La importancia de la biodiversidad y los ecosistemas va más allá incluso de lo que imaginamos. En esta ocasión la sorpresa la traen los árboles, su inteligencia para sobrevivir y cooperar entre sí, e incluso servirse de unos diminutos microorganismos que se encuentran en sus raíces para intercambiar carbono.
Nuestra historia es un hecho cotidiano, que hasta ahora desconocíamos, un hallazgo científico de esos que se hacen por casualidad, y el resultado no puede ser más sorprendente. Porque, aunque cueste de creer, los árboles cooperan entre sí sirviéndose de unos hongos para poder hacerlo sin necesidad de estar en contacto directo.
La inteligencia de las plantas
No tener movilidad hace que las plantas agucen en ingenio, y establezcan unas relaciones de solidaridad entre ellas que no abundan en el reino animal, explica Stefano Mancuso, director del laboratorio de Neurobiología Vegetal de la Universidad de Florencia.
Según relata el experto, recientemente en España para presentar su libro, titulado “Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal”, los casos que se conocen son impactantes tanto por lo inédito de la cuestión como por el desconocimiento que existe al respecto. Sobre todo, teniendo en cuenta el enfoque antropocéntrico que domina en todas las sociedades.
Intercambiar recursos vitales
El intercambio de carbono entre árboles lejanos o cercanos, con las raíces injertadas o no, es un hecho. Según un artículo publicado en la revista Science los árboles intercambian el carbono con sus vecinos, sean o no de la misma especie.
No es un asunto baladí. Ni mucho menos. Se juegan el tipo, y ante eso solo cabe reaccionar. No en vano, el carbono, que obtienen a partir de la luz solar mediante la función de la fotosíntesis es esencial para sobrevivir. De no contar con suficiente dióxido de carbono y almidón las 24 horas del día no podrían sobrevivir, por lo que se trata de un asunto vital para ellas.
De ello depende la elaboración de la savia, su alimento. Lo elaboran, en concreto, gracias a la transformación del carbono en azúcares, para lo cual necesitan el agua y las sales minerales que absorben las raíces.
De este modo, precisan una serie de condiciones para salir adelante, fundamentalmente el agua y minerales que obtienen de la tierra sumados al sol que absorben a través de las hojas. Finalmente, desprenden el oxígeno, razón por la que actúan de sumideros de carbono para el ser humano, al tiempo que constituyen auténticos pulmones naturales.
Realizar este trabajo cotidiano para la obtención de este azúcar significa sobrevivir, crecer, mantener un sistema defensivo que les permita combatir enfermedades, afrontar los embates climáticos… Y algo más que ya sabían los científicos, pero no en toda su dimensión. Porque con este azúcar los árboles acaban abasteciendo también a otras plantas.
Es una realidad tan común que, de acuerdo con el estudio, en los bosques templados este sistema podría afectar hasta el 40 por ciento del carbono de las raíces más finas de los árboles.¿Pero, cómo lo hacen? La incógnita ha dejado de serlo gracias a esta investigación, llevada a cabo por científicos de la Universidad de Basilea, en Suiza.
Ha sido un descubrimiento casual. En 1999 el equipo inició un experimento para analizar el comportamiento de los árboles como grandes sumideros de carbono. Los científicos querían conocer mejor su comportamiento de cara a poder ser de ayuda para absorber las grandes cantidades de gases de efecto invernadero que liberamos a la atmósfera.
Para ello fumigaron los cinco abetos durante varios años con un tipo de carbono que permitiera su seguimiento (carbono-13), marcado con un isótopo específico que les permitía seguir el rastro. Fue así como descubrieron, anonadados, que el carbono había migrado también a otros árboles, incluyendo los que no estaban cerca.
Gracias a este increíble hallazgo descubrieron que rastrear el flujo de carbono significaba descubrir una interconexión realmente inesperada. ¿Qué permitía esa conexión? La pregunta desafiaba la lógica, pero la evidencia acabó con el enigma de un plumazo. Y es que los hongos estaban haciéndolo posible.
Formaban una asociación con los árboles denominada micorrizas, una asociación permite a los primeros alimentarse, pues el carbono transformado en azúcares es su alimento, y al tiempo los hongos proporcionan nutrientes al suelo.
De este modo, las plantas hasta el 80 por ciento de nitrógeno y fósforo, un abono necesario para crecer. En suma, cada árbol, cada planta está clavada a su suelo, pero gracias a los hongos los vegetales pueden conectarse con plantas de su misma especie u otras. Por lo tanto, gracias a las micorrizas la savia lega a otros árboles que pertenecen a esa red.
Las plantas, grandes desconocidas
Este descubrimiento podría explicar fenómenos que hasta ahora nos parecían pura magia. Además de intercambiar carbono entre árboles vecinos, Mancuso señala situaciones curiosas de plantas que no reciben agua o luz y aún así logran sobrevivir. A la postre, estas historias mágicas podrían ser casos de supervivencia que explicarían las micorrizas.
La ciencia también ha descubierto que las plantas emiten sus propios sonidos y responden a frecuencias para nosotros inaudibles. Más recientemente, investigadores australianos concluyeron que las plantas se comunicaban entre ellas y eran sensibles a las plantas vecinas, hasta el punto de que podían afectar a su salud y crecimiento.
En cierto modo, cuanto más descubre la ciencia más prosaico se vuelve todo, pero a su vez nos da las claves para entender mejor el mágico universo vegetal y su ecosistema. En muchos casos, la ciencia se convierte en poesía.
En cuestiones de alimentación, las plantas tienen muy claro que la eficiencia es un gran valor. Según descubrieron investigadores del Centro John Innes, las plantas realizan un cálculo aritmético sofisticado gracias a un proceso biológico diseñado para tal fin. De otro modo, no lograrían la eficiencia máxima que precisan para aprovechar bien sus alimentos, vitales para ellas. Aunque ahora sabemos que las más afortunadas tienen un plan b…
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