Estamos en plena lucha contra el cambio climático, y me quiero sumar, hacer algo más que echarme a las calles con una pancarta. Una de las formas de ralentizarlo es disminuir el consumo, y así la producción, de plástico. La basura plástica también acelera el calentamiento global, ya que al descomponerse libera metano y etileno, dos gases que provocan el efecto invernadero.
Además, todos hemos visto imágenes desgarradoras de playas cubiertas de botellas y bolsas de plásticos, de aves que se ahogan por comer residuos plásticos. Nos hemos dado cuenta de lo terrible de la situación y nos sentimos muy a gusto con nosotros mismos cuando nos acordamos de llevar una bolsa de plástico en la mochila o separamos la basura en vidrio, papel, envases y orgánico. Es un primer paso, mínimo, pero un paso, que, eso sí, no nos salvará del desastre. Si miras a tu alrededor te darás cuenta de que estás rodeado de plásticos de un solo uso y que apenas hay alternativas. ¿O sí las hay? Yo, como toda hija de vecina que quiere sentirse ecológica y responsable hago cuatro chuminadas: reciclo, siempre llevo bolsas encima, voy a comprar al mercado con mis propios envases. Cuando le propuse hacer un artículo a Álvaro Luengo, redactor jefe de esta santa casa, sobre "vivir sin plástico" lo planeamos como un reportaje de investigación, debería realmente vivir sin plásticos una semana, o sea, sin adquirir ningún producto nuevo de ese material. Era nuestra modesta contribución a la causa.
¿Cómo hacerlo?
Decidimos que, para esta pequeña investigación de andar por casa, podía utilizar las cosas de plástico que ya tuviera, pero no adquirir nada nuevo. Si pedía un café en un bar y el azúcar me lo ponían en un sobrecito de plástico, me comprometía a tomarlo sin azúcar o ir a otro local; a no comprar ningún alimento que estuviera envuelto en plástico, ningún producto que tuviera un envase de poliespán. Ese era el plan y, como si estuviera a dieta y apuntara calorías, debía anotar todos mis fracasos. Para ver si, de verdad, era posible la vida sin plástico.
Preparación
Antes del experimento, me estuve preparando. Aunque podía usar mi cepillo de dientes antiguo, aproveché para tirarlo (es plástico pero no envase, ¿adónde va?, ¿a la basura normal? ¡Pues sí! Y en el contenedor gris acaban también los juguetes de plástico, las maquinillas de afeitar, los bastoncillos y discos de algodón, las toallitas húmedas y los preservativos). Fui consciente de todas las cosas que iba a tener que cambiar y estaba dispuesta a prepararme a fondo. Me acerqué a Yes Future, uno de los supermercados Zero Waste de Barcelona, de hecho, es el primero. Ya lleva dos años y desde entonces han surgido, además de supermercados ecológicos, muchas tiendas de productos a granel que colaboran con el medio ambiente animándonos a reutilizar envases. Allí venden desde cereales hasta legumbres, pasando por jabones y detergentes. Yurina González, autora de Mejor sin plástico –en mi opinión, la mejor guía básica para evitar residuos indestructibles (junto a la de Greenpeace que te puedes descargar aquí)–. González se ha tomado la molestia de compilar un directorio de algunas de las tiendas residuo cero que hay en nuestro país. No están todas las que son, pero sí que son todas las que están.
Así que me compré un cepillo de dientes de bambú y un estuche para llevarlo en el bolso. Mi kit para un mundo mejor. Aproveché el viaje para rellenar un bote de detergente de lavadora y otro de gel de baño y champú. Desde que lo hago, me gasto mucho menos en esas cosas. Si compras en el mercado, o en un supermercado con sección de embutidos, carnicería, frutería, etc… puedes llevarte tus propios tupper, y colocar en ellos lo que compres. A mí al principio me daba hasta apuro, luego ya ves que no, que no pasa nada, y que la bolsa de residuos de plástico se llena mucho más despacio.
Empieza la semana
Por si alguien se cree que me siento superecologista y que miro por encima del hombro a los que no reciclan, confesaré que probablemente he generado más plástico que nadie que pueda estar leyendo este artículo. Vivo en Barcelona, donde el agua del grifo es potable, pero de un sabor asqueroso. He consumido más garrafas de agua de las que os podéis imaginar, con el consiguiente detrimento medioambiental. Eso se ha acabado. Vuelvo a desenterrar una jarra Britta que deseché en su día porque no me acababa de convencer, no me queda otro remedio que acostumbrarme y punto. Los tratamientos de agua por ósmosis son una solución que tengo que plantearme en serio pero dudo porque las opiniones no son ecuánimes. Los habitantes del interior de la península no saben la suerte que tienen con ese Canal de Isabel II cuyas aguas a mí me saben a Evian.
Mi semana sin plástico transcurre sin problemas mientras estoy en casa, pero en cuanto me tomo mi primer café en la calle, me asalta el primer problema. El sobrecito de azúcar es de plástico. Me tomo el café amargo, sin azúcar, mientras hago una nota mental de desayunar en el Cervantes, en la calle del mismo nombre, donde hay un azucarero de cristal, nada de residuos, ni de plástico, ni de nada. Además, allí hacen la mejor tortilla de patata de la Ciudad Condal. Me he acordado de llevar mi botella de agua de casa, la misma de aluminio que utilizo en el gimnasio, me siento contenta conmigo misma, soy un organismo que no crea residuos tóxicos. En realidad no es así. Paso por una frutería, venden sandía en trocitos, en sus envases de plástico, elijo una manzana, que limpio con un poco de agua. Al salir veo los kiwis, probablemente se haya necesitado un montón de plástico para que maduren.
Son aterradoras las imágenes del mar de plástico en el que se ha convertido la comarca de Poniente de Almería. Parecen el paisaje de una película de ciencia-ficción. Ecologistas en Acción ha denunciado “la proliferación preocupante de residuos derivados de la agricultura intensiva que se están produciendo en el Ejido", plástico que genera más plástico. Consumimos plástico incluso cuando pensamos que estamos haciendo algo tan inocente como darle un bocado a una fruta. Estamos rodeados, ¿tiene sentido luchar contra eso?
¿Sirve de algo intentarlo?
Sí, sirve. Incluso si en otras zonas del planeta (del Tercer Mundo, pero también del primero) no se planteen que exista un problema: lo hay y, sin creernos Juana de Arco, está en nuestras manos reducir el consumo de plástico sin que sea un esfuerzo inabordable. Sigue en lo que puedas las tres erres que pregona el movimiento Zero Waste:
Rechaza lo que no necesitas: Es un grito en contra del consumismo. Yo lo que hago es darme premios. No soy de las que gasta en ropa, pero adoro los zapatos. Apenas me compro nada, pero cuando lo hago, son zapatos buenos, muy buenos. No es que me calce Blahnik, pero sí Doc Martens o El Naturalista. Menos ropa, pero de mejor calidad.
Reutiliza lo que tienes: Ese tupper de plástico, no lo tires. Llévatelo al mercado (o al súper) y que te lo llenen del producto de tu elección: hamburguesas, lentejas cocidas, uvas, lo que sea. La primera vez da palo, luego ya no.
Recicla todo lo que no puedes ni rechazar ni reutilizar: Circulan miles de leyendas urbanas sobre que lo que separas y te molestas en llevar al contenedor luego se junta en los vertederos y tu esfuerzo no sirve para nada. No es cierto. Y además, generas puestos de trabajo, porque el proceso de reciclaje de residuos necesita personas que recojan los distintos materiales y los clasifiquen. En España disponemos de Ecovidrio, gestión del vidrio, y Ecoembes, que se ocupa de los plásticos, latas y briks. Si tienes dudas de qué va a qué contenedor, aquí tienes unas pautas. Ambas son empresas sin ánimo de lucro.
Los fracasos y el éxito del experimento
No puedo acabar mi semana sin comentar los fracasos. Tuve que hacer un viaje y me olvidé las pinzas de depilar en casa. Prueba a comprar unas pinzas, un cortauñas, un boli que no venga en su aislante blíster, con su suculenta ración de plástico. En la sala Club de Renfe, rellené mi botella con agua mineral, pero no pude tomar ni galletas, ni plumcake, ni patatas fritas, ni siquiera unos míseros cacahuetes. Todo va envuelto en plástico. La crema solar aún no la venden a granel, que yo sepa, ni las hidratantes corporales. O las medicinas. Ni una triste aspirina viene fuera de su envase. Y cada vez que miro el móvil, veo que no podré nunca prescindir de él, ni de mi ordenador, que además de plástico, contienen oro, wolframio, estaño y tantalio (que se saca del coltán), los llamados "minerales de sangre" extraídos de zonas en guerra como la República Democrática del Congo o Sudáfrica.
Sin embargo, por desmoralizante que sea la situación, tener en nuestra mano la oportunidad de hacer algo, da un gran poder, o al menos cierta satisfacción. No se trata de condescendencia en plan "mira que buena soy que llevo siempre mis bolsas de algodón", sino más bien la sensación de triunfo por la rebeldía de no pasar por el aro del consumismo absurdo, de eliminar lo superfluo. "A mí me ha servido", me digo, mientras miro con añoranza esos briks de gazpacho que han sido hasta hace dos días la base de mi alimentación. No, si con este nuevo paradigma, a lo mejor hasta aprendo a cocinar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario