Crear conciencia sobre la importancia de cuidar la naturaleza implica también aprender a disfrutarla como a obtener de ella beneficios no destructivos. Lógicamente, a hacerlo con respecto, conectando con ella de un modo inteligente, en las antípodas de la filosofía de vida capitalista, basada en la explotación tanto a la hora de su disfrute como de su aprovechamiento.
¿Una utopía, una visión demasiado bonita para ser verdad, o simplemente fuera de la realidad? Si tenemos en cuenta la gran necesidad de ser utópicos, la importancia de poner en tela de juicio el estatus quo y de dar alas al tan necesario espíritu crítico, el cristal con el que se ve esta cuestión da la vuelta como un calcetín.
Donde antes veíamos utopía, gracias a ese cristal, ahora vemos una apuesta por un mundo mejor. Y, tal y como están las cosas a nivel ambiental, también encontramos una puerta abierta a la esperanza para la viabilidad de la especie humana a medio y largo plazo.
Además de soñar este modelo de sociedad respetuoso con el entorno podemos pensarlo, así como darle un enfoque académico realmente interesante, como el que le ha dado un reciente estudio llevado a cabo por Irene Comins, profesora del departamento de Filosofía y Sociología de la Universitat Jaume I, en Castellón.
La naturaleza no es un objeto
En un claro intento por conseguir un modelo de sociedad menos instrumental con el entorno, el trabajo aboga por una sociedad muy diferente a la actual. Para llegar a ella, lógicamente, es necesario replantearse muchos paradigmas y, en general, mirar de igual a igual a nuestro alrededor, al otro.
Se trata de una apuesta por un mundo más solidario en lo que respecta al trato del individuo y también del medio ambiente, demostrando sensibilidad hacia flora y fauna. Es decir, la investigación propone olvidar jerarquías y antropocentrismos. O, al menos, dejarlos a un lado para que no impidan que el ser humano y el medio ambiente estén a un mismo nivel a la hora de relacionarse.
Además de olvidar la pretendida superioridad del ser humano, causa de tantos desmanes, Comins critica que justifiquemos un uso utilitario de los recursos, hasta el punto de haber acabado legitimando esa “manipulación instrumental de los recursos naturales, a la vez que la naturaleza se ha convertido en un objeto más del capitalismo”.
El camino a seguir
Partiendo de estas premisas, el estudio considera deseable caminar hacia una nueva autoconciencia ecológica. Para ello, se apoya en las contribuciones de la filosofía relacionadas con este pensamiento ecológico conservacionista.
Conseguirlo no es fácil, lógicamente. Cambiar las cosas nunca lo fue, y en este caso a nadie se le escapa que están en juego grandes intereses económicos. Sea como fuere, la investigadora señala que es fundamental partir de una revisión de “centrismos excluyentes y reduccionistas de la realidad, como por ejemplo la jerarquía de superioridad del ser humano por encima del medio ambiente”.
El punto de partida sería, a su juicio, construir una ecosofía o filosofía ecológica capaz de producir ese gran cambio de ideas que sería necesario para transformar nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza. Y, lógicamente, hacerlo de forma contraria a la que históricamente ha tenido lugar, causante del deterioro del medio ambiente.
El ser humano no es superior
El estudio, publicado en Daimon, Revista Internacional de Filosofía, también cita la Carta de la Tierra de las Naciones Unidas como ejemplo de declaración internacional que participa de esta filosofía orientada a la protección ambiental, los derechos humanos, un desarrollo equitativo y la paz.
Yendo en busca de esa nueva conciencia ecológica, por lo tanto, la Carta sería un buen marco para su construcción. Habida cuenta de que la historia del pensamiento occidental sobre todo “se ha caracterizado por el antropocentrismo, es decir, por situar al ser humano en un plano superior al de la naturaleza”.
Naturaleza: madre viva que nos alimenta
Comins considera que el ser humano es individualista. “Ha olvidado su terrenalidad, su conexión íntima con el entorno” y el resultado es cosificarla, entenderla como un objeto:
La naturaleza se conceptualiza como una materia inerte, susceptible de ser objeto de una relación instrumentalizada al servicio del ser humano. La ciencia occidental, de tradición galileana, ha contribuido a esa transformación de la naturaleza de una madre viva y nutricia en una materia inerte y manipulable, una transformación conceptual que se adaptaba perfectamente a la exigencia de explotación del capitalismo.
Dar protagonismo a los sin voz
Dentro de su preciosa argumentación, solidaria y empática, también hay roles asignados a “las voces silenciadas por el pensamiento occidental”, como son las mujres y los pueblos no occidentales, apunta la profesora.
El camino hacia una autoconciencia ecológica que realmente merezca la pena pasa por “dirigir la mirada hacia las voces silenciadas por el pensamiento occidental hegemónico: las de las mujeres y las de los pueblos no occidentales”. Según la autora, tanto aquellas como éstos tienen en común una visión de la naturaleza que “considera a la vida sagrada, a la tierra como madre y a sus seres como profundamente interconectados”.
Una visión tan antitética, tan opuesta a la convencional, lleva de forma inevitable al enfrentamiento. Frente a la acumulación económica, la “sostenibilidad de la vida otorga un lugar prioritario a la supervivencia, al mantenimiento de la salud, a las tareas de reproducción y de cuidado”, concluye.
Como si de se tratase de la cara y la cruz de una misma moneda, empujada a caer del lado verde si queremos sobrevivir en este planeta, la autora enfrenta a “la lógica excluyente de la dominación y de la acumulación económica” una lógica alternativa de la sostenibilidad de la vida, construida a partir de esa cosmovisión conservacionista basada en los cuidados.
Las mujeres han desarrollado habilidades morales de mantenimiento de las conexiones, la sostenibilidad y el cuidado de la vida que el mundo necesita más que nunca. Solo si convertimos esa filosofía vital de sostenibilidad al funcionamiento del mundo podemos aspirar a seguir en este entorno sin miedo a que el planeta tarde o temprano nos castigue.
En definitiva, se trata de aprovechar algo que ya estaba ahí. Silenciado, pero presente, dándole alas y convirtiéndolo en “fuente de una cosmovisión biocéntrica”. Una visión salvadora que, según Comins, además de mantener la vida constituyen un ejemplo práctico de lo importante que es “preservar la naturaleza si queremos sobrevivir”.
Ana IsanLeer más: http://www.ecologiaverde.com/respetar-la-naturaleza-crear-mundo-mejor/#ixzz4I82bD99C
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