En 1995, diez soldados argentinos
asistieron a un cataclismo que nadie antes había presenciado, un evento
que modificó nuestro conocimiento sobre el cambio climático.
Los hombres se alojaban en la base Matienzo, una lóbrega agrupación de barracas de acero en lo alto de una cresta volcánica que emerge sobre el mar a 50 kilómetros de la costa antártica. La isla se hallaba rodeada por una extensión de hielo glacial que abarcaba 1500 kilómetros cuadrados, unas 25 veces el área de Manhattan. A pesar de flotar sobre el mar, la plataforma de hielo medía 200 metros de espesor y poseía la solidez de una roca. Sin embargo, el capitán Juan Pedro Brückner presentía que algo iba mal. El agua derretida había formado pequeños lagos diseminados por el hielo. Podía escuchar el gorgoteo del líquido al infiltrarse por un sistema de grietas. El equipo de Brückner escuchaba día y noche convulsiones profundas, como si el metro pasara por debajo de sus camas. Los estruendos se oían cada vez con mayor frecuencia.
Un día, mientras los miembros del equipo comían en una de las barracas, fueron sacudidos por un estallido, «un estruendo ensordecedor, como una erupción volcánica», recuerda Brückner. Salieron corriendo al exterior. La plataforma de hielo que circundaba el islote se estaba rompiendo. Las sacudidas eran tan violentas que temían que los fragmentos de hielo llegaran a socavar la base rocosa de la isla y la hiciera rodar como un tronco a la deriva. Colocaron bajo sus pies instrumentos para detectar una posible inclinación del suelo. Al cabo de unos días de tensión, el equipo fue evacuado en helicóptero a otra estación ubicada 200 kilómetros más al norte. La isla permaneció en su sitio, pero el mapa quedó modificado para siempre.
Brückner y su equipo habían presenciado el colapso de la plataforma de hielo Larsen A, lo que se convertiría en un acontecimiento de referencia. Conforme los veranos cálidos se han ido extendiendo desde el extremo meridional de Sudamérica hasta alcanzar la región más septentrional de la península antártica, un total de cuatro plataformas de hielo ubicadas al este de la península, entre ellas Larsen A, se han ido derrumbando siguiendo una asombrosa pauta, desde el extremo norte hacia el sur en dirección a la Antártida continental.
Fox, Douglas Para Investigación y Ciencia
Los hombres se alojaban en la base Matienzo, una lóbrega agrupación de barracas de acero en lo alto de una cresta volcánica que emerge sobre el mar a 50 kilómetros de la costa antártica. La isla se hallaba rodeada por una extensión de hielo glacial que abarcaba 1500 kilómetros cuadrados, unas 25 veces el área de Manhattan. A pesar de flotar sobre el mar, la plataforma de hielo medía 200 metros de espesor y poseía la solidez de una roca. Sin embargo, el capitán Juan Pedro Brückner presentía que algo iba mal. El agua derretida había formado pequeños lagos diseminados por el hielo. Podía escuchar el gorgoteo del líquido al infiltrarse por un sistema de grietas. El equipo de Brückner escuchaba día y noche convulsiones profundas, como si el metro pasara por debajo de sus camas. Los estruendos se oían cada vez con mayor frecuencia.
Un día, mientras los miembros del equipo comían en una de las barracas, fueron sacudidos por un estallido, «un estruendo ensordecedor, como una erupción volcánica», recuerda Brückner. Salieron corriendo al exterior. La plataforma de hielo que circundaba el islote se estaba rompiendo. Las sacudidas eran tan violentas que temían que los fragmentos de hielo llegaran a socavar la base rocosa de la isla y la hiciera rodar como un tronco a la deriva. Colocaron bajo sus pies instrumentos para detectar una posible inclinación del suelo. Al cabo de unos días de tensión, el equipo fue evacuado en helicóptero a otra estación ubicada 200 kilómetros más al norte. La isla permaneció en su sitio, pero el mapa quedó modificado para siempre.
Brückner y su equipo habían presenciado el colapso de la plataforma de hielo Larsen A, lo que se convertiría en un acontecimiento de referencia. Conforme los veranos cálidos se han ido extendiendo desde el extremo meridional de Sudamérica hasta alcanzar la región más septentrional de la península antártica, un total de cuatro plataformas de hielo ubicadas al este de la península, entre ellas Larsen A, se han ido derrumbando siguiendo una asombrosa pauta, desde el extremo norte hacia el sur en dirección a la Antártida continental.
Fox, Douglas Para Investigación y Ciencia
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