PARÍS INSISTE en su lucha contra el cambio climático y en defensa de una ciudad hecha para personas más que para máquinas. El último experimento, consecuencia de un nuevo debate participativo, es el parklet. Se trata de un proyecto desarrollado por la asociación Dédalo y financiado por la alcaldía dentro del programa Paris aux piétons (París para los peatones) que bajo el proyecto Urban Foliesimpulsa la instalación de mesas, sillas, bancos, chaises longues y eventualmente pequeños parterres en plazas de parking de las calzadas, cambiando así su funcionalidad. Artistas, diseñadores y paisajistas fueron llamados por la asociación a exponer sus ideas. Finalmente, cuatro parklets van a verse implantados en cuatro puntos distintos de la ciudad: uno en el distrito 2 (4 Rue de la Bourse), otro en el distrito 4 (2 Rue de l’Hôtel Saint-Paul), otro en el distrito 15 (24 Rue des Quatre Frères Peignot) y otro en el 18 (6 Rue André Messager).
Julien Brouillard, responsable de desarrollo en Dédalo, explicó en Le Parisien que cada parklet está dedicado a un uso en particular. “Por ejemplo, en el segundo distrito, formado por muchas oficinas, está concebido para que los trabajadores puedan sentarse a comer; en el cuarto está más vegetalizado, para homenajear a la naturaleza; el del 15 está destinado a la reparación de bicicletas, mientras que el del 18 propone ser lugar de pequeños conciertos o de reuniones de vecinos”.
Me interno en esta estupenda zona del distrito 2, paso por la inevitable entrada de la Galerie Vivianne y me dirijo al número 4 de la Rue de la Bourse. Detecto el parklet. Piso una elevada plataforma de madera de 3 × 2, me siento en una de las sillas-taburete (con barra delante) y saco la libreta como si lo hiciera en uno de aquellos pupitres de Jean Prouvé que poblaron las escuelas públicas francesas de los años cincuenta. Al final de la calle se encuentra el edificio de la Bolsa. Son las 12.30. Al lado, tres jóvenes oficinistas comen ensaladas ajenos al asombro de conductores que, desquiciados, les observan retadores. Todos los motoristas niegan incrédulos y más allá del casco puede leerse su rabia. Cuando consiguen aparcar, vuelven por aquí y miran con desprecio a los usuarios del parklet y parecen preguntarse qué tendrá en la cabeza el chico que está estirado en la chaise longue en mitad de una calle. Pregunto si les gusta la idea: “No es lo más agradable del mundo comer entre coches aparcados y coches que pasan, pero en el barrio han desaparecido los bancos, y es mejor comer aquí que delante del ordenador”.
Así las cosas, el parisiense, fan del pícnic y de los espacios compartidos, puede disfrutar del parklet y aprovechar una extensión de la acera en la calzada —que ahora parece más ancha— ocupando plazas de aparcamiento hasta noviembre. Es este un experimento efímero con vocación pedagógica. En la web del Ayuntamiento, Brouillard explica: “Todo esto parte de un pregunta sobre la posible reconversión de las plazas de estacionamiento en un futuro con menos coches”. Como suele ocurrir en estos casos, no faltan los correspondientes dardos a Anne Hidalgo, la alcaldesa convencida de que un París verde es posible.
A pocos meses de las elecciones municipales (previstas para principios de 2020), el pulso de la ciudad contra la contaminación no cesa. Jardines compartidos, terrazas verdes en los grandes almacenes, plataformas descontaminantes… y parklet, que, a pesar de no ser un proyecto pionero, puede crecer como los árboles.
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