No descubrimos nada nuevo si decimos que nuestros hábitos alimenticios y las formas de producción de alimentos tienen un impacto muy negativo en el medio ambiente.
Aunque no es un asunto novedoso, no nos vamos a cansar de reiterar cuán perjudiciales son para el medio ambiente ciertas prácticas asociadas a la agricultura y la cría de animales que, no solo contribuyen a elevar las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI), sino que también son las principales causas de deforestación, contaminación del agua dulce y pérdida de nuestra biodiversidad.
Entre éstas, la producción extensiva de carne es especialmente dañina
Mientras tanto otra lacra, el desperdicio de alimentos, ha alcanzado proporciones alarmantes en todo el Planeta, ya que gran parte de los alimentos producidos se desperdician.
Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), entre el 25% y el 30% de todos los alimentos que se producen terminan por perderse o desperdiciarse en todo el mundo.
Los alimentos perdidos y desperdiciados representan hasta una décima parte de todas nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, según concluye el IPCC en un informe reciente.
Solo en la UE se desperdician alrededor de 88 millones de toneladas de alimentos cada año, con unos considerables costes económicos asociados de unos 143.000 millones de euros perdidos.
Ante este escenario surgen opciones técnicas para paliar este escenario dantesco como pueden ser las técnicas mejoradas de cosecha, el almacenamiento en la granja, la infraestructura, el transporte, el embalaje, la venta minorista y la educación, todo ello encaminado a reducir la pérdida y el desperdicio de alimentosen toda la cadena de suministro.
Las prácticas agrícolas habituales también dejan mucho que desear, encontrándonos el obstáculo de tratar de enseñar a alrededor de 500 millones de agricultores en todo el mundo a reelaborar su modelo agrícolapara ser sensibles a la huella provocada por las emisiones de carbono.
Una decisión de los consumidores que puede ayudar a mitigar los efectos ambientales de la producción de alimentos es la transición a una dieta basada en plantas.
Mientras que la carne es un producto de lujo para muchas personas en los países más pobres del mundo, en los más ricos las personas consumen y desperdician grandes cantidades de carne de vacuno, ovino, porcino y de ave.
Si bien no se trata de decirle a las personas que deben comer, si es posible informar y concienciar sobre los impactos que produce una dieta basada en carne y de las alternativas respetuosas con nuestra salud y con el entorno.
Está demostrado que es beneficioso que las personas que vivimos en el primer mundo que reduzcamos el consumo de carne, siendo recomendable que las instituciones orquestaran planes y políticas para avanzar en este sentido.
Gran parte de la carne que se consume en las naciones ricas se produce en paises pobres, donde como resultado la deforestación está alcanzando niveles alarmantes.
En Brasil, por ejemplo, la ganadería está provocando una mayor deforestación en las selvas tropicales del Amazonas, que pronto podría llevarnos a un punto de inflexión en el daño ecológico sin retorno.
Sin embargo, el actual gobierno de Brasil se resiste a detener la tala masiva en el país y el resto de la comunidad internacional solo puede intentar influir lo suficiente como para concienciar de las consecuencias de la deforestación y proponer alternativas a este escenario.
Es aquí cuando nosotros como consumidores podemos marcar la diferencia al tomar decisiones informadas en nuestras elecciones de consumo, especialmente en lo relativo a nuestra dieta.
Así, consumir menos carne o ninguna, por ejemplo, puede ejercer presiones de mercado sobre el canal de producción de carne, evitando que crezca el volumen de oferta y primando la calidad sobre la cantidad.
Y tu, ¿eres consciente de lo dañino que es el desperdicio alimentario?
No hay comentarios:
Publicar un comentario