Filipinas atesora una de las mayores diversidades biológicas del planeta. Sin embargo, uno de los endemismos más emblemáticos del archipiélago, el águila monera (Pithecophaga jefferyi), se halla al borde de la extinción.
El primero en describir la especie fue el explorador y naturalista inglés John Whitehead, en 1896. Lamentablemente, hoy apenas podría reconocer las islas. Las extensas áreas de selva tropical que cubrían entonces su superficie se están viendo mermadas por la asfixiante presión humana. Desde que, hace ya más de medio siglo, el científico filipino Dioscoro Rabor alertara sobre la delicada situación del águila, el azote de la deforestación y la sobrecaza no ha cesado. Por desgracia, las diversas iniciativas nacionales e internacionales emprendidas desde entonces para frenar el declive de la especie apenas han tenido éxito.
Las serias dificultades logísticas que conlleva trabajar en las escarpadas y densas selvas que aún quedan en pie, junto con los continuos problemas entre el Gobierno y la insurgencia, que impiden la entrada de personal investigador y técnico en las regiones de mayor conflicto, dificultan la realización de censos precisos. Según la Fundación del Águila Filipina, hoy el número de territorios ocupados con certeza por la especie en todo el archipiélago es de únicamente 33.
A finales de 2009, un grupo de biólogos y naturalistas españoles formado por los autores, Javier Martín-Jaramillo y Francesc Parés nos desplazamos hasta la isla de Mindanao con el fin de colaborar en las tareas de seguimiento y conservación del águila. Nos centramos en aspectos biológicos básicos de la especie, como la distribución y el tamaño poblacional, la ecología trófica y reproductora, la diversidad genética o los movimientos de los individuos dispersantes. Los resultados preliminares indican que las águilas se alejan poco de los territorios donde nacieron, lo que quizá se deba a su dificultad para hallar un nuevo hábitat donde propagarse. Estudios como este resultan esenciales para poder diseñar medidas de gestión que garanticen el futuro de la especie.
El penacho de plumas de la cabeza, aquí plegado, podría cumplir una función doble: bien como amplificador de los sonidos de congéneres o presas, algo muy útil en la espesura de la selva, o bien como herramienta de comunicación social. [JESÚS BAUTISTA-RODRÍGUEZ]
Marcos Moleón y Jesús Bautista-Rodriguez para Investigación Y Ciencia
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