La Tierra es un complejo, dinámico y frágil escenario donde la vida se desarrolla a expensas de transformaciones evolutivas y biogeográficas que comenzaron hace 4 000 millones de años. Debido a estos procesos, la especie humana se encuentra prácticamente en cada rincón de su superficie emergida desde finales del Pleistoceno, hace 10 000 años.
A pesar de que nos hemos transformado en una especie cosmopolita, somos un integrante muy reciente de esta historia evolutiva. Si la representamos a lo largo de un año en el calendario, la presencia humana se reduce a los últimos 10 minutos del 31 de diciembre. Es decir, hemos estado aquí sólo durante el 0,002 % del tiempo de existencia de nuestro planeta.
A pesar de que llegamos recientemente, y que además solo representamos el 0,01 % de la biomasa total de la Tierra, los efectos negativos de nuestras actividades sobre el medio natural presentan una magnitud y aceleración sin precedentes. Como consecuencia, la Tierra estaría abandonando la época geológica del Holoceno e ingresando en otra denominada Antropoceno.
El periodo actual está caracterizado por una producción y consumo a gran escala. La especie humana se ha transformado en una fuerza geológica global que se despliega sobre los ecosistemas y cuya manifestación más visible, aunque no la única, es la alteración de los bosques naturales y la atmósfera.
¿Cuál es la escala de la alteración?
Los bosques naturales albergan el 65 % de las plantas y los animales terrestres en un área que supone el 31 % de la superficie continental mundial. Aunque durante los últimos 25 años la tasa de deforestación ha disminuido, anualmente desaparece una superficie equivalente a la de Grecia.
Las causas del deterioro forestal son múltiples y están asociadas a diferentes tipos de factores:
- Factores directos: conversión en tierras agrícolas, ganaderas y urbanas, cortas no sustentables, sobrepastoreo de la ganadería, incendios.
- Factores subyacentes: inseguridad en la tenencia de la tierra, gobernanza débil.
- Factores profundos: causas vinculadas con la pobreza e inequidad social.
La simplificación y eliminación de la cobertura forestal implica la reducción de los servicios ambientales, los bienes y los valores culturales y simbólicos que provee. Algunos de estos componentes tangibles e intangibles son la captación de agua, la retención de suelo, la protección de la biodiversidad, la provisión de madera y el sustento de los pueblos.
La atmósfera es una mezcla de nitrógeno, oxígeno, dióxido de carbono y vapor de agua que rodea el planeta y que se encuentra en mayor proporción en los primeros 10 kilómetros de altura. Esta capa gaseosa es vital para los organismos porque contiene elementos químicos clave para la fotosíntesis y respiración, protege contra la radiación solar perjudicial y permite que la temperatura de la Tierra se encuentre dentro de un rango compatible con los procesos biológicos.
A pesar de su relevancia, “el grosor de la atmósfera, comparado con el tamaño de la Tierra, tiene aproximadamente la misma proporción que el grosor de la capa de esmalte del globo terráqueo del aula escolar con respecto al diámetro del globo terráqueo”.
Desde el periodo industrial, la temperatura media de la atmósfera ha aumentado 1,1 °C, y el 2019 podría haber sido ser el segundo o tercer año más cálido de los registros climatológicos. Este aumento está asociado a la emisión de dióxido de carbono provocada, entre otras causas, por la deforestación y degradación del bosque.
La concentración de CO₂ en la atmósfera durante la época preindustrial era 278 partes por millón (0,0278 % del volumen del aire) y en la actualidad es 408 partes por millón. Ya en 1896, el Premio Nobel de Química Svante Arrhenius advirtió que la duplicación de la concentración de este gas incrementaría la temperatura del aire 4 ó 5 °C.
El cambio climático asociado al incremento de la temperatura puede provocar aumento del nivel y acidificación de los océanos, derretimiento de las masas de hielo, inundaciones y olas de calor y sequía. Los efectos de estos fenómenos afectan a los ecosistemas naturales y los agroecosistemas y los sistemas social y económico.
¿Por qué un bosque y una atmósfera saludables?
Desde una perspectiva pragmática basada en la idea de que la especie humana constituye el centro del escenario, la justificación se fundamenta en el riesgo para nuestra propia existencia asociado a la limitación de los bienes y servicios que el bosque y la atmósfera proveen. Sin embargo, estos sistemas tienen su propio valor intrínseco, independiente del bienestar que le brindan a la humanidad.
La posición biocéntrica entiende que el hombre es un elemento más entre muchos otros y reconoce que todos los seres vivos tienen derecho a un ambiente sano. ¿Por qué percibimos que el planeta nos pertenece y tenemos soberanía sobre él? ¿Cuál es el origen filosófico de ese derecho a decidir sobre la existencia de otros seres vivos?
El racionalismo moderno fundado por el filósofo y matemático René Descartes situó al ser humano por encima de todo justificando su dominio sobre el resto de la naturaleza: esta no es más que materia que debe ser sometida al poder del hombre.
La conservación de la naturaleza representa un asunto esencialmente ético. Debemos reconocer su necesidad basada en un conjunto de creencias, valores y principios que modelen una representación del mundo compatible con el respeto a las diferentes formas de vida.
Debemos conservar la naturaleza porque sí. Esta es una posición que no admite ninguna consideración de carácter científico. Y si aun así seguimos priorizando el enfoque utilitario, debemos tener en cuenta que el 99,5 % del volumen vital de la Tierra –el espacio físico que ocupa la biosfera– es inhabitable para el hombre. No podemos soportar condiciones como presiones atmosféricas demasiado altas o bajas, ausencia de oxígeno, temperaturas extremas o radiación solar ausente o excesiva.
A propósito de esta realidad, el reconocido profesor de historia ambiental Donald Worster escribió:
“La Tierra es solo una pequeña roca que flota en un universo lleno de otras rocas, grandes y pequeñas, de inmensas espirales gaseosas que giran en los cielos, de tumultuosas tormentas magnéticas, de espacio vacío y de aún más espacio. Sin embargo, por más grande y majestuoso que sea el universo, no existe ningún sitio al que nosotros, los humanos, podamos ir”.
El Antropoceno constituye una hipótesis científica con una enorme carga ética y política, que plantea que estamos transformando masiva e irreversiblemente la naturaleza. Esto implica la existencia de una responsabilidad hacia el planeta como entidad significativa en sí misma, y la necesidad de establecer una relación sostenible con este basada en principios de ética ambiental.
Debemos rediseñar los patrones de producción y consumo para tener en cuenta las complejas interacciones ecológicas (el bosque y la atmósfera son solo una pequeña parte) y los límites físicos para sustentar la actividad humana.
Asumir la existencia de estos factores exige un imperativo colectivo, cuya dimensión intergeneracional reconozca que nuestra descendencia merece convivir con un legado de riqueza natural no menor al que nosotros hemos heredado. Las futuras generaciones sabrán si el experimento evolutivo más creativo y transformador lo consiguió.
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