31 de enero de 2024

La crisis climática es, sobre todo, una crisis socia

 La investigación sobre las personas y la sociedad (es decir, las ciencias sociales y las humanidades, CSH) es esencial para que las políticas públicas y los profesionales logren los cambios que se necesitan con urgencia para abordar los desafíos que supone el cambio climático. No en vano, la crisis climática es, fundamentalmente, una crisis social.

Sin embargo, en comparación con las ciencias técnicas y naturales (disciplinas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, STEM), en 2018 sólo alrededor del 8 % del presupuesto total de convocatorias del programa europeo de Horizonte 2020 se destinó a disciplinas CSH. De hecho, durante todo el periodo de 1990 y 2018, solo el 5,21 % de la financiación para investigación para atajar la crisis climática se destinó a investigación social. Esta disparidad se acentúa aún más en el caso del sur y del centro y este respecto a países del noroeste europeo.

¿Qué consecuencias puede tener esta infrafinanciación a la hora de proponer soluciones viables y sostenibles a la complejidad a la que nos enfrentamos como sociedades?

El proyecto europeo Social Sciences and Humanities for Climate, Energy and Transport Research Excellence (SSH CENTRE) busca fortalecer el rol y la representación de la investigación social sobre la crisis climática a través de colaboraciones inter y transdisciplinares.

Promueven los cambios sociales y la innovación

Las aportaciones de las CSH en investigación y acción climáticason múltiples y cada vez más relevantes. Quizá la más conocida es la de comprender y facilitar la adopción de tecnologías e innovaciones mediante trabajos de comunicación y preguntas sobre cómo se incentiva a las personas a cambiar de comportamiento o a comprar, por ejemplo, alimentos ecológicos o coches eléctricos. 

Además, estas disciplinas contribuyen a elevar la ciencia para la política, a que las políticas de sostenibilidad y transición ecológica sean socialmente justas y robustas.

Otra de las contribuciones que está adquiriendo mucho peso en los últimos años es la de promover la innovación social y el fortalecimiento democrático a través de la creación y el análisis en espacios participativos donde la ciudadanía pueda involucrarse de manera más directa en las soluciones a problemas climáticos. Por ejemplo, cómo hacer nuestras ciudades más adaptativas. Este tipo de procesos transdisciplinares están avanzando el conocimiento en torno a futuros sostenibles basados en la imaginación colectiva y el cambio social.


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Repensar los paradigmas

Por último, quizás la más importante y menos conocida función de las CSH es invitarnos a cuestionar nuestros valores subyacentes, ampliar la mirada y reflexionar sobre nuestras formas de conocer y estar en el mundo. 

Eso implica preguntarnos cuáles son los cambios que necesitamos realizar como sociedades dentro de los sistemas ecológicos, económicos y políticos en los que vivimos, todos ellos parte inherente de la naturaleza. Interrogar y transformar nuestras creencias, los cuentos que nos contamos y cómo los elaboramos en datos, información y conocimientos. Es lo que se suele llamar repensar los paradigmas.

Propuestas desde el sur, centro y este de Europa

Como parte del SSH Centre, una de las tareas del BC3 es traer las perspectivas del sur de Europa. Con este objetivo, en 2023 realizamos una encuesta online en la que preguntamos a investigadores de países del sur, centro y este de Europa por los retos a la hora de desarrollar investigación en ciencias sociales sobre clima, energía y transporte, así como las propuestas que tenían para abordarlos. 

Recopilamos 137 respuestas, representando países como España, Italia, Grecia, Turquía, Portugal o Rumanía. Dentro de los retos identificados, por ejemplo, entre el 13 % y 16 % de los participantes –principalmente investigadores sénior de disciplinas de planificación o economía– pensaban que el apoyo institucional a las CSH está muy bien o bien, un 9 % pensaban que no tiene ningún apoyo institucional y un gran 42 % pensaban que está apoyado solo hasta cierto punto. 

Esto puede indicar que existen barreras importantes a las CSH en las estructuras organizativas de las universidades y centros de investigación. Quizás lo más sorprendente es que, a pesar de que se canalizan millones de euros al trabajo interdisciplinario anualmente, el 69 % de los investigadores afirma que la colaboración CSH-STEM en investigación climática no es muy común.



















Ilustración sobre las reclamaciones de las ciencias humanas y sociales en el ámbito del cambio climático. Josune Urrutia Asua

Partiendo del análisis de la encuesta, organizamos un taller en Bilbao con investigadoras sociales de siete países del sur de Europa para profundizar en la información ofrecida por la encuesta y escuchar sus demandas para mejorar sus condiciones laborales, el apoyo que reciben en sus contextos institucionales, sus relaciones con disciplinas STEM y el acceso a financiación nacional e internacional. 

En el encuentro, surgieron conversaciones relevantes en torno a la precariedad de la contratación temporal y a la minusvaloración de las CSH respecto a otras ciencias y respecto a otros países, reflejada en las exigencias de movilidad, a ser posible en el norte de Europa o en Estados Unidos, para legitimar la carrera investigadora en estos ámbitos. 

También se enfatizó la ineficiencia del sistema de financiación basado en proyectos competitivos. Los y las investigadoras pasamos una gran cantidad de tiempo escribiendo propuestas con muy baja probabilidad de ser financiadas.


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Reconocer el valor de las ciencias sociales y las humanidades

Los resultados de todo este proceso han sido sintetizados en un Documento de Posición entregado a la Comisión Europea en julio de 2023 y traducido a 11 idiomas. El documento propone doce líneas de trabajo para que instituciones de investigación y agencias de financiación aseguren un espacio de calidad para el futuro de las CSH en investigación y acción climática en los contextos de Europa meridional y Europa central y oriental. 

En conclusión, los investigadores y las investigadoras destacan la importancia de reconocer el valor crucial de las CSH en investigación climática, así como de las diversas culturas investigadoras e institucionales existentes en Europa, especialmente las voces desde las periferias. Enfatizan la necesidad de centrar esfuerzos en superar la precariedad existente creando oportunidades para retener el talento y para desarrollar proyectos de larga duración con las comunidades locales, que son los que aportan mayor comprensión social y capacidad de transformación de los problemas climáticos. 

Para ello, consideran necesario cambiar los criterios de valoración de proyectos y de la actividad académica, además de desarrollar programas de formación y colaboración interdisciplinar en condiciones de igualdad con las ciencias técnicas y naturales.

Plan de acción para reducir el impacto del ruido de los barcos bajo el agua

 La reducción del ruido subacuático generado por actividades humanas, como la navegación de buques y la explotación de recursos marinos, se ha convertido en una prioridad creciente en la agenda de la protección ambiental marina. El ruido submarino afecta a la distribución de especies y los procesos de crecimiento y reproducción de estas. Ante su impacto negativo sobre la vida marina y las comunidades locales que viven de la pesca, el Subcomité de Diseño y Construcción de Buques (SDC) de la Organización Marítima Internacional (OMI) ha acordado un plan de acción para mitigar este problema.

El plan incluye compartir las mejores experiencias entre países y organizaciones internacionales en la construcción de buques que minimicen el ruido subacuático tras la adopción hace justo un año de nuevas directrices que emplazan a proyectistas, constructores y armadores de buques a aplicar nuevos enfoques para reducir el ruido submarino radiado.

Mejora de la construcción

Según la OMI, la nuevas directrices reconocen que “el transporte marítimo comercial es uno de los principales causantes del ruido submarino radiado, el cual tiene efectos adversos en las funciones vitales críticas para una amplia gama de fauna y flora marinas, incluidos los mamíferos marinos, peces y especies de invertebrados”.

Ruido submarino: tortura bajo el mar.

Ruido submarino: tortura bajo el mar. / SHUTTERSTOCK

Más investigación

El SDC propone desarrollar objetivos y nuevas políticas que se adopten a escala internacional para la reducción del ruido subacuático. También ve necesario "fomentar más investigación sobre el ruido subacuático y su impacto en el medio ambiente marino", así como desarrollar herramientas para recopilar datos y compartir información. Ante el desconocimiento que existe sobre el impacto del ruido en el ecosistema marino, la Organización Marítima Internacional también propone actuar para mejorar la educación y la concienciación pública. 

La Unesco lanzará en Barcelona la hoja de ruta para preservar el océano

 El cambio climático está alterando el color del océano: refleja cambios en los ecosistemas

Para rastrear los cambios en el color del océano, los científicos analizaron las mediciones del color del océano tomadas por el espectrorradiómetro de imágenes de resolución moderada (MODIS) a bordo del satélite Aqua, que ha estado monitoreando el color del océano durante 21 años. Crédito: NASA y Joshua Stevens, utilizando datos Landsat del U.S. Geological Survey y datos MODIS de LANCE/EOSDIS Rapid Response. / EFE

La Conferencia sobre la Década de los Océanos de Barcelona, que tendrá lugar del 8 al 12 de abril en Barcelona, marcará la estrategia a seguir a escala global en torno a los océanos, su preservación, el desarrollo de una actividad económica sostenible y la emergencia climática de aquí a 2030. 

Dado su papel fundamental en el equilibrio del planeta, 10 grupos de expertos están liderando desde hace un año la elaboración de hasta 10 libros blancos, que suponen la concreción de la Visión 2030 del Decenio de los Océanos, sobre todos los aspectos en torno al mar en colaboración con los distintos agentes implicados. Los documentos verán la luz al término de la conferencia de Barcelona.


Barcelona acogerá en abril la Conferencia de los Océanos.

Barcelona acogerá en abril la Conferencia de los Océanos. / EFE

Hallazgos preliminares

La ONU lanzó en 2021 el Decenio de los Océanos para “restaurar la capacidad del océano para nutrir a la humanidad y regular el clima” en un tiempo que establece como límite el año 2030. La Unesco ha asumido el papel de promover durante esta década la acción para “salvar a los océanos”, si bien ha decidido abrir la participación a todos los agentes implicados en esta ardua tarea: no solo a científicos e investigadores, sino también a empresas, ONG, asociaciones, centros educativos y a toda la ciudadanía.

Por el momento, existen 10 borradores que desde ahora hasta el mes de abril deben acabar de perfilarse. Del 12 al 15 de febrero tendrán lugar cuatro seminarios abiertos a la participación en los que los expertos mostrarán “los hallazgos preliminares que presentan los libros blancos”, y en los que están previstos “la interacción y el debate”.

Plantear soluciones

Estos documentos abarcan desde la preservación del medio (plantean cómo combatir la contaminación marina; y cómo proteger y restaurar la biodiversidad); hasta el gran reto de lograr una actividad económica sostenible (cómo actuar sobre el sector pesquero para alimentar a la población mundial; y cómo desarrollar una sana y equitativa economía oceánica). 

Asimismo, otros tres libros blancos afrontan el papel del mar frente a la emergencia climática, planteando cómo desbloquear soluciones basadas en el océano; cómo aumentar la resiliencia de las zonas costeras; y la necesidad de mejorar el Sistema de Observación Global del Océano para poder pronosticar sus condiciones cambiantes y predecir sus efectos sobre el cambio climático

La generación del «postureo» ecologista: activismo de palabra

 Los jóvenes españoles sueñan con ser como Greta Thunberg. Pero cuando les toca jugársela por el medio ambiente como la activista sueca miran para otro lado. Al menos eso parece a la luz del informe «Jóvenes y medio ambiente» elaborado por el Observatorio de la Juventud de la Fundación SM, un estudio que ha recabado qué piensan y cómo actúan 1.500 personas de entre 15 y 29 años.

El 86,2% de los encuestados asegura estar muy preocupado por el calentamiento global. Y hasta un 87,5% se ven alarmados por la pobreza, el hambre y la escasez de agua que arrastra la actual crisis climática. Sin embargo, solo a un 12,3% le condiciona comprar moda, alimentos o tecnología que sea ecológica y tenga un bajo impacto ambiental. O dicho de otra manera, la generación actual no parece dispuesta a introducir cambios radicales en sus estilos de vida con el fin de reducir, por ejemplo, la huella de carbono.

Incoherencias vitales

«Hay no pocas incoherencias en las actitudes del informe», sentenciaba ayer Airana Pérez Coutado, una de las coordinadoras del estudio, durante su presentación en el Real Jardín Botánico de Madrid. En esta misma línea se manifestaba el sociólogo Juan María González-Anleo Sánchez, que subraya cómo «con los niveles de preocupación que manifiestan en las respuestas podríamos hablar de una histeria colectiva con respecto al tema». Pero quizá más que estas contradicciones entre lo que piensan y lo que hacen es la ignorancia real que arrastran. De hecho, González-Anleo habla de «una ilusión de conocimiento», esto es, consideran que saben sobre ecología, pero a la hora de la verdad tienen lagunas más que significativas. Así interpreta el hecho de que uno de cada tres jóvenes piensa que no hay que preocuparse por el cambio climático, porque están convencidos de que se podría colonizar otro planeta.

«Vemos como nuestros jóvenes siguen creencias basadas en conocimientos no fiables», alertó González Anleo. En este contexto también se enmarcaría el hecho de que el 40,5% estaría de acuerdo en que el problema medioambiental se esté exagerando y la mitad de los participantes en el informe creen que todavía nos queda mucho tiempo para actuar con este tema.

Por ello, tanto González-Anleo como Pérez comparten la necesidad de una mayor y mejor educación para sensibilizar a esta generación, una apuesta que consideran que debería implicar incluso introducir una asignatura sobre el cuidado del medioambiente, más allá de contenidos transversales en otras materias escolares.

Perfiles varios

En cualquier caso, con este punto de partida, Pérez Coutado habla de una realidad diversa que le lleva a dibujar, a partir de los datos del informe, hasta tres perfiles de jóvenes: concienciados, negacionistas y apáticos. Los concienciados sería aquellos «realmente preocupados e informados» por el medio ambiente que «plasman en conductas de consumo y con un perfil de activismo potente».

En el otro extremo, se encontrarían los negacionistas que están convencidos de «que la naturaleza está al servicio del ser humano y son consumistas orgullosos que no tienen problema alguno de conciencia, que coincide con un perfil de estudios bajos y situados en la extrema derecha».

Por último, la socióloga también detecta al grupo de los apáticos, que mantienen «una actitud derrotista» ante la crisis ecológica, se ven atrapados en la dinámica consumista y no encuentran herramientas ni vías para canalizar una posible acción colectiva. «Con las técnicas aplicadas, no podemos decir qué porcentaje corresponde a los concienciados, los apáticos o los negacionistas», precisa Pérez Coutado. Eso sí, aclara que alrededor de un 30% de los jóvenes dice tener un perfil activista. «Los concienciados no son solo de boquilla», apostilla.

A la luz de todos estos datos, el vicepresidente de la Fundación SM, Lander Gaztelumendi, expuso en el acto que «en un momento tan delicado del mundo en el que se percibe que el planeta parecer no poder más, los jóvenes abogan por promover más información y formación por temas ambientales, endurecer las leyes y cambiar la forma en que consumimos todos». A partir de las conclusiones del estudio, el religioso marianista planteó la necesidad de «educar en la competencia ecosocial, formar ciudadanos globales con una profunda sensibilidad ecológica y a aumentar el sentimiento de autoeficacia: podemos conseguir las cosas».


24 de enero de 2024

nteligencia artificial ante el cambio climático: ¿amenaza o aliada?

 ¿Qué efecto cree que tiene la IA sobre el medio ambiente? El Joint Research Centre de la Unión Europea incluyó esta pregunta en una encuesta realizada entre marzo y julio de 2021. Del total de personas encuestadas, un 32 % afirmó que su uso era positivo mientras que un 5 % defendió los efectos negativos que la IA podría tener. Sin embargo, la mayoría (63 %) indicaron que no esperaban ningún efecto de la IA sobre el entorno natural, demostrando una falta de conocimiento sobre la relación entre la IA y la sostenibilidad ambiental.

La realidad es que ya en 2019 se encendieron las alarmas cuando un artículo científico estimó que una sesión de entrenamiento de un modelo de lenguaje muy popular en esa época emitía tanto CO₂ a la atmósfera como cinco automóviles a lo largo de su vida útil. 

Con la reciente aparición de los grandes modelos de la IA generativa, como ChatGPT, el debate en torno al consumo energético de estos algoritmos no ha hecho más que intensificarse. Investigadores de la Universidad de Copenhague calcularon que una única sesión de entrenamiento de GPT-3 requería un consumo energético equivalente al de 126 hogares daneses durante un año, generando una huella de carbono comparable a la de un automóvil recorriendo 700 000 kilómetros.

No solo los algoritmos son culpables de este enorme consumo, sino también la infraestructura que los rodea, como los grandes centros de datos. La empresa Meta ha anunciado que construirá un hipercentro de datos en Castilla La Mancha. En una zona en peligro de sequía, esta infraestructura consumirá tanta agua cada 30 minutos como una persona en todo un año.

Nacen los algoritmos verdes

Actualmente nos enfrentamos a la paradoja de Jevons. A pesar de reconocer la IA como una herramienta crucial en la lucha contra el cambio climático, su creciente demanda podría contribuir significativamente al aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Es, por tanto, imprescindible que la IA trace caminos para mejorar la sostenibilidad de nuestro planeta. Este objetivo se refleja de manera destacada en España en la Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial, que busca proporcionar un marco para el desarrollo de una IA inclusiva, sostenible y centrada en la ciudadanía. En línea con uno de sus pilares, recientemente se ha lanzado el Programa Nacional de Algoritmos Verdes.

Los términos IA verde o algoritmos verdes abordan una perspectiva dual. Por un lado, se enfocan en el desarrollo de aplicaciones en diversos ámbitos y sectores que no solo impulsen la sostenibilidad, sino que también contribuyan a combatir el cambio climático (conocido como enfoque “green-by”). 

Existen numerosos ejemplos en los que la IA ayuda a resolver problemas medioambientales, como el control y predicción de la demanda de agua, reducción del impacto ambiental de la agricultura, optimización del consumo energético de edificios y la mejora de rutas de transporte.

El segundo ámbito de actuación de los algoritmos verdes se centra en explorar vías para lograr algoritmos más escalables y sostenibles, con el objetivo de reducir la huella de CO₂ generada por los algoritmos existentes (enfoque “green-in”). 

Hacia un futuro verde

A pesar de que la IA verde es un concepto relativamente reciente, la urgencia de garantizar que la IA sea respetuosa con el medio ambiente se ha vuelto cada vez más evidente. Este planteamiento refleja la creciente conciencia sobre la necesidad de equilibrar el avance tecnológico con la sostenibilidad ambiental. 

Quizás, en un futuro próximo, los sistemas de IA incluyan una etiqueta que certifique su eficiencia energética, proporcionándonos información clave para tomar decisiones informadas, de manera similar a como evaluamos la eficiencia energética de los electrodomésticos. En un mundo donde se estima que las tecnologías desempeñarán un papel esencial en el siglo XXI, cada esfuerzo individual cuenta.

Este enfoque hacia una IA verde no solo implica una transformación en la manera en que desarrollamos y utilizamos la tecnología, sino también un cambio cultural en la sociedad. Al promover la conciencia sobre la huella ambiental de la IA y fomentar la adopción de prácticas más sostenibles, podemos contribuir colectivamente a un futuro más equitativo y respetuoso con el medio ambiente.

¿Sabemos realmente qué zonas del planeta se están desertificando?

 Los primeros intentos por cartografiar la desertificación se remontan a los años setenta del siglo pasado. El primer mapa global se realizó en 1977 con motivo de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desertificación y se denominó Mapa Mundial de la Desertificación.

Desde entonces, se han sucedido los esfuerzos por elaborar atlas y mapas que representen este grave problema tanto a nivel global como nacional. Pero ¿podemos realmente cartografiarlo?


















Paisaje árido en el sur de España. José Alfonso Gómez CaleroCC BY-NC-ND

La complejidad de la desertificación

Que existan más de cien definiciones de desertificación significa, al menos, dos cosas: ninguna es la correcta y el problema es complejo. Si atendemos a la más aceptada, la de la Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD), corroboraremos dicha complejidad y atisbaremos algunas de las ambigüedades asociadas históricamente a este concepto. Según esta definición, la desertificación es “la degradación de las tierras áridas, semiáridas y subhúmedo secas como consecuencia de las variaciones climáticas y las actividades humanas”.

De entrada, no figuran las zonas hiperáridas. ¿Es que no pueden degradarse? Dicho de otro modo, ¿puede desertificarse un desierto? La respuesta es que sí, debido al desarrollo científico-técnico que ha posibilitado la explotación de las inmensas reservas de agua subterránea que albergan estos inhóspitos parajes, dando lugar a episodios de sobreexplotación y, por tanto, de degradación.

En efecto, como la propia CNULD explica, por “tierra” se entiende el sistema bioproductivo terrestre que comprende el suelo, la vegetación, otros componentes de la biota y los procesos ecológicos e hidrológicos que se desarrollan dentro del sistema. Esta aclaración es muy relevante porque muchas veces se asocia tierra a suelo, equiparando desertificación con procesos de erosión. Por tanto, la degradación de las aguas subterráneas, su agotamiento y contaminación, cuando ocurre en las zonas áridas, es desertificación.

Mapas globales de desertificación

Quince años después del primer Mapa Mundial de la Desertificación, en 1992, se presenta el que se conoce como primer Atlas Mundial de la Desertificación con motivo de la Cumbre de la Tierra.
















Mapa de las zonas áridas del planeta contenido en el primer Atlas Mundial de la Desertificación (1992).PNUMA

El segundo atlas, que aparece cinco años después, se basa en la “Evaluación global del estado de la degradación de suelos inducida por el hombre” y las estimaciones a nivel nacional de los investigadores H. E. Dregne y Nan-Ting Chou, y aporta cifras de desertificación muy altas y poco verosímiles. Así, el alcance de la desertificación se llegó a estimar en un 70 % de las zonas áridas.

Las iniciativas se han ido sucediendo tanto a nivel global, por ejemplo con las evaluaciones de cambio del uso del suelopromovidas por la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio, como nacional. Cada país signatario de la CNULD debe elaborar planes y estrategias para enfrentarse a este problema, y saber dónde ocurre es una de las primeras tareas.

¿Se puede cartografiar la desertificación?

esta cuestión responde negativamente el tercer y, hasta la fecha, último Atlas Mundial de Desertificación, publicado en 2018 por la Comisión Europea. Se trata de un primoroso documento en el que aparecen coloridas láminas sobre diversas variables relacionadas con la desertificación. Sin embargo, no hay ningún mapa de desertificación. 

El lector encuentra la justificación a esta ausencia en la primera página de la introducción: “Aunque desertificación sigue figurando en el título, este atlas representa un cambio significativo con respecto a las dos primeras ediciones del Atlas Mundial de la Desertificación, ya que no se presentan mapas deterministas de la degradación mundial de la tierra”.

Las limitaciones a este tipo de mapas se concentran fundamentalmente en dos cuestiones. La primera tiene que ver con el grado de subjetividad de los autores a la hora de decidir qué es desertificación y qué no lo es. Liberarse completamente de este juicio parece imposible. 

El segundo punto, que sí parece superable, es que las metodologías empleadas hasta la fecha han tratado de agregar en un único indicador la variable desertificación, que no es medible. Para ello se han sumado o agregado sin una base estadística solvente procesos tan diferentes como la erosión del suelo y la sobreexplotación de las masas de agua subterráneas. Dicho de otra forma, se han tratado de sumar peras con manzanas, y el resultado ha sido una ciruela pasa.

Ante la imposibilidad de hacer mapas de algo tan complejo como la desertificación, el AMD propone un nuevo paradigma, la convergencia de evidencias, donde se recalcan las peculiaridades de cada región y se propone un diagnóstico a partir de las tendencias de variables socioeconómicas y biofísicas que nos permitan atisbar qué formas de uso del suelo puede desembocar en procesos de degradación. 

Este énfasis en la prevención nos recuerda que la destrucción de la fertilidad natural de los territorios no es fácil de revertir y por tanto es necesario anticiparse a la degradación.

Mapas de desertificación en España

En realidad, la convergencia de evidencias no es tan novedosa. El primer mapa que se hizo en España para reflejar los problemas potenciales de desertificación ya seguía esa filosofía. En efecto, el proyecto SURMODES, liderado por Juan Puigdefábregas en la Estación Experimental de Zonas Áridas del CSIC, ya vislumbró la idea de solapar variables económicas y climáticas para esbozar los “paisajes de desertificación” de España, incluidos en su Programa contra la Desertificación (PAND) de 2008.

El PAND, además, mostraba un mapa del riesgo de desertificación de España, que cae en ese paradigma de las peras y manzanas y que más allá de señalar la multidisciplinariedad de este problema, carece de validez. 

Más reciente es el mapa de condición de la tierra, construido bajo el paradigma de la eficiencia en el uso del agua. Sucintamente, ello significa que los lugares con menores productividades que las que les corresponden según la precipitación recibida están degradados. De este mapa sale la cifra más actual sobre desertificación en España, que se estima en un 20 % del total del territorio (es decir, no se restringe a las zonas áridas).

Mapa de condición de la tierra en España (2000-2010).

















Mapa de condición de la tierra en España (2000-2010). Sanjuán, M.E., del Barrio, G., Ruiz, A., Rojo, L., Puigdefábregas, J. & Martínez, A. (2014). Mapa de la Condición de la Tierra en España. Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente.

Un mapa en blanco: retos y oportunidades

Unos de los primeros retos a los que se enfrenta la reciente Estrategia Nacional de Lucha Contra la Desertificación es realizar un mapa de la desertificación en España. El proyecto ATLAS, financiado por la Fundación Biodiversidad, y compuesto por un equipo multidisciplinar de diversas instituciones aborda esta compleja tarea, que trata de responder a algunas preguntas básicas: ¿dónde ocurre la desertificación en España? ¿Cuáles son sus principales causas? ¿Aumenta el riesgo de desertificación con el cambio climático?

Tras más de cuatro décadas intentando hacer mapas de desertificación, el veredicto del Atlas Mundial de Desertificación nos ha dejado un mapa en blanco. Esto es un grave problema, porque un mapa en blanco se puede rellenar con cualquier cosa. Así, cuando las administraciones se ven presionadas para dar una respuesta rápida, lo más intuitivo es que utilicen, si no hay otra cosa, el mapa de aridez, lo cual es conceptualmente un error de bulto, puesto que las zonas áridas son solo las zonas potencialmente desertificables.

Por otra parte, un mapa en blanco es un reto para un investigador, una oportunidad de establecer una metodología que sirva para cartografiar la desertificación no solo en España, sino en todo el mundo. 

Intentaremos, conscientes de las dificultades que entraña y de que grandes científicos no dieron con la solución, ofrecer mapas de garantías para sustanciar decisiones y soluciones que ayuden a resolver este grave problema.


Julia Martínez Fernández, directora técnica de la Fundación Nueva Cultura del Agua, ha participado en la elaboración de este artículo.