24 de abril de 2024

5 acciones que las empresas pueden realizar para tener un impacto ambiental positivo

 

Digital generated image of multi coloured circular chart on white background.
Digital generated image of multi coloured circular chart on white background.ANDRIY ONUFRIYENKO

Las empresas deben tomar acciones en favor del ambiente por diversas razones: desde cumplir con responsabilidad ambiental y social, cumplir con normativas legales, mejorar la competitividad y su reputación, así como fomentar la innovación y eficiencia empresarial. Estas acciones son esenciales para el éxito a largo plazo y la sostenibilidad en un mundo donde la preocupación por el medio ambiente es creciente. Aquí hay cinco acciones que las empresas pueden realizar para tener un impacto ambiental positivo

  1. Invertir en programas y proyectos de restauración de ecosistemas. La restauración de ecosistemas contribuye a la conservación de la biodiversidad y la protección de los recursos naturales, lo que a su vez ayuda a mantener la estabilidad de los servicios ambientales que proporcionan, como la regulación del agua y la calidad del aire. En Ectagono diagnosticamos y ejecutamos proyectos de impacto en ecosistemas para las empresas.
  2. Optimizar el uso de recursos. Implementar prácticas de eficiencia energética y reducir el consumo de agua y materiales puede ayudar a minimizar el desperdicio y reducir el impacto ambiental.
  3. Promover la movilidad sostenible. Fomentar el uso de transporte público, bicicletas o vehículos eléctricos entre los empleados puede reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y mejorar la calidad del aire.
  4. Gestión responsable de residuos. Implementar programas de reciclaje, compostaje y reducción de residuos puede ayudar a minimizar la cantidad de desechos que van a los vertederos y promover la economía circular. Desde Ectagono promovemos consultoría empresarial en el ámbito de residuos.
  5. Transparencia y divulgación. Ser transparente sobre las prácticas ambientales y divulgar regularmente el desempeño ambiental puede fomentar la confianza de los consumidores y las partes interesadas.

Los bosques con más diversidad de especies se adaptan mejor frente al cambio climático

 Una disminución en la productividad forestal debido al calentamiento climático y la sequía a largo plazo pueden sugerir que la supervivencia de los árboles está en juego. Ahora, un estudio realizado por un grupo internacional, incluida la Universidad de Kyoto (Japón), ha observado que los bosques con mayor diversidad de rasgos no sólo se adaptan mejor al cambio climático, sino que también pueden prosperar, tal y como se publica en "Science Advances".

El estudio, realizado por investigadores de la Universidad de Lakehead (Canadá), el Instituto Federal Suizo de Tecnología de Zúrich (Suiza) y la Universidad de Agricultura y Silvicultura de Zhejiang (China), reveló cómo la diversidad de rasgos funcionales de los árboles, un aspecto clave de la biodiversidad, desempeña un papel fundamental en la mitigación del calentamiento climático, informa Ep.

"Frente al estrés ambiental, se ha demostrado que estos diversos árboles mantienen niveles de productividad más altos, en contraste con los bosques de monocultivo",afirma el líder del equipo, Han YH Chen, de la Universidad de Lakehead. Los resultados del equipo de Han Chen resaltan los complejos vínculos entre la biodiversidad, la función de los ecosistemas y el cambio climático en los bosques de tierras secas.

El equipo utilizó 57 años de datos de inventario, que abarcan desde 1958 hasta 2015, de biomas de tierras secas en Canadá y descubrió que el calentamiento climático no afecta negativamente a los bosques con características de obtención de recursos. El estudio tiene en cuenta la recuperación de la vegetación a partir de perturbaciones naturales, la variación espacial del clima local y el drenaje del suelo.

"Nuestro sólido enfoque estadístico de los datos a gran escala puede generar oportunidades futuras para explorar más a fondo la dinámica a largo plazo de los ecosistemas terrestres y la biodiversidad", apunta el primer autor Masumi Hisano de la Universidad de Hiroshima, anteriormente de la Escuela de Graduados en Informática de la Universidad de Kyoto.

Este enfoque de soluciones basadas en la naturaleza está ganando cada vez más fuerza en las políticas climáticas para reducir las vulnerabilidades de los ecosistemas. El debate continúa sobre si la biodiversidad mejora la resistencia de los ecosistemas contra las sequías de corto plazo. "Debido a la evidencia limitada de observaciones a largo plazo durante varias décadas, sintetizar varias observaciones directas es esencial para generalizar patrones ecológicos dinámicos", concluye Hisano

Cambio climático: los ciudadanos somos más víctimas que culpables

 Las actividades humanas han derivado en una grave crisis ambiental y, aunque la geología oficial no la reconoce como una nueva era, algunos consideran que hemos entrado en el Antropoceno, un nuevo período caracterizado por la omnipresente huella humana.

Pero cuando hablamos de la “huella humana”, ¿a qué nos referimos? Es decir, ¿las actividades de quién, exactamente, han creado esta crisis? Se nos ha repetido hasta la saciedad que nuestro estilo de vida, el de los ciudadanos corrientes, es insostenible y que somos culpables del cambio climático. Pero la repetición de un mantra no transforma un relato en realidad.

Este es uno de los muchos falsos dogmas ecológicos que se han instalado en el imaginario colectivo y que en realidad agravan la crisis ambiental. 

Como explico en el libro Ecomitos (Plataforma Actual, 2024), la idea de que los ciudadanos corrientes somos los responsables del cambio climático es, precisamente, el peor de todos los bulos ambientales. ¿Cómo surge esa idea y por qué retrasa la respuesta efectiva a la crisis ambiental?

Desigualdad en las emisiones

Una consecuencia del ecomito de la responsabilidad individual es que la sobrepoblación subyace a todos los problemas ambientales. Si el problema somos los ciudadanos corrientes, la gravedad del problema lógicamente aumenta con el número de habitantes. 

Esta idea ha sido ampliamente difundida por diferentes entidades ecologistas, estudios publicados en la literatura científica e incluso personas muy conocidas y queridas, como David Attenborough o Jane Goodall .

Como resultado, estas entidades ecologistas han recibido fondos para ejecutar en los países del sur global programas de control de la natalidad que, en ocasiones, incluyen la esterilización. Estos programas han sido financiados por las grandes corporaciones y algunos gobiernos.

Los datos, sin embargo, dibujan una realidad muy diferente: el 10 % de la población, la más acaudalada, es responsable del 50 % de las emisiones. Por el contrario, el 50 % más humilde de la población apenas emite el 10 % de total. 

El problema no es, por tanto, que seamos demasiadas personas, sino que una élite minoritaria está consumiendo una cantidad absolutamente desproporcionada de recursos (y financiando a oenegés para perpetuar el relato).

Las acciones individuales resultan insuficientes

Acabamos de describir los dos extremos: el del 10 % más rico y el del 50 % más pobre. Seguramente, la mayoría de lectores de este artículo se encontrarán en el 40 % intermedio. Los datos nuevamente revelan cómo, aunque hagamos grandes sacrificios a nivel personal para disminuir nuestra huella ambiental, no lograremos pasar a un modo de vida sostenible.

Investigadores del norteamericano Instituto Tecnológico de Massachusets cuantificaron la huella de carbono de un indigente en los Estados Unidos: es de 8,5 toneladas de CO₂ al año, lo que supera la media de un ciudadano español (5,7 toneladas por año) o de cualquier país latinoamericano (que oscila entre las 0,9 toneladas anuales de Honduras y las 4,9 de Chile). 

Un ciudadano estadounidense, por tanto, siempre emitirá más que un ciudadano promedio en estos países, independientemente de sus acciones individuales. Esto nos indica la importancia del contexto socioeconómico en el que vivimos, que determinará nuestra huella de carbono.

La trampa de la huella de carbono

La tendencia a culpar a los ciudadanos de la crisis ambiental viene de atrás. En el pasado reciente, el momento más importante seguramente fue la campaña de publicidad desarrollada por la petrolera BP en 2004.

La empresa abría sus comerciales con un concepto que, en aquellos tiempos, nadie conocía: “¿Conoce usted su huella de carbono?”. En el anuncio se facilitaba la dirección web de la primera calculadora de huellas de carbono, de manera que podíamos calcular cuánto CO₂ emitimos a nivel individual. Es decir, cuál es nuestra contribución individual al cambio climático.

Y es ahí cuando, de forma mágica, la responsabilidad por el cambio climático dejó de ser de las grandes corporaciones y pasó a ser de los ciudadanos. Las emisiones indiscriminadas de gases con efecto invernadero ya no resultaban de la quema de combustibles fósiles o de la actividad de las petroleras, sino de nuestro día a día.



La “gran coalición”

Otra consecuencia de la huella de carbono ha sido el desarrollo de los mercados de carbono: las empresas pagan una cuota por el CO₂ que emiten y repercuten ese precio al consumidor. Además, se les permite “compensar” sus emisiones de CO₂ a través de plantaciones de árboles.

El origen de estos mercados lo encontramos en la famosa cumbre climática de Kioto, de 1997, donde los EE. UU. presionaron a la Unión Europea para que aceptara este sistema. En Kioto se estableció también una coalición entre petroleras y distintas entidades ecologistas, que se unieron a los EE. UU. para forzar la aceptación por parte de la UE.

Los datos nos indican que este mercado ha generado unos ingresos extra a las empresas energéticas europeas de unos 7 000 millones de euros al año como resultado del aumento del precio de sus productos. El descenso en las emisiones, sin embargo, ha resultado anecdótico.

Algunas entidades ecologistas han desarrollado programas para promover la plantación de 1 billón de árboles, en colaboración con el Foro de Davos. Es decir, muchas oenegés “conservacionistas” reciben millones de dólares en donaciones de los grandes magnates para que se realicen plantaciones de árboles en su nombre. Por desgracia, la ciencia nos ha demostrado, una y otra vez, que estas plantaciones no sirven para compensar las emisiones: la única opción es olvidarse del greenwashing y dejar de emitir.


Leer más: Plantar un billón de árboles no va a frenar el cambio climático


La coalición que han establecido las multinacionales contaminantes con las grandes entidades ecologistas ha creado un relato que, como expongo en Ecomitos, impide la acción climática efectiva al culpar al ciudadano de un problema que no ha creado. Y todo esto ocurre en connivencia con el legislador, que es quien realmente tiene competencias para abordar el problema.

Es por ello que la acción ciudadana, donde puede resultar más efectiva, es presionando al legislador para que tome medidas pensando en el bien común, y haciendo caso omiso a la presión de estos lobbies.

Los ciudadanos corrientes son, en muchos casos, más víctimas que culpables. Recuerden, por ejemplo, a las personas fallecidas por el aumento en las olas de calor. O a quienes viven cerca del mar y, en las próximas décadas, puede que se queden sin casa.

17 de abril de 2024

Bogotá inicia racionamiento de agua para 10 millones ante severa sequía y crisis hídrica

 

google-play

Según expertos, el calentamiento global está intensificando el fenómeno de El Niño, llevando los embalses a niveles alarmantes. ¿Cómo podríamos combatir este alarmante problema?

Tl;dr

  • Bogotá inicia racionamiento de agua debido a la sequía.
  • La medida afectará a unos 10 millones de personas.
  • Los cortes de agua serán rotativos e indefinidos.
  • La grave sequía podría derivar en una crisis energética.

Una sequía amenaza a Bogotá

La capital de Colombia, Bogotá, enfrenta una grave sequía que amenaza con desencadenar una crisis energética. Tras el impacto de la crisis hídrica en Montevideo, Bogotá se ve ahora en la mira de la escasez de agua, iniciando un plan de racionamiento este jueves.

Impacto en la población

Esta medida, adoptada ante la disminución alarmante de los niveles de los embalses que proveen agua potable a la ciudad, afectará a cerca de 10 millones de personas que residen en Bogotá y municipios cercanos. Según Manuel Rodríguez Becerra, exministro de Ambiente colombiano, la sequía está causada por el fenómeno de El Niño, exacerbado por el cambio climático.

Un programa de cortes rotativos

Las autoridades han dividido la ciudad en nueve zonas, cada una de las cuales experimentará 24 horas de falta de suministro cada nueve días. La duración de este racionamiento es indefinida, y la Empresa de Agua y Acueducto local advierte que las interrupciones podrían incrementarse en el futuro, considerando incluso la posibilidad de sanciones para evitar el despilfarro.

Una crisis energética en el horizonte

El peligro no termina con la escasez de agua. Rodríguez Becerra alerta que la crisis podría desembocar en una crisis energética, ya que “el 70% de la energía del país la producen hidroeléctricas”. Las precipitaciones esperadas para fines de marzo no llegaron, y si las lluvias no llegan a fines de este mes, la situación podría empeorar.

Opinión editorial

Esta situación refleja la gravedad de los efectos del cambio climático en nuestras vidas. No es simplemente una cuestión de temperaturas más altas, sino de sequías devastadoras y crisis energéticas. Es esencial que los gobiernos y los ciudadanos tomen medidas para reducir su impacto y adaptarse a esta nueva realidad. El futuro de nuestra agua, y en última instancia de nuestra energía, depende de ello.

Simon Stiell -Secretario Ejecutivo de ONU Cambio Climático- : dos años para salvar el mundo (Discurso en Chatham House)

 Por su interés reproducimos en #CreadoresDeOpiniónVerde @cdoverde el discurso de Simon Stiell, secretario ejecutivo de ONU Cambio Climático, en Chatham House

Algunos de ustedes pensarán que el título del evento de hoy es demasiado dramático. Incluso melodramático.

Así que permítanme empezar explicando brevemente por qué los próximos dos años son esenciales para salvar nuestro planeta.

En primer lugar, sabemos lo que está en juego. Ya me han oído hablar del calor récord y de los daños masivos a las economías, y de que no hay lugar para medias tintas. Demos todo eso por sentado.

Segundo. Estamos al principio de una carrera que determinará quiénes serán los mayores ganadores de una nueva economía de energía limpia.

Y con el índice mundial de nivel de vida en constante cambio, las respuestas climáticas de cada país serán clave para subir o bajar en esta escala.

Tanto si prosperan como si apenas sobreviven.

En tercer lugar, muchos países sólo podrán poner en marcha nuevos y sólidos planes climáticos si este año se produce un salto cualitativo en la financiación de la lucha contra el cambio climático.

En cuarto lugar, se trata de cómo funciona el Acuerdo de París.

Al día de hoy, los planes climáticos nacionales - llamados Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional o NDC -  apenas lograrán reducir emisiones de aquí a 2030.

Aún tenemos la oportunidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero con una nueva generación de planes climáticos nacionales.  Pero necesitamos planes más sólidos, ahora.

Y aunque cada país debe presentar un nuevo plan, la realidad es que las emisiones del G20 representan alrededor del 80% de las emisiones mundiales.

Así pues, el liderazgo del G20 debe estar en el centro de la solución, como lo estuvo durante la gran crisis financiera. Fue entonces cuando el G20 alcanzó la mayoría de edad y demostró que las principales economías desarrolladas y en desarrollo pueden trabajar juntas para evitar catástrofes económicas mundiales.

En quinto y último lugar todas y todos los ciudadanos de todos los países tienen la oportunidad de formar parte de esta transición. Cada voz cuenta, este año y el próximo, necesitaremos cada una de esas voces más que nunca.

Consideremos por un momento lo que está en juego si hacemos que los próximos dos años cuenten de verdad.

Los nuevos y audaces planes nacionales sobre el clima serán el premio mayor para el empleo y un trampolín económico para impulsar a los países en esa escala mundial de niveles de vida.

Frente a las sequías que destruyen las cosechas, una acción climática mucho más audaz para frenar las emisiones y ayudar a las y los agricultores a adaptarse aumentará la seguridad alimentaria y reducirá el hambre.

Reducir la contaminación por combustibles fósiles supondrá una mejora en la salud y un enorme ahorro tanto para los gobiernos como para los hogares.

El potencial transformador de una acción climática audaz -junto con medidas para avanzar en la igualdad de género- es una de las formas más rápidas de dejar atrás el escenario inercial o “business as usual”.

Ningún ODS será posible si no se controla la crisis climática

A quienes afirman que el cambio climático es sólo una de las muchas prioridades, como acabar con la pobreza, acabar con el hambre, acabar con las pandemias o mejorar la educación, les digo que sencillamente ninguna de estas tareas cruciales -de hecho, ninguno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible- será posible a menos que controlemos la crisis climática.

De hecho, seguir como hasta ahora puede profundizar aún más las grandes desigualdades entre los países y comunidades más ricos y más pobres del mundo, mismas que los efectos incontrolados del cambio climático están agravando.

Estas desigualdades son criptonita para la acción climática mundial cooperativa, y cada economía, cada país y su población pagan el precio de ello.

Para empezar a curar este cáncer mundial de la desigualdad, tenemos que habilitar nuevas y audaces soluciones,  nuevos planes climáticos nacionales que protejan a las personas, fomenten el empleo e impulsen un crecimiento económico integrador. Y los necesitamos para principios del año que viene.

La próxima generación de planes nacionales del clima deben ser planes de inversión para unas economías sostenibles y fuertes.

Lo que nos lleva de nuevo a la importancia crucial de la financiación de la lucha contra el cambio climático.

Porque es difícil para cualquier gobierno invertir en energías renovables o resiliencia climática cuando las arcas del tesoro están vacías, los costes del servicio de la deuda han superado al gasto sanitario, es imposible obtener nuevos préstamos y los lobos de la pobreza están a la puerta.

Este año es esencial dar un salto cualitativo en la financiación de la lucha contra el cambio climático.

Cada día, ministerios de finanzas, directores generales, inversores y banqueros de desarrollo movilizan billones de dólares. Ha llegado el momento de pasar esos dólares de la energía y las infraestructuras del pasado hacia un futuro más limpio y resiliente.

Y garantizar que se beneficien los países más pobres y vulnerables.

Metas de la COP29

Este año, en la COP29 de Bakú, tenemos que acordar un nuevo objetivo para la financiación de la lucha contra el cambio climático que satisfaga las necesidades de los países en desarrollo. Pero no basta con acordar un objetivo. Necesitamos un nuevo acuerdo sobre financiación de la lucha contra el cambio climático entre los países desarrollados y los países en desarrollo.

Ese acuerdo debería tener cuatro componentes clave.

En primer lugar, más financiación en condiciones favorables. Especialmente para los países más pobres y vulnerables.

En segundo lugar, necesitamos nuevas fuentes de financiación internacional para el clima, como están trabajando el G20, la Organización Marítima Internacional y otros.

En tercer lugar -como han dejado claro Mia Mottley y William Ruto- debemos reformar los bancos de desarrollo para que trabajen mejor para los países en desarrollo, integrar el cambio climático en su toma de decisiones y construir un sistema financiero adecuado para el siglo XXI.

En cuarto lugar, aliviar la deuda de los países que más lo necesitan para que dispongan del espacio fiscal necesario para la inversión climática. Los países en desarrollo gastaron más de cuatrocientos mil millones de dólares en el servicio de la deuda el año pasado.

Los expertos han demostrado que, si hacemos todo esto juntos, podemos satisfacer las necesidades de los países en desarrollo, movilizando cientos de miles de millones de dólares.

La cooperación cada vez más estrecha entre las instituciones internacionales es más importante que nunca. Ofrezco la colaboración de ONU Cambio Climático allí donde pueda ayudar a obtener resultados más sólidos y rápidos en relación con el clima. Al Banco Mundial y al FMI en las próximas reuniones de primavera. Al G7, al G20 y a sus ministerios de finanzas. Juntos podemos hacer realidad este acuerdo.

Juntos debemos acelerar el ritmo. Las Reuniones de Primavera no son un ensayo general. Evitar una catástrofe económica provocada por el clima es un asunto esencial. No puede deslizarse entre las grietas de diferentes mandatos.

No podemos permitirnos un festival de conversaciones sin pasos claros hacia delante, cuando existe la oportunidad de avanzar realmente en cada parte del nuevo acuerdo de financiación para el clima que todas las naciones necesitan.

En las Reuniones de Primavera necesitamos una ronda de reposición ambiciosa para la Asociación Internacional de Fomento del Banco Mundial. De este modo, cientos de millones de personas podrían salir de la pobreza y aumentaría el acceso a la energía limpia, especialmente en África.

Los avances que se logren en Washington DC en la revisión de los requisitos de capital del Banco Mundial podrían liberar miles de millones más para préstamos en condiciones favorables sin pedir más dinero a los donantes.

Además, para ayudar a dar a los países el espacio fiscal que necesitan para la acción climática, el FMI puede ayudar a más países a hacer frente a las deudas agravadas por el cambio climático y la pandemia. Por ejemplo, haciendo un mayor uso del Fondo de Alivio para Contención de Catástrofes.

El trabajo del Banco Mundial sobre las Cláusulas de Deuda Resilientes al Clima -que permiten centrarse en la recuperación a los países que se enfrentan a tormentas más intensas - son otro paso bienvenido en la dirección correcta.  La elegibilidad debería ampliarse ahora más allá de los Estados pequeños e insulares a más países y más impactos climáticos.

El G7 también tiene un papel absolutamente crucial, este año presidido por Italia.

Los gobiernos del G7 son los principales accionistas del Banco Mundial y el FMI. En realidad, aportan tanto capital como dirección. Con su voz y voto, estas instituciones pueden hacer mucho más por utilizar todas las herramientas a su disposición para lograr impactos a gran escala sobre el terreno.

A todos los países del G7 les interesa adoptar medidas climáticas mucho más audaces dentro y fuera de sus fronteras, incluida la financiación de la lucha contra el cambio climático.

En primer lugar, porque un avance serio en la financiación de la lucha contra el cambio climático es un requisito previo para que los países en desarrollo elaboren nuevos y audaces planes nacionales de lucha contra el cambio climático, sin los cuales todas las economías, incluidas las del G7, se verán pronto sumidas en graves y permanentes conflictos.

En segundo lugar, porque el desarrollo de la resiliencia es igualmente urgente, para proteger las cadenas de suministro de las que dependen todas las economías. Acabamos de ver lo que las interrupciones de la cadena de suministro provocadas por la pandemia de covid han hecho a la inflación, a los hogares y las empresas. Pues bien, pueden apostar a que estas perturbaciones y efectos inflacionistas empeorarán drásticamente si no se adoptan medidas climáticas más audaces.

El mundo también necesita que el G20 esté a la altura de este momento.

Todos somos conscientes de los retos geopolíticos. No les resto importancia. Pero no pueden ser una excusa para la timidez, en medio de esta crisis que se agrava.

Seré sincero: culparse unos a otros no es estratégico.  Dejar de lado el clima no es la solución a una crisis que diezmará todas las economías del G20 y que ya ha empezado a hacer daño.

Así pues, la potencia financiera que el G20 desplegó durante la crisis financiera mundial debería volver a desplegarse y dirigirse directamente a frenar las emisiones desbocadas y a aumentar la resiliencia ahora.

Brasil, que también acoge la COP30, tiene un papel vital que desempeñar para poner en marcha la ambiciosa acción que necesitamos.

Me anima que el G20, bajo el liderazgo de Brasil, esté explorando formas de encontrar nueva financiación para el clima y el desarrollo. El propio Brasil también está probando nuevas formas de reducir los irrazonables costes de los préstamos para energías limpias que podrían funcionar para otros países en desarrollo.

En última instancia, no basta con invertir en energías limpias e infraestructuras resistentes sin medidas que también aceleren el declive de los combustibles fósiles. Un mayor progreso en la tarificación del carbono es esencial para reflejar la economía real de los combustibles fósiles, incluidos los enormes costes sanitarios y económicos de la contaminación por gases de efecto invernadero, que no deberían recaer sobre los gobiernos, los hogares y otras industrias.

Cuando digo que tenemos dos años para salvar el mundo, me pregunto: ¿quién tiene exactamente dos años para salvar el mundo?

La respuesta es cada persona de este planeta.

Cada vez son más las personas que desean una acción por el clima en todas las sociedades y espectros políticos, en gran parte porque están sintiendo los efectos de la crisis climática en su vida cotidiana y en sus presupuestos domésticos.Aumento de los costes del transporte propulsado por combustibles fósiles, de la calefacción y la refrigeración, de la energía, subida de los precios de los alimentos a medida que los desastres climáticos afectan la producción y las cadenas de suministro, por nombrar sólo algunos.

Una encuesta reciente de Gallup, realizada a 130.000 personas de 125 países, reveló que el 89% de los encuestados desea que los gobiernos adopten medidas más contundentes contra el cambio climático.

Sin embargo, con demasiada frecuencia vemos que la acción por el clima se escurre de las agendas de los gabinetes.

Hay una desconexión, porque en las salas de los hogares de todo el mundo, los impactos y costes climáticos están subiendo rápidamente en la lista de preocupaciones domésticas.

La única forma segura de conseguir que el clima ocupe un lugar prioritario en la agenda del gabinete es que un número suficiente de personas alce la voz.

Así que mi mensaje final de hoy es para la gente de todo el mundo.

Cada voz cuenta. Ahora, las de ustedes son más importantes que nunca.

Si quieren una acción climática más audaz, ahora es el momento de hacer valer su voz.

Gracias.

Simon Stiell, Secretario Ejecutivo, ONU Cambio Climático

El conocimiento de los mares, asignatura pendiente del Decenio del Océano

 Barcelona, 10 abr (EFE).- La falta de conocimiento sobre las profundidades de los mares o sobre el alcance real de los efectos de la contaminación, así como la carencia de infraestructuras para la observación y la predicción del comportamiento de las aguas, son algunos de los retos pendientes del Decenio del Océano.

Este decenio, que comenzó en 2021 y acaba en el 2030, es fruto de análisis por parte de 1.500 expertos reunidos desde este miércoles y hasta el viernes en el Centro de Convenciones Internacional de Barcelona (CCIB).

El Decenio del Océano, promovido por la Unesco, trabaja para la consecución del Objetivo de Desarrollo Sostenible número 14 de la Agenda 2030, que contempla la conservación y utilización de forma sostenible de los océanos, mares y los recursos marinos, así como el establecimiento de prioridades para su futuro.

Para ello, se han marcado 10 metas: vencer la contaminación marina; proteger y restaurar los ecosistemas; alimentar de forma sostenible a la población mundial; desarrollar una economía oceánica sostenible; desbloquear soluciones al cambio climático y aumentar la resistencia a los peligros oceánicos.

El secretario de la Comisión Oceanográfica Intergubernamental de la Unesco, Vidar Helgesen, ha hecho un balance de los primeros años del Decenio, en los que considera que se ha logrado ya algunos éxitos.

Entre ellos, se ha impulsado un movimiento global que ha unido a gobiernos, científicos, industrias y filántropos, al tiempo que ha aumentado la consciencia sobre el papel de la ciencia oceánica en un desarrollo sostenible.

También se ha avanzado en el reconocimiento del conocimiento tradicional de las poblaciones indígenas que viven del mar, especialmente en islas de Oceanía, para incorporarla en la literatura científica.

En total, se han desplegado 52 programas para afrontar las 10 metas del Decenio, con la implicación de 62 países, al tiempo que se ha avanzado en una red de coordinación regional y nacional con 12 centros colaboradores de la Unesco.

Pese a los avances, "también hay retos pendientes" hasta 2030, ha advertido Helgesen, que ha citado por ejemplo los carencias en el conocimiento del fondo del mar -donde por ejemplo aún quedan numerosas especies por descubrir- y la afectación de la contaminación en el propio mar, en la salud humana y en la regulación climática.

También faltan acciones políticas más concretas a nivel global, nacional y regional basadas en la evidencia científica, y una mayor inversión en infraestructuras que permiten observar, registrar y predecir el comportamiento del mar.

"Tenemos que observar el océano tal como es, teniendo en cuenta que va cambiando, así que también debemos ir mirando cómo cambia", ha subrayado Helgesen.

El diplomático noruego ha resaltado que los gobernantes y la industria deben colaborar para "identificar las ideas transformadoras de la ciencia en las que hay que fijarse para tomar las mejores decisiones" en la protección de los mares.

Algo que ha confiado que quede plasmado en la "declaración de Barcelona", que se espera que salga de la reunión de tres días y que sirva para guiar la colaboración entre gobernantes, ciencia, ONG y sector privado en retos como la contaminación, el estudio del océano, la economía azul, la crisis climática y la biodiversidad.

Por su parte, el enviado especial para los Océanos de Naciones Unidas, Peter Thomson, ha destacado que el conocimiento sobre los mares de hoy en día "no basta" y ha reconocido que resulta "imposible" tomar decisiones sobre políticas de futuro bien informadas, precisamente por la falta de datos, pese a la urgencia de la crisis climática.

"Esta realidad es pésima para el futuro y crea una inquietud enorme; debemos plantarle cara a la realidad para evitar que la temperatura del agua de los océanos suba en los próximos años hasta 3 grados, lo que sería inhabitable y traería consigo multitud de consecuencias negativas para todos", ha aseverado este diplomático, oriundo de la islas Fiyi.

En la primera jornada de la Conferencia, han participado diferentes representantes de comunidades indígenas, como los maoríes, que han reivindicado la necesidad de reconocer su conocimiento popular del océano y de la navegación tradicional, y de preservar los ecosistemas marinos de los que depende su subsistencia. EFE
jfc-lmi-dic/hm/pss

Que los árboles no nos impidan ver el bosque

Vivimos épocas de urgencia climática, de necesidad de encontrar soluciones rápidas para ayudar a mitigar el cambio climático. En este contexto, los bosques son uno de los activos más importantes, ya que son grandes sumideros del dióxido de carbono emitido por actividades antrópicas y desempeñan también un papel central en la regulación del clima, sin olvidar que albergan una parte importante de la biodiversidad del planeta.

Aunque la percepción que tanto la comunidad científica como la opinión pública tienen sobre los bosques y su papel en la lucha contra el cambio climático es, en general, muy positiva, una sombra de duda parece crecer alrededor de los bosques como aliados frente al cambio climático. 

Esta incertidumbre se debe, en parte, a que las grandes corporaciones (energéticas, aéreas, etc.), apoyadas tanto en estudios científicos poco acertados como en el emergente mercado del carbono, han adoptado la plantación de árboles (y por tanto a los bosques) como una estrategia de marketing muy eficaz para justificar sus emisiones y demostrar que las están compensando

Plantar árboles se ha convertido en una herramienta de greenwashing que tiene que ver sobre todo con criterios económicos y no ecológicos. Esto no sólo ha desencadenando olas crecientes de críticas en el mundo de la ciencia, sino que puede crear una imagen muy negativa del bosque como un aliado de los poderes económicos más que de nuestra lucha contra el cambio climático. 

¿Qué entendemos por “bosque”?

Una gran parte de este uso sesgado de la información se debe a que desde la ciencia no hemos sido capaces de actualizar las definiciones de lo que entendemos por “bosque” de una manera acorde a los cambios en sus usos y los servicios que nos proveen. 

Históricamente, el servicio más importante que los bosques han dado a las sociedades humanas ha sido la madera. Este legado hace que en la actualidad todavía hablemos de “bosque” para referirnos a cualquier tipo de superficie arbolada con una densidad mínima de árboles de cierta altura, independientemente de su composición florística, de la biodiversidad que alberga, de su valor ecológico o de su capacidad de proveer servicios ecosistémicos como los de mitigación del cambio climático. Tan solo se valoran por la madera que alberga. 

Así, la definición de bosque por diferentes países (por ejemplo, en la UE) u organismos internacionales como la FAO se basa únicamente en la densidad de arbolado. Las publicaciones científicas no se quedan atrás y en muchos casos vemos que la palabra “bosque” se usa para equiparar todo tipo de ecosistemas con una determinada densidad de árboles. 

Se puede encontrar literatura científica sugiriendo que los bosques son vulnerables el cambio climático, voces de científicos expertos culpando a la expansión de los bosques como causa del aumento de incendios y titulares de prensa que sugieren que los árboles, sin más especificaciones, son muy vulnerables a las sequías

Toda esta información crea, sin quererlo y sin mala intención, una imagen negativa de los bosques como ecosistemas frágiles, o como ecosistemas que pueden llegar a ser un problema más que una solución. 

La definición actual de bosque debe revisarse

Todo esto es, obviamente, fruto de una simplificación excesiva de una realidad más compleja. La realidad es que no todo lo que llamamos “bosque” es lo mismo, ya que este término, tal y como lo usamos, equipara superficies arboladas de muy diferente valor ecológico y muy diferente capacidad de mitigación del cambio climático.

Es importante distinguir y especificar que, por ejemplo, los bosques de especies nativas son ecosistemas de enorme capacidad de mitigación, mucho más diversos y resilientes a cualquier tipo de perturbación (como incendios, sequías o brotes) que, por ejemplo, plantaciones monoespecíficas comerciales. 

Gráfico que representa las diferencias en resiliencia a perturbaciones y biodiversidad o captura de carbono de los bosques.

















No todo lo que llamamos ‘bosque’ tiene la misma capacidad de responder a las perturbaciones climáticas o antrópicas, y no todo lo que llamamos ´bosque´ alberga la misma biodiversidad o tiene la misma capacidad de capturar carbono. Jorge CurielCC BY-NC-SA

No tiene el mismo valor ecológico ni la misma resiliencia al cambio climático un bosque con alta diversidad que un bosque monoespecífico. Y no tiene la misma inflamabilidad un bosque maduro que un monocultivo de eucalipto o que un campo agrícola donde proliferen árboles al ser abandonado. 

Por eso deberíamos revisar la definición de bosque y adaptarla al contexto histórico en el que vivimos, en el que no solo esperamos del bosque su madera, sino que valoramos su biodiversidad o su potencial para mitigar el cambio climático. 

Convendría definir los bosques no solo en base a la densidad de árboles sino a su composición y la biodiversidad que albergan, a su valor ecológico, a su resiliencia potencial al cambio climático (y al cambio global) y a su potencial de mitigación. Si no lo hacemos, podemos tomar decisiones de las que nos arrepintamos en el futuro.