15 de mayo de 2024

En un mundo que se calienta cada vez más, los bosques urbanos ayudarán a salvar miles de vidas

 El humilde árbol lleva mucho tiempo protegiendo a los humanos de la enfermedad e incluso de la muerte, y en las ciudades modernas sigue haciéndolo. A medida que aumenta la temperatura global, también se incrementa el “efecto isla de calor”, es decir, la tendencia de las ciudades a absorber y retener la energía del sol, lo que constituye una creciente crisis de salud pública en todo el mundo. A pequeña escala, la sombra de un solo árbol es un refugio inestimable en un día de calor abrasador. A mayor escala, los vecindarios con mayor cobertura de árboles son mucho más frescos.

Ahora las investigaciones demuestran el impacto que esto supone para la salud de las personas. Un nuevo estudio revela que, en Los Ángeles (EE UU), plantar más árboles y utilizar superficies más reflectantes, algo tan sencillo como pintar los techos de color blanco, reduciría las temperaturas de forma tan drástica que el número de visitas a las salas de urgencias relacionadas con el calor disminuiría hasta un 66%. Esta conclusión sigue a un estudio previo de los mismos científicos, según el cual la pérdida de una de cada cuatro vidas durante las olas de calor se evitaría con las mismas técnicas.


Hombre sudando
El "efecto isla de calor urbano" crea temperaturas excesivamente altas. Pero las ciudades pueden prescribir tratamientos potentes para este mal, como espacios verdes y tejados reflectantes.

La importancia de los árboles en las ciudades

Conforme aumentan las poblaciones urbanas en todo el mundo, también lo hacen las temperaturas, lo que somete a más personas a ambientes cada vez más calurosos. “En este momento somos principalmente habitantes urbanos”, señala Edith de Guzman, investigadora medioambiental de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), coautora de ambos estudios y cofundadora y directora de Los Angeles Urban Cooling Collaborative. “Sabemos que eso es problemático, porque en esos espacios se amplifica el calor, debido a la preponderancia de superficies que lo retienen y después lo liberan por la noche, cuando el cuerpo busca refrescarse”.

Si una ola de calor se prolonga día tras día, el estrés fisiológico se acumula más y más en los residentes. Los adultos mayores y los jóvenes corren un riesgo particular, ya que sus cuerpos no logran enfriarse con la misma eficacia. El calor extremo también provoca la formación de ozono, que agrava el asma.

Para el nuevo estudio, publicado en la revista International Journal of Biometeorology, el equipo de De Guzman analizó cuatro olas de calor diferentes de Los Ángeles entre 2006 y 2010, las mismas a las que también se refería la investigación anterior sobre mortalidad. Estas olas de calor diferían en duración, temperaturas y humedad; cuanto mayor es la humedad, más difícil le resulta al cuerpo humano enfriarse sudando. A continuación, el equipo combinó estos datos con otros relativos al uso del suelo, que mostraban en qué zonas del condado de Los Ángeles existe una buena cobertura de árboles, que reflejan el calor, y en qué zonas hay superficies impermeables, como el pavimento, que lo absorben. Y por último, obtuvieron información sobre las visitas a las salas de urgencias provocadas por el calor en esas localidades.

Introdujeron todos esos datos en un algoritmo que modelizaba escenarios en los que la modificación del entorno urbano, con superficies más reflectantes y más árboles, conseguiría disminuir las temperaturas y evitaría esas visitas a urgencias relacionadas con el calor. Con un 25% más de cobertura de árboles, las visitas descenderían entre un 7 y un 45%. Aumentando la cobertura hasta el 50%, las visitas se reducirían entre un 19 y un 58%. Y si Los Ángeles alcanzara el máximo de cobertura de árboles permitida, un 40% de su superficie total, las visitas bajarían entre un 24 y un 66%.

“Somos capaces de cuantificar cómo habrían sido de distintos los resultados en sucesos reales”, comenta De Guzman. “Sé que las proyecciones apuntan a un mayor número de días de calor extremo en cada una de estas comunidades”.

Dicho de otro modo: el momento de actuar es ahora. Los árboles altos dan sombra, por un lado, pero las plantas en general liberan vapor de agua al realizar la fotosíntesis, básicamente “sudando”. En consecuencia, un vecindario de ingresos altos con muchos parques y zonas verdes quizá esté ocho grados centígrados más fresco que una zona de bajos ingresos y más industrializada; como tantas otras amenazas para la salud, el calor afecta de manera desproporcionada a los más desfavorecidos. El efecto isla de calor varía no solo de un vecindario a otro, sino también de una manzana a otra e incluso de una casa a otra. Los distintos materiales de construcción, como la madera y el ladrillo, absorben y retienen la energía del sol de distintas maneras.

Por tanto, la utilidad de este tipo de investigación consiste, en primer lugar, en encontrar vecindarios enteros a los que dar prioridad para su reverdecimiento, pero también en seleccionar lugares concretos para colocar árboles individuales. “En las zonas urbanas no plantamos necesariamente bosques enteros, sino árboles individuales cada vez”, indica Vivek Shandas, científico de adaptación climática de la Universidad Estatal de Portland, quien estudia el efecto isla de calor pero no participó en la nueva investigación. “Si dispones de una cantidad limitada de fondos, y sabes dónde tendrá mayor impacto su implementación, es una obviedad identificar esos lugares”.

Pero no es tan sencillo como plantar un puñado de árboles y ya. Los Ángeles se embarcó en el proyecto multianual llamado “Urban Forest Management Plan” (que se traduciría al español como “Plan de Gestión de los Bosques Urbanos”) para aumentar su cobertura de árboles, sobre todo en los vecindarios más vulnerables. Así, tiene que determinar cuidadosamente los lugares donde añadir las plantas, pero también colaborar con los residentes de esos lugares, por ejemplo, mediante reuniones para recabar la opinión de la comunidad. Es posible que algunas personas no quieran árboles fuera de su casa, ya sea porque quizá una rama cayó una vez sobre su auto, o tal vez su acera se agrietó por las raíces que había debajo, afectando la movilidad de un abuelo en silla de ruedas.

Así que conseguir más árboles en el paisaje urbano también tiene que ver con la colaboración y la educación, haciendo que la gente comprenda las ventajas significativas del enfriamiento que bien podrían salvarles la vida y, como mínimo, reducir sus facturas de aire acondicionado. “Si tienes una experiencia negativa con los árboles, tenemos que impartir formación sobre cómo vamos a hacerlo mejor en el futuro”, menciona Rachel Malarich, responsable de los bosques de la ciudad de Los Ángeles. “Lo que hemos aprendido como industria es a ser más selectivos sobre lo que plantamos en cada sitio, y hacerlo adecuado al lugar, o cambiarlo para colocar algo más grande”. Por ejemplo, si un determinado terreno es muy pequeño para que quepa una especie de árbol lo bastante grande como para proporcionar una buena sombra, tal vez la ciudad podría modificar las aceras para acomodarlo, mejorando así la movilidad y reduciendo al mismo tiempo las temperaturas locales.


altas temperaturas


La ardua tarea de reverdecer las ciudades

En Los Ángeles y otros lugares, los científicos se apresuran a encontrar especies de árboles capaces de soportar temperaturas dentro de 10, 15 o 20 años: no querrás plantar un árbol para descubrir que no sobrevivirá en el nuevo clima. El cambio climático también contribuye a la propagación de plagas y enfermedades de los árboles, añadiendo aún más incertidumbre a la vegetación urbana: Una comunidad determinada quizá esté dispuesta a plantar más especies de árboles típicas de su vecindario, como magnolias u otra variedad, pero tal vez no logren resistir la hostilidad del clima futuro.

Un árbol también necesita más mantenimiento y agua en sus vulnerables primeros años, un recurso que posiblemente escasee cada vez más a medida que se calienta el sur de California. Así que, además de incrementar su cubierta de árboles, Los Ángeles está intentando hacerse más esponjosa: muchos más espacios verdes en general que permitan que el agua de lluvia empape el manto acuífero subterráneo o las cisternas para su posterior extracción. En febrero, esta infraestructura esponjosa ayudó a la ciudad a captar unos 32,500 millones de litros de agua de lluvia en solo tres días.

Al ser un ambiente urbano con peatones, automóviles y edificios bajo los árboles, la ciudad tiene que asegurarse de que a las plantas no se les caigan las ramas. Eso implica inspecciones y trabajo sobre el terreno: a diferencia de un bosque propiamente dicho, el bosque urbano necesita atención constante. “En un entorno urbano tenemos que gestionar con un poco más de cuidado, porque existen estos factores de riesgo”, dice Malarich. “Queremos plantar, mantener y luego conservar. Preservar los árboles maduros existentes es en realidad fundamental para expandir las copas [de los árboles]”.

Y un vecindario no tiene por qué limitarse a plantar más árboles para mitigar el efecto isla de calor. Los científicos están investigando formas de cultivar en los techos, a la sombra de los paneles solares, lo que genera tanto alimentos como electricidad gratuita, además de refrescar el último piso de un edificio. Y puntos extra si se trata de azoteas verdes que captan y almacenan el agua de lluvia, que facilita que los residentes la utilicen para regar las plantas y tirar de la cadena de los baños.

Los científicos también están experimentando con “pavimentos fríos”, que devuelven más luz solar al espacio en lugar de absorberla. Los revestimientos reflectantes hacen lo mismo en los costados y techos de los edificios. Pintar más superficies de blanco ayuda a enfriar una zona, pero los diseñadores urbanos tienen que tener cuidado de no hacer rebotar involuntariamente esa radiación solar hacia las personas. “Soy un gran fan de las pinturas blancas en las alturas”, opina Shandas. “Eso es lo que hacen las nubes de forma natural: en un día nublado, gran parte de esa luz solar ya se refleja al espacio. Y así, si conseguimos que todos los techos tengan de algún modo un color más claro, empezaremos a movernos en esa dirección”.

No se trata de si Los Ángeles o cualquier otra ciudad será más verde o más reflectante en los próximos años, sino de cuánto más puede llegar a serlo. Y, en consecuencia, cuántas vidas salvará mientras el mundo se calienta. “Aunque en general se trata de un tipo de inversión para que las ciudades tengan la sensación de sentirse bien, tenemos que vincular esas inversiones a los resultados en materia de salud pública”, destaca De Guzman, “porque las mejoras que logren conseguirse son verdaderamente significativas”.

Artículo publicado originalmente en WIRED. Adaptado por Andrei Osornio.

10 de mayo de 2024

Día Mundial de las Aves Migratorias

 una fecha que nos recuerda la maravilla de la naturaleza y el viaje épico que estas aves emprenden cada año. A través de sus migraciones, nos enseñan sobre la interconexión de los ecosistemas y nos alertan sobre los cambios en el clima y el medioambiente




8 de mayo de 2024

Los riesgos para la biodiversidad y la salud humana de tener animales salvajes como mascotas

 El cambio climático es percibido por parte de la población como un fenómeno abstracto o distante, una amenaza lejana que es irrelevante personalmente. En la otra cara de la moneda, dentro de las variables que suelen influir sobre la percepción de riesgo que supone, se encuentran aquellas relacionadas con los procesos afectivos, emocionales, motivacionales y sociales. 

La evidencia científica muestra que la relevancia personal (requisito cognitivo para que se produzca una emoción) marca nuestra interpretación de esta amenaza. Por ejemplo, las personas que experimentan fenómenos meteorológicos extremos, como inundaciones, tienen mayor percepción de riesgo (evitan viajar a determinados destinos), más sentimientos negativos sobre el clima (ansiedad climática) y mayor compromiso emocional con el tema. 

El papel del grupo

Sin embargo, esto no siempre se traduce en una acción o comportamiento proactivo, ya que en ocasiones “ignorar el riesgo del cambio climático tiene beneficios a corto plazo, porque las personas no tienen que cambiar su comportamiento y sus rutinas diarias”.

Por tanto, es necesario considerar otros factores, como las normas sociales, las emociones grupales, las motivaciones o la influencia de los medios que pueden incitarnos a actuar. Es más probable que las personas realicen comportamientos que apoyen la mitigación del cambio climático cuando perciben que las normas sociales apoyan este tipo de conductas. 

Esto ocurre también cuando personas cercanas como amigos y familiares se preocupan por el tema (norma subjetiva). Por ejemplo, los resultados de un estudiotranscultural en 32 países señala una relación entre las normas sociales y la ansiedad climática, especialmente la creencia de que las personas importantes también están angustiadas por el cambio climático. 

Emociones negativas, en su justa medida

Por otra parte, las emociones grupales se experimentan en función de la pertenencia a un grupo social. En este sentido, es útil activar identidades compartidas que destaquen el “nosotros” preocupado por el medio ambiente

La pertenencia es un motivo muy relevante para las personas, por lo que ser aceptado por el grupo –a través del cumplimiento de normas sociales– se convierte en un impulsor del comportamiento positivo o negativo ante el cambio climático. 

Algunas investigaciones consideran que las emociones negativas son impulsoras de la acción humana y, por tanto, este tipo de respuestas ante la crisis climática pueden producir cambios políticos y sociales (como el uso de transporte público). No obstante, también podrían provocar rechazo o negación, siendo contraproducentes para una acción más proactiva. 


Leer más: Interés, inercia y miedo: por qué nos cuesta actuar contra el cambio climático


Así, otras investigaciones recomiendan el uso de emociones positivas (orgullo, optimismo) y enfatizar sentimientos agradables relacionados con un estilo de vida respetuoso con el clima y la anticipación de futuras emociones positivas.

Asimismo, emociones como la preocupación y la esperanza se relacionan con el apoyo a políticas públicas relacionadas con el cambio climático. La evidencia señala que es recomendable usar una “esperanza constructiva” en los mensajes dirigidos a acciones, pues está relacionada con la confianza en que el problema puede mitigarse por la acción colectiva, lo que beneficia el apoyo de compromisos estatales y comportamientos proambientales. 




Aquellas emociones relacionadas directamente con la cuestión ambiental son las que tienen mayores efectos conductuales. Sin embargo, es necesario considerar el carácter transitorio de las respuestas emocionales: mientras más tiempo pase entre estas y la acción o conducta que se requiera (por ejemplo, reducir la huella de carbono) menos efectiva será esa intervención.

El mejor abordaje desde los medios de comunicación

En este contexto, la evidencia sobre la influencia de los medios no es tan clara, probablemente porque los estudios se han centrado más en la cobertura del tema y no tanto en el contenido y la valencia (positiva o negativa) de la información que se transmite. 

Algunas investigaciones consideran que exponerse a información sobre los impactos del cambio climático puede producir emociones negativas y aumentar la percepción de riesgo. 


Leer más: Qué emociones debe transmitir una campaña medioambiental para comprometernos


Los medios también influyen sobre la necesidad de comprensión de los individuos (cómo y por qué suceden las cosas), un motivo importante a la hora de actuar, por lo que se sugiere comunicar de forma clara sobre el tema. De igual manera, es útil recurrir a historias personales que incrementan la preocupación y la compasión y que promuevan la autoeficacia de las personas (con comportamientos sencillos proambientales). 

Todos estos pequeños pasos pueden favorecer comportamientos más complejos, como el activismo social, ante los problemas del cambio climático.

1 de mayo de 2024

¿Puede la contaminación acústica afectar también a los pájaros?

 La contaminación acústica es el exceso de sonido que altera las condiciones normales del ambiente de una determinada zona. Además, también afecta a nuestra salud. Pero, ¿influye de alguna forma en las aves? La respuesta es sí, y de manera bastante negativa.

La pandemia de COVID-19 llevó en 2020 a ceses de actividad humana sin precedentes. Eso supuso que los pájaros cantaran más bajo y se comunicaran mejor. Fue la conclusión de un estudio publicado en Science, que observó este efecto en los gorriones corona blanca (Zonotrichia leucophrys) en la bahía de San Francisco (California, Estados Unidos). Dado que el ruido del tráfico se produce dentro de un rango que interfiere con el mayor rendimiento y el canto más efectivo, nuestro ‘silencio’ en meses de confinamiento permitió a las aves llenar rápidamente ese vacío de forma más eficaz, según explican los autores.

Mientras que el silencio facilita el cante a las aves, parece que el ruido las hace más agresivas. Por ejemplo, se ha comprobado que los petirrojos europeos (Erithacus rubecula) urbanos son más agresivos que los rurales, como indica un estudio científico del año 2022. Los investigadores comprobaron experimentalmente que, al generar ruido, los petirrojos de campo se volvían más violentos. Los petirrojos urbanos también disminuyeron su ritmo de canto en respuesta al ruido, pero no los rurales.

“Las aves emiten sonidos para hacerse oír con el objetivo, por ejemplo, de enviar señales de alarma, atraer pareja, señalizar su territorio… Y el ruido de la ciudad resta eficiencia a las comunicaciones vocales”, explica a Maldita.es Luis Martínez Martínez, del Área Social y Biodiversidad Urbana de la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife). Por ello, continúa, “algunas especies modifican sus cantos o sonidos”: “Por ejemplo emiten en frecuencias más agudas, que se transmiten mejor sobre el ruido urbano; a mayor volumen, al igual que hacemos las personas al hablar en entornos ruidosos; cantando mucho más temprano, cuando la ciudad duerme y permanece silenciosa; o invirtiendo más tiempo en cantar para compensar la pérdida de eficiencia” . En aves que utilizan las señales acústicas para localizar alimento enterrado, como en los petirrojos americanos, el ruido disminuye esta opción, añade el experto. 

Además, al igual que en los seres humanos, se sospecha que el ruido causa en las aves varios efectos adversos, como estrés fisiológico, daño auditivo y exclusión de hábitats importantes. ”A nivel fisiológico, algunos estudios han encontrado que puede existir una correlación con una peor condición biológica y los entornos más ruidosos de la ciudad”, indica Martínez. Por ejemplo, un estudio publicado en Frontiers in Zoology concluyó que en los pinzones cebra (Taeniopygia guttata) expuestos a ruido de tráfico disminuyó la longitud de sus telómeros, los extremos de los cromosomas, cuyo tamaño es un indicador de la esperanza y calidad de vida, aclara Martínez.

Que el ruido de la ciudad enmascare los sonidos de las aves tiene repercusiones negativas para toda la población de pájaros, según el ornitólogo, puesto que el sonido de las aves generalmente está relacionado con situaciones de riesgo o con la reproducción. “La mayor parte de las aves viven en pequeñas ‘islas’ de vegetación no conectadas unas con otras (fragmentación del hábitat urbano), lo que puede tenerrepercusiones en el aprendizaje y el intercambio de los sonidos”. 

Cantar más alto o durante más tiempo supone mayor gasto de energía y mayor exposición a los depredadores, que pueden detectar más fácilmente a sus presas. “El tiempo que dedican a cantar va en detrimento del tiempo que dedican a vigilar, lo que puede afectar a la supervivencia de los individuos”, añade el experto. 


Primera fecha de publicación de este artículo: 14/03/2023

El cambio climático está haciendo inviables muchas zonas vinícolas en el mundo

 La crisis climática actual afecta todos los ámbitos de la sociedad moderna. Desde el comercio a la seguridad alimenticia, el transporte, la salud, nuestros medios de subsistencia, nuestras actividades y nuestros hogares, son blanco de un gran abanico de impactos, la mayoría negativos, que este proceso de cambio climático está causando que debamos modificar nuestra forma de enfrentar la vida.

Una de las características de este proceso de cambio climático antrópico, es decir, causado por el hombre (para diferenciarlo de otros eventos de calentamiento o enfriamiento planetarios observados en la historia del planeta y que responden a causas naturales), es que los veranos se alargan y los inviernos se acortan; los patrones de precipitación se modifican haciendo que algunas zonas sean más proclives a procesos de desertificación y otras tengan precipitaciones en exceso.

Baco, dios del vino
Baco, dios romano del vino, la vinicultura y de la alegría de vivir. Aquí representado magistralmente por Diego Velázquez en su obra "El triunfo de Baco" de 1629, conservada en el Museo del Prado en Madrid.

Sin duda que hay sectores o actividades que son más sensibles al clima que otros. La vinicultura es uno de ellos, ya que, si hay algo que es realmente determinante para el correcto desarrollo de la uva, es el clima. 

Y un reciente estudio publicado en la revista Nature, indica que el calentamiento global causado por el hombre y cuya consecuencia directa es el cambio en el clima actual, está alterando de manera significativa las condiciones esenciales para la producción de vino.

Así afecta el cambio climático a la calidad del vino 

El cambio climático afecta en forma directa a la disponibilidad de agua para riego en zonas donde se depende del deshielo para ello. Y las mayores temperaturas además modifican la calidad de las uvas usadas en el proceso de vinificación. Y estos cambios suelen desencadenar cambios químicos que modifican el equilibrio entre el azúcar, los ácidos y los compuestos secundarios de las bayas, modificando finalmente el sabor del vino.

Terruño o Terroir
El terroir, que en francés significa terruño, refiere a la expresión de todo un conjunto de factores, como el suelo, las características topográficas, el clima y hasta las tradiciones de la viticultura de la región, plasmados en un vino. 

Del “terroir” (terruño), palabra francesa que define la combinación de cuatro factores clave en la elaboración de los vinos de calidad (clima, suelo, variedad de uva y la intervención humana), el clima (patrones de precipitación y temperatura a largo plazo) conforma su mayor parte, y lo hace principalmente en los siguientes aspectos del vino:

Mayor graduación alcohólica

    La maduración de la uva se acelera por la continua y directa exposición a los rayos solares. En climas más calurosos o en los que la planta recibe un mayor número de horas de rayos de sol, las uvas tenderán a ser más dulces.

    esa mayor concentración de azúcar no sólo cambia su sabor sino también su contenido de alcohol, disminuyendo su calidad. Las sequías y las mayores temperaturas interfieren en este aspecto.

    Menos taninos

    Los taninos son compuestos orgánicos que se encuentran en la corteza de árboles como el roble, en la piel de frutos como el cacao, los arándanos y también en la uva, con la misión de protegerlos contra agresiones de agentes externos como microorganismos o animales. 

    En el vino, los taninos vienen no sólo de la piel de la uva, sino de sus pepas y también de los tallos de la vid. El tanino le otorga el sabor y olor amargo que es característico de algunos tipos de vino, y que se puede regular ajustando los tiempos de maceración de las pieles con el jugo.

    PH más alto

    La disminución de la acidez es otro de los factores que está estrechamente ligado con los bajos niveles de taninos. El vino es una bebida ácida (pH entre 2,8 y 3,9), y en particular los vinos blancos (pH 3,0 a 3,3) son más ácidos que los tintos (pH 3,3 a 3,6). En consecuencia, un pH más alto provoca que el vino pueda ser más claro si no se toma acción para modificarlo.

    Muchas zonas productoras desaparecerán

    El estudio, publicado en Nature Reviews Earth & Environment, señala que el cambio climático está afectando al rendimiento de la uva, la composición y la calidad del vino, y como consecuencia de ello, la geografía de la producción de vino está cambiando. 

    El estudio señala que las regiones vitivinícolas actuales se encuentran principalmente en latitudes medias: California, en los EE.UU.; sur de Francia; norte de España e Italia; Barossa, Australia; Stellenbosch en Sudáfrica; y Mendoza, en el centro oeste de Argentina, entre otros;regiones donde el clima es lo suficientemente cálido como para permitir que la uva madure -pero sin calor excesivo-, y relativamente secas como para reducir la presión de enfermedades.

    Abadía Retuerta LeDomaine
    España cuenta con una gran tradición vinífera, que como consecuencia del cambio climático puede experimentar una reducción de su producción de hasta el 90 % para fines de este siglo.

    Destaca que cerca del 90 % de las regiones vinícolas tradicionales en las regiones costeras y bajas de EspañaItaliaGrecia y el sur de California podrían estar en riesgo de desaparecer para finales de siglo debido a la sequía excesiva y las olas de calor más frecuentes como consecuencia del cambio climático. 

    En cambio, las temperaturas más cálidas podrían aumentar la idoneidad para otras zonas (estado de Washington, Oregón, Tasmania, norte de Francia) y están impulsando el surgimiento de nuevas regiones vinícolas, como el sur del Reino Unido, dependiendo del nivel de aumento de temperaturas. 

    Los puntos clave

    Ante esta es situación, conviene resaltar la importancia de adoptar diversas medidas de mitigación en el sector.

    • Es imperioso establecer estrategias de adaptación por parte de los viticultores, ya que el cambio climático modifica las condiciones de producción del vino.
    • La aptitud de las zonas vitivinícolas actuales está cambiando. Aparecerán nuevas regiones vitivinícolas en áreas que antes no eran adecuadas, incluida la expansión a regiones de laderas y áreas naturales, lo que planteará problemas para la preservación del medio ambiente.
    • El aumento de las temperaturas modifica la fenología (ciclo de crecimiento) de la vid. En la mayoría de las regiones vitivinícolas del mundo, las cosechas de uva han avanzado entre 2 y 3 semanas en los últimos 40 años, resultando en cambios de la calidad y el estilo del vino.
    Uvas y cambio climático
    El cambio climático afecta el ciclo de crecimiento de la vid. En los últimos 40 años, la vendimia se ha adelantado hasta 3 semanas. 
    • Adoptar técnicas que retardan la madurez son estrategias efectivas de adaptación a temperaturas más altas hasta alcanzar un cierto nivel de calentamiento.
    • Se requieren de estrategias de adaptación por el aumento de las sequías, ya que reduce el rendimiento y puede provocar pérdidas de sostenibilidad. Se puede lograr mediante la modificación genética o técnicas de agricultura climáticamente inteligente, y mejoras en sistemas de riego. 

    Por sus múltiples consecuencias negativas, el cambio climático es uno de los desafíos más importantes a los que se enfrenta la humanidad. Y la industria del vino no es la excepción.

    Referencia de la nota: 
    van Leeuwen, C., Sgubin, G., Bois, B. et al. Climate change impacts and adaptations of wine production. Nat Rev Earth Environ 5, 258–275 (2024). https://doi.org/10.1038/s43017-024-00521-5