El acuerdo contiene numerosas disposiciones para acelerar la transición hacia una economía basada en la energía solar, eólica, hidroeléctrica y otras fuentes renovables. El compromiso consiste en que cada país se haga responsable de que su nivel de emisiones de gases de efecto invernadero comience a bajar lo antes posible. La primera valoración del cumplimiento de dicha reducción se llevará a cabo en el año 2018, mientras que las siguientes se realizarán cada cinco años a partir de 2020. El objetivo es que las promesas anunciadas en París se vuelvan más ambiciosas con el tiempo.
La resolución
Para asegurar que los países cumplan sus promesas, se creará un sistema transparente para la medición, notificación y verificación de las emisiones que, al propio tiempo, deje cierta flexibilidad a las naciones con poca capacidad de llevar a cabo estas tareas. De esta manera, todos los Estados, excepto los más pobres y pequeños, tendrán que comunicar los valores de sus emisiones cada dos años. No obstante, los negociadores han dejado numerosos detalles pendientes para el próximo debate sobre el clima, previsto para el año 2016.
«En términos de transparencia, es un acuerdo algo "descafeinado"», afirma Michael Oppenheimer, de la Universidad Princeton en Nueva Jersey. «Podría haberse convertido en un arma muy eficaz, pero los delegados fueron allí [a París] a perder el tiempo». A otros les preocupa la manera en que los países en vía de desarrollo puedan mejorar su capacidad de control de las emisiones. «La transparencia y la gobernanza no se obtienen con un decreto», recuerda Amougou Armathe, director del Observatorio Nacional sobre el Cambio Climático de Camerún y responsable de presentar los informes sobre las emisiones dióxido de carbono de su país — aunque a día de hoy su institución no dispone de presupuesto y ni de empleados.
En última instancia, el acuerdo de París invita a los países más ricos a aumentar su ayuda económica para los más pobres, más allá de su compromiso actual, hasta los 100 mil millones de dólares anuales hasta el año 2020. De hecho, las naciones en vías de desarrollo presionaron a las más potentes para que tomasen en consideración la mayor vulnerabilidad de aquellos países que se enfrentan a daños causados por el aumento del nivel de los océanos, por los fenómenos meteorológicos violentos y por otras consecuencias del cambio climático. «Este reconocimiento constituye un gran hito», señala Mohamed Adow, de la organización cristiana Christian Aid con sede en Londres. «En estos momentos registramos pérdidas y daños por la situación climática actual». A pesar de todo, el acuerdo prohíbe de forma explícita a las naciones más pobres pedir compensación o sustentamiento a las más ricas, las grandes responsables de estos perjuicios.
Un arduo viaje
Los negociadores, cansados y con los nervios a flor de piel, cerraron el acuerdo un día después de la fecha límite que ellos mismos habían establecido y gracias a la intervención de los líderes de las Naciones Unidas y del país anfitrión. En un discurso solemne, Hollande recordó los ataques terroristas que mataron a 130 personas en París el pasado 13 de noviembre y rogó a los delegados de los 195 países a enviar «un mensaje de vida» al mundo. «Estaré encantado, aliviado y orgulloso de que se lance desde París, una ciudad que fue atacada hace casi un mes. Francia les pide que logren el primer acuerdo universal sobre el clima», afirmó el presidente francés.
El largo camino hacia París comenzó en Río de Janeiro en el año 1992, en una cumbre en la que las Naciones Unidas aprobaron un marco general para combatir el cambio climático, pero cuyos detalles se dejaron para encuentros posteriores. Después de 20 reuniones anuales con escasos avances para frenar las cada vez más copiosas emisiones de gases de efecto invernadero, los representantes de casi 200 países llegaron a la capital francesa con la promesa de implementar las medidas necesarias para reducir sus emisiones para el año 2030.
Nunca antes hubo tantas propuestas encima de la mesa de negociaciones. Entre ellas, figuran las convocatorias de ayudas financieras para construir plantas de energías renovables, para salvar a los bosques o para reubicar a las personas que viven en situaciones de peligro, aunque algunas están vinculadas a ciertas condiciones. Con todo, el objetivo final es evitar que el valor de la temperatura media global, que ha aumentado de un grado desde el comienzo de la Revolución Industrial, no supere los dos grados e incluso los 1,5 °C. Si se cumpliesen todas las promesas y se llevase a cabo una reducción sustancial de las emisiones futuras, para el año 2100 la temperatura general de la Tierra se quedaría por debajo de los 2,7 grados, un valor que para los científicos representaría una situación irreversible.
Recepción positiva
Diferentes ambientalistas afirman que las metas del acuerdo son suficientemente sólidas para presionar a los países con más crecimiento económico. «Creo que recoge los elementos clave que siempre hemos reclamado», señala Nathaniel Keohane, que dirige el programa climático global del Fondo de Defensa Medioambiental en Nueva York. Otros expertos creen que el pacto debería impulsar a las empresas a apostar por las fuentes de energía alternativa y por un crecimiento sostenible. Según el secretario general de las Naciones Unidas, el acuerdo representa una señal clara para los mercados, que «ahora deben ampliar sus inversiones y crecer económicamente, pero con bajas emisiones de dióxido de carbono», señaló Ban Ki-moon. «Lo que antes era impensable se ha vuelto imparable».
Los climatólogos que asistieron a las negociaciones quedaron satisfechos con el objetivo final del acuerdo, pero pidieron más detalles acerca de la manera en que las naciones lograrían una reducción significativa de las emisiones. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) sugiere que el objetivo de los dos grados probablemente requerirá una reducción de las emisiones del 40 al 70 por ciento para el año 2050 en comparación con los niveles de 2010. «Llegar a la meta de los 1,5 grados requerirá restricciones aún mayores, del orden del 70 al 95 por cierto para el 2050», apunta Steffen Kallbekken, del Centro para el Clima y la Política Energética Internacional en Oslo. El IPCC deberá entregar para el año 2018 un informe que ayude a las naciones a cuantificar los esfuerzos necesarios para cumplir con sus compromisos climáticos.
«El hecho de que el acuerdo haga hincapié en dicho objetivo es una gran victoria para los países más vulnerables», afirma Saleem Huq, director del Centro Internacional para el Cambio Climático y el Desarrollo en Dhaka (Bangladesh). «Al llegar a París, teníamos en contra nuestro a todos los países ricos y a los en vías de desarrollo. Al terminar la cumbre, ellos también estaban de nuestra parte», concluye Huq, que también es asesor de una coalición de naciones menos desarrolladas.
Fuente: Jeff Tollefson y Kenneth R. Weiss / Nature News
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