El pasado 12 de diciembre, los representantes de 195 países llegaron a
un acuerdo sin precedentes para combatir el cambio climático. El pacto
global cerrado en la capital francesa, que ha tardado años en
alcanzarse, pretende limitar el aumento de la temperatura del planeta
para que se quede «muy por debajo» de los 2 grados respecto a los
niveles preindustriales. A pesar de que los compromisos climáticos
actuales ya prevén cumplir dicho objetivo, numerosos científicos creen
que el acuerdo de París representa la última esperanza para evitar una
catástrofe climática. «La historia la escriben los que se comprometen,
no los que hacen cálculos», anunció el presidente francés François
Hollande a los negociadores después de cerrar el pacto. «Hoy os habéis
comprometido» con el planeta.
El acuerdo contiene numerosas disposiciones para acelerar la
transición hacia una economía basada en la energía solar, eólica,
hidroeléctrica y otras fuentes renovables. El compromiso consiste en que
cada país se haga responsable de que su nivel de emisiones de gases de
efecto invernadero comience a bajar lo antes posible. La primera
valoración del cumplimiento de dicha reducción se llevará a cabo en el
año 2018, mientras que las siguientes se realizarán cada cinco años a
partir de 2020. El objetivo es que las promesas anunciadas en París se
vuelvan más ambiciosas con el tiempo.
La resolución
Para asegurar que los países cumplan sus promesas, se creará un
sistema transparente para la medición, notificación y verificación de
las emisiones que, al propio tiempo, deje cierta flexibilidad a las
naciones con poca capacidad de llevar a cabo estas tareas. De esta
manera, todos los Estados, excepto los más pobres y pequeños, tendrán
que comunicar los valores de sus emisiones cada dos años. No obstante,
los negociadores han dejado numerosos detalles pendientes para el
próximo debate sobre el clima, previsto para el año 2016.
«En términos de transparencia, es un acuerdo algo "descafeinado"»,
afirma Michael Oppenheimer, de la Universidad Princeton en Nueva Jersey.
«Podría haberse convertido en un arma muy eficaz, pero los delegados
fueron allí [a París] a perder el tiempo». A otros les preocupa la
manera en que los países en vía de desarrollo puedan mejorar su
capacidad de control de las emisiones. «La transparencia y la gobernanza
no se obtienen con un decreto», recuerda Amougou Armathe, director del
Observatorio Nacional sobre el Cambio Climático de Camerún y responsable
de presentar los informes sobre las emisiones dióxido de carbono de su
país — aunque a día de hoy su institución no dispone de presupuesto y ni
de empleados.
En última instancia, el acuerdo de París invita a los países más
ricos a aumentar su ayuda económica para los más pobres, más allá de su
compromiso actual, hasta los 100 mil millones de dólares anuales hasta
el año 2020. De hecho, las naciones en vías de desarrollo presionaron a
las más potentes para que tomasen en consideración la mayor
vulnerabilidad de aquellos países que se enfrentan a daños causados por
el aumento del nivel de los océanos, por los fenómenos meteorológicos
violentos y por otras consecuencias del cambio climático. «Este
reconocimiento constituye un gran hito», señala Mohamed Adow, de la
organización cristiana Christian Aid con sede en Londres. «En estos
momentos registramos pérdidas y daños por la situación climática
actual». A pesar de todo, el acuerdo prohíbe de forma explícita a las
naciones más pobres pedir compensación o sustentamiento a las más ricas,
las grandes responsables de estos perjuicios.
Un arduo viaje
Los negociadores, cansados y con los nervios a flor de piel, cerraron
el acuerdo un día después de la fecha límite que ellos mismos habían
establecido y gracias a la intervención de los líderes de las Naciones
Unidas y del país anfitrión. En un discurso solemne, Hollande recordó
los ataques terroristas que mataron a 130 personas en París el pasado 13
de noviembre y rogó a los delegados de los 195 países a enviar «un
mensaje de vida» al mundo. «Estaré encantado, aliviado y orgulloso de
que se lance desde París, una ciudad que fue atacada hace casi un mes.
Francia les pide que logren el primer acuerdo universal sobre el clima»,
afirmó el presidente francés.
El largo camino hacia París comenzó en Río de Janeiro en el año 1992,
en una cumbre en la que las Naciones Unidas aprobaron un marco general
para combatir el cambio climático, pero cuyos detalles se dejaron para
encuentros posteriores. Después de 20 reuniones anuales con escasos
avances para frenar las cada vez más copiosas emisiones de gases de
efecto invernadero, los representantes de casi 200 países llegaron a la
capital francesa con la promesa de implementar las medidas necesarias
para reducir sus emisiones para el año 2030.
Nunca antes hubo tantas propuestas encima de la mesa de
negociaciones. Entre ellas, figuran las convocatorias de ayudas
financieras para construir plantas de energías renovables, para salvar a
los bosques o para reubicar a las personas que viven en situaciones de
peligro, aunque algunas están vinculadas a ciertas condiciones. Con
todo, el objetivo final es evitar que el valor de la temperatura media
global, que ha aumentado de un grado desde el comienzo de la Revolución
Industrial, no supere los dos grados e incluso los 1,5 °C. Si se
cumpliesen todas las promesas y se llevase a cabo una reducción
sustancial de las emisiones futuras, para el año 2100 la temperatura
general de la Tierra se quedaría por debajo de los 2,7 grados, un valor
que para los científicos representaría una situación irreversible.
Recepción positiva
Diferentes ambientalistas afirman que las metas del acuerdo son
suficientemente sólidas para presionar a los países con más crecimiento
económico. «Creo que recoge los elementos clave que siempre hemos
reclamado», señala Nathaniel Keohane, que dirige el programa climático
global del Fondo de Defensa Medioambiental en Nueva York. Otros expertos
creen que el pacto debería impulsar a las empresas a apostar por las
fuentes de energía alternativa y por un crecimiento sostenible. Según el
secretario general de las Naciones Unidas, el acuerdo representa una
señal clara para los mercados, que «ahora deben ampliar sus inversiones y
crecer económicamente, pero con bajas emisiones de dióxido de carbono»,
señaló Ban Ki-moon. «Lo que antes era impensable se ha vuelto
imparable».
Los climatólogos que asistieron a las negociaciones quedaron
satisfechos con el objetivo final del acuerdo, pero pidieron más
detalles acerca de la manera en que las naciones lograrían una reducción
significativa de las emisiones. El Grupo Intergubernamental de Expertos
sobre el Cambio Climático (IPCC) sugiere que el objetivo de los dos
grados probablemente requerirá una reducción de las emisiones del 40 al
70 por ciento para el año 2050 en comparación con los niveles de 2010.
«Llegar a la meta de los 1,5 grados requerirá restricciones aún mayores,
del orden del 70 al 95 por cierto para el 2050», apunta Steffen
Kallbekken, del Centro para el Clima y la Política Energética
Internacional en Oslo. El IPCC deberá entregar para el año 2018 un
informe que ayude a las naciones a cuantificar los esfuerzos necesarios
para cumplir con sus compromisos climáticos.
«El hecho de que el acuerdo haga hincapié en dicho objetivo es una
gran victoria para los países más vulnerables», afirma Saleem Huq,
director del Centro Internacional para el Cambio Climático y el
Desarrollo en Dhaka (Bangladesh). «Al llegar a París, teníamos en contra
nuestro a todos los países ricos y a los en vías de desarrollo. Al
terminar la cumbre, ellos también estaban de nuestra parte», concluye
Huq, que también es asesor de una coalición de naciones menos
desarrolladas.
Fuente: Jeff Tollefson y Kenneth R. Weiss /
Nature News