La desertificación comprende un conjunto de procesos de degradación
que afectan a los distintos componentes del ecosistema (suelo, flora y
fauna) y disminuyen su capacidad productiva. En las etapas finales de
este fenómeno se pueden incluso alcanzar situaciones semejantes a las de
un desierto. Por definición, el término desertificación se limita a las
regiones áridas, semiáridas y seco-subhúmedas del planeta, es decir,
las que presentan un balance negativo en sus recursos hídricos. En estas
condiciones de déficit hídrico, los ecosistemas son muy frágiles y
vulnerables, y tienen una escasa capacidad de recuperación, tanto frente
a las perturbaciones antrópicas (cambios en el uso del suelo o excesiva
presión sobre los recursos), como frente a las naturales (cambio
climático).
Debido a la coincidencia geográfica de las regiones áridas y
semiáridas con las áreas más deprimidas del mundo, la desertificación,
además de su componente físico, posee un marcado componente
socioeconómico. En los casos más extremos, la sobreexplotación de los
recursos en la lucha por la supervivencia humana acelera la
desertificación y, en un círculo vicioso, conduce a una mayor pobreza.
Dada la complejidad de las causas del fenómeno, la evaluación y control
de los procesos de degradación, así como la recuperación de las áreas
afectadas, deben abordarse desde diferentes aspectos y siempre con un
enfoque multidisciplinar.
En nuestro país, se estima que más de dos terceras partes de la
superficie se halla expuesta a la desertificación, según datos del
Programa de Acción Nacional contra la Desertificación, del Ministerio de
Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. Las Comunidades de Murcia,
Andalucía y Canarias son las más afectadas, con más del 40 por ciento de
su territorio en situación de alto riesgo. Le siguen Castilla-La
Mancha, Valencia, Madrid, Extremadura y Aragón, con un 30 por ciento de
su superficie gravemente amenazada. En el resto del territorio español,
menos del 15 por ciento de la superficie sufre problemas de
desertificación.
En esta área experimental de
sorbas (Almería), se simulan las condiciones de mayor calor y aridez que
provocará el cambio climático, y se estudia su efecto en la vegetación.
La caseta de exclusión parcial de lluvia reduce en un 30 por ciento la
precipitación (primer plano) y las dos cámaras abiertas (open top chambers) de metacrilato (primer y segundo plano) hacen aumentar localmente la temperatura por efecto invernadero, en promedio unos 2oC al año. [JOSÉ IGNACIO QUEREJETA]
En síntesis
En España, las zonas con riesgo
de desertificación afectan a las regiones con clima semiárido. Estas
ocupan alrededor del 65 por ciento del territorio y se concentran
principalmente en el sudeste de la península, Canarias y parte del valle
del Ebro.
Estas áreas sufren especialmente los efectos del cambio global. Las
prácticas habituales de manejo del suelo, el ascenso de las temperaturas
y la disminución de las precipitaciones favorecen la pérdida de
fertilidad y la erosión del suelo.
Para evitar la degradación progresiva de los sistemas semiáridos y
fomentar su regeneración se está estudiando la eficacia de ciertas
medidas correctoras, como la introducción de abonos verdes, la labranza
reducida y la reforestación.
Albaladejo Montoro para investigacion y Ciencia
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