La naturaleza es parte de la solución a nuestros problemas con los virus y parece que estamos decididos a destruirla.
Si protegemos la naturaleza y su biodiversidad, protegemos nuestra salud porque se reparte la carga de patógenos entre las distintas especies y entre los individuos de esas especies, atenuándose así los contagios.
No es, ni más ni menos, que evitar que en la carrera evolutiva participen solo patógenos y humanos, ya que cuantas más especies intermedien en la cadena de contagios el riesgo para la salud es menor.
Así, interponer especies entre los virus y el ser humano a modo de barrera es fundamental para que, de alguna forma, mientras esas especies intermedias actúen de cortafuegos, y el propio virus evolucione hacia formas menos letales para los animales.
Este es el mensaje que desde hace años viene divulgando Fernando Valladares y que en los últimos meses ha tomado especial relevancia debido a la pandemia del coronavirus Covid-19.
Valladares es licenciado en Ciencias Biológicas con premio extraordinario y doctor con el mismo galardón. Actualmente dirige el grupo de Ecología y Cambio Global del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid (España) y que depende del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
El núcleo de la investigación de Fernando Valladares aborda los impactos de los cambios climáticos en los ecosistemas terrestres
Un concepto importante que es preciso aclarar antes de proseguir es el de zoonosis, que consiste en una infección humana que tiene origen en un animal, mediada por un patógeno como puede ser una bacteria, un virus o un hongo.
Por ejemplo, si en una ciudad china se produce una zoonosis, la globalización hace potencialmente incontrolable ese brote, a no ser que se tomen medidas rápidas y drásticas para que no tenga consecuencias catastróficas a escala mundial.
Lo cierto es que virus y patógenos hay por todos lados y no es posible eliminarlos todos, de ahí que lo importante sea en qué cantidad existen, y si estamos aumentando las posibilidades de que entren en juego patógenos nuevos para los que nuestro sistema inmune no está preparado.
En este sentido, la biodiversidad nos protege permitiendo convivir en el Planeta a muchas especies distintas de animales que se establecen gran cantidad de interacciones que hacen que unas especies controlen a otras y regulen su población.
Si bien es difícil saber cuántos hospedadores hay para un virus, lo que si sabemos es que, en un sistema rico en especies, ningún hospedador favorable para el virus va a sufrir una explosión demográfica, porque su población está controlada por las otras.
De ahí que, si desaparecen especies, se puede dar el caso de que una especie portadora empiece a aumentar demográficamente, lo que puede ser malo para el resto de especies, por ejemplo, para los humanos.
Otro concepto interesante es el de dilución de la carga vírica, determinado por el hecho de que, aunque existen muchas especies potencialmente portadoras del virus, no en todas éste se desarrolla igual de bien. En algunas, donde el virus va un poco peor, se produce el efecto cortafuegos que antes comentábamos.
Un ejemplo de esto es lo que ocurre con la enfermedad de Lyme, en este caso una bacteria, en la Costa Este de América del Norte.
Esta enfermedad la transmiten las garrapatas, pero para ello tienen que estar un tiempo chupándole la sangre a algún animal. Entre los que tenían esta bacteria, y por tanto se la pasaban a la garrapata (y ésta al humano), se encuentran las zarigüeyas y los ratones.
Pues bien: los ratones tienen una carga vírica (bacteriana, en este caso) muy alta, y las zarigüeyas muy baja. Cuando la biodiversidad está repartida entre ratones y zarigüeyas, la carga patógena media en las garrapatas que parasitan ambas especies es más baja que cuando desaparecen las zarigüeyas porque nos hemos cargado su hábitat natural.
Desde este momento, los ratones transmiten la enfermedad de Lyme de forma mucho más directa y efectiva. Es decir, nos hemos quedado sin dilución de la carga de patógenos, lo que provoca brotes con alta incidencia en humanos.
Además de los mecanismos anteriores que hemos visto que tiene la naturaleza para amortiguar la expansión de pandemias, también la diversidad genética dentro de una misma especie favorece el desarrollo de mayor resistencia, pues ciertos individuos no sufren la enfermedad y son capaces de bloquear o reducir la transmisión del virus.
Consecuencia de esto es que podemos observar que hay personas que apenas sufren la enfermedad otras que enferman gravemente.
Sin embargo, ante el efecto protector de la naturaleza, la acción del ser humano puede desencadenar pandemias.
Esta acción nociva se concreta en cuestiones como la deforestación, la degradación natural y la destrucción de hábitats, que destruyen el equilibrio natural de especies que supone un efectivo control demográfico.
Es fácil darse cuenta, por tanto, que la mejor protección es la naturaleza, siendo nuestra mejor vacuna, que teniéndola ya a nuestro alcance, la estamos destruyendo 🙁
En lo relativo a la sostenibilidad, la desigualdad social propicia la sobreexplotación de ciertas regiones del Planeta, lo que, unido a la globalización abona el terreno para la llegada de pandemias. ¡Y nos tememos que la presente no va a ser la única!
La pobreza extrema promueve el consumo y comercio de animales salvajes que son reservorios naturales de muchos virus
Empobrecemos y simplificamos los ecosistemas, imponiendo solo las especies que nos interesan. Pero estos sistemas simplificados no cumplen bien con sus servicios ecosistémicos, y no nos protegen de una manera tan eficaz frente a la zoonosis.
El grave escenario actual nos puede servir de ensayo para abordar la crisis climática que tenemos en ciernes, siempre y cuando tomemos conciencia de las implicaciones económicas, sociales y psicológicas de los cambios que estamos provocan en el Planeta.
Quizás estemos a tiempo de darle la importancia que tiene la ciencia para prevenir las consecuencias de estos escenarios, y no dejar hueco a líderes políticos que desprecian la ciencia y actúan de manera egocéntrica sin conocer de lo que están hablando. ¡Sin decir nombres, seguro que conoces a unos cuantos!
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