En el autobús que se dirige al puerto de Tung Chung, en la isla hongkonesa de Lantau, la inglesa Janet Walker imparte micrófono en mano las instrucciones que los turistas deberán seguir para avistar a los delfines rosados cuando se hagan a la mar. "Utilizaré las horas para señalar su posición. Si grito delfín a las tres, giraos a la derecha; si es a las nueve, a la izquierda, ¿entendido?".
Tres horas de travesía más tarde, y gracias a las orientaciones de la veterana guía de Hong Kong Dolphin Watch -el único ecotour de la ciudad para otear delfines-, los asistentes han podido disfrutar de la visión de tan singulares mamíferos, por lo que todos vuelven a casa satisfechos con sus retinas y sus cámaras repletas de imágenes de estos animales.
Sin embargo, Walker, que llegó a Hong Kong hace ahora 20 años, no se muestra tan entusiasmada. "Cuando vine de Japón a mediados de los 90, en estas aguas había unos 250 ejemplares de delfines rosados. Ahora no hay más que 60, y de aquí a unos años, si no se ponen medidas, no quedará ninguno".
Razones no le faltan para opinar así. De acuerdo con la Sociedad para la Conservación de los Delfines de Hong Kong (HKDCS en inglés), el número de delfines rosados en estas aguas cayó de 158 en 2003 a 61 en 2014, una disminución del 40%. Y parece que su número seguirá bajando hasta desaparecer si nadie lo remedia
Reclamo turístico
El delfín blanco chino, cuya denominación científica es Sousa chinesis, destaca por su piel rosada debido a la cercanía de sus vasos sanguíneos a la piel y a su capacidad para regular su temperatura corporal mediante la circulación de plasma por sus venas. Si bien al nacer son de color gris oscuro, con los años van perdiendo pigmentación, aunque algunos mantienen manchas oscuras sobre su tono rosáceo.
Esta singular especie, que lleva más de 400 años en el estuario del río de la Perla, representa uno de los grandes reclamos turísticos de la zona. Tal es su importancia y simbolismo que en 1997 se convirtió en la mascota oficial de Hong Kong en la ceremonia en la cual la ex colonia británica volvió bajo soberanía china. Pero a pesar del cariño y de la simpatía de la que gozan, no parece que se esté haciendo mucho por preservarlo.
Como explica Viena Mak, investigadora de HKDCS, cada día su hábitat es atravesado por decenas de ferries que comunican Hong Kong con la China continental así como por cargueros y otras embarcaciones de recreo, mientras que en sus aguas se está construyendo uno de los puentes más largos del mundo, 50 kilómetros de asfalto que comunicará la urbe financiera con la ciudad-casino de Macao y que se espera esté completo a finales de este año.
Además de la contaminación acústica que esto genera -ellos se comunican y buscan alimento por medio de sonidos- y del riesgo físico que tanto tráfico marítimo implica, estos animales tienen que hacer frente a la alta polución de plásticos, fertilizantes y metales pesados en sus aguas, una lacra que conduce a la enfermedad y muerte prematura de sus crías.
Por si fuera poco, los delfines también tienen que lidiar con los operadores turísticos no regulados de la villa de Tai O. Cansados de tener que ganarse el sustento con una pesca cada vez más mermada, muchos de los antiguos pescadores de este pueblo han instalado un motor en sus pequeñas barcas y organizan rápidas visitas a las zonas donde habitan estos animales. Aunque algunos toman las precauciones necesarias, muchos otros se acercan a los delfines a una gran velocidad y sin guardar la distancia necesaria, lo que ya ha provocado más de un incidente.
"Antes no los querían porque decían que les quitaban la pesca", asegura con un deje de enfado Walker al referirse a ellos. "Ahora solo les interesan los delfines porque les dan dinero, pero no se preocupan por ellos ni tienen una visión a largo plazo. Si se extinguen, se dedicarán a otra cosa y listo" añade.
Para tratar de remediar esta situación, la asociación WWF-Hong Kong llevó a cabo el pasado verano una campaña de concienciación en los muelles de los que parten estos botes para turistas bajo el lema "Delfines, ¡me importan!", algo que según Walker no sirvió para mucho.
Nuevas amenazas
Ahora, un nuevo proyecto urbanístico amenaza con dar la puntilla a esta especie tan maltratada. El Gobierno planea construir una tercera pista de aterrizaje en el aeropuerto, algo para lo que "robaría" unas 650 hectáreas del hábitat donde viven los delfines. "Si este plan sale adelante, es probable que desaparezcan completamente de estas aguas" subrayó Viena. "Algunos morirán, y otros se irán a otras zonas en busca de mejores condiciones", añadió.
El jefe del ejecutivo local, Leung Chun-ying, propuso recientemente la creación de un parque marino protegido para esta especie, una iniciativa que los ecologistas locales ridiculizaron al decir que es como "cerrar la puerta del establo cuando el caballo ya se ha ido". Para ellos, la única solución pasa por poner fin a los numerosos proyectos urbanísticos, por crear más espacios marinos protegidos y por reducir el número de barcos que atraviesan la zona.
Mientras se ve si estas iniciativas llegan a buen puerto, Walker asegura que seguirá luchando para proteger a sus preciados delfines ("hay que hacer más ruido y seguir concienciando", asegura) y mostrando su belleza a todas las personas posibles. Sin embargo, sabe que esta es una batalla difícil de ganar y se muestra pesimista. "Es todo una cuestión de dinero" murmura con amargura. "Sinceramente, no creo que la siguiente generación pueda disfrutar de sus saltos y alegría".
Ismael Arana para elmundo.es
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