Aunque en ocasiones pasen inadvertidos, los contaminantes se encuentran presentes en nuestros suelos debido a una gran diversidad de actividades. Esto supone una grave amenaza a un recurso no renovable que resulta clave para el desarrollo de un futuro sostenible.
Se estima que el 95 % de nuestros alimentos provienen, de forma directa e indirecta, de los suelos. Es decir, la contaminación de los suelos es algo que nos afecta a todos.
Siguiendo el principio de quien contamina, paga, el anteproyecto de ley de residuos y suelos contaminados (publicado el pasado 2 de junio) pone de manifiesto que el responsable de la contaminación está obligado a realizar las operaciones de recuperación de suelo requeridas. Sin embargo, esto no ha sido siempre así.
El desarrollo normativo de la protección de suelos fue tardío respecto al de otros medios como el agua y el aire. Probablemente, esto se debe a que los efectos de la contaminación en estos medios resultan más evidentes.
Hasta 1980 no existía regulación sobre la protección de suelos contaminados. El impulso regulatorio provino del desastre de Love Canal, un área residencial cercana a las Cataratas del Niágara en el que vertidos de productos químicos tóxicos afectaron a la salud de cientos de residentes a finales de los setenta.
Mapa de los suelos contaminados en España
Entre los focos de contaminación de mayor relevancia destacan la minería, los vertederos, la intensificación de la agricultura y las actividades industriales. Se pueden distinguir, fundamentalmente, dos tipos de vertidos:
- Los accidentales. Por ejemplo, por lixiviación desde los vertederos y derrames accidentales de sustancias peligrosas.
- Los intencionados. Provocados, por ejemplo, por la adición de fertilizantes, plaguicidas y otras sustancias tóxicas, el uso de aguas residuales no tratadas para el riego de suelos y la aplicación inadecuada de lodos de depuradora en el sector agrícola.
Realizar una radiografía exacta del estado de los suelos en España no resulta una tarea sencilla debido a que la contaminación, con frecuencia, no se puede evaluar directamente.
Según el Instituto Geográfico Nacional, los suelos contaminados se ubican, principalmente, en aquellas zonas donde se llevan a cabo actividades mineras e industriales. Destacan como los sitios más afectados las zonas industriales del País Vasco, Asturias y Madrid, las rías gallegas y las áreas costeras del este.
En el territorio peninsular también cobran especial importancia las zonas caracterizadas por tener una larga tradición minera, como, por ejemplo, Linares-La Carolina y la Sierra Minera Cartagena-La Unión.
Los metales pesados
De acuerdo con la Agencia Europea de Medio Ambiente, los metales pesados, como el cadmio (Cd), el plomo (Pb), el mercurio (Hg) y el arsénico (As), son el tipo de contaminante más frecuente en los sitios contaminados de Europa.
Estas sustancias tienen la particularidad de no ser degradables, como ocurre con los compuestos orgánicos. Además, la capacidad del suelo para retenerlas agrava la situación, provocando que, incluso años después del cese de la actividad minera, el contaminante persista en el suelo.
En cuanto al origen, la minería ha introducido desde la antigüedad numerosos metales en el suelo mediante las operaciones de fundición y afino del concentrado mineral.
Aceites, hidrocarburos y microplásticos
Tras los metales pesados, los aceites minerales y los hidrocarburos aromáticos policíclicos son los contaminantes más abundantes en suelos europeos.
Tampoco debe pasar desapercibido el impacto que tienen algunos contaminantes minoritarios. La presencia de los denominados contaminantes emergentes, tales como los microplásticos, plantea un reto en el desarrollo de tecnologías de recuperación de suelos.
Parte de la solución a la problemática de la contaminación se encuentra en nuestras manos. En este sentido, el recién publicado anteproyecto de ley de residuos y suelos contaminados limita el uso de los plásticos y fomenta su reciclado para evitar que supongan un problema ambiental.
Un abismo entre la solución ideal y la real
De acuerdo al vigente Real Decreto 9/2005, las técnicas de recuperación de suelos seleccionadas “deben garantizar que materializan soluciones permanentes, priorizando, en la medida de lo posible, las técnicas de tratamiento in situ que eviten la generación, traslado y eliminación de residuos”.
Sin embargo, si echamos un vistazo a las medidas de recuperación de suelos más populares en algunas Comunidades Autónomas, como Andalucía, predomina la excavación del suelo y su retirada a vertederos autorizados.
Todavía queda mucho camino por recorrer para la implementación de técnicas sostenibles y, para ello, se requiere el desarrollo de tecnologías viables económica y ambientalmente.
Técnicas de recuperación de suelos
La gran variedad de contaminantes que pueden estar presentes en el suelo, así como la heterogeneidad del propio medio, convierte la recuperación de suelos en un desafío para los investigadores.
Entre las numerosas técnicas disponibles, destacan aquellas que persiguen la retirada y destrucción del contaminante sin requerir excavación ni transporte del suelo frente a aquellas que se limitan a contener y confinar el contaminante. Algunas de las más innovadoras son las siguientes:
- La técnica electrocinética. Se basa en la aplicación de una corriente eléctrica de baja intensidad entre electrodos insertados en el suelo. De esta forma, se consiguen movilizar y extraer, mediante diferentes mecanismos, los contaminantes presentes en el suelo.
- Técnicas de remediación biológica. Utilizan de bacterias, hongos, plantas y otros organismos para eliminar los contaminantes.
Por su novedad, destaca la vermiremediación. Esta consiste en el uso de lombrices para la degradación de contaminantes orgánicos contenidos en el suelo. La acumulación, extracción y transformación de los contaminantes se consigue a través del propio ciclo de vida de estos organismos (alimentación, excavación, metabolismo y secreción) o de su interacción con otros factores bióticos y abióticos.
En definitiva, aunque aún queda camino por recorrer, podemos afirmar que tanto la legislación como la investigación avanzan en la dirección adecuada hacia la recuperación sostenible de los suelos contaminados.
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