Tras más de un siglo de intenso desarrollo y con la más alta densidad de población en sus márgenes de toda la cornisa cantábrica, la ría de Bilbao sufría a comienzo de los años ochenta del siglo pasado una fuerte contaminación, tanto procedente de las industrias de su entorno como de los residuos urbanos que se vertían a sus aguas sin tratamiento alguno. En los fondos de la zona interior del estuario no había vida animal, y en el resto la fauna era muy pobre. Solo permanecían algunas especies, como el crustáceo Carcinus maenas, el poliqueto Notomascus latericeus o la anguila, Anguilla anguilla.
El cauce del Passaic
Otros cauces fluviales y estuarios del mundo han sufrido y sufren procesos similares. Un ejemplo bien conocido es el del río Passaic. La ciudad de Paterson (Nueva Jersey, EEUU) alumbró el desarrollo industrial de los Estados Unidos tras su independencia. El Passaic, a cuya orilla se fundó, aportó el agua utilizada por la industria, muy contaminante ya desde sus inicios. Tal y como cuenta Cal Flyn en Islands of Abandonment, la tercera parte de su caudal llegó a ser utilizada con fines industriales durante algunos periodos. En sus márgenes se instalaron fundiciones, fábricas de pintura, de sustancias químicas, empresas farmacéuticas y curtiderías, entre otras. Utilizaban ácido sulfúrico, arsénico, acetato de plomo, cromo, nitrato de mercurio y, más recientemente, bifenilos policlorados, los famosos PCBs, con propósitos variados.
La planta de la empresa Diamond Alkali en Newark empezó produciendo fertilizantes a partir de huesos de animales; en 1940 pasó a fabricar DDT, un insecticida hoy prohibido en todo el mundo; más tarde produjo herbicidas, el más conocido el defoliante Agente Naranja, del que manufacturó 2,6 millones de litros. La planta se hizo famosa por sus vertidos a gran escala de DDT, ácido sulfúrico y herbicidas al río Passaic. Entre los residuos resultantes de su producción estaban las dioxinas, unas sustancias de muy alta toxicidad. La fábrica fue descrita por el senador estadounidense Cory Booker como la mayor escena criminal de Nueva Jersey.
Aguas abajo, en Arthur Kill, un estrecho intermareal situado tras la bahía de Newark, entre Nueva Jersey y State Island (Nueva York) por donde el río Passaic discurre hasta el Atlántico, reposan los restos de centenares de barcos. En las bodegas y depósitos de muchos de ellos sigue habiendo sustancias tóxicas para la mayor parte de la fauna de aquellas costas.
Supervivientes
Sin embargo, también hay animales capaces de tolerar los efectos de la contaminación causada por las sustancias dañinas que se acumularon allí durante los años de máxima actividad industrial en la cuenca del Passaic. Abundan gusanos poliquetos, almejas y tunicados, animales que se alimentan de partículas orgánicas del sedimento, por lo que están impregnadas de los contaminantes vertidos. También hay cangrejos azules o jaibas. Su contenido en dioxinas es tan alto que hay carteles que informan de que está prohibido su consumo por el riesgo que suponen para la salud humana.
Otro animal que convive con la contaminación es Fundulus heteroclitus, un pez que tolera condiciones ambientales en general difíciles. Es capaz de vivir y progresar en agua dulce y salada, y está adaptado a un amplio rango de temperaturas. Cuando llega el invierno y baja mucho la temperatura, se entierra en el fango y permanece allí hasta que las condiciones mejoran. La NASA ha enviado peces de esta especie al espacio para saber si podían nadar en ausencia de gravedad. Nadaron. Es más, llegaron a liberar sus gametos. Los ejemplares de esta especie que viven en lugares muy contaminados, como la Bahía de Newark, toleran concentraciones de contaminantes muchísimo más altas que las que toleran la mayoría del resto de peces. Y en el caso de Fundulus, esa capacidad, que es de base genética, se ha adquirido en unas pocas décadas. Han experimentado lo que los biólogos denominamos “evolución rápida”.
Estos son algunos ejemplos de la sorprendente resistencia de la vida animal a las agresiones ambientales provocadas por la acción humana. Recuerdan, en cierto modo, a los lobos de Chernobil, que han proliferado en la zona de exclusión de la central que sufrió el peor accidente nuclear de la historia.
Ninguna especie ha transformado nuestro planeta de forma tan profunda y radical como lo ha hecho la nuestra.
No solo hemos aplanado montañas, alterado el curso de los ríos, rellenado valles y hondonadas, redibujado la línea de la costa o reconfigurado el paisaje. Hemos transformado plantas y animales para poder alimentar con ellos a miles de millones de personas. Y hemos provocado verdaderas catástrofes ecológicas, alterando de forma radical o destruyendo, incluso, ecosistemas completos.
Sorprendentemente, sin embargo, hay especies que han conseguido resistir el efecto de la acción humana, adaptarse a las condiciones deletéreas y medrar allí donde pocos lo consiguen. Son verdaderos supervivientes.
La versión original de este artículo fue publicada en Cuaderno de Cultura Científica de la UPV/EHU.
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