólo durante dos semanas; después las abandonan. En ese corto espacio de tiempo consiguen triplicar su peso gracias al altísimo porcentaje de grasa de la leche que toman (en tomo al 45%, frente a, por ejemplo, el 4% de la leche de vaca). Se convierten en bolitas de un sorprendente blanco en el que destacan los enormes y negros ojos, a menudo llorosos (no son lágrimas, sino un fluido que protege la cómea).La vida de los bebés foca es de una simplicidad extrema: duermen el 80% del tiempo y, además, solos, sin la vigilancia de sus madres, que dos días después del parto comienzan a abandonarlos en el hielo mientras van en busca de comida. Blanco más fácil para el hombre, imposible. Un animal de pocos días, confiado y abandonado a su suerte en medio del hielo. La naturaleza, sabia, ha dotado a las crías de este blanco que les sirve de camuflaje frente a sus depredadores -osos polares, especialmente-.
Como son animales que viven en grandes comunidades, hay zonas del Ártico que parecen auténticas guarderías, con miles de pequeños dormitando y esperando a que regrese su madre para darles la ración de leche. Y todos prácticamente iguales. Resulta sorprendente que cada foca sea capaz de volver exactamente donde su cría sin equivocarse, en medio de un gigantesco puzzle de piezas parecidísimas. El olor les sirve de guía.
La amenaza de que llegue el hombre con la estaca siempre existe. Cada año por estas fechas invernales salta de nuevo la polémica: Noruega y, sobre todo, Canadá comienzan la campaña de caza de focas. Aunque ambos Gobiernos se esfuerzan en explicar que ya no se cazan crías de focas y qué las cuotas de capturas se establecen estrictamente por métodos científicos, el mundo se estremece cada vez que vuelve a ser consciente de que a animales que inspiran tanta ternura se les sigue cazando y despellejando sin mayores contemplaciones. "Canadá es la gran responsable de la masacre. Este año han aprobado una cuota para dar muerte a 275.000 ejemplares; la misma cifra que el año pasado. En realidad, con la caza ilegal y las focas que mueren huérfanas, calculamos que pueden morir en un solo año unas 500.000. Es una barbaridad" explica Miguel Ángel Valladares, de la organización conservacionista Adena/WWF. '"Matan de todo, adultos y bebés, les da igual, y siguen con los mismos métodos brutales del estacazo. Comercializan todas las partes del animal, desde la piel y la carne a la grasa y los penes. Aunque tienen una oposición social muy fuerte en todo el mundo, incluida Canadá, el Gobierno sigue haciendo oídos sordos y cede a las presiones de la industria del bacalao, que se empeña en poner a las focas como disculpa del agotamiento de los caladeros de este pescado en el Atlántico".
El negocio de las focas árticas se remonta al siglo XVI. En el siglo XVIII alcanzó gran auge, cuando empezaron a cazarse para comerciar con su grasa, muy valorada como combustible de lámparas, aceite de cocina y lubricante. En los años cincuenta de este siglo, la caza de estos animales dio un vuelco; el aprovechamiento de su piel -de la blanca e impoluta piel de los bebés foca- pasó a convertirse en un artículo de lujo, y, por tanto, en algo muy rentable para los cazadores; la industria peletera europea era su principal destino.
Tras las impactantes campañas de sensibilización contra la matanza de las focas, con la actriz francesa Brigitte Bardot como carismática imagen, la Comunidad Europea prohibió en 1983 la importación de pieles de foca. Era un golpe difícil de encajar para los cazadores, pues de repente veían muy mermado su negocio. A mediados de la década pasada, las fronteras de los países desarrollados se cerraban a las importaciones de esas pieles. Pero en los años noventa se ha producido un nuevo giro. Ha surgido un negocio alternativo, muy criticado, el del pene de foca, al que en muchos países asiáticos se le atribuyen propiedades afrodisiacas -algo parecido a lo que sucede con tigres y rinocerontes-.
A raíz del veto europeo, Canadá, que insiste en que es necesario cazar focas para que no se desmande su población, ha buscado otros mercados, desde comercializar la carne en forma de salchichas y comida para perros hasta emplear la piel para fabricar, entre otras cosas, zapatillas y fundas para volantes. Incluso están poniendo en circulación las supuestas propiedades terapéuticas de la grasa de foca para prevenir males como la diabetes, la alta presión arterial o enfermedades autoinmunes, como la artritis reumatoide. Además, reconocen que están buscando dar salida a las pieles en Asia.En la década de los cincuenta, las capturas anuales ascendían a 310.000 ejemplares. En los años sesenta, a unos 287.000 animales. Para impedir que se terminara el negocio, se extinguieran las focas y se matara así a la gallina de los huevos de oro, en 1971 se introdujo el sistema de cuotas. De hecho, se calcula que entre 1950 y 1970 la población de focas árticas se redujo a la mitad; pasó de unos tres millones de ejemplares a solamente millón y medio. Las capturas bajaron en la década de los sesenta a unos 172.000 animales por año, pero con el agravante de que casi todos -137.000- eran bebés. A partir de la prohibición de la CE, las capturas entre 1984 y 1988 descendieron a unos 60.000 animales por año. Y se mantuvieron más o menos en esos términos hasta 1996. En los últimos tres años, sin embargo, la caza ha vuelto a dispararse hasta los 275.000 animales por año, por parte canadiense; más alrededor de otros 20.000 en Noruega. El argumento oficial para este recrudecimiento de las capturas que da elGobierno de Canadá es la excesiva población de focas, que está acabando con los bancos pesquemos del Atlántico norte, especialmente con el capelán y el bacalao -algunos estudios señalan que se comen al año 1,3 millones de toneladas de este pescado-. Calculan los científicos que existen entre 4 y 5 millones de focas, el doble que en 1981. Ricardo Aguilar, portavoz de Greenpeace España en temas marinos y que ha visitado Terranova (noreste de Canadá), la principal zona geográfica donde se matan focas, reconoce que el problema está muy enquistado en la sociedad de esa región: "Allí la foca es como el lobo para los ganaderos españoles. La ven como una enemiga que se come el pescado, su medio de vida. La odian a muerte. No hay que olvidar que allí se han perdido en los últimos años 40.000 puestos de trabajo por la reducción de las cuotas pesqueras; los barcos no pueden salir a faenar porque escasea el bacalao. Pero, claro, no se puede echar la culpa a las focas de la sobreexplotación de los recursos marinos. Lo que hay que hacer es establecer unos sistemas racionales de gestión de las pesquerías, para que se recuperen los caladeros y no se esquilmen. Además, los estudios científicos son contradictorios. Algunos apuntan que la población ha aumentado espectacularmente y que se podrían cazar hasta 400.000 focas al año sin temer su extinción; otros señalan que en realidad no hay más focas, sino que, precisamente por la falta de pescado, se han acercado a zonas en las que antes no estaban; se mueven famélicas buscando alimento. 0 sea, no hay más, sino que se las ve más".
Las focas del Ártico se encuentran entre los mamíferos de mayor precocidad y más rápido crecimiento. Como bebés, sus fotografías han dado la vuelta al mundo, sensibilizando y haciendo campaña en favor de la especie. Pero la infancia termina pronto. Las focas adolescentes, ya sin su madre, enseguida adelgazan y mudan su blanco abrigo. En 18 días mudan completamente y se ponen como auténticas focas; adquieren una tonalidad plateada moteada con manchas oscuras. En cuanto abandonan a sus pequeños, las hembras se ven cortejadas por machos que han estado esperando no muy lejos de ellas, agrupados en grandes rebaños. Tantas prisas impone la naturaleza porque el periodo de gestación se alarga durante 11,5 meses y lo habitual es que una hembra tenga sólo una cría. En el ciclo vital, pocas sorpresas más. La rutina sólo se ve rota por las migraciones: hacia el sur durante el implacable invierno; hacia el norte en verano, hasta Groenlandia. Pero ahora de nuevo con la amenaza de la estaca o el disparo en la cabeza.
Texto: Rafael Ruíz
Fotografía: Lorenzo Capellini
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