Todo el mundo recuerda los largos veranos de la infancia, aquellos meses interminables durante los que las jornadas se extendían hasta el infinito, con profundas siestas entre cantos de chicharras y luchas con las moscas. Resulta difícil pensar que aquellos estíos sin fin acabarían por simbolizar la enfermedad que padece nuestro planeta: el calentamiento global, que ha hecho que los veranos en España duren cinco semanas más que hace 40 años. También se trata de uno de los motivos —aunque no el único— de la cada vez más preocupante extinción en masa que están sufriendo los insectos.
Nunca el planeta había sufrido cambios tan rápidos y tan radicales. Después de miles de años de previsibilidad de las estaciones, hemos entrado en una era marcada por el desconcierto. Y la desaparición de numerosas especies de insectos es uno de los indicadores más claros de que algo cada vez más raro e inquietante está ocurriendo a nuestro alrededor.
La muerte de los insectos es difícil de medir, sobre todo porque no tenemos la más leve idea de cuántos hay. Los científicos se empezaron a dar cuenta de que algo raro pasaba por lo que llamaban la "prueba del parabrisas": en los viajes por carretera en coche, aparecían cada vez menos bichos espachurrados en la luna. En otros casos, simplemente habían dejado de verlos, como ocurre con las luciérnagas. Sin embargo, como explicaba un reportaje publicado en este diario, dado que los insectos son de lejos los seres vivos que cuentan con un mayor número de especies —se han identificado y descrito en torno a un millón, pero hay muchas más—, resulta imposible conocer la magnitud de la hecatombe.
Tampoco se conocen con claridad las causas —cambio climático que afecta a sus hábitats, uso masivo de pesticidas, agricultura intensiva que deja menos campos liberados para la naturaleza salvaje y las flores—, aunque sí los dos lugares más afectados: Europa y América del Norte. El caso de las abejas, uno de los más estudiados, es el que más preocupa a los científicos por su papel esencial en el ciclo de la vida. La única certeza es que la tierra está cambiando y que todos los seres que viven en ella lo están notando de una forma cada vez más drástica, nosotros, los humanos, los primeros.
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