A lo largo de nuestra vida, especialmente de los que nacimos en la segunda mitad del siglo pasado, hemos sido testigos de un enfriamiento y posterior calentamiento del clima.
La preocupación por el enfriamiento llegó a tal punto que revistas prestigiosas como Time o Newsweekpublicaron, en torno al año 1975, portadas y artículos donde se preguntaban si nos dirigíamos hacia una nueva glaciación. Las temperaturas medias medidas en la Tierra venían descendiendo desde mitad de la década de los 40, es decir, durante un período de más de 25 años.
Por el contrario, desde 1975 las temperaturas medias han ido incrementándose hasta llegar a batir récords de calentamiento mensuales y anuales desde que se tienen datos de estaciones meteorológicas. Pero solo disponemos de este tipo de datos –medidas directas de la temperatura de la atmósfera– desde hace poco más de 150 años, cuando comenzaron a instalarse las primeras estaciones meteorológicas.
Las rocas nos cuentan el pasado
Para etapas anteriores disponemos de lo que cronistas e historiadores nos han contado en sus escritos, lo que se extiende hacia atrás en el tiempo, como máximo, hasta que nació la escritura, allá por el cuarto milenio a. e. c.
Sabemos que la Tierra es un planeta del sistema solar que tiene una antigüedad de unos 4 550 millones de años (Ma). ¿Desconocemos totalmente lo que ha pasado con el clima desde entonces? De ningún modo, siempre que dispongamos para el intervalo de tiempo que nos interesa de lo que denominamos indicadores paleoclimáticos. Estos incluyen todos aquellos rasgos que hayan llegado hasta nosotros, que tengan alguna relación con el clima en el que se generaron y que procedan del intervalo de tiempo que nos interesa.
Encontraremos indicadores paleoclimáticos en las rocas y, de forma particular, en las rocas sedimentarias o en rasgos asociados a las mismas (cavidades, grutas, y el material que las rellena).
Las rocas sedimentarias proceden mayoritariamente de la consolidación de sedimentos que se depositaron en los fondos marinos, aunque existen otras que corresponden a lo que denominamos sedimentación continental. Unas y otras registran todo lo que se ha preservado hasta nosotros del medioambiente en el que se formaron los sedimentos de los que proceden.
Por ejemplo, la arenisca navajo es una roca sedimentaria (arenisca) procedente de la consolidación de la arena que formaba enormes dunas en un inmenso desierto durante el Jurásico inferior (hace unos 190 Ma). Este material dominaba gran parte de lo que entonces era el borde occidental de la Pangea, la masa continental de la que aún no se habían separado América del Norte, hacia el oeste, y Eurasia hacia el este.
Hoy encontramos la arenisca navajo en la meseta de Colorado, formando gran parte del territorio navajo (tribu que administra dicho territorio) que se extiende por los estados de Arizona, Utah y Colorado en EE. UU.
Las láminas inclinadas que contienen las capas de arenisca marcan el sentido de desplazamiento de las dunas e indican las principales direcciones del viento. El avance de la duna produce avalanchas de arena en su cara de sotavento (lado opuesto al lado desde el que sopla el viento), de modo que las láminas se inclinan en la dirección del viento. De esta forma podemos conocer:
- Cómo se movían los vientos en esa área para el intervalo temporal correspondiente, uno de los rasgos que caracteriza el clima de una zona.
- Que ese clima era árido. Esto permitía que el viento moviera los granos sueltos (sin humedad) de arena.
Los recuerdos que guardan los océanos
Pero donde encontramos más información acerca del clima del pasado es:
- En los sedimentos marinos y especialmente en los de medios marinos abiertos y relativamente profundos.
- Y para intervalos más recientes de tiempo, en el hielo acumulado en los casquetes de Groenlandia y, sobre todo, de la Antártida.
En las investigaciones en este campo se utiliza una moderna técnica que trabaja con los isótopos del oxígeno que forman parte de las rocas calizas y de las conchitas de los microfósiles que las constituyen, o del hielo y del aire atrapado en los huecos que quedaron entre los cristales de hielo.
La medida de la proporción de isótopos de oxígeno que hay en estos materiales se hace con un espectrómetro de masas y un sofisticado instrumental que solo está disponible en laboratorios especializados.
A través de esas medidas podemos llegar a calcular, por ejemplo, la temperatura a la que estaba el agua de un océano concreto en un tiempo determinado, incluso de tiempos muy remotos (hace 60, 100, 150 o más millones de años). O también la temperatura de la atmósfera donde se formaron los cristales de hielo y de la que procede el aire que rellena los huecos que hay entre esos cristales.
Períodos glaciares e interglaciares
A partir de los estudios realizados en el hielo y las medidas de la relación de isótopos de oxígeno, se ha llegado a disponer de una curva de temperatura –de alta resolución– que abarca hasta unos 800 000 años. En este amplio intervalo de tiempo se sucedieron los períodos glaciales e interglaciares, siendo los glaciares mucho más duraderos y por tanto habituales que los interglaciales como el actual.
El último período glacial se extendió desde hace 115 000 hasta hace unos 11 500-12 000 años, con un máximo de enfriamiento, el último de ese intervalo, en torno a 18 000-20 000 años. El período justo anterior (el Eemiense) es un interglacial semejante al actual Holoceno, la etapa de la historia de la Tierra en la que vivimos y que comenzó hace unos 11 500-12 000 años con el final de la última glaciación.
Estas alternancias en el clima, con períodos glaciares e interglaciares, constituyen lo que se ha denominado las glaciaciones cuaternarias. Estos fenómenos han sido llevados al cine con películas relativamente recientes como Ice Age (Edad de Hielo), El día después o 2012, entre otras.
Pero situémonos ahora en una escala temporal más amplia y abarquemos todo el Fanerozoico, la última de las grandes divisiones de tiempo geológico que se extiende desde que eclosionó la vida en la Tierra (hace 541 Ma) hasta la actualidad. Podemos observar así que la etapa actual, el Cuaternario (que dura desde hace 2,58 Ma) corresponde a uno de los períodos más fríos (junto al tránsito Ordovícico–Silúrico) de todo el Fanerozoico, es decir, de los últimos 541 Ma de historia de la Tierra.
Como vemos, un cambio climático no es ninguna novedad en la historia de la Tierra. Por el contrario, es más la regla que la excepción. Si, por ejemplo, analizamos en detalle cualquiera de las épocas glaciares a las que nos hemos referido, descubriremos que están jalonadas de ciclos de calentamiento-enfriamiento denominados ciclos de Dansgaard-Oeschger. Se han llegado a diferenciar hasta 20 en 60 000 años (en el período entre hace 15 000 y 75 000 años) durante parte de la última glaciación.
Algo similar ha ocurrido con los cambios ambientales que también se han sucedido a lo largo de la historia de la Tierra, como los cambios del nivel del mar, entre otros cambios globales.
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