La Edad de los Arboles
Publicado por David Gambarte
Retrocedamos solamente tres o cuatro siglos. En el año 1636 la compañía de teatro Cristóbal de Avendaño estrena La vida es sueño de Calderón de la Barca; en el año 1700 fallece Carlos II de España, dando así por extinguida la dinastía de los Austria en España; el británico Daniel Defoe publica Robinson Crusoe en el 1719. Estábamos en pleno Barroco —no en Inglaterra, donde se considera que este finaliza con la firma de la Paz de Utrecht— y muchos de los robles que encontramos actualmente en los bosques de la península ibérica eran, por aquel entonces, árboles jóvenes o incluso, en una sincronía imbatible, podrían estar germinando al tiempo que expiraba uno de los hombres poderosos más débiles de la historia: Carlos II, el Hechizado. Pero no, los robles no son los más longevos entre las especies arbóreas. Los tejos, los olivos, los cipreses, los castaños —y muchas otras especies presentes en otros territorios— pueden perfectamente vivir más de mil años. De hecho, se estima que el árbol más viejo de la península está en la sierra de Cazorla, en Jaén, y se trata de un tejo (Taxus baccata) que ha estado allí desde la época romana, pasando por los reinos germánicos, el Al-Ándalus, el Emirato de Córdoba, los califatos, los reinos de Taifas, los sultanatos, los reinos cristianos, llegando hasta lo que llamamos Edad Moderna, que se supone que se puso en marcha hace quinientos años. Este tejo tiene más de dos mil años, pero en el resto del planeta encontramos árboles con edades estimadas incluso superiores.
Los árboles son, por otra parte, testigos parsimoniosos de la historia. Mientras que el tomillo florece una o dos veces al año, algunos pequeños mamíferos como los conejos pueden tener cuatro camadas, los ratones una ventregada cada varias semanas, y algunas especies de artrópodos —como las efémeras o los tricópteros— se reproducen a las pocas horas de haberse convertido en insectos adultos. En cambio, los árboles parecen ajenos a esa máxima biológica que dicta que los organismos que tienen ciclos reproductivos más rápidos tienen una mayor capacidad de adaptación a los cambios en el medio. Cada vez que se transfieren trazas hereditarias, los genes pueden sufrir errores y, si hay suerte, estos errores pueden suponer una ventaja competitiva en los individuos. Así pues, cuanto más breve es el tiempo entre una generación y otra, más rápidamente se pueden adaptar las especies a los cambios en el ecosistema. Pero los árboles no funcionan de esa manera. Como ya sabemos, viven cientos o incluso miles de años y sus ciclos de reproducción se suceden, eso sí, cada pocos años, pero en general con tasas de éxito muy bajas. Pero, en realidad, su habitual pereza para reproducirse y las bajas tasas de éxito nos cuentan la historia de unos organismos (con características y estrategias muy variadas entre las distintas especies) que han colonizado gran parte de la tierra con alrededor de tres billones de individuos. Unos cuatrocientos árboles por cada ser humano sobre la faz de la tierra.
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