Uno de los grandes problemas que genera el consumo masivo de materiales plásticos es el de las toneladas que se acumulan en los océanos y que permanecen durante décadas sin que sea posible su destrucción, contaminando las aguas, dañando a las especies e introduciéndose incluso en la cadena alimentaria. Pero no es el único problema. Hay otro crecientemente grave, y es la cadena de delitos ambientales en forma de vertidos e incendios del material plástico que oficialmente se recicla, pero que en realidad las Administraciones se quitan de encima sin considerar las consecuencias.
Desde que en 2018 China cerró sus puertas a la basura plástica que muchos países —especialmente europeos— exportaban a su territorio, su reciclaje se está haciendo de manera turbia y al margen de las leyes. Según un informe divulgado por Interpol a partir de datos de 40 países, los incendios y vertidos ilegales se han hecho habituales en los países de origen o en algunos asiáticos que han intentado absorber ese mercado chino sin conseguirlo de forma eficiente y legal. España es uno de los países europeos donde han crecido esos delitos, junto con Francia, Italia y Suecia, todos ellos antiguos exportadores de residuos plásticos a China.
Casi 200 países reformaron en 2019 el Convenio de Basilea, que regula el tráfico de basuras, y se comprometieron a vigilar la correcta separación y clasificación de materiales previa al traslado. La realidad es que, tras el cerrojazo chino, países como Malaisia, Indonesia y Filipinas han asumido miles de contenedores de basuras que en ocasiones llevan residuos nocivos y que no siempre tienen la capacidad de procesar.
Solo el 9% del plástico producido desde 1950 ha sido reciclado, y el problema solo puede crecer. La producción anual mundial era de 335 millones de toneladas en 2016. La manera nada ecológica de consumir en Occidente y la cultura de usar y tirar y de mirar hacia otro lado una vez desechado el material plástico está en el origen de los problemas. Los países europeos, entre ellos España —el noveno del mundo que más desechos envía fuera de sus fronteras—, tienen el deber de combatir estos hábitos nocivos, de luchar por una reducción de los plásticos y, también, de participar activamente en un reciclado que facilite la separación, impida los residuos tóxicos y evite los delitos ambientales. No pueden los países con menores controles sanitarios y medioambientales sufrir las consecuencias de la desidia de los desarrollados. Mandarles esa basura sin control puede quitarla de la vista, pero solo trasladará a otras poblaciones más indefensas esa plaga. En un mundo global, las soluciones no están en mover los problemas de sitio, sino en abordarlos y en que los países concernidos sepan darles respuesta.
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