¿Usted cree en el cambio climático? ¿Cree que estamos inmersos en un calentamiento global resultante de las emisiones antropogénicas de combustibles fósiles?
Estas preguntas encierran una peligrosa trampa: el cambio climático no es cuestión de creencias ni de fe. De la misma manera que tampoco lo son la evolución, la gravedad, la teoría atómica o si la quimioterapia cura.
No hay ni un solo científico que crea en el cambio climático. Ninguno duda que sea real. El cambio climático es una evidencia científica: una hipótesis que hemos aceptado tras décadas de investigación.
Cuando alguien dice que cree o que no cree en el cambio climático, por lo general, está buscando politizar un asunto estrictamente científico. Y politizar el cambio climático es peligroso. Nos obliga a reconocernos como “creyentes” o “no creyentes”. Esto desvía la atención de los ciudadanos y oculta los intereses que defienden ciertos grupos de poder frente a una grave realidad.
En consecuencia, se está retrasando el consenso necesario para tomar las medidas que debemos aplicar urgentemente para frenar el cambio climático.
Es urgente llegar al consenso
En 2015 se celebró en París la conferencia de las partes del Convenio Marco sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas. Los mandatarios mundiales consensuaron una declaración donde se proponía limitar el aumento de la temperatura a 2℃, así como realizar esfuerzos para limitar el calentamiento a 1,5℃.
Cada país, además, prometió unas reducciones en las emisiones para lograr estos objetivos. Pero las reducciones prometidas no son suficientes para limitar el calentamiento global a 2℃. Es más, conllevarán un calentamiento cercano a los 3℃.
Una vez más, informes y compromisos se mantienen en los márgenes más optimistas de todos los escenarios previstos. Mientras, las emisiones siguen en aumento.
Para limitar el calentamiento a 1,5℃ hay que actuar rápido: reducir progresivamente las emisiones de gases con efecto invernadero hasta la mitad en el 2030 y dejar de emitir dichos gases en 2050.
El cambio a realizar es gigantesco: afecta a todos los ámbitos de nuestra forma de vida, la imperante en las sociedades avanzadas, y desdibuja los horizontes de aquellas sociedades que aspiraban a adoptar el mismo modelo de desarrollo.
Se trata de cambiar las fuentes de energía, la manera de construir, de producir y consumir alimentos, de utilizar los plásticos y un largo etcétera. Si no lo logramos, emitiremos más de la cuenta y el calentamiento será muy elevado.
Conviene señalar, sin dramatismo pero con contundencia, que tarde o temprano los cambios en estas formas de vida van a suceder. La cuestión es si se darán de una forma ordenada o no.
Si seguimos con las tasas de emisión actuales nos enfrentaremos al reto de tener que desarrollar tecnologías capaces de eliminar el CO₂ de la atmósfera u otros tipos de geoingeniería para mantenernos en espacios climáticos seguros. Y lo cierto es que actualmente carecemos de dicha tecnología.
Los pactos politizados
Recientemente varios políticos demócratas estadounidenses han propuesto un Green New Deal (GND). Alcanzar un nuevo pacto verde es urgente y necesario.
Estas medidas van mucho más allá de lo propuesto por los republicanos, que es nada. Y sin embargo el GND queda deslucido, y prácticamente anulado, porque se plantea desde una óptica electoral. Entre otras medidas, el pacto planea repercutir los costes necesarios para la adaptación a través de impuestos a los ricos.
La autora canadiense Naomi Klein incide aún más sobre este aspecto en su último libro, donde propone que el cambio climático está íntimamente ligado al neoliberalismo. No entraremos a valorar esta tesis. Pero parece evidente que no cambiaremos el orden mundial en 10 años, que es el tiempo del que disponemos para actuar. Apartemos temporalmente las ensoñaciones ideológicas, que no son más que una distracción ahora que es momento de actuar.
Es cierto que el cambio climático puede aumentar la desigualdad y la injusticia social. Un ciudadano de la India, por ejemplo, emite 8 veces menos CO₂ que uno estadounidense. El sector industrial indio está ahora empezando a despegar. Dada la elevada densidad de población, si logran una industrialización basada en combustibles fósiles como la de los Estados Unidos, nos quedaríamos sin ninguna oportunidad de limitar el calentamiento global a 2℃.
No se pueden plantear soluciones sin hacer frente a cuestiones de justicia social. Y dada la escala del problema, nos estamos refiriendo a una justicia social compatible con el desarrollo de un espacio climático seguro para la humanidad.
Objetivos del pacto
Proponemos que los cimientos de un pacto por el cambio climático sean, de una vez por todas, la sólida base de evidencias que tiene detrás.
Los informes que cada siete años realiza el Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU (IPCC), integrado por más de 2 500 expertos, cuentan con el respaldo de la comunidad científica y nos plantean diferentes rutas a seguir. Solo tenemos que decidir sobre tres factores:
- ¿Qué escenarios de desarrollo de los que se definen en los informes del IPCC vamos a seguir?
- ¿Cómo los financiamos?
- ¿Cuándo empezamos?
Dicho de otra forma: apartemos las ideologías en pro de la seguridad climática global. Aboguemos por políticas fiscales de estímulos para dotar de desgravaciones fiscales y de ayudas finalistas a aquellas empresas e individuos que usen fuentes de energía descarbonizada, como la solar o la biomasa.
Este planteamiento puede tener mayor impacto que subir impuestos a toda o a parte de la sociedad. Hay incluso quienes consideran que así lograremos que el pacto por el cambio climático se financie a sí mismo, sin necesidad de subir impuestos.
Y es que aumentar los impuestos es siempre controvertido. Al ser una medida no transparente -uno nunca sabe bien a qué se destinan-, puede dificultar el consenso. Financiar las medidas a través de créditos de bajo o nulo interés es una forma menos politizada de capitalizar estas actuaciones. A fin de cuentas, el cambio climático aportará nuevas posibilidades de negocio que serán rentables.
Considerar la huella de carbono en la construcción, como por ejemplo el Instituto Catalán del Suelo está empezando a hacer, puede ser una buena medida para decidir a quién contrata las obras la administración.
Sustituir las subvenciones a los combustibles fósiles, que ascienden a más de 18 000 millones de euros en España, por subvenciones a otras fuentes de energía es otra medida que se puede implementar con impactos importantes.
Promover prácticas agrícolas que emitan menos emisiones y fomenten la acumulación de carbono en el suelo es otro imperativo.
En definitiva, un pacto por el cambio climático, con base en ciencia sólida, es posible… ¡y urgente!
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