Reciclar es una estrategia del pasado. No es eficiente y no es suficiente. Lo afirma con rotundidad el experto en transición ecológica Alexandre Lemille, un decidido impulsor de la economía circular “como única estrategia de producción y crecimiento económico verdaderamente sostenible”. Para Lemille, ya no se trata de “seguir reciclando plásticos para alargar la vida útil de una materia inerte que antes o después acabará convertida en residuo tóxico en la superficie de algún océano”, sino de diseñar productos “que utilicen materias primas biodegradables o que puedan ser reparados, rediseñados y redistribuidos una y otra vez, de manera que nunca se conviertan en residuo”.
En eso consiste la circularidad. En romper la lógica lineal que ha presidido la cadena de producción, consumo y residuo desde la revolución industrial. En un artículo reciente en el boletín del Foro Económico Mundial, Lemille esgrime la provocadora tesis de que el reciclaje tal y como lo concebimos desde hace 30 años no es más que un simple parche. La verdadera alternativa consiste en diseñar con vistas a no generar residuos. Una estrategia eficaz, además de un buen negocio, y la única que puede contribuir a salvar un sistema ávido de recursos y al borde del colapso.
La circularidad consiste en romper la lógica lineal que ha presidido la cadena de producción, consumo y residuo desde la revolución industrial.
El concepto tiene un par de décadas de antigüedad. Nacida en el entorno académico anglosajón, la economía circular o de ciclo regenerativo recibió un fuerte impulso en 2010, cuando la patrona de yate y filántropa británica Ellen MacArthur, recién retirada de la alta competición tras décadas recorriendo los océanos, creó la fundación que lleva su nombre: un grupo de presión ecologista que adoptó desde el principio la circularidad como idea fetiche. Según la propia MacArthur, el plan consiste en reclutar una especie de ejército de vanguardia del cambio global sostenible: ni más ni menos que “20 millones de diseñadores dispuestos a crear productos circulares”. Es decir, pensados para perdurar, ser reutilizados y, siempre que sea posible, “devueltos” finalmente a la naturaleza.
Ignasi Cubiñà, biólogo y director de la consultoría estratégica española Eco Intelligent Grow, habla indistintamente de economía “regenerativa”, de economía circular y de ciclos de vida útiles íntegramente verdes, conocidos como cradle to cradle. Esta última sería la estrategia óptima, la única verdaderamente circular, pero cualquier paso en la buena dirección es bienvenido: “No podemos copiar a la naturaleza, pero sí aprender de ella, porque sigue un permanente ciclo regenerativo en el que los recursos se transforman sin convertirse nunca en residuo”, explica Cubiñá.
Su compañía asesora a una amplia cartera de clientes de ámbitos como la construcción o la moda y no tiene un sesgo ideológico partidista. Propone “una revolución desde arriba, una transición ordenada hacia un capitalismo verde”. Una tercera vía “entre el desarrollismo depredador y propuestas idealistas no del todo fundamentadas, como el decrecimiento sostenible”. No se trata de renunciar al progreso, sino más bien, según Cubiñà, “de reindustrializar el Primer Mundo, empezando por Europa, sobre unas bases nuevas, tecnológicamente eficientes y social e intelectualmente responsables”.
Según datos aportados por Antonia Gawel, directora de economía circular e innovación del Foro Económico Mundial, solo un 9% de la economía global es circular. Un resultado decepcionante si se considera que, siempre según Gawel, “la extracción y procesado de materias primas es responsable del 50% de emisiones de gases de efecto invernadero”.
Un paso firme en la dirección correcta fue, según Cubiñà, que la Comisión Europea adoptase en 2012 la economía circular como estrategia de desarrollo preferente: “Empezó siendo una declaración de intenciones voluntarista, pero ahora ya se ha aprobado un importante paquete financiero que está dando sus frutos en toda la Europa comunitaria”. Holanda, pionera en este ámbito, ha alcanzado ya un 11% de actividad económica circular y se ha propuesto un ambicioso objetivo: llegar al 50% en 2030 y a la circularidad plena en 2050.
“No podemos copiar a la naturaleza, pero sí aprender de ella, porque sigue un permanente ciclo regenerativo en el que los recursos se transforman sin convertirse nunca en residuo”, Ignasi Cubiñà, biólogo .
El Foro Económico Mundial lleva cinco años tratando de impulsar esa transición verde con la entrega de The Circulars, unos premios a la innovación sostenible que hasta ahora han reconocido la contribución de instituciones como la Comisión Europea o el Ayuntamiento de Toronto, diseñadores de producto como el taiwanés Arthur Huang o grandes compañías como Nike, Philips o Patagonia. Entre los últimos en asomarse a esta carrera contra el reloj para regenerar el capitalismo y salvar el planeta está IKEA. La multinacional sueca del mueble llegó a ser responsable de casi un 0,1% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Según su plan de economía circular, premiado por el Foro de Davos, tan desproporcionada huella de carbono se habrá reducido en más de un 70% en 2030, cuando los muebles de IKEA se nutrirán de la madera de álamo producida por la propia compañía en sus bosques renovables de Eslovaquia y harán uso exclusivo de pegamentos sostenibles y barnices y celulosas cien por cien biodegradables. Si el plan surte efecto, poco importará, en opinión de la directora de sostenibilidad de la empresa escandinava, Lena Pripp-Kovac, que la compañía siga transportando sus productos por todo el planeta para abastecer sus 422 tiendas en más de 50 países distintos: después de todo, el transporte supone apenas un 3,9% de su actual huella de carbono. Otra idea desmitificadora que se ha ido consolidando en el ámbito de la economía circular: si diseñamos productos que no generen residuos, la contaminación derivada de transportarlos apenas será un problema.
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